La crisis del Brexit y la elección de Trump como Presidente de EE UU han impulsado el retorno de la kremlinología. Es decir, el intento de adivinar la dirección política de las naciones a través de las intrigas y las intenciones de sus líderes. Bannon con Bolsonaro, Salvini con Le Pen, Johnson con Trump… son relaciones sencillas que explican fenómenos muy complejos. Por contra, en el análisis político profesional, aquel que domina las tertulias televisivas y las columnas centrales de los diarios, Jeremy Corbyn y el movimiento que le acompaña son una aberración. Frente a todo pronóstico, el septuagenario líder y sus acompañantes debían haber acabado en el basurero de la historia hace tiempo, aplastados entre el irresistible auge de la nueva derecha y la resistencia de los herederos de la Tercera Vía como Macron, Renzi o Trudeau.

Pero, de momento, con Jeremy Corbyn la historia ha hecho una excepción. El líder laborista ganó las primarias de 2015 contra todo pronóstico de estos analistas profesionales. Tras aproximadamente un año de ostracismo mediático, los leales al blairismo se rebelaron en 2016. Sin reconocer que el Brexit era otra señal más de que la vieja política no podía entender ya a la nación, sacrificaron a un mediocre Owen Smith en otras primarias contra Corbyn. La victoria de la izquierda laborista, gracias a un aumento de la afiliación y participación, convirtió al partido en el más numeroso de toda la socialdemocracia occidental. En 2017, otro hito: las encuestas convencieron a los Conservadores de celebrar elecciones anticipadas. De nuevo, una campaña popular y populista, siguiendo el espíritu del 45", dejaron al corbynismo muy cerca del empate. La impotencia de May durante 2018 y 2019 y su posterior dimisión evidenciaron el tamaño de esta derrota dulce.

El Congreso Laborista celebrada en Brighton en septiembre de 2019 parecería, de acuerdo a los testimonios de los periodistas enviados allí, nada más que la enésima constatación de la incomparecencia laborista ante la crisis del Brexit. “El proceso de salida de la Unión Europea divide a los líderes y a los votantes laboristas”, dicen los titulares. Las tensiones internas, como el fallido intento de apartar del cargo al vice Secretario General Tom Watson, han ocupado todas las portadas. Cualquier parlamentario susceptible de contrariar al líder ha encontrado su micrófono. Cualquier reunión paralela a la Conferencia que contenga miembros contrarios a Corbyn ha tenido sus minutos en televisión. Cualquier simpatizante con ideas poco apropiadas o cualquier representante del equipo dirigente que haya tenido un desliz, ha sido presentado como la prueba definitiva de la senilidad corbynista. Todo ello resulta más llamativo si lo comparamos con el trato relativamente neutro que ha recibido Boris Johnson, el primer Jefe de Gobierno formalmente acusado de haber mentido a la Reina de Inglaterra para evitar la convocatoria del Parlamento. ¿Alguien se imagina el escándalo si un corbynista hubiese tratado de engañar a la soberana de 15 naciones del extinto Imperio Británico?

Efectivamente, la kremlinología es prácticamente el único género periodístico que practican los mal llamados expertos. Desde el verano de 2015, tras cada esquina, todos los medios han predicho la pronta caída del corbynismo y el retorno del laborismo moderado. Antisemitismo, euroescepticismo o trotskismo son algunas de las enfermedades que han diagnosticado semanalmente el ejército de columnistas que busca certificar la muerte política de la izquierda. Pero cualquiera que tenga en cuenta algunas denostadas categorías de la economía política, como las relaciones de propiedad, la tasa de explotación o la acumulación por desposesión entenderá mucho mejor lo que ha pasado en el Congreso de 2019. Porque, para entender al laborismo hoy no se puede recurrir a paralelismos con Podemos, la France Insoumise o incluso al anglosajón Bernie Sanders. La comparación más apropiada es también británica: Thatcher y su revolución institucional.

La venganza de John McDonnell: el giro institucional e irreversible

En círculos de izquierda es muy conocida la explicación que Stuart Hall y su círculo dieron al conocido como thatcherismo en los años 80. Al contrario que los observadores de entonces, estos pensadores entendieron que la líder conservadora no suponía otra alternancia política más en Westminster. Su proyecto no era un cambio de gobierno, sino una auténtica transformación social que sentara las bases de la hegemonía conservadora en Reino Unido tras el fracaso del keynesianismo de postguerra. A principios de este siglo, el renovado interés por las ideas gramscianas, en Latinoamérica primero, y en el Sur de Europa después, hicieron comprender a los movimientos de izquierda que había que reproducir una gesta similar en la dirección contraria. Sin embargo, muchas de las interpretaciones han apelado al exitoso lenguaje neoliberal (“oportunidad”, “libertad”, “elección”) y no han comprendido el componente institucional del Thatcherismo.

Más que Corbyn, su segundo y responsable económico John McDonnell vivió muy de cerca la cuidadosa desmantelamiento del Estado del Bienestar británico. Como responsable económico del antiguo gobierno descentralizado de la ciudad de Londres, comprendió la astucia conservadora en recortar aquellos servicios y liberalizar las empresas clave que rompieron los lazos materiales y afectivos de la clase obrera. La venta de la vivienda pública a sus ocupantes, por ejemplo, consumó el deseo difundido por la publicidad de “escapar de la pobreza”, acabando además con los sentimientos de pertenencia comunitaria asociados al barrio. Tras el escenario, lo que ha sucedido es una redistribución de la riqueza de abajo arriba sin precedentes; lo que Sanders llama “socialismo para los ricos”.

Como relató Owen Jones en su clásico Chavs, la sustitución de la universalidad por el asistencialismo permitió avivar el enfrentamiento entre subsecciones de la clase obrera. Por cada foro por los derechos LGTB y de minorías que promovían ayuntamientos como el de Londres, los tabloides publicaban cientos de portadas demonizando las ayudas a migrantes y colectivos. El gobierno central respondía a cada plan social municipal con recortes y restricciones al gasto para las corporaciones locales. Tras década y media de dominio conservador, el blairismo solo supo añadir un barniz de inclusión social y multiculturalismo a una economía que cada vez dependía más del casino especulador de la City. Como sabemos, la incapacidad del Nuevo Laborismo para promover una base económica alternativa y descentralizada para Reino Unido fue una de las causas de la crisis financiera de 2008. La derrota electoral de 2010 y el liderazgo del moderado Miliband (irónicamente, apodado Red Ed) fue todavía más desesperanzadora, haciendo seguidismo del populismo punitivo y la inflexibilidad austeritaria de la coalición Liberal-Conservadora. En resumen, entre 1979 y 2015, el laborismo (como muchos de sus partidos hermanos en occidente) había sido incapaz de generar una alternativa institucional al giro liderado por Thatcher.

La Conferencia Laborista de 2019 es la venganza de McDonnell. Tras cuatro años acumulando fuerzas e ideas en torno al proyecto corbynista, es la primera expresión auténtica del deseo de los representantes de la Conferencia de 1973: efectuar “un giro irreversible y fundamental en el equilibro de poder y riqueza en favor de la gente trabajadora y sus familias”. Estas son algunas de las medidas clave aprobadas en el Congreso y su importancia:

  • Redistribución de riqueza: Una de las propuestas aprobadas que han causado más impacto es la de abolir la escuela privada para incluirla en el sistema público. La mayoría de representantes políticos en gobiernos conservadores y blairistas habían sido educados en estas instituciones, como la famosa Eton. Posiblemente, por su radicalidad, la medida quede moderada al eliminar las rebajas fiscales que estas instituciones disfrutan y a su línea directa para entrar en las principales universidades del país. Aun así, al igual que la subida de impuestos para el 5% más rico, son desafíos al sistema de reproducción social de las élites británicas.

  • Revolución Industrial Verde: Más que el Green New Deal, el corbynismo prefiere hablar de revolución industrial. Mediante la renacionalización de las empresas energéticas, se desea impulsar un cambio total que descarbonice la economía en 2030. Se promoverán aislamientos y paneles solares gratuitos para viviendas públicas y hogares de pocos recursos, además de instalaciones de energía eólica en zonas afectadas por la desindustrialización de los 80. Así, se pretende acabar con la desigualdad territorial Norte-Sur en el país. Se prohibirá totalmente el fracking.

  • Trabajo: Además de la reversión de las restrictivas reformas laborales post-crisis, se ampliarán los derechos de los trabajadores gracias a la semana de cuatro días, sin pérdida de salario. Se subirá el salario mínimo y se prohibirá la contratación con salarios de pobreza (es decir, que no haya pobres con empleo). Se promoverán en empresas de más de 250 empleados fondos de propiedad de los trabajadores que comprarán acciones y permitirán a los empleados tomar decisiones. Para combatir la precariedad del capitalismo de plataformas, se impulsarán empresas públicas de transporte que compitan con Uber para la movilidad urbana sostenible.

  • Cuidados: Frente al envejecimiento de la población, se garantizarán servicios de atención a los mayores de 60, totalmente gratuitos, mediante un Servicio Nacional de Cuidados. Todas las medicinas exigidas por receta estarán cubiertas por el Estado. Además, se promoverá la creación de una farmacéutica pública que compita con el oligopolio privado, al estilo de las ya establecidas por algunos países en vías de desarrollo.

  • Derechos para los migrantes: En tiempos de Brexit y racismo, se cerrarán los centros de internamiento de extranjeros, comprometiéndose con la libre circulación y los derechos básicos de los migrantes. Se buscarán fórmulas para garantizar la participación política de los extranjeros residentes en Reino Unido. Finalmente, se considerará la categoría de refugiado climático para acoger migrantes en Reino Unido.

Los kremlinólogos no han tardado en tildar estas medidas como una carta a los Reyes Magos, con medidas aparentemente incoherentes e imposibles de cumplir y financiar. Pero, ¿no suponía el proyecto thatcheriano una revolución total de los principios sociopolíticos que habían regido el país desde 1945? Aun así, es justo preguntarse si esta amalgama de promesas tiene algún hilo conductor. El thatcherismo, como hemos visto, hilaba con habilidad un giro institucional con un nuevo lenguaje.

Seguramente, el concepto unificador más fuerte sean los Servicios Básicos Universales. Los SBU se inspiran en el éxito de la sanidad y la educación pública: provisiones colectivas, gratuitas en el punto de uso y enfocadas a garantizar derechos para toda la población. Lamentablemente, el empuje para garantizar otros servicios se frenó con el auge neoliberal. Inspirados por la imaginación política de muchos de los jóvenes activistas de Momentum y otros movimientos a nivel mundial, un principio básico corbynista es continuar esta tarea histórica. Al mismo tiempo, medidas como la adquisición progresiva de acciones en empresas por los trabajadores recuerdan mucho a la transferencia thatcheriana de la vivienda pública; pero al revés. Y la garantía de inversión en zonas empobrecidas bajo el paraguas verde, con la promoción de banca pública regional, permitirá que los sindicatos se sumen a la transformación de la economía. La unión de los SBU con el giro verde podría ofrecer la combinación institucional ganadora que garantice la hegemonía del corbynismo (ante la sorpresa constante de los columnistas de centro).

Sigue habiendo obstáculos. El sistema mediático británico permanece escorado a la derecha, sobre todo en su aspecto económico. Los medios públicos, como la BBC, están editorialmente dominados por profesionales educados en escuelas privadas y universidades de élite. Aunque su dominio sobre la opinión pública es más bajo que nunca, como se vio en las elecciones de 2017, no es suficiente para el laborismo contar con el apoyo de la mayoría de jóvenes en redes sociales y otras plataformas digitales. Sobre todo porque estas últimas carecen de supervisión y se basan en un modelo de negocio que vampiriza nuestra vida digital. En cualquier caso, el Congreso Laborista de 2019 en Brighton ha sentado las bases de un posible giro institucional que erradique para siempre el renqueante orden neoliberal.

Roy Cobby Avaria es doctorando en el King"s College de Londres

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