Hasta su sorprendente victoria del 1º de abril, casi todo el mundo pensaba que el esfuerzo que durante un año hizo el Sindicato de Trabajadores de Amazon (ALU, por sus siglas en inglés) por organizar el megadepósito JFK8 de la firma en Staten Island era una cruzada imposible, aunque noble. A diferencia de la jugada impulsada por el Sindicato de Tiendas Minoristas, Mayoristas y Departamentales (RWDSU) en las instalaciones de Amazon en Bessemer, Alabama, que estuvo siempre en el foco de atención de los medios, la campaña de ALU parecía tan arriesgada que casi fue ignorada.

En una elección de representantes sindicales en Bessemer en abril de 2021, Amazon derrotó a RWDSU por un margen de más de dos a uno; sin embargo, en noviembre del mismo año, la Junta Nacional de Relaciones de Trabajo ordenó llevar adelante una segunda elección, luego de que determinara que las tácticas intimidatorias de la empresa habían violado la ley en forma flagrante. Dados sus inmensos recursos económicos y su intransigente oposición a la iniciativa de RWDSU, la mayoría de los observadores predijo que Amazon vencería también en la segunda ronda de marzo de 2022. Y así fue, pero por un margen mucho menor y con una cantidad de votos impugnados suficiente como para que todavía sea posible un cambio en el resultado.

Mientras tanto, en Staten Island, ALU ganó por un margen cómodo, en una votación de 2.654 a 2.131 con solo 67 votos impugnados (hubo 17 votos nulos, mientras que una mayoría relativa de los 8.325 trabajadores que estaban calificados para hacerlo eligió no votar). Cuando vi por primera vez el recuento final, pensé que debía estar alucinando. Muchos otros también quedaron atónitos, entre ellos algunos de los propios integrantes de ALU.

El trabajo organizado sufrió derrotas devastadoras en las últimas décadas; en la actualidad, solo 6% de los trabajadores y las trabajadoras del sector privado son miembros de un sindicato, el porcentaje más pequeño en un siglo. La ley laboral estadounidense se ha inclinado cada vez más en favor de los empleadores, y los esfuerzos reiterados por lograr enmiendas legislativas (como la Ley PRO de Protección del Derecho a Organizarse, que ahora está trabada en el Senado) no llevaron a ninguna parte. Desde la década de 1980, las empresas han perfeccionado sus estrategias para derrotar las ofensivas sindicales, algo que ejemplifican las recientes acciones de Amazon en Bessemer y Staten Island. El Sindicato Unido de Trabajadores de Comercio y Alimentos enfrentó una oposición igualmente intransigente durante la década pasada al tratar de organizar al personal de Walmart, y finalmente abandonó la campaña. Este episodio funcionó como un relato ejemplificador para los líderes de los movimientos sindicales que evaluaban organizar Amazon. Ninguno de ellos se mostró ansioso de asumir esa tarea colosal hasta que un grupo de trabajadores en Bessemer se acercó a RWDSU en busca de ayuda. En Staten Island, los mismos trabajadores crearon ALU.

¿Cómo pudo un grupo de activistas combativos y sin ningún tipo de apoyo institucional vencer a este amenazante coloso del comercio minorista, el segundo mayor empleador de la nación? ALU tenía mínimos recursos, pero tenía un líder carismático, Chris Smalls, que lanzó la ofensiva sindical luego de que Amazon lo despidiera tras el paro que organizó por temas de salud y seguridad a comienzos de la pandemia. La campaña online de financiación colaborativa de ALU había sumado un total cercano a los 120.000 dólares al momento de la elección. Obtuvieron espacio gratuito en las oficinas sindicales de UNITE HERE y la asistencia pro bono de un experimentado abogado laboralista. Varios activistas veteranos –salts, como se los conoce en inglés en el mundo laboral– lograron que se los contratara en JFK8 para asistir en la campaña.

Aun así, según cualquier parámetro, las chances estaban muy a favor de Amazon. Solo en 2021, la empresa gastó 4,3 millones de dólares en consultores antisindicales. Amazon empapeló el depósito de Staten Island con carteles que decían «Vote No» y bombardeó a los trabajadores con argumentos en contra del sindicato, mientras imponía reuniones obligatorias para el personal en las que participaba una audiencia cautiva. La gerencia de Amazon abiertamente ridiculizaba a Smalls e incluso lo hizo arrestar –supuestamente por violar propiedad privada– pocas semanas antes de la votación. Dadas estas señales de la confianza de la gerencia en su triunfo, debe haberlos sorprendido como a cualquiera la victoria de ALU.

Un viejo adagio sindical dice que «el jefe es el mejor organizador». Sin duda, la arrogancia que Amazon demostró a menudo ayuda a explicar el éxito de ALU en Staten Island. Aparte de elevar a Smalls prácticamente a la categoría de mártir, el brutal régimen de talleres impuesto por la compañía contribuyó mucho a alimentar la campaña sindical. Amazon utiliza vigilancia electrónica para monitorear la productividad de los trabajadores y les impone medidas disciplinarias en forma automática si no cumplen con las cuotas o llevan demasiado «tiempo fuera de las tareas». Los trabajadores pueden ser despedidos también automáticamente, sin oportunidad de discutir su desempeño con un supervisor humano. En este contexto, no sorprende que sonara el eslogan «¡No somos robots!» durante todo ese esfuerzo por lograr la sindicalización. Lo que sumaba a la indignación de los trabajadores era la aparente indiferencia de Amazon por su salud y seguridad. Los índices de lesiones ya eran altos antes de la pandemia, y el reporte sobre los trabajadores con resultados positivos de covid-19 fue, cuanto mucho, esporádico. Mientras muchos trabajadores soportaban extenuantes turnos de trabajo de 12 horas, el negocio de la compañía crecía en forma explosiva durante las cuarentenas, y su CEO, Jeff Bezos, se convertía en la persona más rica del planeta (desde entonces Bezos ha abandonado su puesto de CEO y descendido al segundo puesto en la lista de los más ricos, superado por Elon Musk).

Muchos trabajadores votaron contra Amazon con los pies: la tasa de rotación en las instalaciones de la empresa alcanza a 150%, sobre todo como resultado de los altos índices de renuncia. (Esto significa que el trabajador o trabajadora típicos permanecen en su puesto menos de un año, lo que sugiere que la contribución de Amazon a la Gran Renuncia está muy por encima del promedio). No obstante, miles han resistido y entablado una batalla colectiva contra este régimen draconiano de trabajo. Durante la pandemia, la restricción del mercado laboral redujo considerablemente los riesgos involucrados en la sindicalización; a cualquiera que hubiera sido despedido por sindicalizarse le resultaría relativamente sencillo encontrar otro empleo. La pandemia también iluminó el rol de los «trabajadores esenciales», como los de Amazon. Y el apoyo público a los sindicatos creció. También ayudó que el presidente de la nación respaldara al movimiento de Bessemer en favor de la organización.

El intento de la empresa de instalar el miedo entre sus filas fue considerablemente menos potente en Staten Island que en Alabama. Hay una amplia brecha entre los salarios de Amazon y los de otros empleos en Bessemer, pero en Nueva York muchas empresas ofrecen una compensación similar. El salario mínimo legal es de 15 dólares la hora en el Empire State, y la tasa de sindicalización es aproximadamente el doble de la media nacional. En contraste, el salario mínimo en Alabama es 7,25 dólares la hora y se trata de un estado que apoya el «derecho a trabajar», donde los sindicatos tienen una presencia mucho más limitada.

Además, ALU pudo fácilmente refutar las denuncias de Amazon de que se trataba de una organización «externa», parte habitual del discurso antisindical que puede haber tenido algo de influencia en Bessemer. En Staten Island, todos los involucrados en la campaña sindical trabajaban en JFK8 (o lo habían hecho antes de ser despedidos, como Chris Smalls). Por este motivo, la ausencia de cualquier sindicato con trayectoria sumaba.

El triunfo improbable de ALU tiene algunos paralelos con los éxitos iniciales de Trabajadores Agrícolas Unidos (UFW, por sus siglas en inglés). Como ha sostenido Marshall Ganz, autor de Why David Sometimes Wins [Por qué a veces gana David], hay oportunidades en que los recursos importan menos que el ingenio, o lo que él llama la «capacidad estratégica». En verdad, UFW triunfó con un presupuesto muy limitado y una variedad de tácticas innovadoras, mientras que los esfuerzos mejor financiados de la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO) para organizar a los trabajadores agrícolas fracasaron.

De algún modo, la campaña de ALU fue marcadamente convencional. Se abocó a ganar una elección tradicional de representación laboral mediante la vetusta maquinaria de la Junta Nacional de Relaciones Laborales. Pero también tuvo algunos aspectos innovadores: ALU hizo un amplio uso de las redes sociales, en particular TikTok y Telegram. Distribuyó comida gratis y hasta marihuana (que hoy es legal en Nueva York). Los organizadores también apuntaron a ganarse la adhesión de trabajadores de color e inmigrantes.

El uso de las redes sociales y el enfoque interseccional reflejó el hecho de que los líderes de ALU son relativamente jóvenes, parte de la generación millennial (a quienes se sumó la aún más joven Generación Z), y muchos de ellos entraron en el mundo laboral luego de la Gran Recesión. Este fue el grupo que lideró los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter [las vidas negras importan]; más recientemente, les picó el bicho de la sindicalización. Los trabajadores y trabajadoras jóvenes, en especial quienes accedieron a educación superior, han logrado en los últimos años una serie de triunfos sindicales entre periodistas, profesores adjuntos y estudiantes de posgrado, así como también entre profesionales de organizaciones sin fines de lucro y museos. Los éxitos recientes en la sindicalización del personal de Starbucks también incluyeron a muchos trabajadores jóvenes con educación terciaria.

Ninguno de esos esfuerzos se aproxima a la escala o la visibilidad de la victoria en las elecciones del depósito de Staten Island. Es tentador comparar ese triunfo con la victoria histórica de 1937 de Trabajadores Unidos del Automóvil (UAW) en Flint, Michigan, cuando General Motors reconoció al sindicato luego de una legendaria huelga de brazos caídos que duró meses. Pero mientras que ese triunfo tuvo lugar dos años después de la aprobación de la Ley Nacional de Relaciones Laborales, una legislación pionera que estableció el derecho a la sindicalización, el triunfo de ALU fue en un contexto muy diferente: tuvo éxito a pesar de la ley, no como resultado de ella.

Los líderes de ALU saben bien que su lucha está lejos de haber terminado. En los últimos años, solo la mitad de las campañas sindicales exitosas han logrado un acuerdo de negociación colectiva, y la posición antisindical intransigente de Amazon no muestra signos de menguar. Pero el mundo entero estará observando cuando la pelea entre en la siguiente fase, y ahora que han mostrado que es posible, Chris Smalls y sus compañeros y compañeras sindicalistas obtendrán mucho más apoyo y asistencia en la continuidad de la lucha. Su avance histórico seguramente inspirará la organización de más campañas en otras instalaciones de Amazon y más allá.

https://nuso.org/articulo/el-sindicato-de-amazon-lecciones-para-la-izquierda/?utm_source=email&utm_medium=email&utm_campaign=email

Nota: la versión original de este artículo en inglés se publicó en la revista Dissent, con el titulo «The Amazon Labor Union’s Historic Breakthrough». Se publica como parte de un esfuerzo común entre Nueva Sociedad y Dissent para difundir el pensamiento progresista en América. Puede leerse el original aquíTraducción: María Alejandra Cucchi.

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