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Nadie es imprescindible. La lucha continua
Es así, pero no es así, alguien es imprescindible.
La lucha tiene siempre el rostro y el corazón del ser humano que lucha (…)
Y que no es tan fácil decir La Lucha Continúa
Aunque tiene que continuar.
No es posible hablar de tu vida y muerte
Y callar de la Revolución
La lucha continúa

Erich Fried en el duelo por Rudi Dutschke, Berlín, 3/1/1980

|Ya se ha escrito y acertadamente sobre la vida y obra de Daniel Pereyra, el Gallego. Hoy, bastantes días después de su muerte, quisiera trazar unas pinceladas que en mi opinión pueden ser útiles para que quienes no le conocieron se acerquen a la grandeza del amigo y revolucionario. Y el peso de su pérdida. Para hablar del accionar de las y los revolucionarios de carne y hueso, es preciso conocer el qué hicieron y pensaron, el por qué se comprometieron y el cómo actuaron. En Daniel el “cómo”, por cierto como lo fue para entender al Ché o Dutschke, es esencial. Cómo trataban a la gente, cómo se relacionaban, cómo ganaban autoridad. A continuación señalo algunas pistas que parten de hechos singulares y que adquieren su sentido cuando se engarzan en lo que en mi opinión es el núcleo duro de sus ideas hasta sus 95 años.

Finales de enero de 2023, Ruso que está sumamente pendiente de Daniel, va dando avisos del deterioro de salud de nuestro compañero postrado en una silla de ruedas en una residencia de mayores. Daniel, pese a todo, quería seguir escribiendo un libro (inconcluso) para ajustar cuentas con el militarismo guerrillerista de los años argentinos del plomo. Tras volver a concluir que la lucha armada o las acciones armadas solo tenían sentido si estaban subordinadas al avance de la autorganización y autodefensa obrera y popular, comenzaba a barruntar que en ese terreno quienes mejor habían resuelto los problemas correlacionados fueron las comunidades zapatistas. En una de las visitas, tal como solía hacer siempre, comenzó a preguntarnos sobre la situación política (el mundo exterior lo denominaba, como también recordará Roberto, para no seguir hablando de su cotidianeidad en la residencia de dónde quería marchar). Ese día se trataba de la situación peruana en plena confrontación popular con el gobierno golpista. Al despedirnos Marga y yo, nos hizo una pregunta desconcertante, dadas las circunstancias: “¿Qué puedo hacer yo por el Perú?”

Siempre con las gentes de abajo. O sea, siempre distante de los poderosos y emperifollados de la clase dirigente. De ahí otra pista de años antes. En 2007 el Ministerio del Poder Popular para la Cultura de Venezuela, al fallar el Premio Libertador al pensamiento crítico, nombró finalista su libro Mercenarios del Imperio. Daniel estaba pasando un momento crítico de salud, quizás resentida en diferido por las torturas, maltratos y heridas de bala del pasado. Le era imposible volar a Caracas. Le ofrecieron que recogiera el premio el Embajador español. No lo aceptó: a él no le representaba un miembro del estado, un petimetre del capitalismo. Prefería perder los honores que recibirlos por esa vía. A él sólo le podía representar un militante de su partido. Y así fue.

Siempre modesto, siempre cercano, Daniel no se prodigaba en contar viejos recuerdos. Y menos aún “batallitas”. La única vez que le vi sumamente emocionado por un detalle de su vida, tuvo lugar cuando recibió desde Argentina un pequeño carnet, como un librito de solapita sólida de cartón rojizo. Alguien había encontrado decenas de años después ese documento perdido que le acreditaba con el número 1 –creo recordar- del sindicato metalúrgico de la fábrica Siam de Tella dónde fue elegido como uno los representantes obreros de Avellaneda, un bastión proletario del Gran Buenos Aires de la época. Ese carnet le devolvía al origen de su lucha y de la aventura de su vida. Llevaba en el ADN la necesidad de estar pegado al terreno organizando a su clase.

Y lo hacía de forma siempre educada, cercana, paciente, no cedía en el debate pero intentaba comprender y persuadir. Esta característica en la forma de tratar a las personas, la destacó hace años Bensaïd al decir que “su inalterable alegría, su cortesía, su humor, su elegancia caballeresca, contribuyeron no poco a ganar nuestro apoyo a la orientación de lucha armada”i. Nada más alejado a los “hayque” (capitanes del mandato “hay que hacer” exigente hacia los demás) y de los “yoyadi” (quienes recuerdan permanente “yo ya dije” como argumento). Un par de veces bromeamos con este juego de palabras, Daniel era de los que hacían y no pedían cuentas ni balances a terceros. Ni siquiera a esa élite intelectual de la izquierda europea y norteamericana que se permitía pontificar sobre la lucha popular latinoamericana desde sus despachos a miles de kilómetros y que algunos calificaron acertadamente como “estrategas del matorral y teóricos del engrase del fusil”. Recientemente en su Facebook, Sergio Rodríguez, desde México sintetiza en dos pinceladas los rasgos que definen al Pereyra persona y al Pereyra revolucionario: “platicar con él era una delicia (…) se mantenía en la lucha sin retroceder un milímetro (…) fue una vida plena de experiencias y amor”. Palabras que suscribo en su integridad. Unas y otras características eran en él inseparables, configuraban al ser humano concreto capaz de atreverse a cambiar el mundo.

Un duro en política, un amigo entrañable, un compañero ejemplar

Especialmente reveladora resulta, tras la muerte del Gallego, la carta de Eduardo Lucita y varios compañeros y compañeras más que militaron en el mismo partido que Daniel en Argentina y que, pasadas décadas y décadas, con un océano de por medio, siguen manteniendo lo que en expresión de otro Daniel, Bensaïd, es un “largo contrato de fidelidad”. Sentimiento que une en el tiempo y en el espacio a quienes luchan por la revolución. Sentimiento que explica la amistad duradera que Pereyra despertó en Pancho y en Montoya, en Jaime Pastor y en Pepe Mejías o en mí mismo.

Sólo una persona como Daniel puede motivar el bello relato que nos ha hecho llegar Raquel Anula a caballo entre la deuda política y el afecto cercano. Raquel y sus camaradas del barrio de Hortaleza de cuya organización de Anticapitalistas tan orgullosos estuvieron Juanita y Daniel, anfitriones de reuniones, cafés y planes rebeldes a escala de barrio para trascender hacia los ámbitos estatal e internacional. Pegados al terreno, próximos a la gente, con la mente puesta en la lucha final. Ello explica situaciones insólitas como la que tuvo lugar en junio de 2000, tras la presentación (a cargo de Carlos Slepoy, José Manuel Martín Medem y yo mismo) en una sala madrileña abarrotada de público del libro que escribió Daniel con Roberto Montoya, El caso Pinochet y la impunidad en América Latina. A la salida del local nos vimos sorprendidos por una conmovedora escena: un numeroso grupo de jóvenes de Hortaleza le hacían el pasillo y la ola al Gallego.

Como también emotivos lo son los testimonios actuales de sus colegas de laburo, de su último empleo en Madrid, al saber de su fallecimiento. Personas que aún no coincidiendo con sus ideas las respetaban y reconocían. Y sobre todo admiraban su solidaridad como compañero de trabajo. Su saber estar y sabiduría. La del hombre que disfrutaba comiendo diariamente una manzana en recuerdo de cuando estaba privado en la cárcel. Al que le gustaba recitar, si venía a cuento y para animar a alguien, un poema anarquista argentino que terminaba con “Procede como Dios que nunca llora / o como Lucifer, que nunca reza/ o como el robledal, cuya grandeza necesita del agua, y no la implora”. Un canto a la dignidad. A la fortaleza consciente. A la resistencia. Por ello cuando tuvo que jubilarse muy mayor y enfermo le hicieron un homenaje que tantos quisieran para sí. A la vez que le regalaron las palabras de Eduardo Galeano en su poema Los nadies – a quienes siempre fue fiel- le invitaron a seguir con sus escritos políticos al darle un bello cuaderno en blanco titulado “Sostiene Pereyra 2008, notas para el próximo libro” a la vez que le hacían un guiño para que leyera la excelente novela de Antonio Tabucchi Sostiene Pereira que iba en la caja de regalos. También entonces vi la emoción en su rostro, él era consciente de que había establecido conexión con la gente del curro, algo que consideraba esencial.

Para saber qué hizo el Gallego en su dilatada vida vale la pena leer sus Memorias, una síntesis de la historia que vivió a ambos lados del Atlántico. También nos da cuenta de sus ideas y de su capacidad de seguir pensando con su propia cabeza. ii Una excelente introducción para conocer los debates sobre la relación entre la lucha armada y la lucha de clases en Latinoamérica de los años sesenta y setenta, una mirada sobre los debates y avatares de la IV internacional y también de la Liga Comunista Revolucionaria. Particularmente útiles para las actuales y venideras generaciones revolucionarias son sus reflexiones sobre la necesidad del internacionalismo como componente estratégico vivo, el reto de construir partidos revolucionarios cuya cuestión central sea trabajar por la toma del poder de las clases subalternas y alejados de la sectaria “costumbre arraigada de convertir diferencias tácticas en estratégicas y las tendencias en fracciones permanentes o la necesidad de la continua renovación programática. Excelentes testimonios sobre la persona y el revolucionario, sobre sus ideas y sus avatares se han escrito estos días buenos artículos tanto en Poder Popular (Pepe Mejías) como en Viento Sur (Jaime Pastor) como excelente fue el discurso de su amigo Roberto Montoya en el tanatorio, cuyo desarrollo podemos encontrar también en Viento Sur. iii

Pasar el testigo, pasar el relevo

Él, Daniel, sabía que el puesto de combate de los viejos militantes ya no está en la dirección cotidiana del partido o de la organización social, pero que no deben dejar de ocupar su cacho de barricada en la lucha por un mundo de mujeres y hombres libres e iguales, ayudando a empujar el carro e incluso ¿por qué no? discutiendo, dando opinión, que no consejo, para que se tenga en cuenta. Era su derecho, pero sobre todo, decía, “es nuestra obligación”. Eso le impulsó durante décadas a pensar con su propia cabeza en marcos y coordenadas cambiantes, fiel a sus ideales, pero sin pegarse a fórmulas acartonadas. Poca gente de su edad ha sido tan capaz de evolucionar y adecuar su accionar a nuevos parámetros concretos. Eso era su razón de seguir viviendo, eso le ayudó durante años a pelear con la muerte. Estaba, en el mejor sentido de la palabra, empeñado por la cuestión de la continuidad revolucionaria.

El capitalismo atraviesa crisis pero no se auto fagocitará por muchas crisis internas que tenga. Es necesario destruirlo antes de que siga devorando gentes y naturaleza como gran Pantagruel. No hay leyes ciegas de la historia, hay gentes, clases, contradicciones objetivas, subjetividades en oposición, necesidades y pulsiones humanas. Por eso es necesaria la revolución. Pero al igual que no hay revolución sin estrategia y organización capaces de convertir la rebeldía en el momento preciso en un factor político decisivo en la disputa por el poder, no hay revolución sin personas concretas con ideas, voluntad y actividad, condiciones sine qua non para que exista proyecto, partido y poder popular. Ello exige, parafraseando al Ché Guevara, que existan dos, tres, muchas gentes militando de forma organizada, muchos Daniel y Juanita.

Daniel se forjó como centenares de miles –tras la revolución rusa- en el modelo de militancia obrera más digno de los experimentados, el que se basaba en las ideas de “actualidad de la revolución” de Lenin, Trotsky y Lukács, en el que la revolución no era sólo un deseo o un horizonte regulador de la actividad sino que formaba parte de hipótesis estratégicas plausibles. No estaban locos cuando se plantearon levantar partidos revolucionarios cimentados por una “cohorte de hierro”. Existía sujeto clasista, múltiples oleadas de luchas, elementos fundamentales del programa y se abrían varios caminos estratégicos a evaluar. Faltaba el partido, la dirección política catalizadora del paso de la revuelta a la revolución. Para la generación de militantes de la IVª de Daniel, el pensamiento de Ernest Mandel cimentó la idea de que ser militante revolucionario, simplemente era un acto de coherencia con la visión de Marx en las Tesis de Feuerbach respecto a la teoría y la práctica. Para Rosa Luxemburgo ello implicaba la toma de conciencia de la necesidad de la intervención consciente y para Lenin significaba una necesidad de las y los trabajadores y un compromiso moral para la intelectualidad crítica, a la que Gramsci emplaza s convertirse en intelectuales orgánicos de la clase obrera en disputa con los del capital. Con el triunfo de la revolución cubana, el Ché (desde parámetros distintos) introdujo un vector ético voluntarista: “el deber de todo revolucionario…”. Y muy importante en la tradición política en la que se insertaban Juanita y Daniel: total libertad en el debate en el seno de la organización, total unidad en la actividad en el seno del movimiento de masas.

Todos ellos hacían suya la idea del Manifiesto: los comunistas no son una parte separada de la clase obrera, solamente quienes aportan el objetivo final de la lucha. Si se repasan los escritos y la vida de Daniel Pereyra –en su larga evolución y aprendizaje continuado- podemos concluir que esa idea de Marx y Engels estaba muy arraigada al proponer la construcción de “una organización que no deje en ningún momento de mirar hacia la sociedad, hacia otros sectores del movimiento popular, ni deje de tender puentes hacia ellos para ampliar el campo de la influencia revolucionaria”. iv Por eso era tan importante para Daniel pegarse al terreno, organizar taller a taller, barrio a barrio, mezclarse con las gentes para organizar la defensa y agrupamiento de “Los nadies” y ganarlos para la Revolución. De todo ello podemos sacar alguna lección “gramatical” en torno a las preposiciones de la revolución y que afectan también en cómo se entiende qué cosa es militar. En mi opinión y más aún a la luz de las reflexiones de Daniel, podemos concluir que no se milita “en” la organización revolucionaria, se es militante “de/desde” la organización revolucionaria, con un corolario: la militancia es razón y pasión, organización y acción, pensamiento y combate.

Nuevos y viejos temas de la agenda revolucionaria

Tras el fracaso de Podemos como partido democrático antineoliberal de masas y el fin de las ilusiones sobre la viabilidad real del “partido-movimiento” aquí y ahora, Daniel se centra en el otro polo de la ecuación organizativa, ya presente en el texto citado: “No es que Anticapitalistas sea el partido revolucionario, pero es sin duda la organización que más pasos ha dado en su construcción, mostrando su preocupación por la necesidad del mismo”. Si para impulsar un partido pluralista amplio de la izquierda de la izquierda era necesario una organización revolucionaria, ahora fracasado Podemos, de nuevo todavía es más importante. Daniel retoma el hilo de sus preocupaciones nacidas en sus primeros pasos en la militancia en Latinoamérica o tras el fracaso rotundo de la unificación LCR-MC al afirmar que “la tarea estratégica de construir el partido revolucionario sigue pendiente”. Y lo hace en unas coordenadas bien distintas a las de un estado-nación como el argentino y en un contexto en el que la “cuestión nacional” juega un papel central en la situación política y partidista.

Eso es lo que explica que en los últimos años su pregunta recurrente cada vez que se le visitaba era tras comentar la situación política general y los avances o retrocesos en las movilizaciones: ¿cómo está el partido?, o en su caso ¿cuánta gente acudió a la “Uni” de Verano? (a la que hasta en silla de ruedas visitaba sin falta), o ¿qué tal están en Andalucía tras la campaña electoral? o ¿cómo estamos en Cataluña, Euskadi o Galicia, en los sindicatos o en el movimiento feminista…? Para él la cuestión clave con la que terminaba la conversación era siempre ¿hemos organizado a nuevas compañera y compañeros? Ello explica también su terco empeño en impulsar una discusión concreta y práctica de cómo organizar militancia y afiliación, particularmente entre la juventud.

Para Daniel es preciso crear organizaciones democráticas en el ámbito del estado-nación en los que quepan diversos grados de compromiso cotidiano o temporal, diferentes habilidades y capacidades, estructuradas internamente por direcciones compuestas de gentes dedicadas pero elegidas y controladas por el conjunto. Por ello habla de un partido de militantes y simpatizantes (miembros ambos del partido) que formen parte del conjunto de las y los activistas populares y “que sean tribunos y organizadores del pueblo, capaces de llevar a las grandes mayorías la palabra revolucionaria”. Y consecuentemente le da una dimensión internacionalista al insistir en que es necesaria una internacional revolucionaria de masas “capaz de convocar y organizar luchas solidarias mundiales con los pueblos hostigados por el imperialismo”.

La cuestión es que tras las experiencias del siglo XX y los ajustes de cuentas con el hipermilitantismo que formuló Denis Avenas, tenemos que reinventar la militancia, o sea, los equilibrios que define la ecuación cuyas incógnitas son el activismo y la existencia cotidiana, los afectos y los cuidados precisamente porque nos guía “cambiar el mundo, cambiar la vida”. En ocasiones decimos en nuestras reuniones, y con razón, que la militancia política también es una práctica social, una forma conflictiva de inserción en la sociedad en la que el/la militante compromete no sólo su opinión política sino el conjunto de sus convicciones y de su existencia social.

Ello nos obliga a politizar la vida cotidiana, a derribar los muros entre lo cotidiano y los anhelos porvenir. Por ello debemos repensar los modos de hacer política (lejos del institucionalismo rampante de la izquierda gobernista instalada en el cargo) y también insuflar soplos de vida, inteligencia y honradez en la actividad (lejos del cartón piedra de las sectas). Eso es lo que forja rebeldes. Intransigentes con los de arriba, solidarios con las y los de abajo. Y ello implica estar ahí, no sólo opinar en el papel o en las redes (que también), de eso nos enseñó Daniel en toda su trayectoria, la épica y la silenciada en Argentina o Perú y también su labor barrial en Hortaleza o en defensa de los derechos humanos.

Y para orientarse permanentemente en medio de los meandros y rápidos del río de la realidad, no hay atajo: sin teoría revolucionaria no hay partido revolucionario. Ello significa conocer (leer y debatir) que hicieron y experimentaron, que analizaron y teorizaron las y los activistas, pensadores y dirigentes sobre cuyos hombros seguimos construyendo, pero también abrir los ojos y la mente a nuevos antagonismos, discursos y elaboraciones. Daniel dio pasos muy importantes para intentar comprender la complejidad de la lucha social y política en el siglo XXI, la existencia de multiplicidad de causas, identidades y temáticas, formas de rebeldía y de oposición al sistema y la existencia de diversos actores antagonistas con el sistema que junto a la clase trabajadora pueden derrotar al capitalismo. De ahí su convencimiento de la necesidad de nuevas fórmulas para aglutinar la lucha contra la explotación y opresión del capital y sus estados, con el secular combate contra el patriarcado y la dimensión ecológica tanto de la crisis sistémica como de la alternativa (eco) socialista. Lo cual revela que junto a sus convicciones mantuvo una elasticidad intelectual que le permitió seguir en la brecha. Y escribir cada una de sus reflexiones. Gracias Gallego.

Manuel Garí Ramos

https://poderpopular.info/2023/02/20/sostiene-pereyra-elogio-de-la-bonhomia-la-tenacidad-y-la-militancia/

Notas:

i Bensaïd, D. (2018), Una lenta impaciencia. 

ii Pereyra, D. (2014) Memorias de un militante internacionalista. Biblioteca militante, Buenos Aires. Tal como han señalado Jaime Pastor y Roberto Montoya fue autor de numerosos artículos y también cabe destacar que además de sus Memorias, Daniel fue autor de Del Moncada a Chiapas. Historia de la lucha armada en América Latina (1994 y 1996), Argentina rebelde (2003), Mercenarios (2007), Che, Revolucionario sin fronteras (2017) y, junto con Roberto Montoya, El caso Pinochet y la impunidad en América Latina (2000). Hay una película, Abisa a los compañeros, que se basa en sus años peruanos. No es un gran film pero nos da el tono de los sentimientos que despertaba en las gentes de abajo. https://www.youtube.com/watch?v=7jeBK4O8XDw

iii Mejías, J https://poderpopular.info/2023/02/10/la-huella-del-gallego-el-che-pereyra/

Pastor, J. https://vientosur.info/daniel-pereyra-una-vida-bien-vivida/

Montoya, R. https://vientosur.info/un-consecuente-militante-internacionalista/

iv Pereyra, D. (2017) “El partido-movimiento que necesitamos” en Viento Sur núm. 150, febrero 2017

 

 

 

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