Diagonal

Pareciera que cada día hay un nuevo argumento, una nueva imagen o una nueva razón para decir basta a la Europa de los campos. Un sentir común que desde hace años y, ahora con más fuerza, va pasando de la indignación a la acción.

La Europa de los campos:

Nos referimos con la palabra “campo” a aquellos espacios en los que se concentra a las personas por ser o no ser aquello que tal o cual Estado considera oportuno para limitar la libertad de movimiento. Desde hace más de un siglo se han empleado estos campos para concentrar a distintas poblaciones: desde los desarrollados por los alemanes en la actual Namibia, con el consiguiente exterminio de la población Herero y Namaquas (1904-1907), o los campos construidos en la Segunda Guerra Mundial (como el de Rivesaltes, en el que fueron internados miles de exiliados de la Guerra Civil española o los más conocidos, la red de campos que hizo posible el Holocausto), pasando por el actual CIE de Aluche o el CETI de Melilla, que hoy alberga cerca de 1.500 solicitantes de asilo. Los dos últimos son sólo un nodo de la actual red europea que conforman cerca de 400 campos. Podemos afirmar que los campos llegaron a Europa tras la Primera Guerra Mundial desde los experimentos en las colonias, se agudizaron con la segunda gran guerra y viven un repunte hoy en día. Paradójicamente, la Europa sin fronteras ha consolidado un modelo de fronteras externalizadas (en las antiguas colonias). Fronteras exteriores llenas de cuchillas (en los países limítrofes, como España) y fronteras interiores en toda Europa (en forma de redadas policiales racistas y de Centros de Internamiento para Extranjeros). Conviene recordar que los campos han cumplido diferentes funciones a lo largo de la historia reciente, unos han servido para matar personas y otros para expulsarlas y matar sus esperanzas, aunque en ambos casos se llenan los trenes y se desvían de su destino para llevar a la engañada población a los campos (de refugiados, de internamiento, de exterminio...).

En los campos hay encerradas personas que son denominadas “inmigrantes ilegales” y, en el mejor de los casos, “refugiados”. Y, en el peor, “traficantes”, “mafias” o “terroristas”... palabras que con demasiada frecuencia aparecen en los pies de foto para renombrar lo que evidentemente es una emergencia humanitaria. Los campos sirven así para separar dos poblaciones: una europea y otra no europea o extranjera.

El principal argumento es que es necesario distribuir de forma asimétrica la precariedad, consecuencia de la explotación de una parte del mundo sobre el resto, ante lo cual es normal ver morir personas en el mismo mar en el que otros pueden realizar cruceros de ensueño. Los que van a morir, los extranjeros, son presentados como una amenaza que puede hacer saltar por los aires nuestra forma de vida, por precaria y carente de expectativas que esta sea. Nos dicen: “Al fin y al cabo estás en el mejor de los mundos posibles, no te preocupes por analizar la responsabilidad de Europa, su diplomacia y sus empresas multinacionales en todos estos movimientos masivos de población”.

Un sentir común

A pesar de estos y otros argumentos hay un sentir común que no puede comprender ni acepta lo que está pasando: la gente no entiende que los niños mueran en el mar, que personas solicitantes de asilo sean gaseadas y reprimidas por antidisturbios, o sus refugios incendiados por neonazis,no entienden tampoco las discusiones absurdas por cuotas ridículas de refugiados o persecuciones policiales a manteros por el mero hecho de intentar sobrevivir. Llamaremos a esto sentir común, donde lo que más nos interesa no es el sentido sino el sentir, no las razones de complicados discursos laberínticos que diferencian entre categorías de personas (entre refugiados de guerra y políticos, los refugiados de los inmigrantes económicos, los inmigrantes irregulares “buenos” de los “malos”, los inmigrantes de los “emprendedores” españoles emigrados). No, no podemos entrar en esos debates sobre la movilidad europea que lleva a la creación de categorías de personas con más o menos derechos para luego justificar muros con cuchillas, más centros de internamiento, masivos vuelos de deportación (fletados por Air Europa) o propuestas genocidas como bombardear barcos de inmigrantes o añadir más bombas a un territorio que ya está en guerra. Hay un sentir común que dice una y mil veces ¡no a la guerra! Pero no, hoy no entremos en esos juegos retóricos que permiten escurrir el bulto con propuestas estrellas esperando que la opinión pública mire hacia otro lado.

Hoy esto es más sencillo, hablamos de “sentires comunes”. Es decir, aquello que nos hace reconocernos como humanos, precisamente, ante la vulnerabilidad y la precariedad de la vida. Y ésta es la clave: frente al discurso racista y xenófobo, bien instalado en las instituciones europeas y gran parte de sus representantes políticos (que defienden que el bienestar de unos necesita la precariedad y la muerte de otros), frente a estos que defienden el reparto de refugiados como una mercancía nociva, sujeta a regateos y especulación… frente a esta banalidad del mal encarnada en racismo de Estado… Frente a todo esto surgen multitud de personas que comparten un sentir muy diferente, aquel que considera que si una persona huye de una guerra, del hambre, de la discriminación sexual o, simplemente, ha de partir… como ahora hacen cientos de miles de jóvenes españoles, lo que corresponde es abrir nuestras puertas, ofrecer hospedaje, conocer sus motivaciones y asumir que son un miembro más de nuestra especie, de nuestra comunidad política y un sujeto activo de pleno derecho.

Propuestas para la acción y la participación

Más allá o, mejor, más acá de sesudos debates filosóficos o políticos, sabemos que es de sentido común que a las personas no se las encierra en campos, que los refugiados son bienvenidos, que ninguna persona es ilegal y que hay que cerrar todos los campos (se llamen de refugiados o Centros de Internamiento para Extranjeros…) y, por supuesto, quela solución a la guerra y los desplazados no es una nueva guerra que genere más desplazados y más campos. Quien no comprenda esto ha perdido el sentido más común de todos los sentidos, el que aporta la capacidad de reconocerse como humanos. Nos guía el sentir común ante aquello que no puede dejarnos indiferentes, independientemente de que ocupe las portadas de los medios o no. Esta capacidad para identificar la dignidad humana y la vida como valor fundamental. Por esa razón cientos de personas nos venimos organizando en diversas asambleas que apuntan hacia un mismo sentir común: el fin de la Europa de los campos.

A finales de julio se reunió la primera asamblea abierta parahacer de Madrid una ciudad libre de Centros de Internamiento para Extranjeros, de redadas y de vuelos de deportación, cuyo primer objetivo es el cierre del CIE de Aluche, en sintonía con lo que desde otras ciudades se está reclamando, hasta el cierre total de todos estos campos en el Estado. En segundo lugar, los primeros días de septiembre han dado a luz una asamblea a propósito de la controversia mediática y política en torno a los refugiados. Las siguientes convocatorias a las que se invita a todas las personas que deseen participar son: respecto al problema de los refugiados habrá una asamblea el miércoles día 9 a las 20.30 horas en la Plaza Agustín Lara (de la que previsiblemente saldrá una convocatoria de manifestación). Finalmente, eldomingo 13 de septiembre tendrá lugar la 2ª asamblea abierta por un Madrid libre de CIES en el mercado de la Cebada a las 12.30 horas. Ahora más que nunca es necesaria la participación activa de cada uno de nosotros, difundiendo las convocatorias, asistiendo a las asambleas o manifestaciones, hablando con nuestras vecinas… en definitiva, cualquier idea que contribuya a hacer de Madrid una ciudad refugio libre de CIEs es bienvenida.

8709/2015

https://www.diagonalperiodico.net/global/27689-sentir-comun-por-fin-la-europa-campos.html

Christian Orgaz es activista e investigador sobre sistema de fronteras y campos Europeos.

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