El 26J, segunda vuelta del duelo que decide la orientación para los próximos años. Las elecciones del 26J representan un conflicto incluso en cuanto a su
naturaleza, a lo que está en juego en las mismas. Para cualquier observador normal parecería evidente que las mismas tienen como objetivo principal que el
electorado sea capaz de producir un resultado que haga más fácil la formación de gobierno, después de que los cuatro partidos principales no fueran capaces
de ello con la composición de fuerzas salida del 20D.

Esta natural condición de “segunda vuelta” del 20D es, sin embargo, negada por el PSOE, que tuvo la oportunidad de configurar una mayoría que respaldara a
un gobierno para el cambio de las políticas vigente desde 2010, pero no fue capaz de romper sus compromisos con las instituciones políticas y económicas
del régimen del 78. Del período transcurrido desde el pasado 20D solo quiere retener la imagen, tan meticulosamente elaborada por Prisa, de Podemos
haciendo imposible la formación del gobierno

Poco importa que el socio con el que urdió la coartada contra Podemos esté revelando su faz auténtica, formando en la cruzada “anticomunista”, en realidad
antipopular y en defensa de los intereses de la oligarquía y disponiéndose a hacer posible la gobernabilidad con lealtad absoluta a los dictados
austeritarios que tanto sufrimiento han llevado a los sectores populares. La dirección del PSOE, y con ella la práctica totalidad de sus cuadros que “tiene
algo que decir” en el partido, parecen seguir mirando a Podemos como una pandilla de intrusos que han robado parte de su patrimonio electoral y deben ser
expulsados cuanto antes de las instituciones. No de otra forma se puede explicar que, para negociar un acuerdo de gobierno prefirieran primero acordar con
el partido de la nueva derecha y plantearle luego a Podemos el acuerdo alcanzado como base para la negociación.

Parecería que la reforma del artículo 135 de la Constitución no ha sido tan del desagrado de la nueva dirección y de la mayoría de los cuadros, cuando no
quieren advertir que este y no otro es el objeto del litigio que se va a dirimir el próximo 26J.

En un editorial lleno de demagogia y sectarismo, El País del pasado 22 de mayo arremetía contra la polarización que estarían fomentando Podemos y
el PP y reivindicaba la cordura y sensatez de los negociadores PSOE y Cs para abordar el próximo futuro. El editorialista pretende ocultar la polarización
y la desigualdad entre minorías privilegiadas que han visto aumentar sus privilegios en estos cuatro años al calor de las políticas austeritarias y
mayorías que han visto empeorar de forma irreversible sus condiciones de vida y trabajo cayendo en la exclusión y la pobreza que ha aumentado de forma
escandalosa como señalaba el último informe de Cáritas.

Existente esta polarización social y sufriéndola millones de personas en nuestro país, faltaba un actor político que la diera carta de naturaleza
incorporándola a la agenda política, convirtiéndola en problema público. Podemos solo ha dado voz a estos dolores populares y al reclamo de su remedio y
por ello se ha colocado en el centro de la vida política, con independencia de sus aciertos y sus errores. Y ha enunciado, ciertamente, la polarización
entre los beneficiarios del sistema y sus políticas y los que las sufren, el antagonismo entre el curso de las políticas austeritarias y la recuperación de
la soberanía, la democracia y un mínimo de equilibrio y justicia social.

Dice el comentado editorial de El País que Podemos pretende con esta polarización deprimir el espacio del centro izquierda en el que sitúa al PSOE
y a Cs/1. Con toda humildad, creo que el centro izquierda se deprime solo. Es su ausencia de sustancia lo que le deprime, la convicción
para un importante sector del electorado de que sus posiciones son esencialmente similares a las del PP y que sus políticas, de aplicarse, no diferirían en
mucho de las aplicadas por el PP.

En el espacio de centro izquierda, y especialmente en las propuestas del PSOE, se detecta una alarmante escasez de propuestas políticas capaces de
representar una alternativa clara a las políticas austeritarias que hemos padecido estos últimos cuatro años. Es comprensible, entonces, que cuando otro
actor político formula propuestas políticas algo diferentes de las que han sido el dogma austeritario, inmediatamente sean calificadas como radicales,
populistas, etc., en el universo intelectual configurado por las recetas del FMI y del BCE, elevadas a categoría científica por la hegemonía del
pensamiento neoliberal

Estamos entonces ante el conocido fenómeno en el que el observador, con sus prejuicios, deforma el resultado de la observación. El sentido común dominante
se ha configurado sobre la “evidencia” de que la crisis de 2008 había tenido por causa que la sociedad española había vivido por encima de sus
posibilidades y que se imponía un ejercicio de realismo y sensatez para recuperar la senda de la prosperidad, después de un período de esfuerzos,
austeridad y trabajo duro.

Pero sabemos que la realidad ha sido bien distinta de este pronóstico. El programa austeritario solo ha sido eficaz para generar sufrimiento para la
mayoría y una tímida recuperación sostenida en los bajos precios del petróleo, la política monetaria expansiva del BCE y la deflación salarial. Y, eso sí,
ha sostenido entidades financieras en quiebra y ha regalado a la gran patronal un marco contractual extremadamente favorable que ha permitido que
recuperara notables tasas de ganancia. Ha polarizado, en fin, la sociedad española aún más y esa polarización sí que no puede ser disimulada por programa
alguno de centro izquierda.

En uno de los polos forma el partido actualmente hegemónico del régimen del 78, el más directo heredero de los sectores sociales beneficiarios del régimen
franquista, renovados en el propio devenir del régimen del 78. Su proyecto histórico, ya en aplicación, es la denuncia material y cotidiana de los aspectos
sociales y democráticos de la Constitución del 78. En el camino habrá de dejar a su socio durante estos años, el PSOE, o le permitirá subsistir a cambio de
una entrega sin condiciones a la regresión constitucional de facto/2 que ya aplica y la renuncia a cualquier vestigio de lo que constituye
su patrimonio cultural.

Para la campaña electoral el PP parece dispuesto a desplegar la totalidad de su arsenal en contra del enemigo que, acertadamente sitúa en Podemos. El
recurso al peligro bolivariano (sin renunciar al fantasma “comunista” para movilizar a la parroquia más franquista), incluyendo la insólita
convocatoria del Consejo de Seguridad Nacional para estudiar la seguridad de personas y bienes españoles en Venezuela, es una burda operación de propaganda
destinada a asentar en el electorado la imagen de Podemos como colaborador del enemigo. En esta operación macartista le secunda bien
Rivera y su fantochada de Caracas y Sánchez con su tibieza ante lo que a todas luces parece la preparación de un golpe blando en Venezuela /3.

Enfrente está Podemos como actor político referente del bloque social pendiente de articularse y que va a tener que hacerlo a un ritmo superior al ideal.
Se ha analizado creo que de forma suficiente las complejas y difíciles relaciones entre Podemos y los movimientos sociales que le han precedido y -es de
esperar- le van a acompañar. Para evitar la tentación de atribuir la dificultad de estas relaciones al verticalismo, por lo demás indiscutible, del
primero, hay que recordar cómo esta dificultad afecta también las relaciones entre los ayuntamientos del cambio surgidos de plataformas populares más o
menos amplias y los movimientos sociales antiguos o nuevos; los desencuentros entre el gobierno de Carmena en Madrid o el más reciente de Colau en
Barcelona con los trabajadores del Metro son solo una muestra de tal dificultad.

Con estas dificultades relacionales, que reflejan la complejidad del cambio que tenemos por delante, del proceso constituyente que debe
desarrollarse en los planos institucional y, sobre todo, social, con estas dificultades, decía, hay que avanzar en todas las ocasiones que se nos
presenten. El 26J existe la posibilidad de revertir el rumbo que tanto sufrimiento ha producido en los sectores populares y recuperar las condiciones desde
las que configurar entre todos un nuevo marco de convivencia con un más justo reparto de las cargas y las prestaciones.

Lo que se necesita es algo más que un proyecto de gobierno, es un proyecto nuevo de país, una propuesta de convivencia en la que todos podamos encontrar
nuestro sitio.

No se trata -sólo- de derrotar al PP sino de definir los elementos centrales de un contrato social para la refundación del Estado. Una redefinición de
España basada en criterios de esfuerzo común y recuperación de la capacidad de decidir (soberanía).

Tampoco creo que el sorpasso al PSOE constituya un objetivo instituyente. El proceso constituyente para un nuevo marco de convivencia no se puede
hacer con los patrones de conducta, las reglas y los actores del régimen del 78. El sorpasso forma parte del imaginario de
cierta izquierda de los 90 pero no tiene mucho que ver con las necesidades radicales de hoy. En los 90, después del episodio recesivo de los primeros años
y en vísperas del euro, es posible que para algunos sectores minoritarios de izquierda se tratara de sorpassar al PSOE para hacer cumplir la
Constitución/4 produciendo un cierto giro a la izquierda. Hoy, tras el vaciamiento de los aspectos sociales y democráticos de la
Constitución derivado de la prevalencia del Derecho comunitario de impronta ordoliberal, tal empresa parece alejada de las necesidades de la ciudadanía y,
sobre todo, de los sectores populares, que precisan una orientación en ruptura clara con esa deriva neoliberal y en recuperación de la soberanía de la
dependencia que sufre de los mercados financieros.

En todo caso, Podemos no ha nacido para llevar a término lo que no pudo conseguir la IU de los 90; de tener algún vínculo histórico, sería con las
inconclusas tareas de conquista de la democracia, bastardeadas durante la transición de la dictadura a la monarquía parlamentaria. No obstante lo cual, se
trata sólo de una referencia histórica. Aunque hoy, como entonces, está planteada la posibilidad histórica del momento constituyente, la sociedad española
es bien diferente de la de los años 70, como lo son los problemas a los que se debe enfrentar y los actores sociales y políticos partes de los distintos
conflictos sociales, políticos, nacionales, etc., que la configuran.

Podemos debe ser una herramienta en manos de la ciudadanía para impulsar el proceso constituyente. Pero para que tal ocasión, la ocasión constituyente, suceda, resulta indispensable la afirmación esencial del protagonismo ciudadano. El lanzamiento de Podemos ha sido un
momento excepcional que ha sido, en general, bien aprovechado, pero no puede cristalizar en un nuevo sistema de partidos que agote la potencialidad
democrática despertada con el 15M. Es preciso recuperar la condición instrumental de los partidos al servicio de una ciudadanía activa, protagonista
esencial de la política.

Unidos Podemos
es el vehículo para el fortalecimiento de esa herramienta de servicio al protagonismo ciudadano. En modo alguno podría ser la ocasión para el
fortalecimiento de otro (distinto al PSOE) partido hegemónico de la izquierda. Lo verdaderamente importante de su lema, el calificativo esencial de ese
“unidos” son los sectores populares. Los destinatarios de ese mensaje no pueden ser -o al menos, no pueden serlo en exclusiva- los partidos políticos de
izquierda.

Pero hay que insistir, el proceso constituyente y la ciudadanía que lo protagonice necesita una herramienta nueva. Podemos es el vector principal
de esta herramienta si consigue volver a conectar con el espíritu del 15 M. Su construcción es aún inconclusa, así que admite aún ser orientada de acuerdo
con las necesidades del proceso constituyente, que no son otras que las derivadas del protagonismo del ciudadano activo en lo que Balibar ha
llamado la democratización de la democracia, un proceso de avance e incorporación de nuevos derechos a las instituciones y el freno a la regresión
de los existentes y a las exclusiones institucionalizadas en nombre de la “defensa de la democracia”.

Este movimiento puede llegar a incorporar derechos incompatibles con la dinámica capitalista de las últimas décadas. Pero es condición indispensable para
ello poner el acento en la tarea de inventar y experimentar nuevas instituciones democráticas más allá de las que residen en el Estado. Las complejas
relaciones entre lo social y lo institucional a las que antes nos referíamos deberán resolverse en la creación de instituciones del común, espacios
diversos de la vida social en los que se vaya acometiendo la construcción de soberanía, la construcción de pueblo. Como rezaba una de las
ponencias presentadas en Vista Alegre, la tarea constituyente por excelencia es la de construir el pueblo.

La lucha por la democracia es, en este sentido, una experiencia de ciudadanía democrática en los más diversos ámbitos, en un intento de ampliar los
espacios de libertad e igualdad.

En adelante solo esta modalidad de democracia, ejercicio permanente de autoinstitución, será capaz de enfrentarse a los retos de nuestro tiempo; la
alternativa es el Estado oligárquico y autoritario en el que “la política es sustituida por la policía”/5.

José Errejón
es miembro del Círculo 3E de Podemos

1/6/2016

Notas

1/ Es llamativa la generosidad con la que El País distribuye etiquetas de centro izquierda a un partido cuya noción de democracia no supera los
límites de un angosto liberalismo.

2/ Lo he dicho en alguna otra ocasión, no es de esperar que el PP se plantee una reforma constitucional para su derechización explícita, le basta con sus
ordinarias políticas “destituyentes”.

3/ Todo ello sin olvidar los evidentes errores cometidos por la gestión de Maduro que, unidos a los efectos derivados del hundimiento relativo desde el año
pasado de los precios del petróleo, han llevado a una situación que favorece una salida de golpe institucional como la que se ha perpetrado en Brasil.

4/ Era la posición del entonces coordinador general de IU y de algún miembro de Podemos como Monedero que defendía el alma socializante de la Constitución,
llegando a afirmar el carácter “revolucionario” de su artículo 9.2.

(5) Ranciere, J., El odio a la democracia.

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