Normalmente asociamos la figura de los refugiados a la existencia de conflictos armados, particularmente desde el conflicto sirio. En realidad, no suele ser así: más bien al contrario, la mayor parte de los refugiados lo son por otras causas, y la existencia de un conflicto no es motivo de la protección como refugiado stricto sensu, sino de protección subsidiaria, una figura secundaria de protección internacional. La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, establecida tras la Segunda Guerra Mundial, establece esas fórmulas de protección como una forma de dar cobertura a aquellos casos en los que no se produce una persecución concreta de una persona pero en la que la situación de los países de origen es incompatible con una vida digna. Algo así sucede, o al menos así lo interpretan los países europeos, en el caso de la mayor parte de las personas que tuvieron que huir de Grecia, quienes no era objetivo de persecución concreta, sino que huían de una situación brutal de guerra abierta que impedía el desarrollo de su vida.

Pero es imprescindible ver ahora estas cuestiones a la luz de la crisis climática que ya empieza a mostrar su impacto y que según todos los estudios va a incrementarse. Se trata de temas que ya han aparecido en investigaciones recientes con aportaciones muy sólidas. Andreas Malm ha trazado en un interesante artículo[1] como los elementos originales de la crisis siria parten de una cuestión ecológica, una brutal sequía que tuvo lugar a principios de la década de los 2000 y que fue, según el IPCC, la mayor en 900 años. Lógicamente, la envergadura de la migración fue proporcional a la dureza de la sequía, y las poblaciones mayoritariamente agrícolas del este del país empiezan a migrar masivamente a los centros urbanos. A partir de ahí, la escalada del régimen de Al Assad lleva a un aumento del control social, represión y guerra civil, hasta alcanzar el conflicto que llegó a todos los medios occidentales. Esta es una de las cuestiones que vuelven una y otra vez, pero no bastan. Porque, en lo que se refiere a los temas de crisis ecológicas, la primera lección de Siria es precisamente que cuando se desencadenan los peores escenarios, la crisis ha dejado de ser meramente ecológica y se ha convertido en una crisis global, en la que diferentes aspectos se interconectan hasta hacer que sea casi imposible encontrar el hilo. Lo cual, irónicamente, viene a dar la razón a los ecologistas: la crisis ecológica es una crisis de modelo civilizatorio, un conflicto entre la forma de valorizar el capital y la propia vida en el planeta.

Ahora bien, ¿cuál es el impacto de esto en los países menos ricos? Aunque se suele decir que la crisis ecológica nos afecta a todas, que es cosa de todas o incluso que no entiende de ricos y pobres, lo cierto es que la realidad es completamente opuesta. No se trata de una crisis homogénea: como cualquier fenómeno natural, tendrá impactos diversos, y la peor parte se queda en algunas regiones de África y la cuenca del Mediterráneo. En efecto, las consecuencias del cambio climático se multiplican y aceleran en estas regiones del mundo, ya muy vulnerables. Si miramos hacia el este de la región mediterránea, la mencionada sequía que da origen a los primeros movimientos de la crisis siria aparece en los informes internacionales de cambio climático como la peor sequía de esa región del mundo en 900 años[2]. Pero estos mismos informes añaden previsiones durísimas para esta misma y otras regiones. Para no extendernos demasiado, señalaremos únicamente que una de las regiones en las que el crecimiento de temperatura media será más rápido es el Sahel, y África occidental, dos regiones en las que ya existen una serie de conflictos enquistados que se vienen endureciendo en los últimos años.  Y otro tanto sucede en lo que se refiere a la lluvia, aunque en este caso el impacto será mayor en el Sahel y África oriental, donde se espera que la reducción de precipitaciones sea mayor que en el resto del mundo. En estas regiones, un incremento de la temperatura media mundial que alcanzara los 2º supondría una reducción drástica del rendimiento de los principales cultivos y la aparición de sequías cada vez más frecuentes y prolongadas, unido a otros fenómenos meteorológicos extremos.

África apenas es responsable de un porcentaje residual del cambio climático, en torno al 3% de las emisiones totales[3] pero sufrirá el mayor impacto de la crisis ecológica. Lógicamente, esto hace que el volumen de personas migradas vaya a crecer, y que éste crecimiento sea cada vez más intenso y también más desordenado, ya que muchas poblaciones tienen que huir debido a que los impactos climático se hacen presentes en sus regiones de origen con enorme violencia. Con esta situación, la figura del refugio debería aparecer como una salida cuidada y protegida por los países industriales, que sí han producido la mayor parte de los GEI y que deberían hacerse responsables de los efectos que producen. Sin embargo, las salidas que se están planteando son pobres o incluso algo peor. Si nos fijamos en las dos iniciativas más visibles, la iniciativa Nansen y la política de desplazados climáticos de ACNUR, obtenemos conclusiones poco amables. La primera no deja de ser una iniciativa de las que abundan en las regiones más ricas del mundo – en esta ocasión, su origen está en Suiza y Noruega – y que evidencia el carácter bienpensante pero muy poco operativo de las respuestas; básicamente, la iniciativa defiende que la existencia de conflictos climáticos extremos es una amenaza asimilable a la persecución y que, por lo tanto, debería protegerse como refugiados a las personas que huyen de estos conflictos. Pero la apuesta apenas ha tenido seguimiento, ni siquiera para esos casos extremos, y la iniciativa parece haber quedado en eso.

Por otro lado, la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados se ha visto obligada a posicionarse en torno a este tema y lo ha hecho con un carácter analítico más sólido, a través de un marco que han denominado “dinámica de los Nexos”[4]. Básicamente, la apuesta teórica de la agencia internacional reconoce que se trata de situaciones que generan una huida masiva de poblaciones y lo hace de forma inevitable y violenta, pero mantiene que estos conflictos se encadenan con otros, puesto que se producen en contextos sociales. Básicamente, apuntan hacia una comprensión del fenómeno como un elemento más en una cadena de incremento de la inestabilidad y violencia. Hasta aquí, el análisis parece adecuado, pero hay que prestar atención al contexto en el que se produce, y en este caso lo que está tocando es una necesidad específica de protección para acoger como refugiadas a quienes huyen de desastres climáticos. Lo que no dice la teoría de los nexos, pero se deja leer como conclusión de su argumentación, es que, ya que los problemas derivados del clima acaban uniéndose a los estrictamente sociopolíticos, ya no haría falta una protección específica. Poniéndolo en palabras más crudas: dejemos que sufran el cambio climático hasta que cause una guerra a la puerta de sus casas, entonces ya veremos.

Es evidente que esto nos sitúa en una posición en la que son imprescindibles iniciativas mucho más fuertes. Una transformación que sea capaz de dar cuenta de las necesidades derivadas del cambio climático tiene que ser mucho más ambiciosa y debe estar en el centro de la agenda climática, porque está en el centro de la justicia climática. Esto implica un reconocimiento real y directo de la existencia de refugiadas climáticas y la correspondiente obligación de acogida bajo el marco de la protección internacional. Pero ni siquiera esto bastaría por si mismo, sino que tiene que venir acompañado de la revisión completa de la política de extranjería, de la que el refugio es ahora el complemento amable. Mientras la política migratoria sea una barrera brutal, el refugio seguirá siendo una puerta secundaria cada vez más transitada, más colapsada e inútil. Es necesario abrir la posibilidad de desplazamientos libres al mismo tiempo que la acogida inmediata y extendida de la protección internacional, en una ruptura total con la tradición de cierre de los estados ricos y, particularmente, con la política asesina de la Europa fortaleza.

24/09/2020

María Paramés es  activista de la Plataforma CIEs No Madrid e impulsora de Mundo en Movimiento. Teresa Antia es militante ecologista.

[1] Malm, Andreas. “Una estrategia revolucionaria para un planeta en llamas”. En VV. AA., Como si hubiera un mañana: ensayos para una transición ecosocialista, Madrid, Sylone, 2020. El texto del artículo está disponible en https://www.anticapitalistas.org/wp-content/uploads/2020/05/Una_estrategia_revolucionaria.pdf

[2] IPCC. Special Report 1.5°C. Impacts of 1.5°C of Global Warming on Natural and Human Systems. https://www.ipcc.ch/sr15/

[3] Andaluz, Javier. “África sufre por el cambio climático”. En El Ecologista, n. 90. https://www.ecologistasenaccion.org/33086/

[4] ACNUR. Cambio climático y desplazamiento por desastres. https://www.acnur.org/cambio-climatico-y-desplazamiento-por-desastres.html

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