Este 26 de noviembre se ha abierto en Doha, Qatar, la Cumbre Anual de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Formalmente, la cumbre se compone de dos reuniones distintas: la 18ª sesión de la conferencia de las partes firmantes del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CCNUCC) firmado en Río en 1992, de una parte, y la 8ª sesión de la reunión de las partes en el Protocolo de Kyoto, de otra. Los principales objetivos de la reunión son los siguientes: primero, la aprobación por los países desarrollados de un segundo período de compromiso con el Protocolo (el primer período acaba a finales de este año); en segundo lugar la negociación de un acuerdo global que implique a todas las naciones en la lucha contra el calentamiento, a partir de 2020. Los dos aspectos están íntimamente ligados pues los llamados países “en desarrollo” exigen de los países llamados “desarrollados” que den ejemplo, dado que son los principales responsables históricos de los cambios climáticos, mientras que los segundos exigen de los grandes países emergentes que éstos asuman sus responsabilidades, dado que figuran hoy entre los principales emisores de gases de efecto invernadero.

De Balí a Doha

La cumbre de Doha sigue los pasos de las reuniones precedentes, en particular las de Balí, Copenhague, Cancún y Durban. Para comprender lo que está en juego hay que echar un poco la vista atrás.

- La cumbre de Balí (2008) adoptó una “hoja de ruta” que estipulaba que “serán necesarios recortes profundos en las emisiones globales” para estabilizar el clima y subrayaba “la urgencia de hacer frente al cambio climático tal como está indicado en el cuarto informe de evaluación del GIEC”. Al término de duros debates contra los representantes de la administración estadounidense, se añadió una nota a pie de página remitiendo a la página 776 de la contribución del grupo de trabajo III al informe de 2007 del GIEC sí como a las páginas 39 y 90 del Resumen técnico de dicha contribución. Este detalle es importante pues esos documentos proporcionan diferentes escenarios de estabilización del sistema climático, teniendo en cuenta las “responsabilidades comunes pero diferenciadas” de los países ricos y de los países pobres. Según esos escenarios, para no superar demasiado los 2ºC de subida de la temperatura respecto al siglo XVIII, 1) las emisiones de los países desarrollados deben disminuir entre un 25% y un 40% de aquí a 2020, y entre un 80% y un 95% de aquí a 2050, en relación al nivel de 1990; 2) las emisiones mundiales deben disminuir entre un 50% y un 85% de aquí a 2050; 3) la disminución debe comenzar como muy tarde en 2015; 4) los países en desarrollo pueden continuar aumentando sus emisiones netas durante un cierto tiempo, pero sus emisiones relativas deben bajar entre un 15 % y un 30% en relación a las proyecciones.

- En Copenhague (2009), la hoja de ruta de Balí debería haber desembocado en un acuerdo global que fijara a los países ricos obligaciones de reducción absoluta de sus emisiones y a los demás países obligaciones de reducción relativa, en función de un objetivo de limitación del calentamiento, y por medio de una transferencia de las tecnologías limpias del Norte hacia el Sur (a fin de garantizar el derecho de éste al desarrollo). Pero entretanto se produjo la crisis de las subprimes. En un contexto de recesión y de competencia capitalista exacerbada, los grandes contaminantes, con los Estados Unidos a la cabeza, querían menos que nunca un acuerdo que amenazara la competitividad de sus empresas. Es la razón por la que Barack Obama organizó una negociación no oficial con China, India, Brasil, África del Sur y la Unión Europea, que dio lugar a un acuerdo que invitaba a cada estado a elaborar a su guisa su propio plan climático y a comunicarlo al secretariado de la CCNUCC. Así, países desarrollados y grandes naciones “emergentes” descartaron un tratado multilateral obligatorio con objetivos de reducción drásticos, determinados sobre la base de valoración científica del GIEC. La Conferencia “tomó nota” de este acuerdo en un ambiente tumultuoso, marcado por la valiente oposición de algunos estados del Sur (Bolivia, Venezuela, Cuba, en particular) que denunciaron el diktat de las grandes potencias. El representante de Tuvalu, por su parte, atacó a las naciones “en desarrollo” que aceptaban “las monedas de Judas” como precio de su sumisión;

- La cumbre de Cancún, un año más tarde, fue dominada por el tema de la adaptación al calentamiento: a falta de tomar medidas energéticas para reducir sus emisiones, los países ricos prometieron que serían puestos a disposición de los países pobres, en 2010-2012, 30 millardos de dólares para ayudarles a adaptarse al calentamiento, y que este sobre sería elevado a cien millardos por año a partir de 2020. Se tomó la decisión de confiar la gestión de esas sumas a un Fondo Verde para el Clima, en el que el Banco Mundial juega un papel preeminente. La conferencia afirmó por otra parte la necesidad de limitar la subida de la temperatura a 2ºC como media, de mantener ese objetivo bajo examen regular e incluso contemplar su refuerzo a 1,5ºC máximo, en función de la evolución de los conocimientos científicos sobre el impacto del calentamiento. Hasta entonces solo la Unión Europea se había pronunciado sobre el objetivo de una subida máxima de 2ºC. Lógicamente, la decisión de la cumbre habría debido llevar a los congresistas de Cancún a retomar la hoja de ruta de Balí y su famosa nota a pie de página, a fin de adoptar rápidamente un plan de urgencia que incluyera las reducciones de emisiones juzgadas necesarias por los especialistas. En lugar de ello, se contentaron con “tomar nota” de los objetivos de reducción de las emisiones que 80 países habían comunicado voluntariamente al Secretariado de la CCNUCC, según el planteamiento de Copenhague. Los climatólogos subrayaron que, sobre la base de estos planes climáticos nacionales, la temperatura en la superficie de la Tierra aumentaría probablemente de 3ºC a 5ºC de ahora a finales de siglo -poco más o menos dos veces más, pero no se les hizo caso. Los 2ºC de máxima eran para la galería.

- En Durban, el año pasado, se arrancaron con grandes dificultades dos acuerdos, que incumbían respectivamente a los países ricos y a todos los países. El primero estipula que habrá definitivamente un segundo período de compromiso en el marco del Protocolo de Kyoto (recordemos que el primer período de compromiso,2008-2012, emplazaba a los países ricos a reducir sus emisiones un 5,2% como media en relación a 1990). El segundo reconoce la necesidad de elaborar “un protocolo, otro instrumento jurídico o una conclusión concertada con fuerza de ley de la CCNUCC aplicable a todas las partes”. Ha comenzado un proceso de negociación de este acuerdo climático global. Debería acabar en 2015 en un texto a someter luego a los parlamentos nacionales de todas las naciones. Suponiendo que viera la luz, este acuerdo entraría en vigor como muy pronto en 2020.

Deslizamientos progresivos

A lo largo de estas reuniones (salpicadas de otras reuniones anuales, en particular en Bonn), se produjeron numerosos deslizamientos. En primer lugar, el principio de las “responsabilidades comunes pero diferenciadas” de los países del Norte y del Sur fue sometido a una creciente presión; bajo el pretexto de que los grandes países emergentes emiten hoy una proporción muy importante de gases de efecto invernadero enviados a la atmósfera, la responsabilidad histórica mayor de los países imperialistas (responsables en más del 70% del calentamiento) fue sistemáticamente relativizada, incluso borrada. Segundo, la respuesta de los gobiernos y de las instituciones internacionales tomó un aspecto cada vez más abiertamente neoliberal, hasta el punto de estar hoy casi exclusivamente basada en mecanismos de mercado (incentivación de las energías renovables, mercado de los derechos de emisión y compra de créditos de emisión).

Es cierto que estos mecanismos estaban previstos en el Protocolo de Kyoto pero, a pesar de su notoria insuficiencia, éste seguía teniendo un carácter híbrido, pues atribuía a los estados cuotas obligatorias de reducción de las emisiones (con sanciones en caso de no respetarlas). Por otra parte, hoy no queda ya gran cosa de este planteamiento “regulacionista” pues los grandes contaminadores (países imperialistas y “subimperialismos” emergentes, en particular China y Brasil) lo han sacado de Copenhague; además, se ha ampliado considerablemente el abanico de las posibilidades de reemplazar las reducciones de emisiones por medidas de compensación. Así son considerados como equivalentes a reducciones netas de emisiones medidas que abarcan no solo la plantación de árboles, sino también la protección de las selvas existentes, la valorización energética del metano de los yacimientos de hulla, o la destrucción de ciertos gases industriales de gran efecto invernadero. En realidad, esta equivalencia no existe más que en la cabeza de quienes la han imaginado y cuya preocupación más importante es permitir a la industria reemplazar medidas costosas de reducción de las emisiones por la compra de créditos de carbono al precio más bajo posible, lo que en realidad tiene por efecto retrasar la indispensable transición energética.

Los petrojeques qatarís maniobran

Ni que decir tiene que la conferencia de Doha no traerá ningún cambio de esta política desastrosa. El lugar mismo de su celebración es emblemático. Asentado sobre sus reservas de hidrocarburos y de petrodólares, Qatar tiene el triste privilegio de ser el país del mundo que emite más gas con efecto invernadero por habitante. El régimen es uno de los más retrógrados de la región: en las últimas elecciones municipales, en 2011, solo una mujer ha podido lograr un puesto de concejal. Los derechos humanos son pisoteados y el país, aunque haya abolido la esclavitud en 1952, aplica una ley llamada de “padrinazgo” que estipula que los trabajadores extranjeros pueden entrar, permanecer y trabajar en el emirato, pero no pueden abandonarlo sin autorización de su “padrino”. Considerado como el 51º estado de los Estados Unidos, Qatar apoya todas las dictaduras de la región: a través de él Washington y Tel Aviv intentan sabotear las revoluciones árabes, apoya cualquier régimen oscurantista islamista (acaba de entregar un importante material de represión al ministro tunecino del interior) y es sospechoso de estar mezclado en la financiación de proyectos de colonización israelíes en Jerusalén Este. Añadamos que los emires no son más respetuosos de la naturaleza que de los seres humanos: cazadores sin escrúpulos, de padres a hijos, acuden regularmente regularmente a África del Norte para cazar avutardas y gacelas Thomson, dos especies protegidas que masacran impunemente, a pesar de las protestas de las asociaciones tunecinas y argelinas de defensa del medio ambiente. Esos son los personajes que presiden los debates de la 18ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático... Creer que ésta pueda trazar un camino que permita a la humanidad evitar la catástrofe tiene que ver más que nunca con la ilusión.

La catástrofe está en marcha

Veinte años después de la adopción de la CCNUCC, la incuria capitalista desarrolla sus efectos ante nuestros ojos: el calentamiento del planeta continúa acelerándose, hasta el punto de que se corre el riesgo de una aceleración irreversible. Desde el comienzo del siglo XXI las emisiones de gas con efecto invernadero aumentan entre el 3% y el 4% por año, contra alrededor del 2% en los años 1990. Este aumento se explica en particular por la explosión de los transportes y el aumento del uso del carbón en China, pero también en India, en los Estados Unidos y en Australia. Está por tanto directamente ligado a la mundialización neoliberal. Por ello, los fenómenos meteorológicos extremos (lluvias violentas, sequías anormales, canículas u olas severas de frío, tempestades, ciclones, …) se multiplican y ganan en intensidad. La fusión estival del hielo del mar ártico ha alcanzado un récord absoluto en 2012, hasta el punto de que la capa podría desaparecer totalmente en un futuro cercano. Sobre todo, se nota una aceleración inquietante de la dislocación de los casquetes glaciares de Groenlandia y del Antártico oeste -un fenómeno que hace correr a la humanidad el riesgo de una subida del nivel de los mares de dos metros o más de aquí a final de siglo.

Estas terribles amenazas, cuyas principales víctimas serán los pobres, han sido recordadas recientemente en un informe del Banco Mundial. Titulado “Bajemos el calor: porqué es absolutamente preciso evitar una subida de 4º C de la temperatura del planeta” y codirigido por Climate Analytics y el Potsdam Institute for Climate Impact Resarch, este documento no muestra nada fundamentalmente nuevo sobre los impactos de los cambios climáticos. De hecho, su difusión justo antes de la Conferencia de Doha parece tener sobre todo el objetivo de preparar los espíritus a la superación de los 2ºC... Podría también servir para legitimar, en nombre de la urgencia, las autodenominadas “soluciones” presentadas por el Banco en el marco de su ofensiva por una “economía verde”: los agrocarburantes, lo nuclear, el carbón “limpio” y la apropiación masiva de los recursos naturales, en particular de las selvas y de las tierras arables. Según Oxfam, los inversores internacionales compran cada seis días en los países del Sur una superficie de tierra del tamaño de Londres. En el curso de los diez últimos años, las tierras compradas así representan ocho veces la superficie de Gran Bretaña. En Camboya, se estima que cerca del 60% de las tierras arables han sido adquiridas por multinacionales. Esta oleada de apropiaciones es debida en gran medida al hecho de que las finanzas internacionales especulan con el precio de las materias primas agrícolas y la producción de agrocarburantes... en detrimento del derecho de los pueblos a la alimentación /1. Un ejemplo de la barbarie a que conucen las “soluciones” el Banco.

Cada vez que se abre una conferencia de la ONU sobre el clima, los medios nos repiten la misma historia: los gobiernos buscan un acuerdo para que la subida de temperatura no supere 2º C respecto al período preindustrial. La verdad es que es más que probable que ese objetivo esté ya fuera de alcance. Si la Unión Europea lo ha hecho mejor de lo que marcaba el objetivo mínimo asignado por Kyoto es, en gran parte, debido a la recesión económica, a la importación de agrocarburantes, a la compra masiva de créditos de carbono (a menudo trampeando) y a la deslocalización de la producción en China. Ya se sabe que los Estados Unidos no ratificaron Kyoto y que sus emisiones actuales superan en más del 30% el nivel de 1990. Canadá se retiró del Protocolo y Japón, así como Rusia, ya no lo quieren. Sin embargo, el texto adoptado en la excapital imperial no imponía más que objetivos irrisorios, insignificantes, frente a lo que es necesario para salvar el clima. Por consiguiente, es sencillamente impensable que la economía capitalista mundial, basada en el crecimiento, la competencia y la ganancia logre poner en marcha las reducciones drásticas que evocaba la nota de pie de página de la hoja de ruta de Balí. Basta con echar una ojeada a las tendencias de la política capitalista para convencerse de ello: las fuentes renovables siguen siendo globalmente marginales, su desarrollo no cubre más que una parte del aumento de la demanda; lo grueso de las necesidades sigue siendo asegurado por los combustibles fósiles, con un recurso creciente al carbón, una carrera por los recursos petroleros de la Antártida, la explotación delirante de las arenas bituminosas de Alberta, por no mencionar el gas de esquisto, la nueva carta de las multinacionales de la energía...

El atasco capitalista es total...

La imposibilidad de respoder al desafío climático/energético en el marco productivista del capitalismo es tan evidente que se cuela a veces entre las líneas de ciertos informes de instituciones internacionales por encima de toda sospecha de subversión comunista. Así, el World Economic and Social Survey 2011 de las Naciones Unidas es una lectura edificante. Según ese documento, la parte de las renovables modernas en la producción primaria de energía ha pasado del 0,45% en 1990 al 0,75% en 2008, es decir un crecimiento anual medio del 2,9%. Al mismo tiempo, el uso del carbón, del petróleo y del gas natural han aumentado un 1,6%, 1,5% y un 1,2% respectivamente. Los gobiernos han intervenido masivamente para promover las renovables y el sector privado ha participado, “pero el cambio de tecnología energética se ha ralentizado considerablemente a nivel del mix energético global desde los años 1970, y no hay pruebas que apoyen la idea popular de que ese cambio de tecnología energética se acelera. (…) A pesar de las tasas de crecimiento impresionantes de la difusión de las tecnologías energéticas renovables desde 2000, está claro que la trayectoria actual no se acerca en ninguna parte a un camino realista hacia una descarbonización total del sistema energético global en 2050”, afirma el informe (pp 49-50).

Una de las razones de la paradoja es que la utilización plenamente racional y ahorrativa de las renovables necesitaría la construcción en diez años de un sistema energético completamente nuevo. Veamos una explicación en el caso de la producción eléctrica: en el marco actual, 1 GW de capacidad eólica intermitente necesita el soporte de 0,9 GW fósiles. Para evitarlo, es necesaria una red “inteligente”. Sin embargo, construir una red así representa una empresa “gigantesca, que necesita un progreso tecnológico, una cooperación internacional y transferencias sin precedentes” (p.52). De una forma general, señala el informe, “la magnitud física del sistema energético actual basado en los combustibles fósiles es verdaderamente enorme. Hay millares de grandes minas de carbón y de grandes centrales eléctricas de carbón, alrededor de 50.000 campos petrolíferos, una red mundial de al menos 300.000 km de oleoductos y 500.000 km de gaseoductos, y 300.000 km de líneas eléctricas. Globalmente, el coste del reemplazo de la infraestructura fósil y nuclear existente es de al menos 15 a 20.000 millardos de dólares [una cuarta parte del PIB mundial -DT]. China ha aumentado su capacidad eléctrica basada en el carbón en más de 300 GW entre 2000 y 2008, una inversión de más de 300 millardos de dólares, que comenzará a amortizarse a partir de 2030-2040 y funcionará quizá hasta 2050-2060. De hecho, la mayor parte de las infraestructuras energéticas en las economías emergentes han sido desplegadas recientemente y son completamente nuevas, con duraciones de vida de al menos 40 o 60 años. Claramente, es improbable que el mundo (sic) decida de un día para otro borrar entre 15 y 20.000 millardos de dólares en infraestructuras y reemplazarlas por un sistema energético renovable cuyo precio es más elevado” (p. 53).

Evidentemente, no es “el mundo” quien decide: éste no tiene nada que decir. Son los gobiernos, bajo la tutela de los grandes grupos energéticos... y del capital financiero que adelanta los créditos para las inversiones. Las reservas probadas de combustibles fósiles -que forman parte de los activos de los lobbis del carbón, del gas y del petróleo así como de los fondos de pensiones- son cinco veces superiores a la cantidad de carbono que la humanidad puede aún permitirse quemar. Según los cálculos del Potsdam Institute y de la ONG Carbon Tracker, salvar el clima necesitaría que el 80% de esas reservas permanecieran para siempre en las profundidades geológicas del globo. “El mundo” se portaría mejor, pero no los propietarios de los yacimientos, ¡está claro! Dejando a parte este “detalle”, el World Economic and Social Survey 2011 describe bien el problema. Más del 50% de las emisiones mundiales son debidas apenas al 7% de la población, los 3,1 millardos de pobres no son “responsables” más que de entre el 5% y el 10% de los gases con efecto invernadero (p.29). Por consiguiente, el éxito de la transición no es posible más que si el “europeo medio disminuye su consumo de energía alrededor de la mitad y el residente de los Estados Unidos alrededor de los tres cuartos” (p. XIV). El informe tiene la honradez de reconocer que tales objetivos no pueden ser alcanzados por “soluciones simplistas” como “la internalización de las externalidaes medioambientales” o las políticas voluntaristas de “big push” tecnológico. “Ninguno de esos planteamientos tiene el potencial de acelerar suficientemente el cambio tecnológico a las escalas globales que son requeridas” (p.29).

Por un plan de urgencia social y ecológico

Los autores del World Economic and Social Survey 2011 no sacan evidentemente la conclusión que se impone de su análisis. Al contrario, se inspiran del escenario Blue Map de la Agencia Internacional de la Energía. Sin embargo, además de que estima razonable proseguir el desarrollo de los agrocarburantes y de construir una central nuclear de 1GW por semana durante cuarenta años, en particular, el escenario de la AIE permitiría como mucho limitar la concentración en CO2 en 550 ppm, lo que corresponde a una subida de temperatura comprendida entre 2,8ºC y 3,2ºC... Poner en marcha Blue Map: eso es sin duda lo que el Banco Mundial tiene en la cabeza cuando afirma que es preciso “evitar absolutamente una subida de 4ºC de la temperatura del planeta...

La conclusión inevitable pero tabú es sencillamente la siguiente: el salvamento del sistema climático no es posible más que por medio de una planificación democrática a escala mundial, la supresión de las producciones inútiles o nocivas, una amplia relocalización de la producción (en particular la agrícola) y una redistribución radical de las riquezas. Esta debería incluir en particular: la nacionalización sin indemnización de los grupos energéticos y de crédito, una reducción fuerte del tiempo de trabajo sin pérdida de salario, la abolición de las deudas públicas, la supresión de los derechos de propiedad intelectual sobre las tecnologías limpias, y una extensión considerable del sector público, bajo el control de las poblaciones. Solo una orientación anticapitalista en dirección a una sociedad que produzca para la satisfacción de las necesidades humanas reales, democráticamente determinadas, puede permitir disminuir radicalmente el consumo de energía y la producción material a la vez que se satisfacen las necesidades sociales de la mayoría. El salvamento del clima -que condiciona nuestras condiciones de existencia sobre la Tierra- tine ese precio. Es decir que el combate debe imperativamente ser asumido por los movimientos sociales, en particular por el movimiento sindical. En lugar de dejarse arrinconar mendigando un “relanzamiento” del capitalismo, como hacen actualmente, las organizaciones de trabajadores y trabajadoras deberían atreverse a elaborar y popularizar un amplio plan público de urgencia social y ecológica. Un plan que intentara a la vez dar un empleo a todos y todas y romper el engranaje mortal del crecimiento capitalista tendría una enorme legitimidad social, frente a este sistema que, como decía Marx, “destruye las dos únicas fuentes de toda riqueza: la tierra y el trabajador”.

(gracias a Rafik Khalfaoui por sus sugerencias)

27/12/2012

http://www.lcr-lagauche.be/cm/index.php?view=article&id=2688:doha—le-plus-grand-pollueur-du-monde-preside-le-sommet-sur-le-climat-&option=com_content&Itemid=53

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Notas

1/ Sean Thompson, “Economics and ecology: the multiple nature of the crisis”, communication à la Historical Materialism Conference, London, nov 2012.

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