La geoingeniería ha hecho su entrada en los trabajos del Grupo de Expertos Intergubernamentales sobre la Evolución del Clima (GIEC). El resumen del Tomo 1 del V Informe señala que “se han propuesto métodos con el objetivo de alterar deliberadamente el clima terrestre para enfrentarse al cambio climático, llamados geoingeniería”. Se distinguen dos categorías de tecnologías: la gestión de la radiación solar y la eliminación del CO2. La eficacia de las segundas es incierta. En cuanto a las primeras, tienen el potencial de disminuir fuertemente el calentamiento, pero perturbarán el ciclo del agua y no impedirán la acidificación de los océanos. Y, según el GIEC, todas ellas “pueden acarrear efectos colaterales y consecuencias a largo plazo a escala global”.

A primera vista, esta prudencia de los expertos parece razonable. En efecto, los proyectos de geoingeniería pueden provocar serios problemas. A largo plazo, no hay ninguna garantía de estanqueidad de los depósitos en caso de almacenamiento masivo del CO2 en las capas geológicas profundas. El azufre inyectado en la estratosfera para crear espejos solares, una parte de la radiación solar caería a tierra, acidificando las lluvias. La siembra de los océanos con hierro para dopar el fitoplancton tendría consecuencias en cadena sobre los ecosistemas marinos. Y todo lo demás que pueden acarrear estas medidas...

Aunque se haya hecho de forma prudente, la evocación de la geoingeniería por el GIEC es muy inquietante. Significa que comienzan a ser consideradas como factibles recetas de aprendices de brujo. Por otra parte, entre pasillos, se multiplican las investigaciones y las experiencias, a veces incluso ilegalmente. Bill Gates y otros inversores consagran a ello millones de dólares. Su razonamiento es simplísimo: sabiendo que un capitalismo sin crecimiento es una contradicción en sus términos, deducen de ello que los objetivos de reducción de las emisiones de gas con efecto invernadero no serán alcanzados. Como la urgencia climática exige que se haga algo, cualquier cosa, llegará un momento en que sonará la hora de la geoingeniería y se abrirá un mercado inmenso.

Investigadores poco escrupulosos, financieros, petroleros, hombres de negocios de todo pelo…, todos se frotan las manos sin preocuparse por las consecuencias... Salvo que las consecuencias formen parte del plan. No soy un forofo de las teorías del complot, pero pensemos en ello: el día en que grandes empresas disponiendo de patentes ad hoc controlaran la red de espejos espaciales gigantes sin los que la temperatura de la Tierra saltaría de un solo golpe a 6º, decir que su poder político sería inmenso, y que sería más difícil que nunca arrancárselo, es quedarse corto. Pero las consecuencias de este tipo no interesan al GIEC...

El capitalismo nació en Inglaterra de la separación brutal entre los productores y sus medios de producción, en primer lugar la tierra, acaparada por los propietarios terratenientes. Como si la historia se repitiera, la apropiación de recursos conoce una aceleración espectacular desde hace algunos años: privatización de las semillas, de los bosques, del agua, del suelo, del viento, de los genomas, de la radiación solar, etc. No es casualidad que ese fenómeno se produzca en la estela de la crisis financiera de 2008. Desde esa fecha, enormes masas de capitales excedentarios giran como buitres a la búsqueda de inversiones generadoras de renta, es decir, de beneficio más o menos garantizado. La lógica misma del capital le lleva a soñar con un termostato terrestre cuyo control absoluto le permita recaudar un diezmo a los pueblos.

8/11/2013

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article30278

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