A medida que se acercan las elecciones al Parlamento de la UE, los temores de los líderes de los grandes partidos, aquí y en otros países, al enorme
rechazo ciudadano con el que se pueden encontrar el 25 de mayo no dejan de crecer. Las tendencias que describen los sondeos parecen muy probables: habrá un
notable aumento de la abstención y se producirá un ascenso de partidos de distinto signo, principalmente por la derecha pero también, aunque menos, por la
izquierda. No es casual por tanto que, para tratar de frenar esas amenazas, empiecen a surgir diagnósticos aparentemente autocríticos dentro de las grandes
corrientes que hasta ahora han presidido la “integración europea”, con el fin de neutralizar el euroescepticismo y lo que ellos definen como “populismo”.

Esto último es más patente en los partidos procedentes de la II Internacional, si bien, como es obvio, no se atreven a denunciar los intereses de los
poderes reales que están detrás del austericidio porque ha sido con ellos con los que han llegado a tejer unos muy lazos estrechos a lo largo de los
pasados decenios. Unos poderes que, por cierto, ahora están presionando por acelerar los pasos hacia la firma de un Tratado Transatlántico de Comercio e
Inversiones/1 con la gran potencia estadounidense, destinado a dar todavía mayor “seguridad jurídica” en sus movimientos
por el mundo a las grandes empresas transnacionales en detrimento de todo tipo de derechos sociales y ambientales.

Sintomático es, por ejemplo, el Informe preliminar que recientemente se presentó en la Eurocámara: en él, al mismo tiempo que se afirma que las medidas de
ajuste impulsadas por la Troika en los países “rescatados” agravaron el paro y la pobreza, el crecimiento de la desigualdad y la destrucción de las pymes y
que “el mandato de la Troika ha sido percibido como opaco y no transparente” o que el terreno legal en que se mueve el BCE es “incierto”, se considera que
aquéllas eran necesarias para evitar “un impago desordenado de la deuda soberana”. Ofrecen así una de cal y otra de arena, haciéndonos creer que ese
parlamento, ahora que existe la promesa de que el presidente de la Comisión Europea será elegido teniendo en cuenta cuál será la mayoría que salga de estas
elecciones, puede servir de contrapeso frente a las otras instituciones de la UE.

La declaración política aprobada por el PSOE para el 25 de mayo también es muy significativa: se afirma que la UE “está en serio peligro de perder el
sentido último de su identidad”, se alerta del “regreso de los egoísmos nacionales” y se constata que la consecuencia de la gestión que se ha hecho de la
crisis ha sido que “la desigualdad se ha deteriorado” y “la legitimidad democrática se ha debilitado”. Empero, después de todo esto no cuestionan “las
misiones de la Troika” al servicio de la deudocracia, si bien esperan que cuando éstas acaben, los parlamentos nacionales puedan recuperar “su soberanía”
(¡).

No hace falta buscar en el subtexto de esos informes y declaraciones para constatar que con esas tibias críticas sus mismos autores reconocen que se ha
llegado al final de una etapa histórica y de que no hay ningún “relato” ni horizonte de expectativas de mejora que puedan ofrecer a las poblaciones
europeas mientras siga este “modelo” neoliberal, con su “terapia de choque” permanente. Porque con ella son los viejos mitos de la UE los que se
desmoronan, como denuncia el croata Srecko Horvat a la vista de la experiencia que ya está viviendo su propio país, en donde, por cierto, no más del 29% se
pronunció a favor del ingreso: ni el fin de la corrupción, ni la prosperidad ni la estabilidad son algo que garantice ya la UE/ 2; más bien, todo lo contrario, como llevamos viendo hace tiempo también en el caso español. Porque, en realidad, con el austericidio en
marcha se están produciendo unas crecientes divergencias y polarizaciones –entre países y entre clases sociales- que, más bien, anuncian una
“balkanización” de Europa en medio de una profunda crisis de legitimidad en la medida que lo que aparecía como su signo diferencial, la extensión de la
ciudadanía social, es una promesa definitivamente enterrada/3.

Ese austericidio constitucionalizado es el que nos propone Rajoy en una reciente entrevista publicada por ABC este domingo 16 de marzo, en la que sostiene
que “la gran reforma de la Constitución española vendrá por Europa”. En efecto, es más que nunca la Constitución material de la UE y de la eurozona que se
ha ido plasmando en los decenios pasados, y que hoy se refleja en un conjunto de objetivos y acuerdos intergubernamentales –con el Pacto Fiscal suscrito en
la primavera de 2012 como expresión hasta ahora más formal del “blindaje” neoliberal-, la que se nos quiere presentar como la ley suprema dispuesta a
imponer -como aquí ya se hizo con la reforma del artículo 135 de la Constitución española- la “disciplina presupuestaria” al servicio del pago de la deuda
y, con ella, el ataque a los salarios, nuevas contrarreformas laborales y de pensiones, las privatizaciones de bienes públicos y la consiguiente
desdemocratización de la política y del consumo/4 dentro de los distintos Estados miembros de la UE, especialmente los
del sur de la eurozona/5.

Sólo les queda la búsqueda de una nueva legitimación a través de la “eficacia” que pueda mostrar en los próximos años un “cesarismo burocrático y
financiero”/6, empeñado en que su “conocimiento experto” garantiza una salida –que será, en el mejor de los casos, una
nueva huida hacia delante- de la crisis sistémica en que ha entrado un capitalismo cada vez más financiarizado y alejado de las necesidades básicas de las
mayorías sociales y del respeto a los bienes comunes y a la naturaleza.

En el caso español, además, ese proceso constituyente que desde arriba se está poniendo en pie serviría, si no lo impedimos, como marco de referencia para
la autorreforma del régimen que trata de llevar a cabo el PP mediante el vaciamiento definitivo de la ya limitada “ciudadanía social” que se ha podido
disfrutar, buscando a la vez asegurar el relevo en la Corona y recentralizando el Estado en torno al cumplimiento del déficit y a un nacionalismo español
excluyente, aun asumiendo con esto último el riesgo de un “choque de trenes” con el desafío catalán.

Con todo, no es inevitable que estos proyectos consigan salir adelante. No va a ser fácil, en efecto, que una legitimación tecnocrática logre un
consentimiento suficiente entre las gentes de abajo si sólo van acompañadas de un discurso basado en la cultura del “emprendedor” y el autoempleo o en la
culpabilización de presuntas “sociedades endeudadas”, mientras los ricos salen más ricos de la crisis, la polarización social y la desigualdad de géneros
siguen aumentando y la desafección ciudadana hacia la “clase política” corrupta no deja de subir.

En cuanto al proyecto de Rajoy, la sensación de crisis de régimen no parece disminuir y la “prima de riesgo política” tampoco, justamente en una coyuntura
histórica en la que, si la comparamos con otras como la de 1898, esa Europa que entonces aparecía como solución al “problema español” se ha convertido
también en un problema para una España más cuestionada hoy que entonces.

Empero, como ya sabemos, a la crisis de legitimidad del “proyecto europeo” le están saliendo alternativas por la extrema derecha que no auguran nada mejor
sino, más bien, escenarios que nos recuerdan los de los años 30 del pasado siglo. Por eso urge la recomposición de nuevos actores y sujetos políticos y
sociales, aquí y en otros países, a la vista del fracaso de la vieja izquierda, de la fragmentación de la que despuntaba al calor del movimiento
antiglobalización y de los límites a los que ha llegado la primera oleada de protestas que ha desencadenado el “golpe de estado financiero” en Grecia, en
Portugal o en el Estado español.

Para esa ardua tarea reivindicar la “retórica del optimismo”, de que “sí se puede, pero no quieren”, deviene fundamental. Porque, como observa Maria
Kakogianni, se ha extendido la sensación popular de que hemos pasado de la tesis de que “la crisis ha madurado” a la de que “la crisis ha beneficiado al
sistema”/7. Siendo esto cierto en el corto plazo, no lo es menos que el “miedo” también está llegando a los de arriba
(como aquí lo hemos visto con la PAH, la marea blanca madrileña o Gamonal) y sería absurdo caer en el lamento derrotista, acertadamente criticado por los
colectivos promotores de las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo con su eslogan “No es tiempo de lamentos, es tiempo de lucha”. Por eso deberíamos
dedicar todos nuestros esfuerzos a la potenciación de una nueva oleada de protestas, más transversal, más organizada y más articulada en torno a demandas
comunes (con el rechazo al pago de la deuda y la reivindicación de la democracia y del derecho a decidir en el centro) a escala estatal y junto con, al
menos, los pueblos del Sur de Europa, capaz de desafiar al austericidio de este gobierno y de la Troika y de evitar los falsos dilemas de tener que elegir
entre un repliegue a lo local y la mera ilusión en la reforma del BCE o en una “austeridad suave”.

En ese camino las elecciones del 25 de mayo pueden ser también un ensayo en el Estado español para los nuevos proyectos que han irrumpido con voluntad de
convertirse en herramientas políticas al servicio del 15M, de las mareas y de una mayoría social indignada que debe aspirar también a ser mayoría política.
Por eso debemos confiar en que la iniciativa Podemos no frustre las ilusiones que ha generado y para ello comparto reflexiones como la de Antoni
Aguiló cuando propone que su horizonte “no debe ser disputar el poder sino invertirlo. El reto a largo plazo es ver si sus Círculos pueden funcionar como
contrapoderes sociales con potencial de ruptura (…), evitar caer en las prisas electorales, desinflar el carácter mediático de la iniciativa y su
liderazgo, ampliar la pluralidad de voces y articularse con movimientos y proyectos afines”/8

Jaime Pastor es editor de VIENTO SUR.

Notas

1/ “Crece la oposición al Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones”, www.ecologistasenaccion.org/article27614.html ; también, Aurélie Trouvé, “El Gran
Mercado Transatlántico. Consecuencias para nuestra agricultura y nuestra alimentación”, Viento Sur, 132, febrero 2014, pp. 7-14.

2/ “¿Por qué la UE necesita a Croacia más que Croacia a la UE?”, en Srecko Horvat y Slavoj Zizek, El Sur pide la palabra, Los Libros del lince,
Madrid, 2014.

3/ Suena por eso como una ironía la esperanza que parecen mostrar tantos ucranianos en la UE como “salvadora” a no ser que la entendamos con Michael Roberts como una difícil elección ante una “alternativa del diablo: u os quedáis con la Rusia del capitalismo de amigotes regidos por la KGB o con los ‘demócratas" proeuropeos igualmente corruptos” (cit. Por Andrej Nikolaidis: “Ucranianos, os lo dice un bosnio: la bandera de la UE no es más que un trapo al viento”, www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6695).

4/ Asunto este el del consumo que, como estamos viendo con nuevas iniciativas alternativas a favor de consumir menos pero mejor, también nos obliga a
cuestionar el “modelo” insostenible que el capitalismo neoliberal ha fomentado durante todo este tiempo.

5/ Para un análisis reciente y detallado de lo que han significado los “rescates” al sistema financiero, así como de los nuevos objetivos y el blindaje
institucional que busca la UE me remito al capítulo 6: La gestión de la crisis económica en la Unión Europea, de Fracturas y crisis en Europa, de
I. Älvarez, F. Luengo y J. Uxó, Clave intelectual-Eudeba, Madrid-Buenos Aires, 2013.

6/ C. Durand y R. Keucheyan, “Un césarisme bureaucratique”, en C. Durand, En finir avec l"Europe, La Fabrique, París, 2013, p. 90.

7/ J. Rancière y M. Kakogianni, “El que viene después. Diálogo precario”, en Badiou et al., El síntoma griego, Errata naturae, Madrid, 2013, p.
134.

8/ “En Europa no hay democracia, hay fascismo electoral”,

www.publico.es/politica/507875/en-europa-no-hay-democracia-hay-fascismo-electoral

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