Controversias sobre la superexplotación

Claudio Katz

 

Nuestra reconsideración de la superexplotación ha suscitado dos críticas que desbordan el debate sobre las singularidades del salario. La mundialización neoliberal, el sentido de una teoría marxista de la dependencia y el significado político de la categoría discutida son los temas subyacentes. Conviene evaluar esas implicancias para evitar el encierro en un laberinto de abstracciones.

El punto de partida de la polémica es la revisión encarada por Marini. En su mirada de la globalización señaló que la retribución de la fuerza de trabajo por debajo de su valor tendía a extenderse a las economías centrales (Marini, 1996: 249).

Esa ampliación suscita las controversias. Si la superexplotación se verifica en todo el planeta, ya no constituye un mecanismo propio de las economías industrializadas de la periferia. Pierde especificidad y retrata las nuevas formas de explotación del siglo XXI. Por el contrario, si se preserva el sentido original del concepto -negando su aplicación a las economías desarrolladas- queda en suspenso la interpretación de la creciente precarización laboral en los países centrales.

En nuestra opinión, la superexplotación afecta a las franjas más vulnerables de los asalariados de todas las economías. No define distinciones entre regiones avanzadas, emergentes o subdesarrolladas. Esas diferencias se concentran en la preeminencia de niveles altos, bajos y medios del valor de la fuerza de trabajo. Cada país se sitúa en uno de esos tres rangos de acuerdo al promedio salarial vigente y al lugar que ocupa en la división global del trabajo (Katz, 2017a).

Varios planteos, pocas respuestas

Nuestro enfoque ha sido objetado por contraponer erróneamente la superexplotación con la explotación, cuando constituirían dos modalidades de la misma extracción de plusvalía (Osorio, 2017).

Pero nadie postula ese antagonismo. Se debate si la distinción entre ambas variantes debe ser actualmente utilizada, para evaluar la preeminencia del status central o periférico de un país. Nosotros señalamos la inoperancia de ese instrumento para definir esa divisoria.

Osorio acepta que la mundialización modificó el significado de la superexplotación, pero expone en forma muy contradictoria el contenido de esa alteración. Por un lado estima –como nosotros- que esa modalidad se generaliza en el mundo desarrollado, entre los sectores que padecen un despojo superior al promedio de los asalariados.

Por otra parte, sostiene que la superexplotación rigió siempre, para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia, tanto en las economías desarrolladas como en las periféricas. Pero en ese caso nunca habría sido el pilar conceptual del capitalismo dependiente. Carecería de especificidad para las regiones subdesarrolladas y sería análoga a cualquier otra categoría genérica del sistema (como la plusvalía).

En una tercera mirada, el crítico reinterpreta la superexplotación como una peculiaridad de las economías periféricas industrializadas afectadas por la estrechez del poder adquisitivo. Afirma que esa restricción se verifica en los países subdesarrollados, con niveles de consumo inferiores a los imperantes en las metrópolis. Esa carencia genera crisis de mayor intensidad.

Pero esos desequilibrios obedecen a la simple vigencia de salarios más reducidos. No implican pagos por debajo del valor de la fuerza de trabajo. Como los ingresos de la población son más acotados, las obstrucciones a la acumulación son más significativas.

Esas tensiones son propias del capitalismo dependiente y derivan de los mecanismos de extracción de plusvalía prevalecientes en esas regiones. La burguesía lucra con bajos costos salariales, que a su vez asfixian el poder de compra. Esas magras remuneraciones están objetivamente determinadas por valores acordes a la mercancía en juego. El tiempo socialmente necesario para reproducir la fuerza de trabajo define ese nivel, en sumas que contemplan las necesidades fisiológicas e histórico-sociales de la masa laboral.

Esos promedios -condicionados por la productividad, la escala de la acumulación, la lucha de clases y los patrones culturales de cada país- definen mutaciones de los salarios, que serían inconcebibles en situaciones de infra-remuneración estructural de los explotados.

El trabajador de la periferia es un asalariado y no un esclavo. Es contratado y no comprado para desenvolver una labor. Recibe una retribución que vuelca al mercado y en una limitada escala actúa como consumidor. De la misma forma que los plantadores necesitaban alimentar a sus esclavos para cosechar el algodón, la burguesía debe remunerar al grueso del proletariado por el valor de su fuerza de trabajo. Sólo de esa forma asegura la continuidad de su sistema. Una sub-remuneración continuada de los asalariados impediría ese funcionamiento.

La acumulación exige esa escala de retribuciones. No puede sustentarse exclusivamente en mercados de bienes suntuarios solventados por las elites. Requiere la coexistencia de esa esfera con un segmento de los productos básicos. Por eso en el capitalismo dependiente hay crisis de realización (resultantes de la estrechez del poder adquisitivo) más agudas que en las metrópolis, pero no simple estancamiento o subconsumo.

Al postular la preeminencia de salarios inferiores a lo requerido para la reproducción de los trabajadores, Osorio repite los viejos errores que emergieron en los debates sobre la pauperización absoluta. En esas polémicas se demostró, que un proletariado desprovisto de los bienes necesarios para su subsistencia tendería a padecer un deterioro terminal. Esa demolición le impediría actuar como una fuerza dirigente en los procesos de emancipación. Su degradación social anularía ese rol (Katz, 2009: 81-86)

Una acertada caracterización del status económico-social de los trabajadores es indispensable para valorar su potencial transformador. La globalización productiva de las últimas décadas no sólo fragmenta, sino que también engrosa al proletariado mundial (especialmente en Asia). La potencialidad revolucionaria de esa gigantesca masa de asalariados sólo es congruente con remuneraciones acordes al valor de la fuerza de trabajo.

La categoría superexplotación de Marini siempre lidió con esas dificultades teóricas. Pero el pensador brasileño logró igualmente ubicar la sujeción de los trabajadores en el centro de la problemática del subdesarrollo. Con esa acertada focalización indagó las diferencias cualitativas que distinguen a las economías avanzadas de las retrasadas.

Al igual que otros grandes economistas marxistas abordó un nuevo problema sin lograr resolverlo. Un antecedente del mismo tipo puede rastrearse en los teóricos que rescataron del olvido la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Retomaron un tema clave incurriendo en unilateralidades, omisiones de fuerzas compensatorias y erróneos supuestos de trayectorias terminales. Esas limitaciones no invalidan su enorme contribución a la comprensión de la crisis del capitalismo (Katz, 2009: 93-122). Con la misma lente hay que evaluar los conceptos de Marini.

Contrasentidos de la extensión

Otro crítico más severo sugiere que nuestras objeciones a la superexplotación contemporizan con el capitalismo y atemperan la virulencia del sistema. Considera que desconocemos la magnitud de la confiscación soportada por los trabajadores y que reemplazamos el análisis marxista por caritativas evaluaciones de la pobreza (Sotelo, 2017).

Con esa mirada sitúa la aceptación o el cuestionamiento de la superexplotación en un registro moral de rechazo a la crudeza del capitalismo. Este enfoque es tan arbitrario como ajeno al sentido del concepto.

La superexplotación no se define por el grado de tormento que descarga sobre los asalariados. Determina ámbitos de pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor y suscita interrogantes sobre su alcance y localización.

Sotelo postula la ampliación de ese rasgo a todo el sistema, como una consecuencia de la decadencia del capitalismo. Concibe una tesis extrema de ese ensanchamiento. En un ejercicio con cifras imaginarias sostiene que frente a un valor de la fuerza de trabajo de 100, los salarios medios se ubican actualmente en 80, los mínimos en 50 y los reales en 30. Presenta ese cuadro como una representación de la economía actual, sin distinguir países o grupos sociales.

Pero subraya la universalidad contemporánea de la superexplotación, señalando al mismo tiempo que ese rasgo distingue a la periferia del centro. ¿Cómo se concilian ambas afirmaciones? ¿Es una característica generalizada o acotada a las regiones subdesarrolladas?

Sotelo responde destacando que la superexplotación es una modalidad constituyente de la periferia y operativa en el centro. Pero esa enunciación no esclarece diferencias. A lo sumo describe trayectorias. Surgió en el primer segmento y se amplió al segundo. Esa expansión no implica una tendencia a la sub-remuneración masiva de la fuerza de trabajo.

El crítico también argumenta que la distinción debe ser indagada en la dinámica de la plusvalía relativa, que asumiría un perfil preeminente en el centro y subordinado en la periferia. Expone ese contraste sugiriendo un contrapunto -que no explicita- con la plusvalía absoluta. Este segundo concepto (prolongación e intensificación de la jornada laboral sin cambios técnicos) difiere cualitativamente de la primera noción (que incluye la inversión en maquinaria).

Sotelo postula y al mismo tiempo relativa su clasificación. Esa ambigüedad deriva de la evidente presencia actual de plusvalía relativa en cualquier localización productiva. El propio Marini resaltó esa expansión. En la periferia industrializada se trabaja más horas, en peores condiciones y por sueldos inferiores. Pero los capitalistas no auto-restringen su actividad a las condiciones de la plusvalía absoluta. En ningún caso prescinden de inversiones o adquisiciones de equipos.

La contundente diferencia que presentaron ambas variedades de plusvalía en el surgimiento del capitalismo se ha tornado más difusa. Por eso en la actualidad la productividad se equipara en ramas y países diferentes, generando lucros por las diferencias de salarios. Las empresas transnacionales ya no trasladan maquinaria obsoleta a sus filiares, sino que estrujan la fuerza de trabajo de la periferia con tecnologías de punta.

Pero incluso aceptando los inciertos parámetros que Sotelo propone para distinguir situaciones de países avanzados y retrasados, no se entiende cuál sería su relación con la superexplotación. ¿En los lugares donde la plusvalía relativa es más intensa se paga a la fuerza de trabajo por su valor? ¿Cuáles son esas economías? Si se precisaran esos casos, quedaría desmentida la presentación de la superexplotación como un dato de todo el capitalismo actual.

Mientras enfatiza la discutible presencia de la plusvalía relativa como factor diferenciador del centro y la periferia, Sotelo rechaza otra distinción más obvia. Objeta la existencia de restricciones a la movilidad internacional de los asalariados, que afianzan las brechas de sobrepoblación. Descalifica esa evidencia -emparentándola con interpretaciones neoclásicas- y sostiene que el sistema actual tolera esos desplazamientos migratorios.

Pero no percibe que esa permisividad afectaría los desniveles nacionales de desempleados, que considera determinantes de la gravitación de la superxplotación en la periferia. Lo más insólito de esta obstrucción a su propio razonamiento es el ejemplo que ofrece de circulación internacional de los trabajadores: la frontera mexicano­-estadounidense. Lo que presenta como un ámbito de libre flujo de la población es un escenario de monumental bloqueo al ingreso de inmigrantes.

Todos estos embrollos surgen de olvidar la caracterización marxista básica de la remuneración a los asalariados por el valor de su fuerza de trabajo. Sotelo sostiene que esa equivalencia ha quedado sustituida por una contradicción. El primer elemento decaería mientras el segundo aumenta. Como el salario se puede contabilizar, pero el valor de la fuerza de trabajo es un concepto sujeto a múltiples interpretaciones, supone la existencia de una gran brecha entre ambos.

Con esa mirada el salario pierde anclaje objetivo. Esa disolución se acentúa con genéricas alusiones a la lucha de clases como determinante del nivel de los sueldos. Sotelo olvida que las batallas sociales no se desenvuelven en escenarios abiertos a cualquier resultado. Operan entre los pisos y los techos, que en cada país condicionan el valor de la fuerza de trabajo.

Limitaciones para comprender la actualidad

La evaluación del salario con criterios extendidos de superexplotación, obstruye la comprensión de dos procesos que actualmente modifican las remuneraciones de los trabajadores: la segmentación interna y la fractura internacional.

El primer tipo de dualización ha sido estudiada por la sociología laboral. Involucra severas divisiones entre el sector formal-estable e informal-precarizado de los asalariados. Esta segmentación -que apenas despuntaba en los años de Marini- se ha transformado en un dato dominante.

Por eso en nuestro cuadro distinguimos la existencia de dos sectores remunerados por el valor de su fuerza de trabajo (E1 y E2) y otro caracterizado por retribuciones inferiores a ese nivel (S). Si en lugar de indagar estas diferencias, se postula la creciente homogeneidad de los tres sectores en un status común de superexplotados, resulta difícil comprender lo que está ocurriendo.

Pero otro problema más evidente se verifica en el desconocimiento de los cambios registrados en la dispersión salarial. La brecha de ingresos que separa al trabajador de una planta automotriz de su par en la actividad docente es muy superior a los años 60-70. También es mayor la distancia de ambos con un precarizado de la construcción. Clasificar los tres estamentos en un mismo casillero de superexplotados choca con cualquier evaluación del universo laboral actual.

Sotelo no ofrece ninguna pista para abordar estos fenómenos. Solamente presenta un cuadro comparativo de la enorme brecha porcentual, que separa al “salario digno” del salario mínimo en varios países de la periferia. No extiende esa comparación a los países centrales, pero sugiere que allí los desniveles serían más leves. En su cuadro la fractura entre ambos indicadores en la periferia inferior (Bangla Desh 484%, Siri Lanka 511%) es mucho mayor que en las economías situadas en un escalón superior (India 62%, Malasia 54%).

Pero el crítico no explica el sentido de esos guarismos y tampoco aclara el significado del “salario digno”. Este concepto habitualmente alude a la retribución del “trabajo decente” que imaginan los tecnócratas de los organismos internacionales. Es una noción muy ajena a cualquier indagación de la superexplotación. Pero su uso tendría sentido si se traza algún nexo con la categoría en debate.

¿Es equivalente el valor de la fuerza de trabajo? En ese caso: ¿Qué bienes contempla y cuáles excluye? ¿Cómo se determina esa estimación? Aunque Sotelo reconoce que el problema no puede zanjarse con simples auxilios numéricos, recurre a un modelo con datos sin aclarar cómo interpreta la superexplotación en ese esquema.

Su tabla sólo confirma la existencia de fuertes diferencias nacionales de salarios, que expresan distintos valores de la fuerza de trabajo. No tiene ninguna utilidad conceptualizar esas brechas como niveles diferenciados de superexplotación. Simplemente se complica el análisis o se estimulan discusiones bizantinas sobre la relación entre ese rasgo y la explotación corriente.

La sencilla estimación de valores altos, medios o bajos de la fuerza de trabajo es más pertinente para comprender la dinámica de la mundialización neoliberal. Esta etapa se asienta en el arbitraje salarial global que implementan las empresas transnacionales, para definir la localización de sus inversiones. Comparan los distintos niveles de sueldos con otras condiciones requeridas para su actividad (productividad, subsidios, mercados, etc).

El valor de la fuerza de trabajo es un parámetro decisivo que utilizan las firmas multinacionales, para evaluar tasas de ganancia derivadas de la extracción de plusvalía. Caracterizaciones adicionales sobre la superexplotación no mejoran, ni amplían la comprensión de ese proceso.

Otro problema más palpable es la evaluación de ocurrido en Corea del Sur (y en actualmente en parte de China). ¿También rige allí la generalización sub-remuneración de los trabajadores?

En los años 90 Marini sólo observaba lo sucedido en la primera generación de “tigres asiáticos”. Varias décadas después la trayectoria salarial no es la misma. En algunas economías los sueldos promedio han subido junto al incremento de la productividad. Por eso las empresas transnacionales especializadas en actividades mano de obra-intensivas emigran hacia Bangla Desh o Filipinas. ¿Qué ocurrió con el valor de la fuerza de trabajo en Corea?

En nuestra interpretación se pasó de un nivel bajo a otro medio. ¿Cuál sería la caracterización opuesta? ¿Se redujo la superexplotación inicial? ¿Esa condición quedó reemplazada por formas precedentes de explotación? Estos interrogantes no tienen respuesta si se descartan las herramientas básicas del análisis marxista.

Captura internacional del valor

Con los criterios tradicionales de la explotación diferenciada se puede estudiar también la circulación internacional de la plusvalía. Esos desplazamientos han ganado importancia con el protagonismo de las empresas transnacionales. Nuestro enfoque resalta esa dimensión, recordando la importancia que el teórico de la dependencia asignó a las transferencias de valor, en sus señalamientos sobre el intercambio desigual. (Marini, 1973: 24-37).

Osorio cuestiona ese abordaje por su divorcio de la superexplotación. Estima que nuestra mirada recrea las perimidas visiones de la CEPAL. Afirma que retomamos los procedimientos analíticos externos de intercambio mercantil, que Marini superó al jerarquizar la sujeción padecida por los asalariados. Considera que recaemos en una peligrosa involución, que vuelve a “externalizar” las interpretaciones ya “internalizadas” por Marini.

Pero el pensador brasileño no confrontaba en forma tan simplificada con sus adversarios de la CEPAL. En lugar de subrayar la obvia primacía de la explotación laboral frente a las desigualdades del comercio, postulaba caracterizaciones diferentes de ambos procesos.

Los seguidores de Prebisch desconocían la plusvalía y se manejaban con vagas ideas de un “excedente”, eventualmente capturado por los capitalistas en función del modelo vigente en cada país. Negaban los principios básicos de la explotación, sin participar en sofisticadas indagaciones sobre la superexplotación. Como rechazaban cualquier identificación del salario con la remuneración del valor de la fuerza de trabajo, ni siquiera imaginaban retribuciones por debajo de ese nivel.

Lo mismo ocurría con las discrepancias sobre el comercio. La CEPAL postulaba la preeminencia de un deterioro de los términos de intercambio, que afectaba a los bienes primarios obstruyendo la industrialización de la periferia. No concebía ninguna conexión de esos procesos con la dinámica de ley del valor a escala internacional, que Marini investigaba en sintonía con los marxistas de su época.

Esas diferencias conceptuales separaban al autor brasileño de la heterodoxia keynesiana. Las divergencias estaban más referidas al contenido, que a la incidencia de los distintos determinantes del subdesarrollo.

El uso de los términos “externo e interno” (o “exógeno y endógeno”) para identificar a esos factores introduce una confusión adicional. En los años 60-70 esos calificativos no aludían a contrapuntos entre el dependentismo y el estructuralismo, sino a interpretaciones históricas del subdesarrollo.

La primera denominación sintetizaba explicaciones centradas en el intercambio y la segunda resaltaba las raíces agrarias del atraso. Ese debate involucraba a escuelas internas de los marxistas y la heterodoxia. La aplicación retrospectiva de esos conceptos para otra discusión oscurece las controversias del pasado, sin clarificar los problemas del presente.

También Sotelo estima que desvinculamos las transferencias internacionales de valor de su soporte social en la plusvalía confiscada a los trabajadores. Pero no demuestra dónde disolvemos ese cimiento.

El concepto de superexplotación no es indispensable para objetar las interpretaciones puramente comerciales (o “circulacionistas”) de las transferencias de valor, que divorcian esos desplazamientos de su cimiento en la plusvalía. Esa errónea mirada queda simplemente superada subrayando la centralidad de la explotación bajo el capitalismo.

El sentido de una teoría

Sotelo considera que el marxismo dependentista es inconcebible sin la superexplotación. Estima que esa omisión equivaldría a imaginar la Teoría del Sistema Mundial sin centros, semiperiferias, periferias o áreas externas. De la misma forma que esa amputación disolvería el razonamiento de Wallerstein, la exclusión de la superexplotación sepultaría la tesis de Marini.

Osorio expone una objeción semejante. Señala que en ausencia de ese fundamento quedarían anulados los aportes del pensador brasileño y la teoría de la dependencia retrocedería a un status primitivo.

Pero nuestra mirada no desconoce la superexplotación. Reformula el concepto sin eliminarlo. Subraya explícitamente que esa modalidad afecta a los sectores asalariados más desposeídos de todo el mundo y cuestiona dos aspectos: la magnificación de esa categoría al grueso de la clase obrera y su presentación como un elemento diferenciador de la periferia con el centro. Con esas correcciones relativizamos su gravitación. Lo interpretamos como un rasgo del capitalismo actual, que no tiene la significación inicialmente subrayada por Marini.

La factibilidad de una teoría del capitalismo dependiente sin protagonismo de la superexplotación, ya pudo observarse en las caracterizaciones de los marxistas clásicos (Lenin, Luxemburg, Trotsky). Varios contemporáneos del pensador brasileño también prescindieron de ese concepto (Amin, Mandel). ¿Esa omisión invalida sus diagnósticos de la periferia?

Sotelo objeta enfáticamente la inclusión de un adversario inicial de Marini en ese listado (Cueva). No registra cómo la convergencia de ambos pensadores en su madurez, enriqueció la matriz compartida del dependentismo marxista. Postula una especie de exclusividad de esa teoría para Marini que empobrece su alcance. Al encerrarla en los límites de la superexplotación reduce las potencialidades interpretativas de esa concepción.

La superexplotación no ocupa un lugar semejante a las clasificaciones de países o regiones, que los pensadores sistémicos derivan de la división internacional del trabajo. Esa analogía es otra equivocación de Sotelo. La jerarquía interna del Sistema Mundial es un esqueleto analítico, en todo caso equiparable a la reproducción dependiente. Este último principio es el rasgo postulado en común por los distintos teóricos marxistas del subdesarrollo.

La recreación del atraso ha sido tradicionalmente explicada con auxilio u omisión de la superexplotación. Al postular la insoslayable centralidad de ese rasgo, los críticos confunden un elemento con el sentido general de una teoría marxista de la dependencia.

Un error del mismo tipo afecta frecuentemente a la caracterización del imperialismo. Algunos intérpretes suponen que la hegemonía financiera, la inversión externa o las guerras mundiales entre potencias descriptas por Lenin, constituyen el epicentro de esa concepción. No detectan la transitoriedad de esas características y su acotada conexión con una época del capitalismo.

De la misma forma que Lenin describió esas singularidades del imperialismo de principios del siglo XX, Marini retrató las modalidades del capitalismo dependiente de posguerra. La primera teoría no queda restringida a lo dicho por el líder bolchevique y la segunda no es patrimonio exclusivo del autor de Dialéctica de la dependencia.

Los dos pensadores revolucionaron sus esferas de estudios. Lenin clarificó las formas imperiales de dominación, cuestionando otras explicaciones centradas en la ambición de poder, el expansionismo nacional o el belicismo de ciertos líderes. Marini desarrolló un trabajo equivalente al esclarecer la dinámica del capitalismo latinoamericano, en disputa con las miradas liberales o desarrollistas.

Estos abordajes conforman el legado perdurable de ambos autores y no los cambiantes ingredientes de sus teorías. El análisis del imperialismo continúa a la orden del día, en un escenario muy alejado de las guerras mundiales o la hegemonía financiera de la centuria pasada. Lo mismo ocurre con la teoría marxista de la dependencia. Su vigencia deriva de la continuidad del subdesarrollo, en un marco muy distinto a los años 60-70. Los drásticos cambios registrados en el alcance o el significado de la superexplotación no alteran la gravitación de esa concepción.

Marini tenía mayor capacidad de registro de las mutaciones del capitalismo que sus proclamados herederos. Por eso introdujo conceptos novedosos para entender su época. Esas nociones deben reformularse en el escenario actual.

Sus ideas sobre el subimperialismo exigen, por ejemplo, amoldamientos del mismo alcance que la superexplotación. Las adaptaciones que hemos propuesto no invalidan la teoría marxista de la dependencia. Esa concepción permite comprender la lógica del subdesarrollo sin necesidad de asignar un status subimperial a Brasil. (Katz, 2017c/d). Este tipo de abordaje y no la estricta fidelidad a lo dicho por Marini enriquece su legado.

Implicancias políticas

Los críticos tampoco perciben las razones que potenciaron la gravitación del concepto superexplotación en los años 60-70. En ese período de intensa militancia revolucionaria, Marini estaba más involucrado en polémicas políticas con los Partidos Comunistas, que en debates conceptuales con la CEPAL. La principal divergencia era el rol de las burguesías nacionales, que esas organizaciones observaban como un aliado indispensable para reformar el capitalismo latinoamericano. Asignaban a esa etapa de industrialización una función antecesora del socialismo.

Bajo el influjo de la revolución cubana Marini rechazó enfáticamente esa estrategia. Consideraba tan inviable ese período intermedio como desafortunada su promoción. La teoría de la superexplotación era congruente con esa postura. Apuntalaba sus críticas a las alianzas con las clases dominantes locales. Descalificaba esos acuerdos demostrando cómo los sectores burgueses compensaban sus desventajas internacionales, acentuando el despojo de los asalariados.

El pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor era un pilar teórico de esa oposición a la estrategia de la revolución por etapas en la periferia. Por esa razón los debates sobre la superexplotación desboraron el ámbito de los economistas familiarizados con la lectura de El Capital.

Este estrecho nexo entre superexplotación y política revolucionaria quedó posteriormente diluido. La ampliación del concepto a las metrópolis disolvió su vieja identificación con las peculiaridades regresivas de las burguesías latinoamericanas.

Al quedar transformada en una característica común de todos los países capitalistas, la sub-remuneración de los trabajadores perdió implicancias para proyectos políticos de algún país o región. También cesó su función de invalidación de las estrategias motorizadas por el viejo oficialismo comunista

Al cabo de cuarenta años esa desconexión de la superexplotación con algún norte político salta a la vista. No sólo los debates sobre la estrategia por etapas han decaído en proporción al declive del universo que rodeaba a la URSS. La asociación de las clases dominantes latinoamericanas con el capital extranjero y su obstrucción de la industrialización regional son datos cotidianos, que no requieren explicaciones adicionales asentadas en la sub-remuneración de los trabajadores.

También resulta difícil encontrar algún nexo de la superexplotación con las polémicas suscitadas por el neo-desarrollismo o el ciclo progresista sudamericano. Lo que divide campos en la izquierda es la preeminencia de estrategias pro o anticapitalistas. Esas políticas suponen avalar o impugnar el sistema vigente, cualquiera sea la forma en que se extrae la plusvalía de la región.

Nadie ha logrado, además, esclarecer cuáles serían los puntos de contacto de la superexplotación con las estrategias antiimperialistas. En América Latina se requieren esas acciones para conquistar la soberanía política efectiva y encarar la consiguiente superación del subdesarrollo. Nuestra actualización sitúa ese desafío en trayectorias afines al pensador brasileño, sin ninguna observación sobre el tipo de explotación laboral imperante (Katz, 2017b).

Marini estuvo muy atento en sus últimos años al papel de la integración regional en un proceso emancipatorio. Algunas experiencias recientes como el ALBA comparten los puentes contemplados por su visión, para empalmar la unidad regional con el antiimperialismo y el desemboque socialista. Tampoco aquí hay enlaces con la superexplotación.

Sólo quienes enaltecen la acción de los sectores expulsados del mercado laboral -como nuevos sujetos populares revulsivos- establecen alguna relación actual entre la superexplotación y la acción política. Pero esas vertientes radicales o anti-sistémicas identifican el concepto con la privación del trabajo formal y no guardan el menor parentesco con la tradición de Marini.

El luchador brasileño defendió la idea de superexplotación sin dogmatismos. Nunca se desveló por “el desarme teórico” que Osorio advierte en nuestro enfoque. Tampoco sintonizaba con los sermones de Sotelo contra nuestros desvíos del marxismo. La actitud teórica abierta que caracterizaba a Marini es un requisito para continuar su labor.

5-3-2018

REFERENCIAS

-Katz, Claudio (2009). La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos, Maia Ediciones, Madrid.

-Katz, Claudio (2017a). Aciertos y problemas de la superexplotación,

www.lahaine.org/katz,11-9.

-Katz Claudio (2017b). Socialismo y antiimperialismo, Nuestra Bandera, n 237, septiembre 2017, Madrid.

-Katz, Claudio (2017c). Subimperialismo I: revisión de un concepto, 4/4, www.lahaine.org/katz

-Katz, Claudio (2017d). Subimperialismo II: Aplicación actual, 13/4, www.lahaine.org/katz

-Marini, Ruy Mauro (1973). Dialéctica de la dependencia, ERA, México.

-Marini, Ruy Mauro (1996). Procesos y tendencias de la globalización capitalista, Prometeo, Buenos Aires.

-Osorio, Jaime (2017). Teoría marxista de la dependencia sin superexplotación. Una propuesta de desarme teórico para avanzar, 17-9, marxismoyrevolucion.org/?p=713

-Sotelo Valencia, Adrián (2017). ¿Una teoría de la dependencia sin superexplotación? Mejor una teoría de la dependencia con superexplotación revisitada y actualizada, 19-12. https://www.lahaine.org/mundo.php/critica-a-la-critica-de

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¿Renovación de la Teoría marxista de la dependencia o esbozo de una nueva teoría?

Jaime Osorio -Departamento de Relaciones Sociales UAM-Xochimilco-

Nadie se opone a priori a una renovación del marxismo y en particular de la teoría marxista de la dependencia (TMD). Una postura en tal sentido es propia del dogmatismo y de las creencias religiosas. Pero convocar a la idea de renovación de una teoría para tergiversar o destruir sus cimientos y sus ejes, es una actitud a lo menos imprudente, y con mayor razón si quien lleva a cabo esta tarea da a entender que se encuentra en el seno de dicha propuesta teórica.

En esta breves notas me propongo poner de manifiesto que más allá del interés que presentan muchos aspectos de los escritos de Claudio Katz en los últimos dos años (2016-2018), que no son pocos, predomina en ellos sin embargo un afán de destrucción de cimientos fundamentales de la teoría marxista de la dependencia (TMD), en particular referidos a las categorías de superexplotación, más recientemente devaluando la de intercambio desigual y estableciendo una singular adscripción a la propuesta de Juan Íñigo Carrera sobre la renta para explicar el subdesarrollo de la región.

En lo que sigue señalaremos puntos conflictivos en la propuesta de Katz.

1.- El punto inicial de los desacuerdos arranca de su idea de conformar una teoría marxista de la dependencia sin superexplotación” (2017: 6), esto es, de una teoría en donde no se incorpore la violación del valor de la fuerza de trabajo o el pago de salario por debajo de dicho valor. En un escrito reciente (Osorio:2018) he formulado una respuesta amplia sobre esta propuesta. Por ello aquí me limitaré a destacar sólo algunos aspectos.

Los argumentos de Katz para fundamentar su propuesta anterior son diversos. Entre ellos destaca:

Que Marx “no dejó ninguna duda sobre la remuneración de la fuerza de trabajo por su valor” (2017:7). Que si la “violación (del valor de la fuerza de trabajo) es vista como una norma : ¿qué sentido tiene la teoría del valor como fundamento ordenador de la lógica del capitalismo? Una transgresión- prosigue Katz- debería ser observada a lo sumo como una excepción. No es sensato suponer que el edificio teórico del El Capital opera en los hechos al revés”. (2017: 8).

Lo primero es señalar que para el “análisis general del capital”, Marx efectivamente señala que “aquí partimos del supuesto de las mercancías, incluyendo entre ellas la fuerza de trabajo, se compran y venden siempre por todo su valor (Marx, 1973a: 251).

Este “supuesto” es clave para rebatir a las diversas escuelas que señalaban a la tierra, el comercio o la industria, como las fuentes generadoras de la riqueza en el capitalismo. Marx necesita poner de manifiesto que el plusvalor en esta organización societal proviene sólo de la diferencia entre el valor producido en una jornada laboral por la fuerza de trabajo y el valor de dicha fuerza de trabajo. Allí reposa la base de la explotación en el capitalismo y el piso desde el cual se libra la lucha de clases en este modo de producción.

Probado lo anterior en los primeros capítulos del libro primero de El Capital, el “supuesto” comienza a manifestar matices, porque a mayor concreción se va haciendo patente que el hambre de trabajo excedente por el capital tiende a ser violentado.

Así ocurre cuando situado en el análisis de la plusvalía relativa Marx indica que el capital puede prolongar el tiempo de trabajo excedente reduciendo el pago que corresponde al tiempo de trabajo necesario, lo que implicaría “hacer descender el salario del obrero por debajo del valor de la fuerza de trabajo” (Marx, 1973a: 251). Y agrega líneas más adelante: “Por el momento, este método (hacer descender el salario del obrero por debajo del valor de la fuerza de trabajo), que desempeña un papel muy importante en el movimiento real de los salarios, queda excluido de nuestras consideraciones, por una razón: porque aquí partimos del supuesto de las mercancías, incluyendo entre ellas la fuerza de trabajo, se compran y venden siempre por todo su valor” (Ibid). (Subrayados JO).

En el “movimiento real de los salarios”, señala Marx, el pago de salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo es “muy importante”. Pero acatando el supuesto, “por el momento” no se considerará. En pocas palabras, todo el sentido del párrafo es para hacer notar que en condiciones más concretas y reales, el supuesto no se sostiene.

Idea que reitera más adelante: “Al estudiar la producción de plusvalía, partimos siempre del supuesto de que el salario representa, por lo menos, el valor de la fuerza de trabajo. Sin embargo, en la práctica la reducción forzada del salario por debajo de este valor tiene una importancia demasiado grande para que no nos detengamos un momento a examinarla”, para concluir que “gracias a esto, el fondo necesario de consumo del obrero se convierte de hecho, dentro de ciertos límites, en un fondo de acumulación de capital”. (Marx, 1973a: 505). (Subrayados JO).

En el contexto de formulaciones como las anteriores: ¿se podría señalar que es el propio Marx el que está destruyendo su “edificio teórico”, como lo da a entender Katz? Evidentemente que no. Más bien se puede indicar que hay lecturas que no han entendido el sentido del “supuesto” inicialmente formulado.

Y estos lectores, en vez de asumir los problemas que derivan de señalamientos como los que se han destacado, los rehúyen y se cobijan señalando que existe un “supuesto”, y que sólo ese supuesto es “palabra de Marx”.

En contra de lo señalado por Katz, no es una excepción en su formulación teórica el que Marx indique el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor entre los mecanismos fundamentales para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia.

El problema, a contrapelo del señalamiento de Katz, se reitera una y otra vez. Cuando Marx analiza los límites de la jornada laboral, en palabras de un obrero dirigiéndose a un capitalista, señala: “Alargando desmedidamente la jornada de trabajo, puedes arrancarme en un solo día una cantidad de energía superior a la que yo alcanzo a reponer en tres. Por este camino, lo que tú ganas en trabajo lo pierdo yo en sustancia energética. Una cosa es usar mi fuerza de trabajo, y otra muy distinta es desfalcarla”.(Marx, 1973a: 179-180).

Y sólo “hasta cierto punto cabe compensar el desgaste mayor de fuerza de trabajo que necesariamente supone toda prolongación de la jornada aumentando al mismo tiempo la remuneración”, porque “rebasado ese punto, el desgaste crece en progresión geométrica, destruyendo al mismo tiempo todas las condiciones normales de reproducción y funcionamiento de la fuerza de trabajo”. (Marx, 1973a: 441). Con la intensificación del trabajo sucede lo mismo.

2.- Para Katz, como para su referente teórico en la materia, el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva, superexplotación es sinónimo de pobreza absoluta. (Cueva, 1994: 99 y 228).

Cueva, nos recuerda Katz, señaló “la incompatibilidad del capitalismo con la generalizada remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor”; que “la sub-remuneración de los asalariados transgredía los principios de la acumulación”; que esto implica “la reproducción de la fuerza de trabajo mediante precios acordes al valor de esa mercancía”; que “la violación de (estos) criterios amenazarían la propia supervivencia de los trabajadores”, lo que si no reciben “los bienes requeridos para subsistir tenderían a padecer un deterioro que socavaría el nutriente humano del sistema”.(Katz, 2017: 2).

A partir de ese error, confundir superexplotación con pobreza absoluta, Katz formula que “la burguesía debe remunerar al grueso del proletariado por el valor de su fuerza de trabajo”, ya que “sólo de esa forma asegura la continuidad de su sistema”, en tanto “una sub-remuneración continuada de los asalariados impediría ese funcionamiento”. (Katz, 2018: 2).

La misma idea se repite cuando señala: “al postular la preeminencia de salarios inferiores a lo requerido para la reproducción de los trabajadores, Osorio repite los viejos errores que emergieron en los debates sobre la pauperización absoluta”. Y añade: “En esas polémicas se demostró que un proletariado desprovisto de los bienes necesarios para su subsistencia tendería a padecer un deterioro terminal”. (Katz, 2018, 2). Más bien “el sistema (…) no obstruye la reproducción normal (sic) de los operarios”, porque “el capitalismo se recrea con formas brutales (pero) sin devastar su principal cimiento”.(Katz, 2017, 2)

En otras palabras, para Katz sostener que opera la superexplotación es señalar que el capital destruye físicamente a la población trabajadora, y un capitalismo sin trabajadores es impensable, lo que denota que como Cueva, Katz entienden superexplotación como pobreza absoluta.

Pero superexplotación es violación del valor de la fuerza de trabajo, valor que se ve tensionado por un doble movimiento: el desarrollo de algunos nuevos bienes, que inicialmente emergen como bienes suntuarios, tales como refrigeradores, lavadoras, televisores, celulares, que en un segundo momento, al elevarse la productividad en las ramas que los producen, permite que sus precios se reduzcan y ello favorece que se constituyan en bienes salarios y su consumo se masifique.

En otras palabras, la masa de valores de uso (bienes y servicios) que interviene en el valor de la fuerza de trabajo en el siglo XXI es mayor a la masa de valores de uso que definía el valor de la fuerza de trabajo en el siglo XIX. Si un trabajador en el siglo XXI no puede acceder al conjunto de valores de uso (bienes y servicios) que definen el valor de su fuerza de trabajo, está siendo superexplotado, lo cual no significa que tenga que consumir lo mismo o menos que un trabajador del siglo XIX o antes, para que podamos afirmar lo anterior.

Claro que los trabajadores pueden consumir refrigeradores, televisores y celulares en el siglo XXI. Pero en condiciones de superexplotación, esto se logra por lo general dejando de cubrir otras necesidades básicas, como consultas médicas, dentistas, pagos de educación, alimentación adecuada, vestimenta, o alojamiento apropiado para ellos y su familia.

Tampoco superexplotación significa que los trabajadores deban morir a los 40 o 50 años, como deja ver Katz en su crítica (el agotamiento prematuro de las capacidades laborales no se condice con “el aumento del promedio de vida de los trabajadores” (Katz, 2017: 2)). La apropiación de años futuros de vida y de venta anormal de fuerza de trabajo que propicia la superexplotación se refleja en que dicha venta se hará en peores condiciones. Para el capital, un trabajador superexplotado desde joven, es a los 45 o 50 años de vida un trabajador al que se le puede dar un empleo, pero con salarios inferiores, ya que es fuerza de trabajo agotada prematuramente. Y se puede vivir años cercanos a los nuevos promedios de esperanza de vida, pero con enfermedades y padecimientos, resultado de una vida depredada y/o deficientemente recuperada en términos alimenticios, de descanso, de atenciones de salud, Su vida, a pesar de extenderse, estará marcada por esos males.

3.- Las “sencillas” soluciones que propone Katz para evitar los problemas que atribuye a la superexplotación pasan por negar el término, al fin que “la dependencia no se basa en la violación sino en el cumplimiento de la ley del valor” (Katz:2017, 8). O bien seguir hablando de superexplotación, pero en donde se “sustituye la idea del pago por debajo del valor de la fuerza de trabajo por remuneración baja de ese recurso”. (Katz: 2017, 15). Y con ello llegamos a uno de los ejes de su propuesta de renovación de la teoría de la dependencia.

A partir de preguntarse “¿cómo se podría reformular la intuición (sic) de Marini sin los problemas conceptuales de la superexplotación? ¿Existe algún enunciado que compatibilice las objeciones de Cueva, antes señaladas, con las características de la fuerza laboral en las economías dependientes?” 1/, Katz se responde: “La solución más sencilla es postular que en esas regiones predomina un valor bajo de la fuerza de trabajo” (Katz, 2017: 3 ).

Desde esta “sencilla solución” katziana toda la economía mundial puede ser ahora organizada en tres estratos, sea según el nivel interno de desenvolvimiento, con lo que tendríamos economías avanzadas, economías medias, y economías retrasadas, y otros tres estratos según “el lugar que ocupa cada país en la estratificación global”, distinguiendo centro, semiperiferia y periferia. (Katz, 2017: 3). “Este registro de valores cambiantes y estratificados de(l valor de) la fuerza de trabajo (alto en el centro, bajo en la periferia y medio en la semiperiferia) exige utilizar conceptos marxistas clásicos, distanciados del principio de la superexplotación”. (Katz, 2017:4).(Subrayado JO).

La primera pregunta es por qué la exigencia final que se señala no se aplica para la estratificación propuesta. Es evidente que el marxismo debe explicar la diversidad de economías presentes en el sistema mundial, pero la solución no puede caminar por la ecléctica y simple solución de señalar estratos. ¿En verdad Katz considera que hablar de economías avanzadas, economías retrasadas, con el clásico relleno de “economías medias” está haciendo un aporte a los problemas de renovación de la teoría marxista de la dependencia? ¿En qué se diferencia de manera sustantiva esta nomenclatura de las que formulan organismos internacionales que hablan de economías desarrolladas, economías emergentes y economías en desarrollo?

Además los términos mismos, como “atrasadas”, remite a la idea de economías que si hacen lo que corresponde pueden llegar a ser “avanzadas”. Por tanto no existe una diferencia cualitativa entre economías, sólo distancias cuantitativas que se pueden superar. De allí a abrir las puertas a toda propuesta neodesarrollista no hay distancia alguna.

En este cuadro, la retoma de las nociones cepalinas de centro y periferia parece progresista, con el añadido wallersteniano de semiperiferia, un clásico relleno de lo que no es esto ni aquello, o de algo de esto y de aquello.

El problema de las teorías de estratificación es que ordenan y clasifican, pero sin poder dar cuenta de las relaciones ente los agrupamientos que señalan. Así, el estrato alto no tiene relaciones sustantivas que marquen su condición y defina a su vez la situación de otros estratos, en este caso, el estrato bajo. Cada uno se explica a sí mismo y por sí mismo, en función de las capacidades diferenciadas, talentos y esfuerzo o no, de los individuos (o en este caso economías) que se ubican en cada estrato. En lo sustancial no hay relaciones que expliquen a unos y otros agrupamientos, como sí lo realiza la teoría de clases. Para que se reproduzcan agrupamientos humanos que viven de salario necesariamente debe haber otro que vive de comprar fuerza de trabajo, por la que paga salarios, y además se apodera del plusvalor. De esta forma es la relación la que explica la existencia relacional de cada agrupamiento social o clase.

Pero tan simple y ecléctica es esta situación como reemplazar la noción de superexplotación por economías con bajo valor de la fuerza de trabajo, que se suman a economías con valor medio y otras con valor alto de la fuerza de trabajo. Y con esto nuestro autor suponer haber salvado la teoría del valor y el “edificio teórico de Marx”.

4. Junto con sustituir la superexplotación por la idea de bajo valor de la fuerza de trabajo, Katz señala que el otro pilar de su renovación de la teoría de la dependencia pasa por “priorizar las transferencias internacionales de plusvalía en la explicación de la dependencias” (Katz, 2017: 10). Apoyándose en Dussel nos da a entender que es el intercambio desigual el fundamento de la dependencia, como sostiene justamente Dussel, y no la superexplotación, como lo señala Marini (Katz: 2017, 6).

Para un cierto sector en el campo del marxismo latinoamericano, con señalar intercambio desigual, o en este caso transferencias de valor, les parece que ya han resuelto el problema para explicar la dependencia, o el “atraso”, para proseguir con la terminología empleada por Katz. Pero el problema recién comienza en su manifestación: el establecimiento de precios de producción y de mercado entre economías con mayor composición orgánica que se ubican por encima del valor producido, en perjuicio de economías con más baja composición orgánica, en donde dichos precios se ubican por abajo del valor.

Los problemas a explicar recién comienzan porque el problema es explicar por qué un proceso que podría ser temporal, por el desplazamiento de los capitales perjudicados a las posiciones y niveles de productividad de los beneficiado y por agilizar el desplazamiento de fuerza de trabajo, elementos considerados para “la nivelación constante de las constantes desigualdades” (Marx, 1973: III: 198), no opera y por el contrario tiende a convertirse en un proceso regular que persiste en el tiempo. Problema que nos remite a la división internacional del trabajo, la imperante y las que han imperado en periodos previos, y a las particularidades de los patrones de reproducción de capital que se generan en unas y otras economías, que tienden a reproducir en iguales direcciones el intercambio desigual. Señalar que el problema reside en que operan transferencias de valor, como lo reitara Katz, es quedarse en la superficie del mismo.

Desde las economías dependientes se hace necesario explicar cómo se reproducen el capitalismo con baja productividad y por qué dicho capitalismo no se siente compulsionado a desatar el aguijón productivista sustentado en mayores conocimientos y tecnologías 2/, lo que llevaría a elevar la composición orgánica, como la competencia y la pérdida de valores lo indicarían, lo que podría generar economías “autocentradas”, en el lenguaje de Amin (Amin:2011, 99), y no economías “extrovertidas” (Ibid) . Es en esta dirección que alcanzan sentido la tesis de una reproducción capitalista sustentada en la apropiación de parte del fondo de consumo de los productores para convertirlo en fondo de acumulación, bajo los diversos mecanismos cómo opera la superexplotación.

Los debates sobre causas y consecuencias a los que alude Dussel y retoma Katz sólo llevan a falsos problemas. Sin intercambio desigual no hay dependencia, sin superexplotación no hay capitalismo dependiente, sin capitalismo dependiente no hay intercambio desigual. Y así se genera una espiral en donde las causas se convierten en consecuencias y las consecuencias se convierten en causas. Ambos procesos se retroalimentan y se impulsan. La reproducción en el capitalismo dependiente se sustenta en la superexplotación. Un capitalismo de esta naturaleza no puede competir en los mercados mundiales sin permitir intercambios desiguales. Y dichas transferencias alimentan la baja productividad, una producción volcada a los mercados exteriores, violar el valor de la fuerza de trabajo y el despliegue de un capitalismo que desarrolla el subdesarrollo.

En estas condiciones las brechas en el mercado mundial entre unas y otras formas de capitalismo no pueden sino acrecentarse, como se acrecientan al interior de cada cual las contradicciones y brechas inherentes a todo capitalismo, agudizadas en todo caso en el capitalismo dependiente.

5.- Pero ante la falta de explicaciones propias frente al problema, la salida de Katz en su proyecto de renovación de la TMD es adscribirse a otra propuesta que niega el intercambio desigual y el imperialismo y que hace de la renta el eje del atraso y el subdesarrollo, y que formula que la producción de materias primas y alimentos propicia que sean las economías de la región las que sustraen valor de las economías desarrolladas (una teoría del intercambio desigual, pero al revés).(Iñigo Carrera: 2007). Desde ese punto de partida, que parece ofrecer un piso para romper con el subdesarrollo y la dependencia, lo terminaría, por el contrario por reforzar.

Tras destacar que “el lucro embolsado por los terratenientes constituía una transferencia de plusvalía gestada en los países importadores de (…) alimentos”, resultado de una renta diferencial asentada en fertilidades excepcionales”, Katz agrega que esta tesis fue “posteriormente perfeccionada para explicar los enormes ingresos receptados por Argentina desde fines del siglo XIX”. (Katz:2018c, 10-11). Y en ese perfeccionamiento según Katz, se sostiene que “la plusvalía apropiada por la clase dominante argentina fue re-apropiada por sus competidores británicos” y más tarde por los capitales estadounidenses. Pero que ese monto se redujo, porque “la captación local (de la renta) se diluyó por su recaptura a manos de empresas extranjeras”, instaladas en “frigoríficos, bancos y ferrocarriles ingleses que controlaban y financiaban la comercialización externa del trigo y la carne” (Katz, 2018c, 11). En medio de la confusión si dicha renta se redujo o se diluyó, nuestro autor sostiene que queda “un saldo favorable” (entonces no se diluyó del todo), el cual “queda contrarrestado por el déficit comercial de una industria más concentrada, extranjerizada y subsidiada”, por lo que “la captación inicial de divisas por parte del agro (reducida JO)) se esfuma luego (¿se pierde? ¿vuelve a diluirse? JO) en la industria y las finanzas” (11).

No deja de ser una enorme ingenuidad, sin desconocer las buenas intenciones que lo animan, el señalamiento de Katz de que “desde una óptica dependentista este enfoque (el de la renta de Íñigo Carrera JO) podría ser interpretado como una variante del ciclo estudiado por Marini” (2018, 11). Sólo que esta propuesta tendría que asumir el intercambio desigual y la teoría del imperialismo, y que ajustar su noción de superexplotación (en tanto salarios por debajo de su valor) a la renovación conceptual propuesta por Katz de “salarios bajos”. Casi nada.

Con la misma ligereza anterior creo que Katz podría formular en próximas entregas la idea contraria: que la propuesta de Marini, renovada claro está, se constituya en una variante del despliegue de la teoría de la renta para América Latina de Íñigo Carrera. Al fin que coinciden en tanto.

Nuestra crítica a las formulaciones de Katz en este tema no pueden ser interpretadas como un rechazo a la relevancia del tema de la renta para comprender la dinámica del capitalismo dependiente, asunto que ya señalamos en un texto anterior (Osorio: 2017). La crítica se dirige a la sobredimensión que tanto Iñigo Carrera, y ahora Katz, le otorgan a la renta como elemento explicativo de la debilidad de la acumulación en el primero, y al subdesarrollo y el retraso por el segundo.

El peso de la renta no se remite sólo a Argentina. Previamente Katz ha destacado que “el usufructo de la naturaleza para las nuevas empresas es registrada por el nuevo concepto de extractivismo”, en donde “en el mapa del petróleo, los metales, el agua y las praderas flamean las banderas de las principales economías desarrolladas”, ya que “la renta es ambicionada por las clases dominantes del centro (pero también de) la periferia”. (9-10), con lo que asume que el proceso arriba reseñado es generalizado en la región.

Pero no se puede trasladar la supuesta condición excepcional argentina hacia el resto de las economías latinoamericanas, todas o casi todas exportadoras de materias primas y alimentos. Aquí lo que prevalece en el largo plazo es la tendencia al decrecimiento relativo de los precios de los bienes que exporta la región, a pesar de momentos en que estos se eleven en coyunturas, como ocurrió con casi todos los bienes de exportación en la primera década del siglo XXI. A falta de mejores datos, como sería el cálculo del peso de la renta internacional, podemos recurrir –para aproximarnos al problema-, como “indicio”, a los estudios referidos al deterioro en los términos de intercambio, en donde con estadísticas desde fines del siglo XIX hasta entrado el siglo XXI se muestra que los precios de la mayoría de los productos de exportación de América Latina, sean materias primas o alimentos, han perdido peso relativo frente a los precios que la región adquiere de las economías desarrolladas (Ocampo y Parra: 2003, 11), en donde la carne de res y la de cordero constituyen dos de los cuatro productos básicos (junto a madera y tabaco) cuyos precios aumentaron relativamente frente los precios de los productos manufacturados en el siglo XX (Ocampo y Parra: 2003, 13).

Aun asumiendo la hipótesis que Argentina obtiene cuantiosa renta diferencial, se requiere una explicación consistente, más allá de describir la transferencias de utilidades, remesas de ganancias, o intereses como lo hace Katz, porque lo primero que habría que explicar es que si así ocurre, cómo clases dominantes con ese poder, ubicadas en una condición excepcional frente a sus congéneres de la región , se sometieron y se someten a los dictados del capital transnacional y no han puesto en marcha procesos que permitieran revertir esa situación y mantienen a esa formación social en la condición de economía subdesarrollada y dependiente.

La presencia de voraces capitales locales y extranjeros apropiándose de las riquezas naturales de la región no basta para dar por sentado que el proceso camina en una dirección que haya puesto fin al intercambio desigual en perjuicio de las economías dependientes.

A la luz de estos señalamientos, sólo cabe preguntarse si la propuesta de Katz busca efectivamente constituirse en una actualización de la teoría marxista de la dependencia. Todo parece indicar, por el contrario, que se trata es de un esfuerzo de formulación que poco o nada refiere con la TMD. No aparecen en ninguno de los escritos difundidos por Katz, además, los conceptos y categorías que puedan dar cuenta de cómo las transferencias de valor (que predominan en la actualización) y los bajos salarios (nueva determinación de la superexplotación) se articulan para generar subdesarrollo y, más serio aún, la modalidad de capitalismo que sería el capitalismo dependiente.

6.- Parte sustantiva de las discrepancias que hemos destacado tienen que ver también con el estatuto de la teoría marxista de la dependencia y del capitalismo dependiente. En una entrevista reciente, Katz (2018b) señala que a diferencia de Cueva -que “rechazó la existencia de leyes propias del capitalismo “dependiente”-, y de Marini y Dos Santos, -que sostenían lo contrario; Marini incluso sostuvo que “la tarea fundamental de la teoría marxista de la dependencia consiste en determinar la legalidad específica por la que se rige la economía dependiente” (Marini , 1973: 99), Katz señala su acuerdo con “reformulaciones” que consideran a la teoría marxista de la dependencia como “paradigma” o programa de investigación”, pero en su amplio “acuerdo con criterios flexibles”, también concuerda con aquellos que la consideran “perspectiva”, “enfoque”, “punto de vista”, y podemos agregar “intuición” 3/.

¿Qué denotan estos términos? Que basta entender las transferencias de valor para tener la respuesta sobre “la dependencia”, ya que siguiendo en lo fundamental el señalamiento de Cueva (1994:78) antes expuesto, para Katz no existe una entidad llamada “capitalismo dependiente”, y si existiese no presenta leyes específicas ni procesos sui generis.

Por tanto, los señalamientos sobre superexplotación, ruptura del ciclo del capital, a los que agregaríamos “desarrollo del subdesarrollo”, particularidades del ciclo del capital, sobredimensionamiento de la plusvalía extraordinaria, Estados subsoberanos, predominio de patrones de reproducción del capital volcados al exterior, no constituyen elementos que den cuenta de una forma particular de capitalismo, el dependiente (Osorio: 2016). Al fin que como señaló Cueva, con los conceptos y categorías presentes en El capital es suficiente para explicar el atraso, el subdesarrollo y la dependencia.

20/06/2018

Referencias

Amin, Samir (2011), La ley del valor mundializada. Por un Marx sin fronteras, El Viejo Topo, España

Cueva, Agustín (1977), El desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI Editores, México, (1994) décima quinta edición.

Íñigo Carrera, J. (2007), La formación económica de la sociedad argentina, vol. I. Renta Agraria ganancia industrial y deuda externa. 1882-2004. Imago Mundi, Buenos Aires.

Katz, Claudio (2017), Aciertos y problemas de la superexplotación,

En katz.lahaine.org/b2-img/ACIERTOSYPROBLEMASDELASUPERXPLOTACION.pdf

Katz, C. (2018a), Controversias sobre la superexplotación.

Recuperado en http://contrahegemoniaweb.com.ar/controversias-sobre-la-superexplotacion/

Katz, C. (2018b), Hacia una renovación del paradigma de la Teoría de la Dependencia Recuperado en http://cronicon.net/wp/hacia-una-renovacion-del-paradigma-de-la-teoria-de-la-dependencia/

Katz C. (2018c), Dependencia y teoría del valor.

Recuperado en https://katz.lahaine.org/dependencia-y-teoria-del-valor/

Marini, Ruy Mauro (1973), Dialéctica de la dependencia, Serie Popular Era, México.

Marx, Carlos (1973), El capital, tomo I, Fondo de Cultura Económica, México.

Marx, Carlos (1973), El capital, tomo III, Fondo de Cultura Económica, México.

Ocampo, J. A. y Parra, M. A. (2003), “Los términos de intercambio de los productos básicos en el siglo XX”, Revista de la CEPAL, núm. 79, Santiago de Chile.

Osorio, Jaime (2016), “Sistema mundial y formas de capitalismo. La teoría marxista de la dependencia revisitada”, Teoría Marxista de la dependencia. Historia, fundamentos, debates y contribuciones. Editorial Ítaca/UAM, México.

Osorio, Jaime (2017), “Ley del valor, intercambio desigual, renta de la tierra y dependencia”, Argumentos n. 83, UAM-Xochimilco, enero-abril, México.

Osorio, Jaime (2018), “Acerca de la superexplotación y el capitalismo dependiente”, Cuadernos de Economía Crítica n. 8, La Plata, Argentina.

Notas:

1/
.- Previamente Katz ha señalado que “los desaciertos teóricos de la superexplotación, no invalidan la presencia práctica de algún símil de esa categoría”. Ya hemos visto que ese símil Cueva lo encontró y Katz lo sigue, en pauperismo absoluto. Pero, añade Katz, la “divergencia (de Cueva) con el concepto y (su) coincidencia con la teoría marxista de la dependencia (¿??) abrieron un sendero de importantes reflexiones” (Katz, 2017, 3), como la tergiversación de la superexplotación.

2/
.- Sobre este proceso véase de Diógenes Moura Breda, Ensayo sobre la ceguera: la industria 4.0 en América Latina. https://hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/06/17Ensayo-sobre-la-ceguera-la-industria-4.0-en-america-latina/

3/
.- Así se refiere a la formulación de Marini sobre la superexplotación (2017:3).

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