Pocas familias habrá en España en las que no haya habido un bisabuelo o un tío bisabuelo que participara en la guerra del Rif (1921-1927), aunque entre las nuevas generaciones el recuerdo está hoy casi perdido. Si muchos ignoran hechos acaecidos en épocas posteriores como el advenimiento de la Segunda República o la Guerra Civil, con más razón desconocen los más alejados en el tiempo. Hacia los ochenta del pasado siglo, todavía había abuelos que podían contar a sus nietos las vicisitudes del servicio militar en África, el cerco al que los tenían sometidos los rifeños en algún fortín, la tortura de la sed… Hoy nadie los recuerda por haberlos vivido. La mayoría de los españoles ignora lo que significó Annual, porque ya no queda nadie para contarlo y en los libros de texto de la escuela nadie se lo cuenta.

Las guerras de Marruecos en la memoria colectiva

Aunque el sangriento revés del Barranco del Lobo solo fuera uno de los tantos sufridos por las tropas españolas en Marruecos, quedaría por mucho tiempo grabado en la memoria colectiva como recuerdo indisociable de la guerra de 1909, e inspiraría una canción popular que aún muchos recuerdan por haberla aprendido en la escuela:

En el Barranco del Lobo
Hay una fuente que mana
Sangre de los españoles
Que murieron por la Patria

Eso era. Se trataba de convencer al soldado de que ir a la guerra a Marruecos equivalía a ir a defender la patria, pero la realidad era que el servicio militar y la guerra suscitaban un creciente rechazo entre las clases populares y representaban un poderoso elemento de movilización, sobre todo debido a la enorme injusticia que representaba el que los hijos de las familias pudieran librarse del servicio militar por dinero. Era lo que se conocía como la redención a metálico. En la oposición a la guerra del Partido Socialista el rechazo al servicio militar era la pieza clave. El eslogan de los socialistas se convirtió en el ya famoso “O todos o ninguno”. La ley de 1877 que modificaba ligeramente las leyes anteriores, que databan del reinado de Carlos III (1759-1788), establecía que el servicio militar, hasta entonces de ocho años, pasaba a ser de tres, pero de ocho en reserva, con exenciones para los que ejercieran determinados oficios, los hijos únicos, los nietos que mantuvieran a sus abuelos y los hijos ilegítimos que mantuvieran a sus padres. La suma a pagar para los que querían librarse del servicio militar ascendía a mil quinientas pesetas, lo que para numerosas familias, incluso de clase media, significaba un gran sacrificio económico (Payne, 1968: 44).

La guerra de 1909 tuvo como consecuencia una reforma del sistema de reclutamiento, obra del general Luque, ministro de la Guerra en 1910-1912. Fue una reforma bastante limitada, ya que no abolía la redención a metálico, aunque obligaba a todos los reclutas a cumplir cinco meses de servicio militar como mínimo, después de los cuales podían librarse pagando la suma de dos mil pesetas. Esta ley trataba de paliar la injusticia tradicional del sistema de reclutamiento, haciendo obligatorio el servicio militar para todos, ya que incluso los que pagaban por librarse de él debían servir en el Ejército cinco meses por lo menos (Payne, 1968: 86-87). Los que podían pagar eran, sin embargo, los mismos que tenían amistades bien situadas para no ir a Marruecos y poder permanecer en la península durante su breve paso por los cuarteles. El resultado fue que, pese a esta reforma del sistema de reclutamiento, los soldados de las clases humildes seguirían siendo enviados a Marruecos para participar en nuevas campañas militares.

Otra iniciativa importante del general Luque, que afectaba también al Ejército, aunque esta vez a los jefes y oficiales, fue el restablecimiento en 1910 del sistema de ascensos por méritos de guerra, que se había suprimido después de los abusos cometidos durante las guerras coloniales de Cuba y Filipinas. Al término de la campaña de 1909 volverían a prodigarse ascensos y condecoraciones. La real orden por la que se restableció el sistema suscitó la hostilidad de los sectores del ejército partidarios de los ascensos por antigüedad, mientras que otros, toda una nueva hornada de jóvenes oficiales salidos en aquellos años de las academias militares, la acogieron con los brazos abiertos porque representaba un acicate para sus ambiciones de hacer una rápida carrera en Marruecos. Estos últimos eran los conocidos como africanistas y que yo prefiero llamar africano-militaristas.

El desastre colonial de 1921

El Desastre de Annual fue bastante más que la caída de un puesto militar. Significó el derrumbe de todos los puestos militares españoles hasta las puertas de Melilla. A principios de 1919, el general Dámaso Berenguer era nombrado, a propuesta del conde de Romanones, entonces ministro de Estado en el gabinete liberal de García Prieto, alto comisario de España en Marruecos, mientras que el general Fernández Silvestre era nombrado en agosto del mismo año comandante general de Ceuta, tras la oportuna destitución del general Arraiz, y, a los pocos meses, en enero de 1920, comandante general de Melilla, tras el también oportuno ascenso de Aizpuru a teniente general. El general Berenguer y el general Fernández Silvestre tenían muchas cosas en común. Ambos eran del arma de Caballería y habían nacido en Cuba, el primero en 1873 y el segundo en 1871. Era vox populi que el nombramiento de Berenguer para el cargo de alto comisario se lo debía a Fernández Silvestre por la influencia que este tenía sobre el rey. Se daba la circunstancia de que siendo Fernández Silvestre su subordinado, era más antiguo que Berenguer en el escalafón, lo que podría ocasionar roces y situaciones embarazosas entre los dos generales. Los poderes otorgados a Fernández Silvestre al frente de la Comandancia General de Melilla eran muy extensos, y esta comandancia, por estar más distanciada del alto comisario, gozaba de mayor autonomía. Ambos generales deseaban triunfar en sus regiones respectivas, limitándose Fernández Silvestre a trazar los planes y a solicitar la correspondiente autorización, que obtenía sin dificultad, y limitándose Berenguer, por su parte, a formular determinadas observaciones de rigor sobre la conveniencia de contar con los medios necesarios para ejecutarlos.   Daba la impresión de que las solicitudes de autorización para avanzar no eran más que pura fórmula, sabiendo de antemano Fernández Silvestre que Berenguer no las rechazaría.

Los planes de Berenguer no coincidían exactamente con los de Fernández Silvestre, centrándose los del primero en terminar en la región occidental con la rebelión del Raisuni, para confluir después con las tropas de Fernández Silvestre en la conquista de la bahía de Alhucemas. Pero Fernández Silvestre tenía otros planes: ser el primero en llegar a la bahía de Alhucemas, y no por mar como se había intentado otras muchas veces, sino por tierra. A principios de diciembre de 1920, Fernández Silvestre reactivaba las operaciones militares en Beni Ulichek, donde fueron ocupadas diversas posiciones, lo que acarreó la sumisión de diversos jefes de la cabila. La sumisión de la parte oriental de Beni Ulichek, limítrofe de la cabila de Beni Saíd, trajo la sumisión de esta última. Con la ocupación de Beni Saíd y la parte oriental de Beni Ulichek, el plan de operaciones previsto por Fernández Silvestre había sido enteramente ejecutado. No obstante, estimando que el frente de los nuevos territorios necesitaba ser protegido de los ataques de los resistentes de las cabilas limítrofes, en enero de 1921 Fernández Silvestre solicitaba del alto comisario la autorización para ocupar una serie de posiciones de protección, entre las que figuraba Annual, que fue ocupado el 15 de dicho mes, y Sidi Dris en la costa, que lo fue en marzo. Estas ocupaciones habían resultado, sin embargo, demasiado fáciles como para no hacerse preguntas sobre las circunstancias que las habían hecho posibles. El 10 de enero de 1921, pocos días antes de la ocupación de Annual, Berenguer decía en una carta a Fernández Silvestre: “Creo que todavía la situación de aquellas cabilas muy desgastadas ya por la resistencia y en las que existe un estado verdaderamente crítico por el hambre que reina en el Rif te han permitido avanzar más nuestras líneas” (Berenguer, 1923: 10). Otras fuentes confirman la hambruna que padecía la zona. En un despacho enviado el 14 de diciembre de 1920 por el encargado de Negocios de Gran Bretaña en Tánger al vicecónsul británico a Tetuán decía:

“(…) Las malas cosechas en toda la zona han provocado una hambruna tan grande, que incluso se registraron varios casos de envenenamiento por el consumo de raíces venenosas, y un éxodo sin precedentes de los habitantes. Un gran número de rifeños –hombres y mujeres– ha llegado a Tetuán en busca de trabajo y comida y varios cientos de hombres se han alistado en las tropas indígenas españolas. Los españoles han aprovechado esta situación favorable para avanzar en las cabilas de Beni Ulichek y Beni Saíd (…)” (Foreign Office, 371/4527).

En el avance de Fernández Silvestre hacia Alhucemas quedaba aún la cabila Temsamán, cuyos jefes principales se habían presentado a principios de enero ante el coronel Morales, jefe de la Oficina de Asuntos Indígenas, con la excepción del jefe de la fracción de Trugut, fronteriza de Beni Urriaghel, que se había abstenido por temor a represalias de esta última. En este territorio estacionaba, en Yub el Kama, la harka de Beni Urriaghel, compuesta mayoritariamente de contingentes de esta cabila y de algunos de Bocoya y Beni Tuzin. No disponiendo de elementos suficientes y pensando que era necesario intensificar antes la acción política, Fernández Silvestre consideraba que un nuevo avance en esta cabila no era oportuno, cuando súbitamente cambió de idea y decidía ocupar la posición de Abarrán. Para ello se basaba no en los informes del coronel Morales, quien consideraba que no había llegado el momento de realizar un nuevo avance, sino en los informes del comandante Vilar, jefe del sector de policía del Kert, quien había llevado a cabo las gestiones de la ocupación de Abarrán y sería el encargado de ejecutarla. La ocupación fue presentada como una simple operación de policía, aunque la columna, compuesta de 1.461 hombres, era excesiva en relación con la que normalmente intervenía en las de esa naturaleza. La fuerza salió de Annual el 1 de junio de 1921, a la una de la madrugada; a las cinco se había coronado el monte de unos 525 metros, y a las seis se empezó a fortificar, trabajo que terminó a las once menos cuarto. Situada a seis kilómetros de Annual en línea recta, pero de terreno tan abrupto que las tropas tenían que hacer un recorrido de diecisiete kilómetros para llegar a ella, la posición de monte Abarrán (D’har Abarran) era difícil de abastecer y de socorrer en caso de ataque. El lugar elegido para la instalación del puesto carecía de agua y de piedras para construir un buen parapeto, por lo que hubo que hacerlo con sacos terreros que, al estar podridos, se desfondaban y solo dieron para cubrir un frente y parte de otro, de una altura que, según testimonios, llegaba en algunos lugares a la cintura, y, en otros, a las rodillas. Poco después de terminado el trabajo de fortificación, la columna de Vilar efectuó su retirada y una hora más tarde resonó el primer cañonazo de la posición que era atacada y caía hacia las cuatro y media o cinco de la tarde. La guarnición que había quedado en ella se componía de siete oficiales –seis españoles y uno marroquí–, de unos doscientos marroquíes (policía indígena y Regulares) y unos cuarenta y dos europeos de tropa. Cinco oficiales españoles –dos capitanes, dos temientes y un alférez–, todos de la policía indígena o de Regulares, murieron en el ataque, salvando la vida solo el teniente Flomesta, de artillería, que cayó prisionero de los rifeños y murió al poco tiempo por negarse a ingerir alimentos. A Annual y Bumeyan lograron llegar setenta y dos hombres, de los cuales veinticinco eran europeos. Todo el material quedó en manos de los rifeños, los fusiles, las ametralladoras y las cajas de municiones, más la batería de montaña.

Fernández Silvestre tardó en dar explicaciones sobre los hechos acaecidos hasta un telegrama del día 7 de junio, en el que se limitaba a señalar que la pérdida de la posición se debía “a la desafección de la harka auxiliar”. El descalabro de Abarrán se presentó ante la opinión pública como un pequeño revés, frecuente en las guerras coloniales. Sin embargo, era algo más que un “hecho aislado”. Como consecuencia de la caída de Abarrán, los cabileños de Temsamán pasaron a engrosar la harka rifeña, cuyos contingentes aumentaron considerablemente. Importantes en el aspecto militar, las repercusiones de Abarrán lo fueron no menos en el político. El triunfo de la harka elevó la moral de los resistentes. Era la primera vez que se hacían con una posición dotada de artillería. Ahora ya disponían de cañones, cosa de la que hasta entonces carecían.

La resistencia rifeña ahora estaba dotada de organización, dirección, más recursos y mejor armamento

El ataque a Abarrán y luego a Sidi Dris demostraba que la resistencia rifeña había cambiado sus procedimientos de acción y que ahora estaba dotada de organización, dirección, más recursos y mejor armamento (Expediente Picasso, 1931: 36). Cobró ascendiente y fue creando en el sector de Annual una situación cada vez más peligrosa. Aunque momentáneamente parecía resignarse a no lanzarse a ninguna nueva operación militar, no tardó en concebir el proyecto de ocupar Igueriben, con el pretexto de reforzar la línea de comunicación con Annual en su último recorrido ante la posible incursión de la harka. Igueriben fue ocupado el 7 de junio de 1921, sin que se registrase más que un pequeño tiroteo por parte de los grupos destacados de la harka enemiga, que en los días siguientes no dio muestras de abierta hostilidad, a pesar de haberse engrosado considerablemente con nuevos contingentes.

Situada a seis kilómetros de Annual, la posición de Igueriben se hallaba rodeada de alturas erizadas de riscos y los caminos que a ella conducían estaban cortados por profundos barrancos. Cerca de la posición se alzaba la pequeña loma de Sidi Brahim –llamada por los españoles Loma de los Árboles– que un pequeño cuerpo de guardia ocupaba a diario con el objeto de proteger la aguada, distante cuatro kilómetros y medio, y que era preciso proteger a diario por no disponer de suficientes cubas ni de acémilas para transportarlas. Cada dos días se hacía desde Annual un convoy escoltado por las fuerzas de Regulares, que tenían su campamento en esa posición. Aunque fuertemente hostilizados, los convoyes conseguían pasar, cuando la Loma de los Árboles –que servía de protección a la aguada, pero que las tropas españolas nunca habían llegado a ocupar de manera permanente– fue tomada el 16 de junio por los combatientes rifeños, que se hicieron fuertes allí, construyendo trincheras y parapetos con el objeto de impedir la aguada y el paso de los convoyes. Los convoyes, pese a las dificultades y enormes pérdidas, consiguieron pasar hasta el 17 de julio, en que la harka lanzó un fuerte ataque contra las posiciones del frente Buimeyan-Annual-Igueriben, estrechando el cerco contra esta última. Desde entonces Igueriben estaba prácticamente sitiado, y el objetivo de la harka era conseguir la rendición de la posición por hambre, sed y agotamiento de municiones. Ante la imposibilidad de socorrer la posición, Fernández Silvestre dio al comandante Benítez la autorización de evacuarla y retirarse sobre Annual. Antes de evacuar la posición, Benítez todavía intentó resistir hasta gastar los últimos cartuchos. Veinte por hombre. La mayoría de los defensores de Igueriben moriría. Un sargento y diez hombres de tropa lograron llegar a Annual, con las fauces abrasadas por la sed, enloquecidos de espanto y sin habla. Murieron todos los oficiales, salvo el teniente Casado (1923) que cayó en manos de los rifeños y terminó preso de Abd-el-Krim en Axdir.

Y, de pronto, sin que se lo esperasen, Annual, tras Igueriben, caía inmediatamente en manos rifeñas como un fruto maduro. La posición, cuyo valor estratégico era muy deficiente, se encontraba dominada por todos lados por las montañas que la circundaban, y la aguada situada a tres kilómetros, en un barranco, era batida desde el campo enemigo (Expediente Picasso, 1931: 332). El teniente coronel Pérez de Ortiz la describe como una verdadera ratonera (Pérez Ortiz, 1923: 9). Los días anteriores a la caída de Annual las fuerzas allí concentradas ascendían a unos 3.000 hombres, incluidos dos escuadrones de Regulares, a los que vinieron a sumarse el día 19 otros 1.000, y el día 21 unos 470 de policía indígena y harkas auxiliares, lo que arrojaba un total de unos 5.000 hombres. La harka rifeña hostilizó la posición el día 21, pero sin lanzar un ataque en regla. Considerando, sin embargo, que la situación era grave, Fernández Silvestre convocó ese mismo día por la noche una reunión de los jefes militares para examinar con ellos las medidas que convendría adoptar. Cabían tres soluciones: parlamentar con los rifeños para negociar la rendición del puesto; seguir resistiendo, y, por último, evacuar el puesto, ya fuera mediante una retirada en regla o por sorpresa. La mayoría era partidaria de retirarse, incluido Fernández Silvestre, que proponía un repliegue al puesto de Ben Tieb. Permanecer en la posición planteaba el problema de cómo poder resistir: solo quedaban víveres para cuatro días; se carecía de agua y hacer la aguada suponía librar a diario un combate que costaba muchas víctimas; las municiones eran escasas y, desde luego, no bastaban para una resistencia prolongada en caso de ataque, por lo que la posición tendría que terminar por rendirse. En vista de la situación, todos optaron por la retirada, que Fernández Silvestre dispuso se efectuaría a las seis de la mañana, si bien les previno de que no dijeran nada a los oficiales, ya que debía ser una retirada por sorpresa. Después, tras comunicarse con el ministro de la Guerra y el alto comisario, a quienes pidió refuerzos, que ambos le prometieron que le mandarían, cambió de idea y manifestó que no se retirarían. No obstante, al no poder salir de Ceuta antes del 24 ni llegar a Annual hasta el 27, había que resolver si era mejor retirarse o esperar la llegada de esos refuerzos.

Parecía que el general Fernández Silvestre había optado por mantenerse en la posición hasta la llegada de los refuerzos prometidos cuando un hecho inesperado precipitó las cosas. El capitán Carrasco, de la policía indígena, avisó al coronel Manella y este a Fernández Silvestre de que numerosas fuerzas enemigas avanzaban sobre Annual en tres columnas formadas como tropas regulares, lo que desencadenó la alarma, haciendo que Fernández Silvestre volviera a cambiar de idea y decidiese evacuar inmediatamente la posición (Expediente Picasso, 334, 414). Aquí las versiones varían sobre quién dio la orden de retirada. ¿Fue únicamente iniciativa de Fernández Silvestre o recibió este del alto comisario la orden de retirarse? Más importante, no obstante, que preguntarse de dónde salió la orden de retirarse, es la cuestión de saber si hubo o no ataque en toda regla a Annual por parte de la harka rifeña. Si es muy cierto que esta hostilizaba la posición, no parece que en ningún momento la atacase abiertamente ni que se propusiera hacerlo en la mañana del 22 de julio. La falsa voz de alarma del capitán Carrasco desencadenó todo el proceso. No había ni mucho menos miles de harqueños avanzando hacia Annual, sino un nutrido grupo de rifeños que, por haber celebrado una reunión aquella mañana, se dirigían a relevar las guardias más tarde que de costumbre 1/. No hubo, pues, nunca ataque a Annual. La posición fue evacuada sin ser atacada, como lo serían después la mayoría de las del territorio. Lo que sí parece seguro es que la retirada por sorpresa ordenada por Fernández Silvestre fue una auténtica sorpresa para los rifeños que no se lo esperaban. El primer sorprendido fue el propio Abd-el-Krim, que estaba lejos de sospechar que los acontecimientos se precipitarían con la rapidez con que lo hicieron 2/.

La forma en que debía realizarse la evacuación se había tratado muy por encima. De manera que cuando se dio la orden apremiante de salir de la posición, las unidades, sin dar tiempo a formarlas, salieron del campamento en precipitada fuga, sueltas, incompletas, atropellándose y confundiéndose, sin mando en muchos casos, al no estar advertidos los capitanes que las mandaban del objeto y dirección de la marcha. Ante el desorden y el atropellamiento reinantes, hubo intentos de encauzar la evacuación, procurando algunos, pistola en mano, contener a los fugitivos e incorporarlos a sus unidades que marchaban más o menos congregadas. En su alocada fuga, aquel desordenado tropel iba dejando abandonados el armamento y el material. En ciertas partes del camino este era angosto y grande la acumulación de fuerzas que se atascaban y atropellaban para abrirse paso. Individuos sueltos, otros montados, camiones y otros vehículos, artolas con heridos, todo en confuso tropel, empujaban por adelantarse a los demás. Algunos mulos, empujados por otros o espantados por los automóviles, se despeñaron por el barranco, arrastrando consigo la carga que llevaban. Envueltos en nubes de denso polvo, sedientos, muchos caían al suelo agotados, para no volver a levantarse nunca más. Los que llegaron a la posición de Izumar, se encontraron con que esta ya había sido abandonada, sin que los rifeños la hubiesen atacado. Lo mismo que otras posiciones de la circunscripción de Annual. Todos los intentos de jefes y oficiales para rehacer y organizar las fuerzas resultaron vanos. Cundía el pánico.

España volvía a encontrarse como en 1909. El Desastre de Annual fue mucho más que la caída de una posición militar

A los que no perecieron en el camino o fueron hechos presos y consiguieron llegar a Ben Tieb, el jefe de la posición intentó en vano retenerlos, pero “los soldados que se lograba hacer entrar en la posición, se marchaban por otra puerta” (Expediente Picasso: 104). Allí no había mando ni dirección. La confusión reinaba por doquier. Decidieron replegarse a Dar Drius, una distancia de diez kilómetros, pensando que podrían mantenerse allí, pero el general Navarro, comandante en jefe de las tropas del territorio después de la muerte de Fernández Silvestre en Annual, llegó a Dar Drius el día 23 y dio la orden de evacuación. De Dar Drius se dirigieron a Batel, después a Tistutín, donde se mantuvieron unos días, para refugiarse, por último, en Monte Arruit. Allí se mantuvieron hasta el 10 de agosto, en que la posición, cercada y hostilizada por los rifeños, terminó por rendirse y ser evacuada. Algunas de las fuerzas sueltas y sin mando que no se habían dirigido a Monte Arruit, habían ido a refugiarse a Nador, que fue evacuado el 2 de agosto, y otras a Zeluán, que capituló el día 3, sin contar todos los que, de un modo u otro, habían conseguido llegar a Melilla. Todo el territorio conquistado en doce años, a costa de mucho dinero y mucha sangre, se había perdido en veintiún días. España volvía a encontrarse como en 1909. El Desastre de Annual fue mucho más que la caída de una posición militar. Significó el desmoronamiento de todos los puestos militares de la Comandancia General de Melilla.

Nunca se sabrá con exactitud cuántos murieron en el desastre, no solo por las balas de los rifeños, sino también de sed, agotamiento o de enfermedades como la disentería o el paludismo. Se calcula que en la retirada de todas las posiciones perecerían de 8.000 a 10.000 personas. Indalecio Prieto dio en el Congreso, en octubre de 1921, la cifra de 8.668 bajas 3/. Las cifras relativas al número de fuerzas en la Comandancia de Melilla ofrecen notables diferencias. El 30 de junio serían, para 121 posiciones y guarniciones, de 361 jefes y oficiales y 9.303 de tropa; el 22 de julio, para 144 posiciones y guarniciones, de 588 jefes y oficiales y 16.582 de tropa, lo que arroja una diferencia de 23 respecto a las posiciones, de 277 a los jefes y oficiales y de 7.279 a la tropa. Con respecto a la última fecha, otros datos dan la cifra de 841 jefes y oficiales y de 20.139 de tropa, lo que representa respecto de las anteriores una diferencia de 257 para los jefes y oficiales y de 3.557 para la tropa. No estando justificadas las diferencias por el envío de fuerzas al territorio, cabe preguntarse si los que figuraban en la última estaban en sus puestos o solo lo estaban quienes aparecen en la primera o en la segunda (Expediente Picasso, 1931: 313). Puede que los que estaban en la lista más numerosa no estuvieran efectivamente en sus puestos, dada la prodigalidad con que se concedían los permisos. Las imprecisiones sobre los que estaban realmente allí, no en el papel, sino físicamente en el momento de los hechos, dificultan, pues, calcular con exactitud cuántas fueron las bajas.

Las secuelas del desastre

El Desastre de Annual y el derrumbamiento de todos los puestos militares de la Comandancia de Melilla cayó en el país como un mazazo. Al primer sentimiento de perplejidad siguió el de indignación. La opinión pública exigía responsabilidades. ¿Cómo había podido producirse una catástrofe de tales dimensiones en tan pocos días? Eso fue lo que se propuso averiguar el general Juan Picasso González, a quien una real orden del 4 de agosto de 1921 confiaba la instrucción de un expediente gubernativo destinado a esclarecer las circunstancias que concurrieron en los sucesos de carácter militar acaecidos en el territorio de la Comandancia General de Melilla en los meses de julio y agosto de 1921. Trasladado a Melilla, el general Picasso realizó un excelente trabajo, en el que, tras recabar el máximo de información de jefes, oficiales y tropa, así como de civiles, testigos de los sucesos, presentaba sus conclusiones sobre las que podían haber sido las múltiples causas, tanto de orden militar como político, de la catástrofe.

Lo primero de todo, cabría señalar que la elección de las posiciones obedecía más a razones políticas que militares. No tenía en cuenta las dificultades del terreno en el que se instalaban y, por tanto, de las comunicaciones. Su mayor deficiencia consistía sobre todo en no disponer de aljibe y en que la aguada se encontraba, en general, muy alejada de ellas, a veces a varios kilómetros. Cabría señalar, asimismo, que las defensas de los recintos eran muy endebles, casi siempre de sacos terreros y alambradas.

Otro aspecto que se debía tener en cuenta era el de la deficiente instrucción de los reclutas, de solo un mes. Muchos no sabían disparar y, algunos, ni cargar un fusil. El armamento estaba en muy mal estado, con fusiles vetustos, algunos de los cuales databan de la guerra de Cuba. Otro punto débil era el de los transportes, por la escasez de camiones, lo que hacía que el aprovisionamiento a varias posiciones tuviera que hacerse en acémilas que recorrían kilómetros por terrenos escarpados.

A la catástrofe también contribuyeron la dispersión de posiciones en el territorio, mal abastecidas y guarnecidas, la disgregación de fuerzas y la acumulación de estas en el frente de Annual, dejando desguarnecida la retaguardia. El levantamiento general de las cabilas del territorio sometido solo se produjo después de evacuados los puestos por los españoles, no antes. No fue, pues, el levantamiento de las cabilas lo que provocó el abandono de las posiciones, sino al contrario. Fue tal el pánico a que se produjera el levantamiento, que no se pensó en otra cosa que en la huida para salvar el pellejo.

El Expediente Picasso destaca otras muchas lacras del Ejército español. El testimonio de algunos soldados revela que en la desbandada de Annual las unidades marchaban al mando de un sargento porque sus capitanes y tenientes se habían esfumado. La permisividad del alto mando en la concesión de permisos hacía que cuando se produjo la catástrofe de Annual, al frente de muchas guarniciones estaba solo un sargento o hasta un cabo. Hubo casos vergonzosos de oficiales y mandos que se despojaron de sus distintivos –estrellas y otros emblemas– para no ser reconocidos como tales.

En Annual pereció Silvestre, no se sabe exactamente cómo ni en qué circunstancias. Las versiones y testimonios varían: unos dicen que murió luchando hasta el final, pistola en mano; otros, que se suicidó. Con él murieron, también en Annual, los coroneles Manella y Morales, así como otros jefes y oficiales. ¿Era Silvestre el único responsable de los hechos? Lo más cómodo y fácil era echarle la culpa al muerto (nunca mejor dicho). Esto intentaron muchos para librarse de toda responsabilidad, empezando por Berenguer y los miembros del Gobierno. ¿Hasta dónde le fue permitido al general Picasso instruir su expediente gubernativo? Por real decreto del 24 de agosto, y luego del 1 de septiembre de 1921, la información del general Picasso debía quedar limitada a los hechos realizados por los jefes, oficiales y tropa, que habían dado lugar a la rápida evacuación de las posiciones, pero no debía extenderse en ningún caso al alto comisario, comandante en jefe del ejército de África. Berenguer quedaba, pues, excluido de la información del juez instructor por decisión del Gobierno, que así lo había acordado en Consejo de Ministros.

El debate en torno a las responsabilidades por el Desastre de Annual cobró tales dimensiones que adquiría ya los caracteres de un proceso al régimen. Era del dominio público que el general Fernández Silvestre era “amigo particular y protegido del rey”, en palabras del embajador británico en Madrid 4/, y eran cada vez más insistentes los rumores de que Alfonso XIII había aconsejado al general avanzar, reafirmándole su apoyo. Corría la voz de que el rey habría enviado a Fernández Silvestre un telegrama, en el que con aquella bravuconada de “Olé los hombres, el 25 te espero”, le animaba a cumplir su promesa de que el 25 de julio, día del Apóstol Santiago, conocido vulgarmente como Santiago Matamoros, estaría en Alhucemas. Este famoso telegrama nunca se encontró ni pudo probarse que existiera, aunque bien podría habérsele hecho desaparecer. En este sentido, resulta por demás sospechosa la decisión de Fernández Silvestre, al verse perdido en Annual, de mandar a Melilla en un coche rápido a su hijo, en compañía del teniente coronel Tulio López (Expediente Picasso, 1931: 336), ayudante del general, quienes, al no tener las llaves de su despacho, descerrajaron los cajones llevándose los documentos. También fue descerrajada la mesa del comandante Hernández, secretario particular de Fernández Silvestre (Comisión de Responsabilidades, 1931: 335-336). ¿Qué documentos contenían las mesas del general y de su secretario particular que corría tanta prisa recuperar y hacer desaparecer?

El debate en torno a las responsabilidades por el Desastre de Annual adquiría ya los caracteres de un proceso al régimen

Además del Expediente Picasso, la Comisión de Responsabilidades del Congreso trató de desentrañar las causas de aquella catástrofe. Constituida a principios de julio de 1923 a propuesta del diputado reformista Álvarez Valdés, estaba compuesta de 21 diputados de diferentes partidos políticos, y tenía por misión examinar todos los documentos y datos que estimara necesarios solicitar del Gobierno, y practicar después todas las informaciones que juzgara convenientes para dictaminar sobre la conveniencia de formular una proposición de actuación en el Senado contra las personas que hubiesen contraído responsabilidades con motivo de la acción de España en Marruecos. Se proponía recabar información no solo sobre los hechos acaecidos en julio de 1909, sino sobre los antecedentes de la acción de España desde 1909 y la posterior al Desastre de Annual, seguida por los diferentes gobiernos y las autoridades militares de la zona. Ante la comisión declararon altos mandos del Ejército, incluidos los altos comisarios Marina, Berenguer y Burguete, jefes militares como el general Cabanellas, el coronel Riquelme y el teniente coronel Dávila; el alto comisario civil Silvela y otros destacados funcionarios civiles de la Alta Comisaría, como López Ferrer, o del Gobierno, como Aguirre de Cárcer, jefe de la Sección de Marruecos del Ministerio de Estado. La Comisión de Responsabilidades debía reunirse el 20 de septiembre de 1923 para redactar las conclusiones que presentaría a principios de octubre a la mesa del Congreso. El golpe de Estado del general Primo de Rivera el 13 de septiembre le impidió presentarlas.

Contrariamente a las apariencias, la página de Annual no se había pasado definitivamente; Primo de Rivera, que ya había anulado mediante un decreto ley en mayo de 1924 la normativa establecida en 1918 y 1922 para evitar los favoritismos y abusos de los ascensos por méritos de guerra, completó ese decreto ley con el Reglamento de Recompensas de abril de 1925, conforme al cual estas quedaban restablecidas. Los principales beneficiarios serían las fuerzas de choque, por su destacada actuación en el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925 y operaciones posteriores, empezando por Franco, quien, ya coronel desde febrero de 1925, fue ascendido a general de brigada en febrero de 1926. Con esa fulminante carrera, dos ascensos seguidos en un año, era normal que todos los jefes y oficiales de la Legión soñasen con ser como él, generales a los treinta y tres años. La lluvia de ascensos y recompensas que cayó sobre ellos y sobre otros jefes y oficiales del ejército de África creó de nuevo un profundo malestar entre los militares que no se habían beneficiado de tanta prodigalidad y que seguían siendo en su mayoría partidarios de las antiguas Juntas de Defensa, con cuyo espíritu se identificaban. En este sector del Ejército la desafección a la monarquía era creciente, aunque, entre muchos, más por despecho al sentirse perjudicados que por verdadero sentimiento republicano. Con todo, había una minoría cuyas ideas republicanas más o menos latentes o declaradas y el rechazo a la dictadura se acompañaban de la aspiración a volver a un régimen parlamentario, pero sin el rey.

Si el Desastre de Annual había llevado a la dictadura, sus secuelas a largo plazo causarían también su caída, arrastrando en ella a la monarquía. A su vez, la victoria sobre Abd-el-Krim contribuyó a fortalecer el poder de los elementos más cerriles y ultrarreaccionarios del Ejército, particularmente las fuerzas de choque, que serían la punta de lanza de Franco y de los militares facciosos que se alzaron en julio de 1936 contra la República.

María Rosa de Madariaga es historiadora, especialista de las relaciones entre España y Marruecos. Es autora, entre otras, de las siguientes obras: Abd-el-Krim el Jatabi. La lucha por la independencia, y Marruecos, ese gran desconocido. Breve historia del Protectorado español.

Notas

1/ Comisión de Responsabilidades (1931: 68, 324).

2/ Testimonio personal de Omar El Jatabi, primo de Abd-el-Krim.

Referencias

 Berenguer, Dámaso (1923) Campañas en el Rif y Yebala, 1919-1921. Notas y documentos de mi diario de operaciones. Madrid: Sucesores de R. Velasco.

Casado Escudero, Luis (1923) Igueriben, relato auténtico por el único oficial superviviente, copia reimpresa por los nietos del teniente Casado exclusivamente para la familia.

Comisión de Responsabilidades (1931) De Annual a la República. La Comisión de Responsabilidades. Documentos relacionados con la información instruida por la llamada Comisión de Responsabilidades acerca del Desastre de Annual, Madrid.

Expediente Picasso, Madrid 1931.

Foreign Office, Archivos.

Madariaga, María Rosa, de (2016) En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos. Madrid: Alianza Editorial.

Payne, Stanley G. (1968) Los militares y la política en la España contemporánea. París: Ruedo Ibérico.

Pérez Ortiz, Eduardo (1923) De Annual a Monte Arruit y dieciocho meses de cautiverio. Crónica de un testigo. Madrid: Artes Gráficas Post-exprés.

Prieto, Indalecio (2003) Discursos parlamentarios sobre la guerra de Marruecos. Málaga: Algazara/Servicio de Educación, Diputación Provincial de Málaga.

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