Dedicado a su padre, David Refoyo (Zamora, 1983) levanta en El fondo del cubo (Visor, 2020) un recorrido de anclajes autobiográficos por la esperanza, la desilusión, la memoria, el costumbrismo y el ímpetu por crecer. Resalta el orgullo de reconocerse humilde, del camino labrado con sudor, por el propio esfuerzo, sin deber nada a nadie. Orgulloso, asimismo, de su linaje trabajador, late una conciencia de clase en esa convicción en el trabajo, en el reconocimiento en la comunidad de iguales por la necesidad de entregar el cuerpo para subsistir. Precisamente, su trabajo, limpiando los cristales de los escaparates de los comercios de la zona, es el hilo conductor del libro. De ahí el título del libro, precisamente. Esa condición determina toda la mirada del mundo. Hablamos, pues, de versos que nacen desde la vivencia de una relación desigual, de sufrir apreturas económicas, de sentirse despreciado (“así en camisa de guapo no te había conocido perdona”); del conflicto socioeconómico, en suma. Frente a ello y desde ahí, el yo se reafirma y es capaz de afrontar la intención de ser avergonzado: “Mi padre limpia cristales y camina erguido”.

Con un registro narrativo fluido, punteado por lo emocional, reconstruye recuerdos que inciden esa orientación y esos deseos. Sin utilizar signos de puntuación, yuxtaponiendo diálogos sin más marca tipográfica que la cursiva, las oraciones se encadenan y se precipitan en cascada, con lo que nos llevan desde el chorro de conciencia a la superposición de impresiones. De este modo elude la recreación nostálgica del recuerdo. Cada episodio, en efecto, nos subraya un aspecto de esa comunidad y de esa personalidad. Precisamente, Refoyo apunta que consideraba que la poesía consistía en “transformar lo cotidiano en un acontecimiento”. Pero el paso del tiempo (de fondo se sobreentiende una pérdida) le lleva a lamentarse por no haber priorizado los vínculos y la vivencia de la experiencia.

Alberto García-Teresa

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Los santos inocentes

Cogíamos el agua de las fuentes públicas
yo que nací en mil novecientos ochenta y tres
que lo tuve todo al alcance
la escarcha sobre los dedos y el mismo sudor de cada verano
con el que pagaba la matrícula
pero robábamos el agua de las fuentes
como los gitanos del extrarradio
y limpiábamos cristales

Esta calle hijo nos pertenece
veintitrés comercios veintitrés familias
veintitrés saludos impolutos desde primera hora

Buenos días señor Gobernador
no necesito escolta no aquí
donde me reconocen los obreros
buenos días

antes de las diez posábamos el cubo sobre los escaparates
ellos vendían zapatos y camisas que no podíamos comprar
que anhelábamos mientras pasábamos la gamuza

Madrugar tenía un sentido Dios no ayudaba

pero teníamos el refranero

La multitud dejaba sus riquezas
en los labios de los comerciantes
nosotros cargados con el cubo
en dirección opuesta

Día de cobro

Llevábamos las facturas el día uno el día dos
éramos los últimos si había clientes esperábamos con paciencia
el martes no limpiaste los espejos mira las gotas de la tormenta
toma aquí tienes que no vuelva a suceder

el dinero oculto en una riñonera mil euros encima el miedo el pan
hacíamos cola para cobrar porque la caja registradora
siempre dispuesta para las entradas
pero se atasca en este botón de aquí para las salidas

muchas gracias señor le limpio el escaparate esta tarde
cuando usted quiera señor no importa que lo limpiáramos también ayer

Señor

las monedas en mano para no olvidarme pon aquí que está pagado joven
así en camisa de guapo no te había conocido perdona

sin cubo sin sudor con dinero en el bolsillo era más difícil reconocernos
nos pedíamos disculpas para seguir comiendo

**

Preferencias

Mi padre limpia cristales y camina erguido

cuando la luz de las farolas todavía permanece encendida
forma en un ejército de anónimos que colocan las calles
desdobladas sobre un plano mientras los demás dormimos

papá elegiste el bando equivocado el que habita en la amnesia

hubiese preferido los banquetes las portadas el aplauso
que despidieras a tus empleados sin bajar de la oficina
respetarían tu gesto disuasorio
regalándote jugosos contratos públicos

decidiste mantener tus manos húmedas
y los rigores de la calle
a cambio conoces las raíces
la procedencia quién es quién en este tablero de calles y barrios

buscaba los neones pero tú sabías bien dónde pisabas
ahora lo veo ahora percibo tu otoñal grandeza en el sigilo

Las manos

Papá puedo aprender el oficio y servirte
ensuciarme las manos y purificarte

las cuencas de sus ojos el martirio de los madrugones
si me das tu permiso abandonaré los libros
y mi húmeda frente llevará el dinero a casa

procuraré tu descanso la jubilación preterida
dónde guardé las certezas cómo se evaporaron
bajo el obsceno látigo de la responsabilidad

añorabas un mundo esponjoso casi prehistórico
de allí extraje mi amor por la palabra
la sangre la nuestra ese rumor doméstico de agua

**

Luciérnagas

a Susan Sontag, etcétera

Dilapidé el crédito y las materias
el hombre de provecho acaso un esbozo
el cubo me ancló a la tierra con su peso muerto
mi padre mi padre escurría su dignidad sin salpicarse
la culpa fluctuaba entre el sometimiento y las luciérnagas
luminosas a lo lejos en su vuelo intrascendente
como el mío la vergüenza que sentía
al cruzarme con ellos aquella vergüenza objetiva
con la hermética hechura del verano
provenía de un compromiso antiguo
adquirido sobre la genealogía de las deudas
la vergüenza es una flor que crece en un cenicero

Lunas

El cliente siempre tiene la razón
di sí hijo
un sí de esos como el de los evasores fiscales

el pan no entiende de disputas
estudia hijo o tendrás que dedicarte a esto
a esto como un desdén innombrable

la angustia tiznada de un barrio gremial
el silencioso lenguaje de los oprimidos

Por qué llamarán lunas a los amplios cristales
su único campo magnético la resistencia

**

Arroyo o Tsunami

Los dientes apretados al salir de la cama
un chirriar de horarios ajustados infalibles
la luminosa redención del siervo
lo que fuimos
todo cuando nos dejaron ser

De marca

Ningún atisbo clasista en la mirada de aquellos
el futuro asegurado el coche inalcanzable a salvo en el parking
donde hubo árboles y césped ahora un hoyo
otro verano más ayudando al viejo se quejaban
a veces tomábamos copas por la noche
ellos con sus camisas de marca logotipos fulgentes
y yo no yo no una camiseta negra yo no

Mi apellido era solo un apellido uno más
qué bien parecerme a ellos por un rato qué bien
sus melenas recién cortadas sus viajes a Londres
y mi frente empapada mientras alzaba el palo telescópico
para limpiar por arriba donde no alcanzan las manos de los niños
donde solo limpiábamos si los hijos sus hijos miraban
casi nunca lo hacían
tenían bastante con enredarse en la pelusa de su ombligo

 

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