Rosa extrajo las siguientes conclusiones del experimento ministerialista francés: la celebrada política práctica demostró ser de lo menos práctica porque la clase trabajadora, paralizada a causa de la participación del Partido Socialista en la política gubernamental, no podía hacer valer la fuerza de su propio poder.

Paul Frölich, Rosa Luxemburgo y su obra 1/

El fracaso de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno, tras conseguir sólo 124 votos a favor frente a 155 en contra y 67 abstenciones, supone sin duda la frustración de las expectativas que, aunque limitadas, se habían generado después del 28 de abril. No sólo entre el electorado de izquierdas, sino también entre la mayoría de quienes votaron a fuerzas soberanistas periféricas.

En cambio, ahora, la sensación de alivio que ha provocado este desenlace entre las fuerzas de la derecha españolista salta a la vista con sólo leer portadas como la del diario monárquico conservador ABC del 26 de julio –“No se puede”-, mientras que otros medios no ocultan su satisfacción por ver cómo el líder del PSOE ya da por cerrada la opción de gobierno de coalición con UP y muestra su disposición a “explorar nuevos caminos”. Obviamente, con esto sólo cabe interpretar que lo que va a buscar Sánchez prioritariamente en los próximos dos meses es recomponer las relaciones con un PP aparentemente centrado, una vez comprobada la ineficacia hasta ahora de las presiones sobre el líder de Cs, empeñado con su campaña histriónica del No al “plan Sánchez y su banda”. Con todo, tampoco parece que Sánchez vaya a tirar la toalla en su esfuerzo por lograr un giro de ese partido a medio plazo con la ayuda de su amigo común Macron y las encuestas.

Por el contrario, la dirección de Podemos parece aferrarse a seguir con la propuesta de gobierno de coalición, pese a que ésta ha entrado en vía muerta, limitándose a una lista de reproches al PSOE –en general, justificados- por su comportamiento a lo largo de la negociación…de competencias ministeriales. Si bien cabe la esperanza de que se abra un debate interno y con IU y sus confluencias que ayude a ofrecer un rumbo alternativo capaz de frenar la desmoralización entre su electorado y la desmovilización de una militancia cada vez más reducida.

¿Era posible otro resultado distinto en este proceso? Sin duda. Lo era si finalmente Sánchez hubiera aceptado la oferta de última hora que le hizo Iglesias desde la tribuna, recomendado al parecer por Rodríguez Zapatero, con una rebaja más en sus demandas. Empero, si esto hubiera ocurrido y hubiera salido adelante la investidura, el panorama que se habría abierto para UP desde ese hipotético gobierno de coalición no habría augurado nada bueno.

Porque lo que hemos podido comprobar a lo largo de la negociación contra reloj vivida en los últimos días es que las concesiones que había ido haciendo la delegación de UP ya eran muchas: lealtad en relación a lo que pudiera decir el gobierno sobre la cuestión catalana y la sentencia contra el procés; renuncia a los ministerios de Estado (o sea, a lo que forma parte del núcleo duro de la política y que incluye, como hemos visto, Hacienda y Transición ecológica), aceptación del veto a Pablo Iglesias como miembro del gobierno… A éstas habría que añadir la resignación final ante el veto de la CEOE a su presencia en carteras como la de Trabajo, sin olvidar que no habrían podido cuestionar los recortes de 6.000 a 8.000 millones de euros que reclama la Comisión Europea. A la vista de todas estas restricciones sistémicas explicitadas (no creo que haga falta mencionar las implícitas, relacionadas con “no tocar” la monarquía o esas cloacas del Estado que tanto se han ensañado con Podemos y a las que no es ajena la gran banca, como hemos visto con el escándalo del BBVA), difícilmente cabía pensar que UP hubiera podido desarrollar políticas de izquierda desde el gobierno y, en cambio, con su silencio habría tenido que asumir la complicidad con políticas de derecha en lo económico-social y represivas en relación a Catalunya.

¿Era previsible este resultado final? Todo indica que sí. El líder del PSOE se ha comportado como lo ha hecho (retrasando el inicio de las negociaciones y rebajando cada vez más las aspiraciones del líder de UP), no por casualidad o por mera desconfianza personal. En realidad, era muy consciente de que integrar a ese partido en el gobierno sólo podía darse en condiciones de una subalternidad tal que le permitiera superar las reticencias de los grandes poderes económicos y de la UE, por no hablar del propio régimen, cada vez más preocupados por el escenario de incertidumbre económica agravada por el Brexit y de la crisis política derivada de los efectos de la sentencia, probablemente dura, contra el procés que se anuncia para este otoño. En ese escenario, el papel que han jugado en ese proceso los dirigentes de CCOO y UGT, no poniendo en el centro el debate programático en torno a políticas antiausteritarias, no ha ayudado nada a contrarrestar esas presiones desde arriba.

Esto explica que Pedro Sánchez, en su intervención inicial y en sus réplicas a lo largo de todo el debate, haya dedicado más tiempo a emplazar a PP y Cs, a su sentido de Estado, para que se abstuvieran ante la investidura. Mostraba así su adaptación al marco discursivo del tripartito de derechas que fue derrotado el pasado 28 de abril (defensa de una democracia militante que pretende excluir a populistas e independentistas en nombre de la defensa común de la unidad de España), descalificando a UP y limitándose a aceptar el “buen tono” de ERC –“sin nada a cambio”, como ha insistido constantemente- y del PNV por su disposición a no bloquear la investidura.

El discurso de investidura del líder del PSOE, por cierto, proclamaba su voluntad de poner en marcha, nada más y nada menos, que “la segunda gran transformación del país”, recordando objetivos y medidas en su mayoría ya contenidas en el programa electoral, acompañadas de algunas perlas (como la referencia a que “en 1975 salimos de la dictadura”, legitimando, más explícitamente si cabe, el discurso sobre el papel del sucesor de Franco, Juan Carlos I, como “motor del cambio”), contradicciones (reivindicando, por ejemplo, el fetichismo del crecimiento económico a la vez que aspirando a responder a la emergencia climática) y generalidades como la voluntad de llevar a cabo un “proyecto de regeneración nacional” (después de no haber mencionado una sola vez a Catalunya), o su disposición a contribuir a la construcción de una Europa “capaz de competir con otras potencias globales”, mientras prometía estrechar aún más la relación con el régimen marroquí en su necropolítica migratoria.

La única novedad estaba en su propuesta de emprender una reforma del artículo 99 de la Constitución -el que regula los procedimientos de la investidura- con el fin de garantizar que no se repita lo que ya ocurrió en 2016 y ha vuelto a pasar ahora: permitir que pueda llegar a formar gobierno la lista más votada para evitar el bloqueo parlamentario. Una clara demostración de su nostalgia por las décadas de turnismo bipartidista que, pese a la crisis de Cs y UP, difícilmente va a volver, mientras crece la representación de la realidad plurinacional del Estado en el propio parlamento.

Mirar más allá de la coyuntura

Por tanto, de la experiencia de estos días deberíamos concluir que la vía elegida por la dirección de UP para responder a la aspiración expresada el 28 de abril, de que se formara un gobierno alternativo al del tripartito reaccionario, solo podía conducir al fracaso dada la naturaleza de partido del régimen que caracteriza al PSOE y a la vista de la relación de fuerzas que separa a ambas formaciones políticas. La opción por una vía a la portuguesa, en cambio, es y sigue siendo desde nuestro punto de vista –como también, al parecer, propone ahora IU- la más coherente: permite emplazar a la dirección del PSOE a aceptar el compromiso público de unos puntos mínimos de acuerdo que permitan votar a favor de la investidura de Pedro Sánchez y, a la vez, garantiza la independencia política para desarrollar una firme oposición desde el parlamento y la movilización popular con el fin de poder desmarcarse, desbordar y/o confrontar con ese partido, el régimen y la UE austeritaria siempre que sea necesario.

Todavía estamos a tiempo de ensayar esta vía y de hacerlo junto con las organizaciones más representativas de los movimientos sociales, así como participando activamente en la preparación de nuevas movilizaciones, entre las que destaca incontestablemente la Huelga Mundial por el Clima del próximo 27 de septiembre.

Por ese camino toca mirar más allá de la coyuntura actual ante una crisis de régimen que sigue sin cerrarse y frente al cual debemos esforzarnos por reabrir un nuevo horizonte rupturista en “una nueva combinación de radicalismo y pensamiento estratégico”, como propone Stathis Kouvelakis a partir de la experiencia de los chalecos amarillos.

Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur

Notas:

1/ Con el “experimento ministerialista francés” se refiere a la experiencia iniciada en 1899 de la participación de un socialista, Alexandre Millerand, en un gobierno de defensa republicana. Jean Jaurès, quien inicialmente había apoyado esa participación, reconocería años más tarde el error cometido.

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