La globalización capitalista ha supuesto un impacto profundo aunque contradictorio en la vida de las mujeres y en las posibilidades de responder a la dominación masculina, tanto en el centro como en la periferia del sistema capitalista mundial.

Por un lado, se han minado viejas formas de dominación masculina; por otro, las condiciones de vida de las mujeres están empeorando en muchos aspectos.

La profunda penetración capitalista en la periferia rural ha desbaratado las economías establecidas que apoyaban “el patriarcado clásico” –sistema en que el poder de los hombres se apoya económica y políticamente en la posesión masculina de la propiedad y ser cabeza de familia /1. En las ciudades de los países periféricos, el “régimen fordista de género” –el hombre trae el salario/la mujer es ama de casa– que surgió en los 60 y los 70, la “edad de oro” del desarrollo económico en algunas partes del Tercer Mundo, también se está desmoronando dado que el salario masculino ya no es el salario familiar. Al mismo tiempo, debido a la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, y su acceso a la alfabetización y educación, el feminismo ha surgido como una fuerza política organizada. Las mujeres del sur global no sólo se están enfrentado a retos en sus propios países sino que están participando en un movimiento feminista global capaz de afectar las políticas de organizaciones transnacionales como las de Naciones Unidas y la Unión Europea /2.

En contraposición a esta desarrollo, las mujeres y los niños/as más que los hombres, son las víctimas de la restructuración del capitalismo global. La inseguridad económica, el empobrecimiento, la exposición a productos tóxicos, la degradación de los porcentajes altos de mortalidad maternoinfantil, la migración forzosa, el incremento de horas de trabajo tanto asalariado como no, son algunos de los indicadores de la carga de las mujeres a nivel mundial /3. Las organizaciones de mujeres que han surgido para defender a las mujeres de clase obrera y pobres tanto urbanas como rurales, se encuentran atrapadas en un campo contradictorio de relaciones de poder definido por tres fuerzas en pugna: estados nacionales, movimientos religiosos fundamentalistas y los centros globales que dirigen los asuntos neoliberales.

Los gobiernos del Tercer Mundo, de dominación masculina, a menudo poco eficientes, plagados de amiguismos y algunas veces corruptos; y las presiones de los programas de ajuste estructural que les impone el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial ciertamente han agravado estas tendencias. Su fracaso en el reparto de los beneficios del “mercado libre” ha alentado el crecimiento de los movimientos políticos fundamentalistas que tienen al feminismo en el punto de mira y retan el poder gubernamental. Los gobiernos nacionales responden a estos movimientos con represión política y adaptación, principalmente a costa de las mujeres –por ejemplo, cediendo la autoridad civil local a órganos judiciales y líderes religiosos. Estas políticas refuerzan el patriarcado tradicional y sus funciones de control social mientras que la transformación capitalista de las economías locales priva a las mujeres de la protección y seguridad que les daba el sistema patriarcal /4.
En contraste con el Estado nacional débil y de dominación masculina y los movimientos fundamentalistas, las instituciones claves del orden neoliberal, principalmente el Banco Mundial, aunque también las agencias de gobiernos del Primer Mundo, como USAID [Organismo que gestiona la cooperación pública al desarrollo de los EE UU. NdT], proclaman su apoyo a la modernización y democratización.

Ofrecen recursos para el desarrollo económico de las mujeres, servicios sociales y sanitarios, los dirigentes del nuevo orden económico mundial se presentan como aliados del feminismo liberal. Las aspiraciones centrales feministas –ciudadanía plena, acceso igualitario a la educación y al empleo y finalización del derecho legal y cultural de los hombres del control del cuerpo de las mujeres, de su capacidad sexual y reproductiva– son completamente compatibles con el neoliberalismo. Las fuerzas que tienen más que perder con la institucionalización de objetivos políticos del feminismo liberal no son el Banco Mundial, el FMI o las corporaciones transnacionales.

La mayoría de fuerzas que responden al feminismo, por ejemplo, dentro de los círculos de políticas de desarrollo y de conferencias en las que las Naciones Unidas intenta regular las políticas de desarrollo no son las del nuevo orden económico, sino organizaciones que representan a grupos que se sienten amenazados por la pérdida de las antiguas formas de poder patriarcal político y económico: gobiernos islámicos, organizaciones no gubernamentales conservadoras musulmanas, organizaciones católicas y el Vaticano, protestantes evangélicos y el Comité Internacional de Derecho a la Vida /5.

Desde luego un orden económico neoliberal nunca daría cabida a la igualdad de género. Pero, dado que el capitalismo ofrece más espacio para la autodeterminación y la autoorganización de la gente de lo que lo hizo el feudalismo, también el orden de género neoliberal permite a las mujeres más espacio para participar en la vida pública y competir con hombres por poder y espacio.

Aunque tanto en el Tercer Mundo como en el Primero, la responsabilidad del trabajo de cuidados sigue siendo de las mujeres y esto las sitúa en desventaja respecto a los hombres dentro de las esferas política y económica, cada vez más competitivas e individualizadas en consonancia con las demandas del capitalismo global. Esta diferencia de relación de hombres y mujeres respecto al importante y necesario trabajo de cuidados –el cual está aumentando su privatización debido a la desaparición del estado de bienestar– está preservando la dominación masculina, aunque de una nueva forma /6.

En la situación actual, las feministas, especialmente aquellas que desean crear un movimiento que refleje las necesidades e intereses de las clase obrera y de las mujeres pobres rurales y urbanas, se encaran a dilemas políticos intensos y difíciles. Podemos apreciar estos dilemas a través de un análisis en tres áreas de acción política:

  • 1. Si las relaciones de clase y de dominación racial se reproducen o disminuyen entre las organizaciones feministas tanto a nivel transnacional como dentro de las políticas nacionales.
  • 2. Las presiones particulares que encaran las ONGs de mujeres y las posibilidades de resistencia así como las de captación.
  • 3. Las líneas de tensión como las de alianza entre el feminismo global y los movimientos de justicia globales.

    Políticas feministas en el espacio entre nacionalismo patriarcal y neocolonialismo

En lo que ha sido más efectivo el feminismo organizado tanto a nivel local como transnacional, ha sido en promover derechos políticos liberales para las mujeres e incluso en destacar elementos que anteriormente eran invisibles –tales como acoso sexual y violencia doméstica. Aunque sigue habiendo un largo camino que recorrer, no se puede negar que en un país tras otro las organizaciones feministas han forzado el debate sobre la violencia sexual y doméstica dentro de las políticas nacionales además de obtener algunos beneficios en el acceso a las políticas formales /7. Tanto local como internacionalmente, las feministas continúan encarando el difícil y agobiante aspecto de cómo argumentar y definir los derechos de las mujeres de un modo que no posicione al feminismo con las relaciones neocoloniales de dominación.

Las mujeres del Tercer Mundo se ven forzadas a competir con dos fuerzas opuestas poderosas. Por un lado un nacionalismo masculinizado que define las tradiciones y la nación de forma selectiva que fuerza a las mujeres a ser las que soporten las diferencias culturales mientras que los hombres son libres de participar en un mundo con poder político y económico modernos. Por otro lado está el capital transnacional que en la fase actual amenaza con dominar al estado nacional y someter a las mujeres junto con los hombres a nuevas formas de explotación económica, o incluso excluirlos de la economía –al mismo tiempo que ofrece oportunidades de escapar del control masculino tradicional. Del mismo modo que las mujeres de color de Estado Unidos retaron a las feministas para que reconocieran que sus categorías de análisis asumían la universalidad de experiencias de blancas de clase media y definían la igualdad de oportunidades en términos que marginaban los intereses políticos de las mujeres de clase obrera y de color, las mujeres del Sur neocolonizado han retado las voces dominantes de las mujeres del Norte.

Desde el primer encuentro internacional de mujeres convocado por Naciones Unidas en 1975, el feminismo internacional ha debatido la cuestión de cómo definir los intereses de las mujeres, incluyendo según se desarrollaron las conversaciones, cuestionarse la categoría unitaria de “mujeres”. Un resultado importante de estas conversaciones es la adopción de una plataforma de “derechos humanos” como agenda organizativa donde las mujeres pueden cooperar a nivel transnacional al igual que usarla a nivel local. En la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, organizada por Naciones Unidas en 1993, los grupos de mujeres argumentaron que “Los Derechos Humanos son los Derechos de las Mujeres y que los Derechos de las Mujeres son Derechos Humanos” e hicieron un llamamiento en la Conferencia para que se reconociera “la violencia de género como violación de los derechos humanos que requiere acción inmediata”. Esto incluía apoyar la Convención sobre la eliminación de Todas la Formas de Discriminación de las Mujeres, que finalmente fue adoptada en 1979 por Naciones Unidas pero que Estados Unidos sigue sin ratificar.

A nivel nacional las organizaciones de mujeres han utilizado la Declaración Universal de Derechos Humanos, desarrollada por Naciones Unidas en 1966, para incluir derechos económicos, sociales y culturales, para demandar responsabilidades a sus gobiernos. Sin embargo, tal como se esperaba, dada la actual dominación de las fuerzas capitalistas, en la práctica sólo los derechos políticos y civiles tienen apoyo real, mientras que los derechos sociales de las mujeres, junto con los de los hombres, están siendo violados y marginados cada vez más, debido a las destrucción de los servicios públicos tanto en el centro como en la periferia. Además, sigue existiendo el problema de quién definirá el contenido de estos derechos, es decir, qué criterios deberían usarse para definir las prácticas que violan los derechos humanos de las mujeres.

El aumento de la importancia de los derechos humanos como discurso político no es de ninguna forma la confirmación de relativismo cultural –las mujeres del Sur global conocen muy bien cómo las afirmaciones de diferencia cultural pueden utilizarse para legitimar las prácticas patriarcales. Las mujeres del Tercer Mundo también conocen muy bien la necesidad de defender sus naciones y culturas contra la hegemonía del Primer Mundo –una hegemonía que tiene a las prácticas occidentales como medida de progreso para las mujeres y para la sociedad y por tanto legitima la dominación neocolonial. Dado que las feministas del Primer Mundo han participado en este tipo de discurso político “universalizante” y por tanto han negado la posibilidad de que la modernización definida por culturas no occidentales pudiera ofrecer a las mujeres en algunos casos más dignidad, poder y respeto, han facilitado a las fuerzas antifeministas del Tercer Mundo el definir el feminismo como parte del proyecto imperialista occidental. No hay mejor ejemplo de la apropiación de “los derechos de las mujeres” para fines imperialistas que las declaraciones de George Bush diciendo que la guerra de Estado Unidos contra Afganistán se llevó a cabo para promover los derechos humanos de las mujeres afganas. La excusa para estas declaraciones se la dio en parte la campaña de los derechos internacionales de las mujeres iniciada en 1997 por una coalición occidental de organizaciones de mujeres /8. Esta campaña, que llamaba a “la comunidad internacional” a negar reconocimiento e inversiones a los talibanes, ignoraba por completo la complicidad de occidente en la instalación de los talibanes en primer lugar y que las formas de tolerancia de Washington a las reglas talibanes estaban relacionadas con sus intereses globales neoliberales y geopolíticos.
Bajo la dirección de feministas del Tercer Mundo, algunas organizaciones han intentado trazar un camino entre el nacionalismo patriarcal y el feminismo colonizador. Por ejemplo, las mujeres que viven bajo leyes musulmanas se enfrentan al fundamentalismo político-religioso dentro del marco del discurso islámico, redefiniendo, tal como lo han hecho los hombres históricamente, lo que constituye la práctica islámica. Rita Coomaraswamy formula la pregunta: ¿cómo proteger los derechos humanos en esencia a nivel local mientras evitamos caer en manos de la estrategia imperialista? Ella propone dos líneas 1) cualquier práctica que cause dolor y sufrimiento severo a las mujeres debe ser considerado delito y 2) otras prácticas deberán ser evaluadas mediante el debate, diálogo y la construcción de una coalición por parte de las mujeres, de una sociedad en particular, que hayan “luchado contra el racismo y comunidades de diferentes formas, pero que también hayan luchado contra el patriarcado y por los derechos de las mujeres. Incluso dentro de este grupo hay grandes diferencias /9. El papel de las organizaciones feministas dentro de los países imperialistas sería el apoyar este diálogo local con recursos y con respeto.

Las tensiones y conflictos paralelos que hacen referencia a quién define los intereses y derechos de las mujeres sirven para marginar las voces de las mujeres de clase obrera y pobres dentro de las coaliciones feministas nacionales y transnacionales. Una primera mirada a la insistencia feminista de que el derecho a la no violencia sexual es un derecho humano de las mujeres ofrece una base obvia de alianza interclase. Aunque las mujeres de clase obrera y pobres del Sur global a menudo determinan su interpretación de la violencia masculina en términos de clase, colocando la violencia masculina como consecuencia de un contexto social en particular –por ejemplo, la promoción de gobiernos de la venta de alcohol en distritos pobres o el aumento del desempleo y la desaparición del trabajo masculino tradicional. En contraste con esto, cuando abogados de clase media traen las políticas de derechos humanos internacionales a la arena local, se inclinan más por enfocarlas en la necesidad de cambiar leyes y practicas políticas aislándolo de causas más amplias de violencia contra las mujeres /10.
El feminismo transnacional no ha dependido para su crecimiento como organización de fondos generados por sus miembros sino de recursos provenientes de instituciones poderosas como Naciones Unidas, gobiernos socialdemócratas en el Norte y fundaciones privadas en los países capitalistas. Al principio de los 90, Naciones Unidas, como consecuencia de presiones feministas en su interior, se comprometieron a financiar la implicación de grupos de mujeres locales en las conferencias nacionales proyectadas para tratar temas de desarrollo /11. Dentro del Tercer Mundo, las ONGs de mujeres cuentan con fuentes de financiación externas.
Este contexto ha agravado lo que podría ser en todo caso un proceso inevitable de profesionalización y burocratización cuando los grupos de base se transforman en organizaciones de movimiento social y entonces en primer lugar solicitan en lugar de movilizarse. Algunas organizaciones lo han hecho mejor que otras a la hora de mantener contacto y responsabilidad con su base social /12. Sin embargo, la estratificación entre grupos de mujeres se ha incrementado y aquellos con lazos elitistas, acceso a subvenciones internacionales y las características organizativas que quienes subvencionan quieren apoyar, pueden manejar más recursos y tener más influencia política. En su posición estructural vis a vis entre los Estados nacionales y las subvenciones internacionales, estas ONGs llegan a ser consejeras y expertas en “género” jugando un rol de arbitraje entre el Estado y su clientela /13.


ONGs, el feminismo popular y los problemas de las alianzas interclasistas

Una de las ironías de esos Estados que lograron el desarrollo económico en las décadas doradas de los 60 y 70 era que, incluso si los derechos políticos estaban relativamente limitados, algunos de los excedentes producidos por el desarrollo se destinaron a la expansión de servicios básicos, concretamente educación y salud, lo que realmente mejoró la salud maternal e infantil, bajando la tasa de mortandad maternal e infantil en muchos países. La lucha para establecer y expandir los derechos sociales o de colectivos ha sido fundamental para la movilización política de mujeres de clase trabajadora, pobres urbanas y rurales y de comunidades indígenas. La destrucción de los standars de vida en zonas urbanas, la destrucción de vida rural y la reducción del estado bajo los Programas de Ajuste Estructural impuestos por el FMI crearon una explosión virtual del activismo de mujeres en las ultimas dos décadas. Este activismo tiene tres características. Esta motivado por necesidades de supervivencia; está basado en redes de ayuda mutua y apoyado por valores comunales; está legitimado en primer lugar por los roles tradicionales de género de las mujeres al mismo tiempo que estos roles se expanden para incluir el compromiso de las mujeres en la vida pública separada de los hombres. En un primer momento una política basada en el cuidado maternal no desafía el rol de género tradicional, e incluso puede que refuerce la identificación de las mujeres con la maternidad. Sin embargo, el compromiso político también puede llevar a activistas de base a desafiar el poder masculino y a rediseñar las identidades de género, si esto tiene lugar en un contexto que incluya ideas feministas sobre los derechos de las mujeres relacionadas no solamente con el estado sino también con los hombres de sus propias comunidades, la casa y las organizaciones de los movimientos /14.

En los años 70 y principios de los 80, hubo luchas entre mujeres activistas tanto en países del Tercer Mundo como a nivel internacional que tendían a contraponer políticas de las necesidades de las mujeres a políticas de derechos liberales (civiles y políticos), con mujeres obreras y campesinas que argumentaban que los derechos colectivos y sociales son “más importantes” para las mujeres del Tercer Mundo que los derechos civiles individuales. Este conflicto se determinó en parte por el encorsetamiento de las mujeres activistas en las políticas de los órganos tradicionales de la clase obrera y de movilización política popular –sindicatos, organizaciones de personas desempleadas, partidos políticos de izquierda y organizaciones campesinas. Sin embargo, al pasar el tiempo, y en parte como resultado de los intercambios entre organizaciones feministas del Tercer Mundo, y en parte a través del incremento de recursos externos que se utilizaron para apoyar organizaciones de mujeres autónomas, grupos de mujeres de base que emergieron de las luchas de mujeres pobres rurales y urbanas y las mujeres del nuevo proletariado de las zonas de libre comercio desarrollaron su propia versión de un feminismo de clase obrera/popular. Separándose de las políticas masculinas de los movimientos sociales y políticos locales, las mujeres de clase obrera y rurales empezaron a tratar temas de política sexual y a desarrollar modos de organización feministas: emerger de la conciencia, participación y toma de decisiones y atención al “empoderamiento” [anglicismo por “empowerment” que, lamentablemente, ha adquirido carta de naturaleza en la jerga de las ONG, en perjuicio de palabras castellanas como “potenciación”. NdT] personal como base para el “empoderamiento” colectivo /15. Esta evolución política podría haberse truncado sin la existencia de organizaciones feministas transnacionales. Conferencias regionales e internacionales, talleres y encuentros que dieron a las organizaciones marginales de mujeres de base apoyo moral y práctico.

La mujeres de clase media y de élite fueron las primeras en articular un programa de igualdad y participación de las mujeres, y en identificar nuevos objetivos de lucha feminista ampliamente entendidos como “política sexual”. Aunque se crearon fuera de la clase obrera, estas organizaciones feministas juegan un rol critico en abrir espacios políticos y, lo que es mejor, en dotar de recursos organizativos que pueden empujar hacia adelante la emergencia de diferentes tipos de política feminista entre las mujeres de clase obrera, campesinas y pobres urbanas. Sin embargo, estas mismas organizaciones pueden también jugar un papel muy negativo ya que reproducen relaciones de privilegio de clase y de dominación dentro de los movimientos, enmarcando la ideología y estrategia feminista dentro de los límites de un proyecto político liberal, estableciendo alianzas conservadoras con élites políticas y económicas.

No se puede encontrar mejor ejemplo de esto ultimo que la proliferación de ONGs a través de todo el Sur global que dirigen programas de préstamos a pequeña escala –microcréditos– para las mujeres. A pesar de que la plataforma de acción de Beijing en 1995 propuso una amplia línea de reformas e intervenciones para mejorar la posición de las mujeres en la economía del Tercer Mundo, no sorprende que las ONGs de mujeres hayan tenido tanto éxito al promover programas de microcréditos.
Surgiendo de instituciones como USAID y el Banco Mundial, estos programas han cosechado la mayoría de fondos de desarrollo dirigidos a las mujeres. Con la apariencia de ofrecer a las mujeres independencia económica a través de propiedad compartida, los microcréditos han tenido el efecto opuesto en muchos casos –incrementando la integración de mujeres en sectores de economía informal, forzándolas a explotar a sus propios hijos/as, especialmente sus hijas, para poder terminar el trabajo, incrementando las relaciones de competitividad entre las mujeres y haciendo muy poco para sacar a las mujeres o a sus familias de la pobreza /16.

Además, ideológicamente, los microcréditos refuerzan el punto de vista neocolonial y atribuye a las mujeres del Tercer Mundo características morales y poder personal que mitigan la necesidad de un desarrollo regulado y controlado por el estado. Al valorar las virtudes maternales y la fuerza de supervivencia de “las mujeres populares”, las ONGs piden que sean las mujeres a quienes se dirijan “por ser la mejor inversión” las subvenciones de desarrollo. Dado que los hombres son menos inclinados que las mujeres a devolver préstamos, y más inclinados a gastar sus ganancias en ellos mismos en vez de en sus familias y en participar en la pequeña corrupción que es el camino para tener influencia política a nivel local, estas peticiones verdaderamente tienen fuerza. Por otro lado, como todas las ideologías poderosas, también se apoyan en un cuadro muy parcial y tienen como consecuencia inintencionada la futura solidificación de cuestiones neoliberales. Las mujeres del Tercer Mundo se imponen como un reproche, no a la fuerzas de dominación capitalista, sino a aquellos que supuestamente carecen de coraje y determinación para negociar en el mercado –es decir, los hombres “dependientes” de países pobres que han dependido del estado para que los proteja de los retos competitivos del mercado.

El surgimiento de la “industria de microcréditos” nos cuenta la historia de cómo ONGs en las que trabajan mujeres de clases privilegiadas del Tercer Mundo encuentran caminos para el empleo, viajes internacionales e influencia política a través de un trabajo en el que se autoproyectan como representantes de mujeres que son marginadas y excluidas del nuevo orden económico. Dada la enorme fuerza que muestran las poderosas fuerzas económicas y políticas con las que se enfrentan, las mujeres defensoras de las mujeres están forzadas a estar en una posición que, de forma simultánea, les da y les quita poder –al incorporar a las representantes de las mujeres en el proceso de distribuir recursos estatales, con el coste de distanciarlas de su base social y de reforzar en vez de responder a las políticas e ideología neoliberal. Las ONGs que trabajan los derechos reproductivos de las mujeres se enfrentan a un tipo de presiones similares.


Derechos reproductivos

Desde los años 50, bajo la presión del Banco Mundial, USAID y otras agencias de desarrollo, los estados de países en desarrollo empezaron a implementar programas de control de población. Estos programas han sido minuciosamente descritos y designados para bajar la fertilidad de las mujeres “necesaria desde todos los puntos de vista”, y sus miles de abusos se han documentado muy bien /17. Empezando en los 70, las redes internacionales feministas, la mayoría a través de ONGs y de Naciones Unidas, intentaron cambiar la política dominante sobre población enfocada en la fertilidad por la promoción de la salud y bienestar de mujeres y niños/as. El argumento era que los gobiernos deberían promover el desarrollo económico real, asegurar que las mujeres tuvieran igualdad de acceso a los beneficios del mismo y proveer de las condiciones necesarias para la autonomía personal de las mujeres (educación, cuidados sanitarios para mujeres y niñas/os, cambios en la familia, leyes, etc.) en vez de intentar controlar las vidas reproductivas de las mujeres. Aunque el descenso de la tasa de nacimientos no debería ser el objetivo de estas iniciativas, realmente el resultado de dichos programas no solo sería una mejora en la vida de las mujeres sino también el descenso de la fertilidad de las mujeres. Esta iniciativa feminista transnacional obtuvo una importante victoria en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo en 1994, que adoptó una “plataforma de acción” reafirmando los derechos reproductivos de las mujeres y condenando específicamente las políticas de gobiernos diseñadas con objetivos de población numéricos. Por desgracia, en parte como resultado de compromisos estratégicos gestionados por las grandes ONGs de mujeres que dominan los procesos políticos en los encuentros internacionales, la “Plataforma” también confirmó el ataque neoliberal en el estado, reclamando mayor confianza en el sector privado y a las ONGs en los servicios.

Mientras que se obtuvo un éxito considerable a nivel teórico y retórico por parte de un (e incluso del Banco Mundial), las ONGs han fracasado rotundamente al promover los derechos reproductivos en la práctica a nivel nacional. En todo el Tercer Mundo las tasas de fertilidad se han hundido, en muchos casos alcanzando en sólo 20 años una transición demográfica que en Occidente llevó un siglo. Mientras que la disminución de la fertilidad en Occidente es el resultado del aumento de la calidad de vida de la clase obrera, la transición económica y los ajustes estructurales en el Tercer Mundo han producido una “crisis que ha llevado a la disminución de la fertilidad”. Es importante señalar que las causas de esta disminución son complejas y reflejan, al menos en parte, el deseo de las mujeres de controlar su vida reproductiva, el aumento de la demanda de la mano de obra femenina y la promoción agresiva de planificación familiar que ha facilitado las operaciones de esterilización, implantación del DIU y contraceptivos hormonales. Sin embargo, la rapidez y profundidad del cambio de patrones en fertilidad es también el resultado de factores más negativos: pobreza de las mujeres, el incremento de familias monomarentales, incremento en la demanda de mano de obra femenina mientras que también se reduce sus riesgos en contactos heterosexuales sin protección; el peligro para la salud de las mujeres con los riesgos de embarazos, incluyendo la mortandad maternal (como resultado de abortos ilegales); la relación de las condiciones de salud con la pobreza, la ausencia de asistencia sanitaria pre y post natal /18.
Aunque puede que los objetivos numéricos no sean los que guían ahora a los programas de gobiernos, los abusos de los derechos de las mujeres a sus cuerpos continúan impregnando el sistema. Y, en todo caso, incluso donde a las mujeres no se las trate despectivamente, se les hayan ofrecido sobornos o amenazado para que acepten riesgos en embarazos y control de maternidad o esterilización, el contexto institucional global restringe tan severamente la decisión de las mujeres que resulta intrínsecamente, si no resueltamente coercitivo. Las tasas de esterilización entre mujeres pobres, especialmente mujeres pobres en comunidades oprimidas por cuestión de raza, son mucho más altas que entre mujeres que son económica y racialmente privilegiadas /19


El feminismo en el movimiento de justicia global

Al final del siglo, los dirigentes del capitalismo global, reunidos en el Forum Económico Mundial de Davos fueron forzados a reconocer una crisis profunda de legitimidad en el orden neoliberal /20. En otro lado del globo, en Porto Alegre, los activistas reunidos en el Foro Social Mundial intentaron crear una agenda política para el movimiento de justicia global que había puesto a las élites globales a la defensiva. La participación de mujeres como líderes y como representantes de movimientos de base en Porto Alegre, parece una gran promesa, y también la implicación de organizaciones feministas en la organización de redes que constituyen fuerzas “antiglobalización” locales. Hace treinta años habría sido impensable, incluso en movimientos sociales radicales, el que hubiera mujeres líderes en grupos mixtos o el tratar temas de opresión de género más que, en el mejor de los casos, la ayuda a una mujer. Las organizaciones que tienen una mayor consideración con su militancia, visión revolucionaria y valentía están profundamente influenciados por el feminismo, en sus ideas políticas y en sus cuadros dirigentes. Por ejemplo, en 1993, siguiendo un proceso de convocatoria de comités locales de mujeres y manteniendo cientos de asambleas locales, el FZLN aprobó las Leyes Revolucionarias de Mujeres. Este programa de derechos de las mujeres incluye su derecho a decidir el números de hijas/os que quieren tener y cuidar, el derecho de las mujeres al trabajo asalariado y a recibir un salario justo, el derecho a elegir a sus parejas, etc /21.

Junto a estos claros progresos siguen existiendo áreas de tensión entre el feminismo transnacional y otros elementos de la justicia global que reflejan unos intereses complejos entre sus fuerzas, estos “desacuerdos” no se pueden analizar aquí en profundidad. En los apartados siguientes ofrezco algunas observaciones preliminares sobre dos ejemplos de los problemas que el movimiento de justicia global tendrá que resolver: 1) las tensiones entre las ONGs de mujeres y los sindicatos y 2) los silencios estratégicos sobre aborto y orientación sexual.


Las ONGs de mujeres y el movimiento obrero

Las formas tradicionales de organización sindical han demostrado ser ineficaces para organizar a trabajadoras en torno a razones específicas de género que atraviesan a todas las industrias. Las estrategias para organizar a las mujeres son aquellas que tratan la división entre público/privado y trabajo asalariado/familia, reconociendo las responsabilidades de las mujeres en el cuidado y sus fuertes lazos con sus comunidades. El tipo de industrias que actualmente emplea mayoritariamente a trabajadoras en el sector formal privado de la economía no se adecúa a las estrategias organizativas desarrolladas por y para trabajadores hombres. Las industrias de trabajo intensivo donde se concentran mujeres pueden responder a una huelga simplemente trasfiriendo la producción a otra parte. Las trabajadoras se están incorporando a los sindicatos en todo el mundo, pero también han surgido ONGs, algunas veces formadas por trabajadoras que han dejado los sindicatos dominados por hombres y algunas veces creadas cuando no había ningún sindicato interesado. Con el aumento de la mano de obra femenina y la militancia de las mujeres, las ONGs de trabajadoras representan una parte importante del movimiento obrero. Dadas las limitadas oportunidades que tienen las mujeres en el mercado laboral formal, las ONGs se esfuerzan en preservar los puestos de mujeres en las industrias de trabajo intensivo, mientras tanto se organizan para mejorar las condiciones laborales y salariales. Han tendido a confiar más en formas organizativas comunales, la persuasión moral, fundaciones internacionales y apoyo político que en las acciones y formas de lucha tradicionales sindicales, especialmente la huelga. Si los sindicatos no son comprensivos con las razones estratégicas de las ONGs, fallarán al intentar alianzas con los grupos de trabajadoras de base, empujando a las ONGs fuera del movimiento sindical. Por su parte, las ONGs se harán más vulnerables a la cooptación por comités dirigidos a nivel internacional por la patronal, que son la mejor herramienta que tienen las corporaciones transnacionales para hacer frente al movimiento antiexplotación /22. Esta trayectoria no es inevitable, pero depende de la politización continua del Movimiento Sindical que, como hemos visto en otros momentos y lugares, abre más espacios al feminismo obrero para rebatir y cambiar las prácticas estratégicas y organizativas de los sindicatos.

Mientras que el aumento de la importancia de las mujeres como grupo dentro del movimiento obrero representa un cambio histórico, el activismo de las mujeres en comunidades de base, que ha movilizado a un gran número en las dos últimas décadas, refleja continuidad histórica. Durante siglos las mujeres han entrado en la lucha política para asegurar las vidas de su familia y su comunidad. Además de organizar la demanda de recursos al gobierno local –recogida de basuras, agua potable, electricidad, etc.– muchas comunidades, al no poder conseguir mucho del estado, empezaron a organizarse en formas alternativas de producción y provisión de servicios, con esquemas de trabajo cooperativo para producir ropa y comida, construir guarderías y casas, organizar recogida de basuras, etc /23. Lo novedoso de estos movimientos populares es la aparición de mujeres líderes y la incorporación de demandas feministas en sus programas políticos. Este caso se da especialmente cuando las comunidades de base forman parte de movimientos más amplios que llevan a cabo políticas radicales integrales (por ejemplo los/as zapatistas en México o el PT en Brasil). Este desarrollo refleja un enorme avance y ofrece enormes esperanzas. Aunque hay mucho trabajo por hacer. Dentro del movimiento de justicia global algunas ideas y demandas feministas se expresan más fácilmente que otras.
El contraste entre el claro progreso con el tema de violencia doméstica y los silencios notorios con los temas de aborto y orientación sexual es interesante.

Una razón posible para esta diferencia puede ser que algunas manifestaciones feministas son más compatibles que otras con una política maternal. Por ejemplo, la demanda del derecho a ser libres de la violencia doméstica o de controlar el número de sus embarazos y tiempo entre estos, puede enmarcarse de forma que preserve las relaciones esenciales de la familia heterosexual tradicional. El control de la fertilidad puede y ha sido a menudo aliado a las demandas de preservar la salud de la madre y de sus hijos/as. La noción de que los hombres tienen la obligación de cuidar a las mujeres de sus familias –y no deben esperar mantener la autoridad familiar si incumplen esta obligación– no es fundamentalmente antagonista con las normas de género paternalistas. No se malinterprete: estos cambios aumentan sustancialmente el poder y autoridad de las mujeres dentro de las relaciones maritales y representan una victoria para el feminismo. Pero por muy difíciles que han sido estos cambios, el aborto ha generado mucha más oposición al feminismo. El aborto podría ser considerado como una simple forma de contracepción (y en algunas sociedades dentro de una “regulación menstrual”).
Pero en su lugar, se define como un acto de rechazo maternal y un símbolo poderoso de la capacidad de las mujeres de separar heterosexualidad de procreación y de reclamar su propio placer sexual. Claro que el reconocimiento de la sexualidad lesbiana van incluso más allá en la dirección de negar lo inevitable, el estatus natural y moral de las familias organizadas alrededor de un vínculo heterosexual.

Una segunda razón posible para los silencios sobre temas que son centrales para la liberación sexual podría ser el papel que las organizaciones religiosas, en particular la Iglesia católica, juegan al dar apoyo económico e institucional a movimientos populares. Aunque pudiera parecer que su componente religiosa los inhibe de tratar los temas políticos como lo hacen los organizadores, los es, al menos, en el tema de aborto, la ilegalidad del aborto es un hecho vital para muchas mujeres católicas que encuentran formas de abortar compatibles con sus creencias religiosas /24. Diría que es la dependencia de las organizaciones de la jerarquía católica en subvenciones y legitimidad política, más que las creencias religiosas de sus mujeres, lo que fuerza este código de silencio.


Conclusión

Los conflictos y tensiones sobre relaciones de género y políticas feministas dentro del Movimiento de Justicia Global ofrecen esperanza y, al mismo tiempo, palabras de precaución. Los conflictos existen porque las mujeres activistas y sus organizaciones son jugadoras importantes en la escena política, respondiendo a la dominación masculina no desde fuera, sino desde dentro de las redes del Movimiento de Justicia Global. Que el feminismo llegue a dar la visión radical y formar parte de la política cotidiana de hombres y mujeres activistas de justicia global, depende de cómo los movimientos puedan sostener coaliciones políticas participativas y dispuestas al diálogo. Los movimientos que den espacio a las intervenciones políticas y estratégicas de feministas activistas obreras y populares y sus organizaciones constituirán un polo de atracción poderoso, una alternativa para quienes creen que no tienen más opción que comprometerse con el orden neoliberal.

Traducción: Pura Blasco


1/ Linda Gordon and Allen Hunter, «Not All Male Dominance is Patriarchal,» Radical History Review, nº 71, 1998; Denis Kandioyti, Bargaining with Patriarchy,» Gender & Society, vol. 2, nº 3 (September, 1988), pp.274-290.
2/ 114 organizaciones de mujeres asistieron a al primer forum de ONGs de mujeres, organizado por un en México DF en 1975, 3.000 fueron a Beijing en 1995. Hoy miles de ONGs participan en conferencias y encuentros internacionales. Amrita Basu, Globalization of the Local/Localization of the Global: Mapping Transnational Women Movements,» Meridians: Feminisme, race, transnationalism, vol. 1 nº 1 (Autumn 2000), p.73.
3/ Asoka Bandarage, Women Population and Global Crisis, (London: Zed Books, 1998).
4/ Shelly Feldman, «Exploring Theories or Patriarchy: A Perspective from Contemporary Bangladesh,» Signs: Journal of Women in Culture and Society, vol. 25 no 4 (Summer 2001), p. 1108; Rita Raj et al., «Between Modernization and Patriarchal Revivalism: Reproductive Negotiations Among Women in Peninsular Malaysia,» in Negotiating Reproductive Rights: Women"s Perspectives Across Countries and Cultures, de Rosalind P. Petchesky and Karen Judd (London: Zed Books, 1998).
5/ Basu, p. 72.
6/ Para profundizar en esta argumentación ver, Women and Politis of Class de Johanna Brenner (New York: Monthly Review, 2000).
7/ Basu, p. 81.
8/ Basu, p. 73.
9/ Radhika Coomaraswamy, «Are Women"s Rights Universal? Re-Engaging the Local», Meridians: feminism, race, transnationalism, vol. 3 no 1 (Autumn 2002), 2 16.
10/ Basu, p 76. Beth E. Richie, «A Black Feminist Reflection on the Antiviolence Movement» in Feminisms at a Millenium, de. Judith A. Howard and Carolyn Allen (Chicago: University of Chicago Press, 2000).
11/ Basu, p. 74. La mayoría de las subvenciones a las organizaciones de mujeres que trabajan por los derechos de las mujeres y contra la violencia a las mujeres se incrementó trece veces entre 1988 y 1993. Los dos años anteriores a la cumbre de Beijing en 1995, la Coordinación de ONGs de América Latina y el Caribe recibieron 1.007.403 $ de N.U. Sonia E. Alvarez, «Translating the Global: Effects of Transnational Organizing on Local Feminist Discourses and practices in Latin America», Meridians: feminism, race, transnationalism, vol. 1, no 1 (Autumn 2000).
12/ Millie Thayer, «Traveling Feminisms: From Embodied Women to Gendered Citizenship,» in Global Ethnography: Forces, Connections, and Imaginatios in a Postmodern World, de. Michael Burawoy et al (Berkley: University of California Press, 2000).
13/ Alvarez, pp 55-58.
14/ Petchesky and Judd, p. 310.
15/ Janel Gabriel Townsend et al, Women and Power: Fighting Patriarchy and Poverty (London Zed Books, 1999); Yvonne Corcoran-Nantes, «Female Consciousness or Feminist Consciousness) Women"s consciousness raising in community-based struggle in Brazil», in Global Feminism Since 1945, de. Bonnie G. Smih (New York: Routledge, 2000); Alvarez, pp 36-37.
16/ Deborah Mindry, «Nongovernmental Organizations, ‘Grassroots", and the Politics of Virtue», Signs: Journal of Women in Culture and Society, vol. 26, no 4. (Summer 2001), pp. 1187-1212; Winifred Poster and Zakia Salime, «The Limits of Microcredit: Transnational Feminism and USAID Activities in the United States and Morocco,» in Women"s Activism and Globalization, de. Nancy A. Naples and Manisha Desai (New York: Routledge, 2002) pp 189-219.
17/ Betsy Hartman, «The Changing Faces of Population Control,» in Policing the National Body: Race, Gender and Criminalization, de. Jael Silliman and Anannya Bhattacharjee (Cambridge, MA: South End, 2002), pp. 259-284.
18/ Bandarage, pp 170 y 183.
19/ En el noreste de Brasil, una región empobrecida con mucha población negra, la proporción de mujeres que utilizaba la esterilización como método contraceptivo se incrementó el porcentaje en 16,49 puntos entre 1986 y 1992, en ese tiempo el 64,39 por ciento de las mujeres que utilizaban la contracepción «elegían» la esterilización. En el mismo periodo la mortalidad maternal mostró un importante aumento. Thayer, p. 228.
20/ Walden F. Bello, The Future in the Balance: Essays on Globalization and Resistance (Oakland, CA: Food First Books, 2001), p XV.
21/ Jane H. Bayes and Rita Mae Kelly, «Political Spaces, Gender and NAFTA,» in Gender Globalization and Democratization, de. Rita Mae Kelly et al. (Lanham, MD: Rowman & Littlefield, 2001), pp. 160-161.
22/ Jennifer Brikham Mendez, «Creating Alternatives from a Gender Perspective: Transnational Organizing for Maquila Worker"s Rights in Central America,» in Naples and Desai, pp. 121-141.
23/ Adriana Ortiz Ortega, Ana Amuchastegui and Marta Rivas, «"Because They were Born From Me": Negotiating Womens Rights in Mexico,» in Petchesky and Judd, pp. 145-147.
24/ Simone Grilo Diniz et al., «Not Like Our Mothers: Reproductive Choice and the Emergence of Citizenshio Among Brazilian Rural Workers, Domestic Workers and Housewives,» in Petchesky and Judd, pp. 61-62.

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