[Este es el tercer artículo de la serie dedicada a analizar la sociedad israelí.

El primero: “Una derecha que sabe a dónde va” http://www.vientosur.info/spip.php?article9781

El segundo:”La perspectiva de la convivencia es revolucionaria” http://www.vientosur.info/spip.php?article9785]

“¿Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”?

Los fundadores del sionismo no se engañaron nunca con su propio eslogan. Lejos de ignorar la existencia de los palestinos, solo veían en ella una mano de obra a explotar o un obstáculo que suprimir. El sionismo, expresión de una revuelta contra la opresión de los judíos en Europa, fue sin embargo desde el principio un proyecto colonial.

La opresión de los judíos de Europa es una vieja historia. En Estrasburgo, aún en el siglo XVIII, los judíos debían abandonar la ciudad con el sonido del cuerno, a la caída de la noche, para volver a su ghetto en los suburbios. Hubo que esperar a la revolución francesa para romper estas infames discriminaciones.

Sin embargo, el movimiento de emancipación tomó su tiempo para ganar al resto de Europa. En el siglo XIX, esta emancipación tomó a menudo el aspecto de una asimilación, por la que los judíos perdían sus rasgos culturales particulares. A pesar de la persistencia de los prejuicios, esta tendencia a la asimilación hacía pronosticar a numerosos intelectuales judíos del siglo XIX nada menos que la desaparición de las especificidades judías en Europa, a través de la igualdad de derechos en sociedades cada vez más liberales, en particular en Europa Occidental.

Pero el verdadero centro de gravedad de las poblaciones judías de Europa estaba situado en la parte occidental del Imperio Ruso. Era allí donde estaban concentrados los dos tercios de la población judía mundial, en los ghettos y aldeas del “Shtetl” (pueblos o villas con mayoría judía. ndt) de Lituania, Polonia, Ucrania o Rusia. A finales del siglo XIX, seis millones de judíos vivían bajo al tutela del zar, en esas “zonas de residencia” obligatorias. Su situación económica era catastrófica. No tenían derecho a poseer tierras y no eran contratados como obreros en la gran industria naciente. En un mundo masivamente campesino, representaban una fracción considerable de la población ciudadana, por ejemplo el 20% de la de Varsovia, que contaba con 200 000 judíos. Condenados a una existencia miserable, estaban sometidos a un antisemitismo legal (no derecho a ser funcionarios, numerus clausus en la universidad y en las profesiones liberales, obligaciones económicas e impuestos particulares) y sufrían explosiones crónicas de antisemitismo, los pogromos, atizados en gran medida por el poder zarista.

La invención del sionismo

Es en este contexto en el que el sionismo nació a finales del siglo XIX. Sin embargo, no fue una invención de judíos del “Shtetl”. Su fundador, Theodore Herzl, era un burgués judío austriaco que se sentía perfectamente asimilado. Pero él mismo contaba que fue en Francia, país de la primera emancipación de los judíos, donde vio desencadenarse con el asunto Dreyfus una campaña nacional histérica contra el “traidor judío”. Era evidente que la vieja opresión no estaba cerca de desaparecer.

La situación de los judíos de Europa era sin embargo muy diferente en el este y en el oeste. Una parte de la burguesía y de la intelectualidad judías occidentales acusaban a la “chusma” judía venida del este… de alimentar el antisemitismo y rechazaba con horror poder ser confundida con aquella gente. Herzl, por su parte, sacó otras conclusiones: que los judíos en su conjunto debían dotarse de su propio estado. Pues comprendía al menos una cosa: los judíos eran víctimas del proceso general de construcción de los estados modernos que en todas partes se creaban sobre las espaldas de las minorías y se dotaban de ideologías nacionalistas que les eran hostiles… pero que compartían Herzl y los demás fundadores del sionismo.

En El estado judío, publicado en 1896, escribía: “En todas partes hemos tratado honradamente de desaparecer en el seno del pueblo que nos rodeaba, conservando sólo la fe de nuestros padres. No se nos permite. En vano somos fieles, y en muchos sitios, patriotas fervientes; (…) En nuestras patrias, en las que vivimos ya desde hace siglos, somos tachados de extranjeros (…) Quién es extranjero en un país, lo puede resolver la mayoría; es cuestión de poder, como lo es todo en las relaciones entre los pueblos (…) En vano fuimos, en todas partes, bravos patriotas. ¡Si se nos dejara en paz! Pero creo que no se nos dejará en paz”. (http://masuah.org/wp-content/uploads/2013/12/El-Estado-Judio-Hertzl.pdf, pg 29. ndt).

Deducía de lo anterior la necesidad para los judíos de renunciar a la asimilación e incluso a la conquista de una simple igualdad de derechos en cada país. Para construir un estado judío. Para ello hacía falta un territorio. Tras algunas vacilaciones sobre el lugar, propuso la “Tierra de Sion”, Palestina, que consideraba como la cuna histórica del pueblo judío. Los sionistas desarrollaron toda una mitología histórica, semejante a las que se construían entonces en Europa. Reconstruyeron la historia del judaísmo y del “pueblo judío” para fundar los derechos de un estado judío en Palestina, como brillantemente ha relatado Shlomo Sand en su ensayo “Cómo fue inventado el pueblo judío”.

Razones prosaicas

Había en la elección de Palestina razones más prosaicas que el romanticismo bíblico. La empresa parecía imposible en Europa. A menos de contentarse con más modestas instituciones “nacionales/culturales”, a falta de un territorio. En cambio, el imperio otomano en declive, dueño de la “Tierra Santa”, era el nuevo objetivo de las ambiciones inglesas, francesas y alemanas. Los franceses mostraban la vía a los sionistas: tras haber desarrollado una colonia de poblamiento en Argelia, habían tomado como pretexto la existencia de una fuerte comunidad cristiana en Líbano para erigirse en protectores de ésta y obtener del imperio turco unas “capitulaciones” en favor de Francia. La región del “Monte Líbano” se volvía poco a poco un enclave colonial francés en el flanco del imperio declinante. ¿Porqué no hacer lo mismo en Palestina? ¿Establecer allí una colonia de poblamiento judía, llamada a convertirse un día en un estado independiente, bajo la protección de una gran potencia europea?

En cuanto a los ocupantes reales, árabes, de Palestina, para Herzl no significaban más que los argelinos para los franceses. Sobre su proyecto colonial escribía: “deberíamos formar allí una parte de la muralla de Europa contra Asia, un puesto de vanguardia de la civilización oponiéndose a la barbarie”. Y señalaba en 1895 en su periódico, a propósito de los árabes: “debemos expropiarlos amablemente. El proceso de expropiación y de desplazamiento de los pobres debe ser llevado a cabo secretamente y con prudencia”.

Mientras se instalaban emigrantes judíos de Europa oriental, pero en cuenta gotas, en Palestina, antes incluso de la fundación de un movimiento sionista estructurado por Herzl, éste fundó un congreso sionista anual y un banco colonial judío para recoger fondos, invertir en Palestina y comprar tierras. Él también cogió su bastón de peregrino para buscar una potencia europea que encontraría conforme a sus intereses arrancar Palestina al imperio turco para hacer de ella una colonia judía… Cuando el Kaiser alemán Guillermo II acudió de visita de estado a Jerusalén en 1898, Herzl hizo inmediatamente sus maletas y consiguió cinco minutos de audiencia, sin resultado. Fue el único viaje en su vida a “Tierra Santa”, de la que juzgó en su diario que tenía un “clima muy malsano” También fue a hacer reverencias a San Petersburgo, capital de la persecución mundial de los judíos, para explicar al ministro del interior del zar que el sionismo no era un movimiento hostil al régimen y que aconsejaba a los judíos no levantarse contra el despotismo, sino ir a buscar refugio en Palestina. Herzl demandaba por tanto ayuda al ministro para facilitar el exilio.

Lo que este último hacía en realidad: la miseria y los pogromos expulsaban a los judíos de Rusia, algo que continuó tras la guerra mundial. Pero, con gran desesperación de los sionistas, los exiliados no iban a Palestina, ¡o muy pocos! Entre 1880 y 1929, cerca de cuatro millones de judíos emigraron de Rusia, de Polonia, de Austria-Hungría (y luego de los estados sucesores) y de Rumanía. Tres millones fueron a los Estados Unidos, 500 000 a Europa Occidental. Palestina, por su parte, no acogió en cincuenta años más que 120 000 judíos. Nueva York era la nueva Jerusalén.

La colonización de Palestina

Sin embargo, la alya (la “vuelta”), -palabra hebrea que significa literalmente “ascensión” o “devoción espiritual” ndt- se aceleró tras la Primera Guerra Mundial. Los Estados Unidos, Francia e Inglaterra se volvían cada vez menos acogedores. Pero, sobre todo, los sionistas habían logrado al fin hacerse adoptar por la primera potencia imperialista, Gran Bretaña. En 1917, en pleno conflicto, el ministro de asuntos exteriores Lord Balfour prometía oficialmente “el establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina”.

El cálculo británico era perfectamente cínico. Durante la guerra, prometían Palestina dos veces, al emir Hussein y a los jefes nacionalistas árabes y, por otra parte, a los dirigentes sionistas. Al mismo tiempo, negociaban con el aliado y competidor francés el reparto colonial del imperio otomano. Los acuerdos Sykes-Picot, más tarde reformulados, dieron Siria y Líbano a Francia, Irak y Transjordania a Inglaterra. Los británicos contaban con utilizar a los colonos judíos contra los árabes. Era por otra parte su política en general: recortar las fronteras según sus intereses, creando un Irak artificial a la vez que dispersaban a los kurdos, creando un emirato petrolero en Kuwait, dando privilegios a minorías para que fueran el relevo de su dominación contra el resto de la población. Sabían que la lógica de la situación llevaría a judíos y árabes al enfrentamiento, lo que les permitiría imponerse a todos como el árbitro indispensable.

Los sionistas no se engañaban. Aceptaban conscientemente este juego esperando que la agravación de la suerte de los judíos en Europa llevaría cada vez más a Palestina, y que su papel de relevo del imperialismo les acercaría a la creación de un estado. La inmigración judía se aceleró. En 1935 había 500 000 judíos en Palestina, es decir el 29% del total de la población del territorio al oeste del Jordán.

El sionismo “socialista”

Pero al mismo tiempo esta inmigración cambió de naturaleza. Estaba al principio fuertemente dominada por millonarios conservadores judíos, como Rothschild, y por organizaciones sionistas en la línea de Herzl. Pero en el seno del sionismo, especialmente en Europa oriental, se desarrolló una corriente que se proclamaba socialista y obrera. Un teórico sionista, Ber Borachov, afirmaba así querer conciliar socialismo y nacionalismo judío: el pueblo judío era “anormal”, con pocos obreros y campesinos, no tenía su propia estructura económica, estaba prisionero de economías extranjeras. Era preciso, pues, crear en Palestina un campesinado y una clase obrera judías, bases de un estado socialista judío.

Es el ideal que llevarían la mayor parte de los fundadores de los famosos “kibbutz”, y del que se hacen retrospectivamente eco Serge Moati y Ruth Zylberman en su libro y documental Le Septième jour d´Israel (El séptimo día de Israel): “Los kibbutzim eran entonces como el escaparate de Israel [hablan de los años 1950]. Se iba a ellos a inclinarse con respeto ante estos judíos de un tipo nuevo que habían sabido hacer de su vida un milagro cotidiano. Sobre los terrenos pantanosos que habían sabido secar, habían construido hermosos pueblos (…). Habían sabido, ellos, hijos de los Shtetls [las aldeas de Europa central] y de los mellahs [barrios judíos] de África del Norte, construir una sociedad igualitaria, verdaderamente socialista y colectivista cuando esa palabra no daba aún miedo (…). [Habían llegado a Palestina] animados por el sueño de un hombre nuevo”.

Este “hombre nuevo”, que hizo “florecer el desierto” como gusta decir hoy en Israel, no construyó sin embargo sus granjas-aldeas solo sobre “terrenos pantanosos”. Los sionistas crearon a comienzos del siglo un “Fondo Nacional Judío” que colectaba en toda la diáspora para luego comprar tierras en Palestina. Las tierras eran a menudo compradas a señores feudales árabes, como si los campesinos que trabajaban aquellas tierras desde hacía siglos no existieran. Éstos eran brutalmente expulsados y la colonia podía instalarse.

Se vio afluir hacia Palestina, a partir de 1910 y sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, toda una juventud judía, sobre todo proveniente de Europa Oriental, influenciada por las ideas socialistas, guiada por el ideal de una sociedad fraternal e igualitaria, democrática y sin explotación… pero por lo esencial nacionalista. Y por supuesto acorazada con todos los prejuicios racistas y colonialistas de la Europa de la que venía. En su trabajo, sin embargo casi amoroso sobre los kibbutz, Moati y Zylberman, precisan: “los kibbutzim constituían el mejor de los instrumentos para realizar los objetivos nacionales del sionismo: colonización judía, conquista territorial de facto (…) Sobre todo en los años 1930, cuando la oposición árabe a las implantaciones judías iba creciendo, los kibbutzim constituyeron los puestos de vanguardia armados del combate sionista, castillos fuertes levantados frente al mundo exterior. Granjas, si, pero también fortalezas bien armadas”. Y si su número pasó de 24 en 1923 a 90 en 1939, no representaban “más que una proporción muy marginal de la población judía (entre 3 y 6 %), constituían una verdadera élite idealista y entregada que agitaba y exaltaba la imaginación de los jóvenes judíos de todo el mundo”. En definitva, una vanguardia armada e ideológica.

Otra paradoja: estos pioneros de un “socialismo nacional” querían convertirse en obreros agrícolas, pero los grandes propietarios judíos preferían explotar la mano de obra árabe. Para desarrollar el “trabajo judío” en el campo fundaban, pues, su propia comunidad agrícola, mientras que en la ciudad luchaban con dureza… para impedir la contratación de los trabajadores árabes. Los socialistas fundaron una organización sindical, la Histadrut, en 1920. Se negó a sindicar a los árabes. Financiaba piquetes que impedían que trabajadores árabes fueran a trabajar a una empresa judía, organizaba el boicot de la producción árabe: había que comprar judío.

Era conforme a la decisión tomada en 1929 por el protogobierno del movimiento sionista en Palestina, la Agencia judía, dominada entonces por los socialistas y su dirigente David Ben Gurion, de construir por esos métodos de separación forzada una “economía judía” autónoma en Palestina. No había nada de natural en este corte en dos de los trabajadores árabes y judíos, a pesar de los prejuicios y la cólera de los árabes al verse poco a poco desposeídos por la colonización judía. La Histadrut saboteó en 1920 una huelga común de obreros árabes y judíos en el puerto y la refinería de Haifa contra sus patronos británicos, luego en 1931 una huelga de los camioneros de las dos comunidades.

Así el ascenso de la corriente “socialista” en el seno de la colonización judía de Palestina no hizo a ésta menos nacionalista o menos antiárabe. Contribuyó a orientarla más aún hacia la idea de una completa separación y el proyecto de expulsar si fuera posible a los árabes de Palestina, más que de tolerarles para hacer de ellos un proletariado manejable a su antojo. Y puesto que los disturbios antijudíos se multiplicaban con los progresos de la colonización, el campesino y el obrero judíos “socialistas” se transformaban cada vez más en colonos armados frente a los árabes desposeídos, bajo la dirección de las diversas organizaciones armadas sionistas. Solo una minoría de judíos, comunistas (estalinistas y trotskystas), planteaban una perspectiva común a los judíos y los árabes, y se esforzaban por organizarles conjuntamente.

La gran revuelta árabe de 1936

Esto no podía acabar, por supuesto, más que en la guerra, una guerra en varios frentes, oponiendo unos contra otros a los árabes, los judíos y la potencia colonial inglesa.

El 20 de abril de 1936 una huelga general dirigida por un alto comité árabe a la cabeza del cual estaba el (muy reaccionario) gran Mufti de Jerusalén, fue organizada para imponer a las autoridades coloniales el fin de la inmigración judía, la prohibición de la venta de la tierra a los judíos y la promesa de un gobierno designado por los representantes de la mayoría de la población. Durará seis meses y desembocó en una insurrección.

Activistas árabes llevaron a cabo una guerrilla en las colinas, hicieron descarrilar trenes, sabotearon el oleoducto de la Irak Petroleum Company (de capital británico). Los pueblos levantados atacaron a veces a las colonias judías, a la vez que luchaban contra las tropas británicas de ocupación, hasta tal punto que ciudades enteras escaparon al control de las autoridades británicas. Los ingleses realizaron una represión feroz. Pueblos enteros fueron arrasados, familias expulsadas y reagrupadas en campos de concentración. Los ahorcamientos expeditivos y públicos se multiplicaron. Entre 1936 y 1939, el ejército británico mató a miles de insurrectos.

Las organizaciones sionistas, igualmente en el punto de mira de la revuelta árabe, vieron la ocasión de hacerse indispensables para los británicos. Recibieron la autorización de poner en pie milicias armadas, participaron en la represión e hicieron todo lo que pudieron para sabotear la huelga árabe proporcionando mano de obra joven y haciendo funcionar los puertos y los trenes. Chaim Weizmann, futuro primer presidente de Israel, lo justificó con un tranquilo aplomo: “de un lado se desarrollan las fuerzas de la destrucción, las fuerzas del desierto, del otro aguantan con firmeza las fuerzas de la civilización y de la construcción. Es la vieja guerra del desierto contra la civilización, pero no cederemos”.

En 1939, una vez aplastada la revuelta, los ingleses “recompensaron” al movimiento sionista con un “Libro blanco” que congelaba la inmigración judía. Los británicos querían recuperar el contacto con los jefes feudales árabes y reequilibrar la correlación de fuerzas entre las dos comunidades para mejor dominarlas.

Hacia la “guerra de la independencia”

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, intentaron prolongar esta política de báscula, frenando por un momento la inmigración de los judíos que huían de una Europa en la que acababa de ser perpetrado el genocidio, para perpetuar su control sobre la región.

Una fracción del movimiento sionista reaccionó tomando las armas contra los ingleses. Sionistas de extrema derecha, admiradores a su manera de los fascismos europeos, constituyeron el Irgun, un grupo armado terrorista. Dos de sus jefes, Itzhaz Shamir y Menahem Begin, se convertirán posteriormente en primeros ministros de Israel. Pero si el movimiento sionista se había diversificado políticamente, engendrando su ala izquierda socialista y su extrema derecha casi fascista, el fondo político seguía siendo el mismo: construir a marchas forzadas un aparato militar apoyado en una población muy unida, para crear un estado judío homogéneo en cuanto la ocasión se presentara.

Y se presentó tras la Segunda Guerra Mundial. El hecho determinante no fue en si el genocidio perpetrado por los nazis, el exterminio de seis millones de judíos europeos. Esta tragedia empujó por supuesto a numerosos supervivientes a evadirse de la Europa devastada y en muchos casos eligieron instalarse en Palestina. Pero ahí también, a menudo por carencia de alternativas. Tanto más en la medida en que en la Polonia de la inmediata postguerra hubo pogromos que atacaron a los judíos supervivientes.

El 10% de los judíos que abandonaron Europa tras la guerra fue a Palestina. Pero en el plano estratégico, el hecho decisivo fue el debilitamiento del imperialismo británico, su incapacidad para conservar tal cual su imperio colonial. La propia India, joya de la corona, iba a volverse independiente en 1947. Gran Bretaña se resignó a abandonar “Transjordania” y dejó a la recién creada ONU “arreglar” el “problema judeo-árabe” que el imperialismo inglés había cínicamente contribuido a construir él mismo durante tres decenios.

Al contrario que los árabes de Palestina, el movimiento sionista estaba preparado y se produjo el desenlace que se conoce: la guerra de 1948, la proclamación del estado de Israel, la catástrofe que golpeó a millones de palestinos.

La inmigración judía a Palestina e Israel (fuente:Lemarchand, Atlas géopolitique du Moyen-Orient et du Monde arabe, Complexe 1994).

Período Número de inmigrantes Principales países de origen

1903-22 25 000 Imperio ruso

1904-14 40 000 Imperio ruso, Rumanía, Europa central

1919-31 130 000 Grecia, Polonia, Turquía

1932-1939 210 000 Alemani, Rumanía, Polonia, Checoeslovaquia

1939-1948 180 000 Europa

1948-1955 690 000 Marruecos, Irak, Rumanía,Irán, Polonia, Egipto,

Yemen, Turquía, Bulgaria.

http://www.npa2009.org/idees/le-sionisme-du-reve-nationaliste-au-cauchemar-colonial

L´anticapitaliste, n 61 enero 2015

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR.

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