El pasado 14 de enero Floren Ramírez, militante de Anticapitalistas, publicó un artículo sobre las denominadas hablas andaluzas con el propósito de contribuir a dignificar la lengua andaluza. El autor, con honradez intelectual, reconoce no ser lingüista, ni estar centrado especialmente en el estudio de la lengua andaluza, aunque sí se muestra interesado en los aspectos sociales y políticos asociados con ella. Por consiguiente, hace lo que debe hacerse en estos casos: recurrir a los criterios de las personas especialistas en la materia.

El problema es cuando esas personas, en sus escritos, se limitan a reproducir tópicos científicamente falsos sobre lo que son las lenguas humanas, en virtud de los cuales “no es posible asegurar si en concreto el andaluz podrá tener o no en algún momento consideración de lengua. Lo que sí podemos hacer, y haremos en adelante en este artículo, es referirnos al andaluz como habla”, tal como afirma el autor. Lo que se usa característicamente en Andalucía no es, pues, una lengua, ni siquiera un dialecto, sino únicamente una serie de hablas inconexas entre sí.

La cuestión aquí es que el término lengua tiene diversas interpretaciones o acepciones. Fundamentalmente dos: la estrictamente lingüística y la socio-política e ideológica. Por desgracia, muchas personas supuestamente expertas en lingüística mezclan más o menos hábilmente estas acepciones para inducir en la gente no entendida en esta materia ideas tan absurdas lingüísticamente como la de que en Andalucía no se habla lengua característica alguna.

Voy en primer lugar a referirme a los tres criterios que recoge el autor para determinar qué es una lengua. Son los siguientes: debe estar fuertemente diferenciada de otras lenguas, debe tener uniformidad lingüística y debe ser vehículo de una importante tradición literaria. Estos criterios se han utilizado durante siglos para caracterizar desde un punto de vista político e ideológico las lenguas humanas antes del nacimiento y establecimiento de la ciencia lingüística moderna. En ningún libro científicamente solvente de lingüística en la actualidad se utilizan estos criterios para definir una lengua. De hecho, son tres de las ideas que asume y promueve la ideología del supremacismo lingüístico, en este caso, del supremacismo lingüístico españolista.

En su famoso Curso de Lingüística general publicado póstumamente a principios del siglo pasado y que recoge las lecciones introductorias a esta disciplina impartidas en esa época por el lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913), se define una lengua como un sistema de signos conformados por dos planos: el significante y el significado y que constan de elementos que contraen puras relaciones formales entre ellos.

Configuran esas relaciones diversos sistemas: el fonológico, el morfológico, el sintáctico y el semántico, con dos tipos de relaciones: sintagmáticas y asociativas. Por ejemplo, la relación que hay entre la palabra pino y árbol es asociativa y la relación que hay entre pino y árbol en la oración el pino es un árbol es sintagmática. Lo mismo se aplica al sistema fonológico: el fonema /p/ se relaciona asociativamente con el fonema /b/ y en la sílaba pan observamos una relación sintagmática entre los tres fonemas que intervienen en la sílaba. Estas relaciones en los diversos planos sin sistemáticas y están reguladas por reglas lingüísticas estrictas que constituyen lo que se denomina estructura lingüística.

Esta definición de lengua aparece incluso en los diccionarios no especializados dirigidos a quien estime conveniente consultarlos, como el Diccionario de la Real Academia Española, referente indiscutible para un gran número de personas e instituciones. En su versión electrónica más reciente incluye la siguiente definición como tercera acepción de la palabra lengua: “Sistema lingüístico considerado en su estructura”.

En el Curso de Lingüística general mencionado también se analiza la relación entre lengua  y habla. Se entiende habla como realización material de la lengua en el acto comunicativo. Por tanto, desde el punto de vista lingüístico, solo hay habla si hay una lengua detrás que la sustente: el habla en la definición de la lingüística moderna presupone la lengua.

No puede existir la menor duda científica de que quienes usan las denominadas hablas andaluzas están realizando materialmente un sistema lingüístico. Las personas andaluzas no pronuncian al azar y caprichosamente los sonidos de su variedad lingüística, ni mezclan de forma arbitraria y caótica las palabras, sino que hablan siguiendo unas estrictas reglas lingüísticas que justifican la idea de que sus hablas realizan sistemas lingüísticos estructurados.

Tampoco cabe la menor duda de que tanto la estructura fonológica como la morfológica, la sintáctica y la léxica que se deduce de las hablas andaluzas presentan características que las diferencian de otras hablas peninsulares o de América, tal como las numerosas y ya añejas investigaciones de la dialectología hispánica y americana han puesto claramente de manifiesto. Esto incluso se puede percibir claramente por parte de las personas no entendidas en lingüística: el denominado popularmente acento andaluz es perfectamente reconocido y reconocible por toda persona que conozca al menos una de las muchas variedades de la lengua castellana diferente de las andaluzas.

Por consiguiente, decir que en Andalucía solo se practican hablas, sin que haya ningún sistema lingüístico subyacente es un disparate científicamente inadmisible. Lo que hablan las personas andaluzas es una lengua humana, se mire por donde se mire.

El presunto criterio de la falta de uniformidad es absurdo, porque todas las lenguas del mundo presentan variedades lingüísticas más o menos diferentes entre sí que, por supuesto, constituyen sistemas lingüísticos coherentes en sí mismas. Se argumenta que las hablas andaluzas carecen de uniformidad y cohesión, por lo que nunca podrán formar una lengua común unitaria. Quienes mantienen esta peregrina idea se enfrentan con el siguiente problema irresoluble. Si las variedades andaluzas no constituyen un todo coherente y se considera que son variedades vulgares de la lengua castellana, entonces las variedades castellanas en general, que incluyen todas las andaluzas, no pueden constituir un sistema lingüístico coherente y, por tanto, no existe la lengua española como sistema coherente y cohesivo lingüístico real, a no ser que se considere que las variedades andaluzas, algunas o todas, sí forman un conjunto coherente con otras variedades castellanas como la de Burgos, Bogotá, México o Buenos Aires, por ejemplo.

Como vemos, las consecuencias de este punto de vista son tan absurdas como el postulado del que se parte. Pero desde los axiomas del supremacismo lingüístico españolista esta conclusión es inaceptable: el español es una de las lenguas más cohesionadas del mundo.

Por otro lado, el argumento de la “importante tradición literaria” no se usa en absoluto en la lingüística científica actual, dado que es un criterio cultural y no lingüístico. Además, adolece de un claro componente evaluativo ajeno a la ciencia, que se deja ver en el adjetivo importante. Por otro lado, este criterio, tal como se recoge en el artículo, es claramente etnocéntrico, ya que identifica literatura con literatura escrita, lo que deja de lado el enorme legado literario de la Humanidad expresado por medios orales. La mayor parte de las lenguas del mundo han carecido de literatura escrita y no por eso la lingüística científica actual deja de caracterizarlas como lenguas de pleno derecho tal como se afirma en el mismo Curso de Saussure:

“¿Una lengua general supone a la fuerza el uso de la escritura? Los poemas homéricos parecen probar lo contrario; a pesar de haber nacido en una época en que apenas se hacía uso de la escritura, su lengua es convencional y acusa todas las características de una lengua literaria.” (Saussure 1945: 313)

Una vez determinado que las personas andaluzas hablan una lengua, podemos pasar a la segunda acepción del término lengua, el sociopolítico. En el Curso de Lingüística de Saussure se recoge esta segunda acepción de la siguiente manera:

“Pero como la civilización, al desarrollarse, multiplica las comunicaciones, se elige, por una especie de convención tácita, uno de los dialectos existentes para hacerlo vehículo de todo cuanto interesa a la nación en su conjunto. Los motivos de la elección son diversos: unas veces se da preferencia al dialecto de la región donde la civilización está más avanzada; otras, al de la provincia que tiene la hegemonía política y la sede del poder central; otras, es una corte la que impone su habla a la nación.” (Saussure 1945: 312)

Este pasaje, que está en la parte del Curso dedicada a la geografía lingüística, es un buen compendio de la acepción socio-política de lengua. Ya he dicho antes que las lenguas solo existen a través de diversas variedades o dialectos históricamente relacionados entre sí, como también se afirma en el Curso de Saussure. En determinados tipos de sociedad se toma un dialecto concreto como elemento común a una serie de territorios en los que se usan otros dialectos o lenguas y esto se podría hacer por convención consensuada, aunque lo más frecuente es que se implemente mediante imposición.

Lo habitual es que el dialecto elegido sea aquel que está asociado a un determinado poder religioso,político, económico, o cultural. Esto es exactamente lo que ha ocurrido con el dialecto de Castilla, el castellano. A partir de este dialecto local se ha creado de modo artificial una lengua escrita asociada con una pronunciación dialectal considerada como la única correcta y que es la del castellano centro- septentrional y esta lengua escrita con ese modelo de articulación fonética ha sido impuesta a través de la educación como única lengua vehicular y como lengua exclusiva de todas las instituciones del Estado español.

El resultado de esta imposición, en el caso de Andalucía, es la existencia de lo que en sociolingüística se denomina diglosia. La lengua estándar oral y escrita castellana y su modelo fonético es lo que se usa en las instancias públicas principales, incluida la educación, y las variedades andaluzas quedan relegadas al ámbito familiar, informal y vulgar. La primera goza de prestigio y ejerce una clara hegemonía cultural sobre las segundas, que son objeto de desdén, cuando no de desprecio o de burla.

Además, existe una ideología, promovida dentro y fuera de Andalucía, que induce la falsa creencia de que las hablas andaluzas son variedades vulgares de ese español estándar basado en el castellano central. Pero es falso que las hablas andaluzas sean variedades del español estándar o vulgar del castellano central actual, porque son variedades históricas que proceden del castellano vulgar tardomedieval y de la época histórica moderna (siglos XVI-XVIII) y no del castellano actual, como ocurre con el propio castellano contemporáneo. Las variedades andaluzas son, pues, tan legítimas y justificables históricamente como las castellanas.

Los resultados de esa infame ideología los refleja el autor del artículo al citar unos pasajes del libro La dignidad de habla andaluza de María Nieves López González, en los que se critica con toda la razón del mundo la idea de que las personas andaluzas hablan mal porque “se comen las letras”. Esto se debe a que el sistema ortográfico del español estándar se basa en la pronunciación castellana central y se parte precisamente de esta falsa idea de que en Andalucía se realiza de modo defectivo ese sistema del castellano contemporáneo. Lo más indignante de este asunto es que incluso en las descripciones del andaluz hechas por personas especialistas en lingüística este mismo enfoque supremacista se disimula mediante el uso capcioso e interesado de términos técnicos de esta disciplina como subsistema, diasistema, seseo, ceceo, yeísmo y otros similares, tal como he mostrado en el capítulo séptimo de mi libro sobre el imperialismo lingüístico panhispánico (Moreno Cabrera 2016: 109-146).

Como conclusión, cabe decir que cualquiera de las variedades lingüísticas andaluzas (lenguas en el sentido estrictamente lingüístico del término) podría servir de base para la propuesta de una lengua escrita estándar andaluza con su propia ortografía. Pero ya hemos visto que esta no es una cuestión lingüística sino sociopolítica e ideológica. Se tiene que dar una compleja serie de circunstancias para que una iniciativa de este tipo pueda siquiera plantearse seriamente e incluso llegar a tener éxito.

En primer lugar, el pueblo andaluz debe adquirir una conciencia lingüística propia que la libere de la colonización lingüística castellanocéntrica y en segundo lugar tiene que llegarse a un consenso en cuanto a la forma de proponer una lengua estándar andaluza representativa de esas variedades lingüísticas: no hay ningún obstáculo estrictamente lingüístico para ello. Además esa estandarización ha de contar con el apoyo decidido de las instituciones políticas, sociales culturales y educativas andaluzas. Lo cierto es que todo esto parece muy difícil de conseguir a corto plazo. Pero ello no debería ser óbice para que se plantee esta cuestión y se creen las bases para que dicha estandarización pueda ser posible en un futuro mediato.

Un ejemplo cercano es el caso del euskera, una lengua perseguida y acosada judicialmente incluso en tiempos muy recientes, minorizada, desperdigada y diversificada en dialectos a veces divergentes en algunos aspectos. Todo ello no ha sido obstáculo para que, partiendo de la idea de que todas las variedades del euskera constituyen una única lengua nacional, a partir del consenso lingüístico, que no siempre ha sido fácil ni ha estado exento de polémicas, contando con una conciencia lingüística nacional clara por parte del pueblo vasco y a pesar del claro retroceso del uso de esta lengua en la edad contemporánea, se haya llegado a establecer un euskera estándar, el euskera batua, que sitúa al euskera como lengua europea contemporánea de referencia y se haya llegado a frenar y revertir en alguna medida la minorización y retroceso aparentemente imparable de esta lengua.

El artículo de Floren Ramírez va dirigido a llamar la atención sobre la necesidad de crear una conciencia lingüística andaluza que la libere de la sumisión al español estándar castellanocéntrico, de la que menciona varios ejemplos muy significativos (se puede encontrar un repertorio más amplio y bien documentado en el libro Por lo mal que habláis de Manuel Rodríguez Illana publicado en 2019). En este artículo he intentado dar un basamento lingüístico a esa llamada de atención más en consonancia con la ciencia lingüística actual, que no admite como verdades científicas lo que no son más que burdas manipulaciones ideológicamente condicionadas por el supremacismo lingüístico españolista.

Juan Carlos Moreno Cabrera es catedrático jubilado de Lingüística general y miembro del comité académico internacional de la Càtedra UNESCO de Diversitat Lingüística i Cultural

 

Referencias

Moreno Cabrera, J. C. (2016)  dominios del español.Guía del imperialismo lingüístico panhispánico. Madrid: Síntesis

Rodríguez Illana, M. (2019) Por lo mal que habláis. Andalofobia y españolismo lingüístico en los medios de comunicación. Granada: Hojas Monfíes

Saussure, F. de (1945) Curso de Lingüística general. Buenos Aires: Losada

 

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