Rana Nessim. En tu libro, “El pueblo quiere”, escribías que el proceso revolucionario sería muy largo. ¿Esperabas que se transformase tan rápidamente en una dictadura militar?

Gilber Achcar. Yo cuestiono la idea de que todo el proceso revolucionario regional se haya convertido en una dictadura militar. ¿Cuándo se habría transformado este proceso en dictadura militar? Si te estás refiriendo a Egipto, se trata sólo de un país y no del conjunto del proceso. E incluso en este caso, no pienso que el proceso se haya transformado en una dictadura militar, en la medida en que ese país nunca ha dejado de serlo de facto. El ejército egipcio nunca ha dejado de constituir la verdadera columna vertebral del Estado, desde la época de Mubarak hasta ahora.

En un determinado momento, la gente creyó que la presidencia de Mohamed Morsi significaba el fin del gobierno militar en Egipto, y comparaba esta situación con lo que había ocurrido en Turquía, pero sólo era una ilusión. Aunque el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) cedió oficialmente el poder a Morsi, los miembros de esta institución siguieron conservando las verdaderas riendas del poder. Han continuado teniendo el verdadero control sobre el conjunto de las fuerzas armadas. El ejército y el Ministerio del Interior eran, en lo fundamental, una prolongación del antiguo régimen: hubo muy pocos cambios. Los acontecimientos posteriores no han sido por tanto tan sorprendentes.

Sobre dodo, me gustaría insistir en que vuelven a estallar en Egipto luchas sociales, con muchas huelgas, como la de los trabajadores del textil de Mahalla El Kobra/1. Además, los jóvenes no parecen compartir el entusiasmo por el mariscal Abdel Fattah al-Sisi, orquestado en parte de forma artificial. Su desafección se reflejó en su escasa participación en el referéndum constitucional de enero de 2014.

Hay que insistir en que Egipto sólo está al comienzo de un proceso revolucionario a largo plazo que comenzó en enero de 2011. Como en todo proceso revolucionario, hay altibajos, períodos de radicalización revolucionaria y períodos de reacción y de reveses. A decir verdad, lo que se observa en Egipto es más bien ambiguo, en la medida en que es el producto de una segunda oleada de movilizaciones, la del 30 de junio, que condujo una vez más a una segunda fase de gobierno militar directo.

R.N. ¿En qué momento crees que ha ocurrido la ruptura entre los militares y Morsi? Parece evidente que había un acuerdo entre los militares y los Hermanos Musulmanes y que de esta manera llegó Morsi al poder.

G.A. Creo que el divorcio tuvo lugar mucho antes de que Morsi llegase al poder. Sólo en 2011 hubo una cierta colaboración entre los Hermanos Musulmanes y el ejército. Los Hermanos pusieron fin a su colaboración con la mayoría de la oposición cuando, antes de la caída de Mubarak, tuvieron conversaciones con Omar Suleiman, que en aquella época dirigía los servicios de información, y más tarde cuando colaboraron estrechamente con el antiguo régimen para crear un apoyo social a las enmiendas constitucionales propuestas por el CSFA.

En el primer referéndum constitucional de marzo de 2011 se pudo ver una convergencia entre los Hermanos Musulmanes, los salafistas y el antiguo régimen, cuyo núcleo central lo constituye el ejército. La base de esta colaboración era que los Hermanos Musulmanes se comprometían a no ambicionar el poder. Al principio aseguraron que sólo presentarían candidatos en la mitad de las circunscripciones y que no propondrían candidato presidencial. Pero se volvieron atrás en estos dos compromisos. Eso alarmó al mando militar, sobre todo en un momento en que sus homólogos turcos estaban siendo humillados por el gobierno del AKP [Partido para la justicia y el desarrollo]. Entonces se mostraron recelosos ante la posibilidad de que algo parecido pudiera ocurrir en Egipto.

En ese momento se constata el comienzo de una tensión creciente entre los Hermanos y el CSFA. Estas tensiones alcanzaron su punto culminante en vísperas de las elecciones presidenciales de 2012; recuerda el enorme suspense que rodeó la competición entre Morsi y Ahmed Chafik antes de la proclamación de los resultados. Morsi –miembro de los Hermanos Musulmanes– venció a Chafik –militar apoyado por la institución militar–.

La ilusión de una ruptura con la larga tradición de gobierno militar se impuso cuando Mohamen Tantaui y Sami Anan, dos militares de alto rango, fueron enviados al retiro. De hecho, estos retiros habrían debido producirse mucho antes. Se habían mantenido en su puesto porque Mubarak confiaba en ellos y quería conservarlos cerca. Los informes de la diplomacia norteamericana revelados por WikiLeaks han descubierto que los demás oficiales de alta graduación estaban descontentos con Tantaui. Tras un acuerdo entre los militares, Sisi quedó el primero del rango. Morsi no pudo escoger libremente: Sisi fue nombrado por el CSFA.

Los militares se inquietaron aún más cuando Morsi se atribuyó poderes faraónicos en noviembre de 2012. Aunque no fueron los únicos en inquietarse: durante la breve presidencia de Morsi, los Hermanos Musulmanes consiguieron alienarse a casi todo el mundo en Egipto, incluyendo a sus cercanos aliados salafistas. Esta coyuntura abrió la vía al 30 de junio y al 3 de julio de 2013.

Rosemary Bechler. ¿Qué diferencias ves entre el papel del ejército egipcio y el del ejército tunecino?

G.A. El caso tunecino es muy diferente. Por una parte, el ejército tunecino nunca ha tenido un papel comparable al del ejército egipcio. Túnez nunca ha sido una dictadura militar a diferencia de otras repúblicas árabes, en su mayor parte apoyadas en regímenes militares. Túnez es una excepción, como también lo es Líbano, aunque por otras razones.

Por otra parte, en Túnez existe una fuerza social organizada considerable, la central sindical UGTT [Unión General Tunecina del Trabajo], que constituye de facto una fuerza política fundamental. Ha sido uno de los actores principales en el enfrentamiento entre el gobierno Ennahda y la oposición tunecina. En Egipto no existe nada equivalente.

R.N. Resulta bastante asombroso que los Hermanos Musulmanes hayan sido catalogados como terroristas y fundamentalistas, mientras que nadie reacciona frente a los salafistas, actualmente del lado del gobierno interino apoyado por los militares, teniendo en cuenta que son más radicales. ¿Crees que los salafistas van a reemplazar a los hermanos en el papel jugado antes de 2011 en lo que se refiere a la red paralela de prestaciones sociales, gracias sobre todo a los fondos que reciben de Arabia Saudita?

G.A. La mayoría de los salafistas en Egipto no son más radicales, en el plano político, que los Hermanos Musulmanes. Su tipo de fundamentalismo está ligado a una concepción más rigurosa de la vida cotidiana y de la sociedad, y sólo desde este ángulo pueden ser percibidos como más “radicales”. Pero en la época de Mubarak el gobierno los veía con buenos ojos, porque predicaban la obediencia a los dirigentes. En este sentido, no eran percibidos como una amenaza para el antiguo régimen. Más todavía cuando, como has señalado, tienen relaciones con los sauditas. En 2011 se llegaron a desplegar banderas sauditas durante las manifestaciones salafistas en Egipto. Los vínculos con el régimen saudita son también una de las razones clave del apoyo concedido a Sisi por El-Nour [La luz], el principal partido de los salafistas. El apoyo entusiasta de los sauditas a los salafistas debe ser comprendido también en el marco de la rivalidad regional entre el Reino de Arabia Saudita y Qatar.

Dicho esto, los salafistas no tienen verdadera necesidad de reemplazar la red paralela de ayuda social de los Hermanos Musulmanes, porque ya tienen su propia red. Se han desarrollado, sobre todo en las zonas rurales de Egipto, de manera muy similar a como lo han hecho los Hermanos Musulmanes. Utilizando un concepto elaborado por un sociólogo francés, podría decirse que los salafistas mantienen una “contra-sociedad”. Estas fuerzas han conseguido desarrollarse llenando los intersticios –enormes en Egipto– dejados por la incapacidad del Estado para asegurar servicios sociales básicos de todo tipo.

Pero los salafistas no son tan poderosos como los Hermanos Musulmanes en términos de aparato organizativo, sobre todo cuando se trata del campo político. En Egipto los Hermanos han funcionado desde hace mucho más tiempo como organización política. Eran esencialmente un partido político –el primer partido islámico fundamentalista moderno– combinando el fundamentalismo islámico con la política moderna. Los Hermanos Musulmanes estaban por tanto bien preparados para acceder al poder tras la caída de Mubarak. Financiados masivamente por Qatar y con su apoyo televisivo (Al Jazeera), abrieron oficinas del partido por todas parte, con fasto y decoro.

No pienso que los salafistas se preparen para seguir la misma vía, al menos por el momento. No tienen el proyecto de tomar para sí mismos el poder: prefieren estar asociados al poder y están por tanto bastante satisfechos de trabajar con los militares. Preferirían un escenario parecido al de Pakistan bajo el general Zia-ul-Haq (1977-1988), donde un gobierno militar apoyado por fundamentalistas aplicaba criterios fundamentalistas en la gestión gubernamental.

R.N. Hablando de los fundamentalistas, según medios de comunicación locales en Egipto, habría grupos militares como Ansar Beit El Maqdis o los grupos Takfiri, apoyados por Hamas en el Sinaí. ¿Constituyen estos grupos realmente un peligro? ¿O se trata más bien de una maniobra de diversión utilizada por el gobierno para reafirmar que los militares son necesarios para proteger a Egipto? En su reciente rúbrica en openDemocracy, el 13 de febrero de 2014, Paul Rogers dice que Al-Qaida podría construir una nueva base en Egipto. ¿Qué piensas de ello?

G.A. Son dos cuestiones diferentes, una se refiere a los Hermanos Musulmanes y la otra a Al-Qaida.

Está claro que el tipo de situación que se desarrolla en Egipto es una incitación para grupos marginales, surgidos o no de la radicalización de sectores de los Hermanos, que han decidido recurrir a la violencia.

Pero no hay pruebas de que existan vínculos directos entre las acciones violentas que han tenido lugar en la península del Sinaí, por una parte, y Hamas o los Hermanos Musulmanes por otra. Lo que me parece más evidente, antes incluso de que se pueda probar la existencia de esos vínculos, es que dichas acciones constituyen un pretexto utilizado por los militares para acallar más aún a los Hermanos Musulmanes en la sociedad egipcia y legitimar y justificar más que hasta ahora su política represiva. Resulta llamativo que la retórica de la “guerra contra el terrorismo”, que tanto papel tuvo bajo la administración Bush tras los atentados del 11 de setiembre de 2011, sea ahora extensamente utilizada en la región, no sólo por el gobierno egipcio sino también por el régimen sirio y por la monarquía de Bahrein.

Es difícil creer que los Hermanos Musulmanes recurran al terrorismo en la actual situación: hacerlo revelaría una visión a muy corto plazo por su parte. Si pretendiesen un deslizamiento hacia la lucha armada, sería poco probable que continuaran organizando, como lo hacen, manifestaciones pacíficas de masas. El hecho de actuar de esta manera hace dudoso atribuirles operaciones violentas.

Dicho esto, la táctica de los Hermanos de organizar manifestaciones ha sido, en mi opinión, contraproducente, y muestra que continúan dando pruebas de torpeza, como lo han hecho desde el comienzo del proceso revolucionario y sobre todo durante el período Morsi.

Al negarse a convocar un referéndum o elecciones anticipadas, a pesar de la importancia de las manifestaciones masivas en su contra el 30 de junio, Morsi demostró falta de visión. El hecho de continuar declarando que había sido elegido democráticamente y que por tanto era el presidente legítimo, demuestra falta de clarividencia. Cuando Charles De Gaulle, una figura histórica mucho más importante y con un elevado grado de legitimidad, se enfrentó a manifestaciones masivas en su contra en 1968, convocó elecciones. Ganó las elecciones parlamentarias de ese año. Al año siguiente, en 1969, convocó un referéndum sobre su programa, lo perdió y presentó su dimisión. Era un político mucho más listo que Morsi, y tenía más sentido de lo que significa la democracia.

Cuando Morsi fue depuesto por el ejército tras las enormes manifestaciones de masas que expresaban su resentimiento contra lo que hacían los Hermanos Musulmanes, la idea de organizar manifestaciones de apoyo para reinstalarle como presidente muestra un enfoque muy irrealista, bordeando lo irracional.

De hecho, la agitación política organizada por los Hermanos ha hecho el juego a las fuerzas armadas. Desde luego, estas últimas han empleado una represión brutal invocando la eliminación de la agitación permanente propicia al “terrorismo”, pero tenían el apoyo de la mayoría de la sociedad egipcia. En este sentido, las manifestaciones de los Hermanos eran completamente contraproducentes y han servido al proyecto de quienes querían restablecer el Estado represivo de Mubarak.

En lo que se refiere a Al-Qaida, está claro que este grupo intenta sacar provecho del conjunto del impacto desestabilizador del levantamiento regional y del proceso revolucionario. Todos los procesos revolucionarios van acompañados de desestabilización, y toda desestabilización ayuda a la proliferación de grupos radicales marginales; en este caso, grupos de la extrema derecha radical. ¿Pero podría Al-Qaida construir algo significativo en Egipto, más importante que en la anterior oleada de terrorismo en este país durante los años 1990? No lo creo. Este movimiento sólo llega a construir una base real en países desgarrados por una guerra civil. Ha sido el caso en Irak, y de forma creciente en Siria y en Yemen.

Pero la situación en Egipto es bastante diferente. A menos que se asista a un derrumbamiento de los militares, lo que no parece estar a la orden del día, no considero que Al-Qaida pueda constituir una base regional en Egipto. Esto es aún más inimaginable en el Sinai, donde no sólo la parte egipcia no está dispuesta a aceptar ninguna presencia de Al-Qaida, sino que ocurre lo mismo con Israel. Por eso, no concibo que sea una perspectiva verosímil.

R.B. Los sauditas están financiando la inestabilidad en Siria o otros sitios, es decir, donde piensan que existe el peligro de emergencia de una configuración más democrática.

G.A. Creo que es erróneo pensar que los sauditas apoyan la inestabilidad en cualquier sitio. En realidad, son los más alejados que se pueda imaginar de cualquier proyecto de desestabilización: temen la inestabilidad porque representa una amenaza para ellos. En Siria sólo bastante tarde han empezado a jugar un papel importante. Hasta el último año, Qatar ha tenido un papel mucho más importante. Dicho esto, no hay que olvidar que la principal fuerza de desestabilización en Siria es el propio régimen sirio. Es quien ha creado la actual situación, replicando con una represión brutal y criminal a las muy legítimas reivindicaciones de manifestantes pacíficos en 2011.

R.B. ¿No se trata por tanto de una guerra por poderes?

G.A. No en el sentido de que los sauditas hubieran querido derrocar el régimen sirio. La única razón por la que han dado su apoyo al levantamiento sirio es que necesitaban desviar un levantamiento democrático y convertirlo en un levantamiento sunita.

Mientras el levantamiento siga siendo un movimiento democrático, representa un gran riesgo para sus propios intereses, aunque no sientan mucha simpatía por Bachar el-Assad. Una vez que el movimiento toma un carácter sunita, marcado por un programa sectario, se sienten aliviados, porque eso entra en resonancia con su propia ideología sectaria.

En el fondo, apoyan en todas partes al antiguo régimen. En Siria no podían hacerlo por razones sectarias, pero lo han hecho en Yemen; en Bahréin intervinieron militarmente para apoyar al antiguo régimen. En Egipto estaban abiertamente del lado del antiguo régimen y lamentaron mucho el derrocamiento de Mubarak. Reprocharon a la administración estadounidense haber dejado caer a Mubarak. En toda la región, el Reino de Arabia Saudita es el principal representante del antiguo régimen, y trabaja en su estabilización.

Libia constituye otra excepción. Los sauditas no podían expresar ninguna simpatía por Gadafi, con quien tuvieron muchas dificultades durante su reinado. Han hecho todo lo posible para recuperar el levantamiento libio junto a las potencias occidentales y Qatar, aunque todos han fracasado lamentablemente en evitar la desestabilización del país.

Todos los acontecimientos ocurridos en Libia desde la insurrección en Trípoli que derrocó a Gadafi han desbordado la capacidad de cualquiera para controlarlos. Por esta razón, el proceso es más interesante que la imagen de caos total que dan los medios de comunicación occidentales. Ocurren más cosas en Libia que los simples enfrentamientos entre las milicias. Hay sobre todo un proceso muy intenso de movilización social y política de una sociedad que está emergiendo de un letargo muy largo.

R.N. Parece que las relaciones entre Egipto y los Estados Unidos están cambiando. Esta semana [jueves 13 de febrero], Sisi se ha dirigido a Rusia para cerrar un acuerdo de 2 000 millones de dólares en “cooperación militar y tecnológica”. Habría podido esperarse de los Estados Unidos que hicieran todo lo posible para conservar a Egipto de su lado, sobre todo en tanto que vecino de Israel. ¿Se trata de una maniobra de diversión o de una amenaza para los Estados Unidos?

G.A. Parece que todavía no se ha cerrado ningún acuerdo. Las negociaciones siguen en curso. Se supone que el potencial acuerdo estará financiado por los sauditas. ¿De verdad, van a pagar los sauditas 2 000 millones de dólares para las industrias militares rusas cuando los dos países están en campos opuestos en el conflicto sirio?

En realidad, la visita de Sisi a Moscú tenía dos objetivos. El primero era el que has mencionado. Constituye también una señal dirigida a Washington por los militares egipcios para que la administración estadounidense deje de meterles presión. Recuerdan a los Estados Unidos que Egipto puede volverse hacia sus antiguos aliados, que datan de la época en que el predecesor de Rusia, la Unión Soviética, era el principal patrocinador de las fuerzas armadas egipcias. Es cierto que la Rusia de Putin tiene poco en común con lo que era la Unión Soviética, pero el propio Sisi aún tiene menos en común con Gamal Abdel Nasser, a pesar de lo que pretenden sus admiradores, y Putin y Sisi tienen mucho en común en tanto que hombres de los servicios de información que tienen concepciones reaccionarias sobre la cuestión del género.

El otro objetivo de la visita de Sisi a Moscú tiene relación con la situación política interior de Egipto. No es coincidencia que esta visita haya tenido lugar antes de que Sisi anunciara su candidatura. Si hubiera sido ya proclamado, no habría podido acudir a Moscú como Ministro de Defensa, porque habría tenido que dimitir de sus funciones oficiales para poder presentar su candidatura a la presidencia.

Su visita estaba 100% orquestada como gesto presidencial, incluyendo la amplia difusión de la foto de Sisi –vestido de civil– dirigiéndose al aeropuerto. Su encuentro con Putin fue mucho más allá de los encuentros habituales a nivel ministerial. Putin expresó abiertamente su apoyo a la candidatura presidencial de Sisi. Todo esto cuadra muy bien con el intento de explotar la nostalgia por Nasser, difundiendo la idea de que Sisi sería de alguna manera su reencarnación.

De hecho, lo único que tienen en común Nasser y Sisi es su pasado militar, en todo lo demás son dos personalidades completamente opuestas. Nasser y sus camaradas, los Oficiales libres, eran jóvenes oficiales rebeldes que derrocaron no sólo a la jerarquía militar sino también a la monarquía. Sisi, por el contrario, es una alta graduación de la jerarquía militar y ha sido un devoto servidor del antiguo régimen de Mubarak hasta el último día.

R.N. Durante las pasadas semanas, ha habido un ascenso de los movimientos de trabajadores en Egipto y –por lo que sabemos– no ha habido represión. Esto es bastante sorprendente, porque justo cuando los trabajadores se sumaron al levantamiento en febrero de 2011 Mubarak tuvo que dimitir. ¿Por qué no ha reaccionado el Estado con mano de hierro?

G.A. Esto demuestra lo exagerado que es pretender que la situación en Egipto es una pesadilla totalitaria. Es mucho más compleja. Aunque es cierto que los militares han controlado la situación después del 3 de julio de 2013, lo han hecho en el contexto de un enorme levantamiento de masas. El hecho de que haya un nuevo ascenso de las huelgas obreras es desde luego muy significativo. Demuestra que el proceso revolucionario a largo plazo está todavía muy vivo y dinámico, como ya he dicho.

Creo que el hecho de no haber reprimido la actual oleada de huelgas se debe sobre todo a la proximidad de las elecciones presidenciales. El ejército probablemente está frenando al Ministerio del Interior para que no se lance a una represión espectacular sencillamente porque podría ser perjudicial para las perspectivas presidenciales de Sisi.

R.N. Sobre todo ahora que reclutas del Ministerio del Interior se han puesto también en huelga. ¿Es correcto?

G.A. Por completo. Esta combinación podría ser muy perjudicial para la campaña de Sisi y podría desestabilizar peligrosamente el conjunto de la situación. El hecho de reprimir a los trabajadores pondría también al Ministro de Trabajo en una situación muy embarazosa y podría forzarle a dimitir/2.

R.B. Se trata del líder de la Federación egipcia de sindicatos independientes, pero hasta ahora no parece haber sido desautorizado.

G.A. Siguiendo de cerca los acontecimientos, se puede comprobar que ha estado desconcertado en varias ocasiones. En mi opinión, Kamal Abu Aita cayó en una trampa cuando aceptó ser nombrado Ministro de Trabajo. Pero es difícil arrojarle la primera piedra, porque ha sido un auténtico combatiente de la clase obrera. No era un burócrata. Fue nombrado deliberadamente para el gobierno por esta razón, y es un indicio suplementario de que Egipto no se resume en un gobierno militar y que la realidad es más ambigua o más compleja.

Abu Aita fue nombrado precisamente porque los militares intentaban apaciguar a la clase trabajadora después del 3 de julio. Pero ahora comienza a verse que con esto no basta.

R.N. Habdeen Sabbahi ya no es tan popular como durante la campaña presidencial de 2012. No se le concede mucha credibilidad por su apoyo al actual gobierno militar interino. ¿Tiene alguna oportunidad en las próximas elecciones presidenciales.

G.A. Te recuerdo que hasta dos semanas antes de las elecciones presidenciales de 2012 era casi desconocido en los medios de comunicación. Era considerado –y la expresión ha sido utilizada en innumerables ocasiones– como un outsider en el juego electoral. Sorprendió a todo el mundo cuando obtuvo cerca de 5 millones de votos y llegó en tercera posición, a pesar de sus muy escasos medios en comparación con los de Mohamed Morsi y de Ahmed Chafik e incluso los de Amr Mussa y Abdel Moneim Abu Fotuh.

En comparación, Hamdeen Sabbahi disponía de pocos recursos, y sin embargo llegó tercero. Además, estuvo en cabeza e número de votos en El Cairo y Alejandría, las dos principales concentraciones urbanas en Egipto.

No lo digo para sugerir que va a repetir este éxito. Esta vez las cosas son mucho más difíciles y hay pocas dudas de que Sisi va a ganar estas elecciones presidenciales.

En mi opinión, el objetivo de Sabbahi en esta ocasión no consiste en ganar las elecciones, aunque tenga que afirmar que quiere ganarlas, porque no te puedes presentar a unas elecciones siendo uno de los dos candidatos punteros diciendo: “Doy por hecho que no seré elegido”. Es necesario que sus partidarios crean en la posibilidad de una victoria. Y tiene muchos partidarios, sobre todo entre los jóvenes. Me atrevo a decir que podría recibir más apoyo del que actualmente se puede prever, porque mucha gente que en el pasado había expresado su apoyo a Sisi se está volviendo más crítica.

El hielo se está rompiendo lentamente. Existen varias indicaciones en este sentido, como el show satírico de Bassem Yussef [médico y animador de un programa televisivo de humor] por ejemplo, que desempeña un papel muy positivo. Cada vez más intelectuales expresan opiniones críticas en la prensa egipcia, incluyendo a Alaa El Aswani [escritor, miembro fundador del movimiento Kefaya], lo que se puede considerar como un barómetro. En sus últimas rúbricas se distancia cada vez más de Sisi, lo que es una evolución positiva.

R.N. Pero cada vez detienen a más gente. No hay verdadera libertad de expresión.

G.A. La última oleada de detenciones tuvo lugar en el aniversario del 25 de enero y fueron detenidos muchos jóvenes que habían participado en la movilización del 30 de junio contra Morsi pero rechazaron el gobierno militar. Estas detenciones han sido criticadas por mucha gente. Por eso, no me sorprendería que la mayor parte de estos detenidos pronto fueran soltados. En caso contrario, la cuestión podría ser utilizada contra Sisi. Sabbahi ha condenado claramente estas detenciones.

R.B. ¿Quiénes son los electores que apoyan a Sabbahi

G.A. Diría que apuesta por el voto de los jóvenes que han constituido un elemento clave del levantamiento y que no derrocaron a Mubarak para colocar a un Sisi en el trono. Se dirige también a quienes por distintas razones están descontentos con el régimen militar, incluyendo a un sector significativo de los simpatizantes de los Hermanos Musulmanes.

R.B. ¿La izquierda va a apoyar a Sabbahi?

G.A. En lo que se refiere a la izquierda radical, no está claro. Espero que lo haga. La izquierda radical no debería repetir su pasado error no apoyándole. Cometió este error durante las elecciones presidenciales de 2012. Me consternó ver que sectores de esta izquierda preferían apoyar a Abul Fotuh, el candidato musulmán liberal, que también era apoyado por los salafistas.

El nasserismo es la forma de conciencia política progresista más importante que se puede encontrar en Egipto. Esta conciencia progresista toma la forma de una nostalgia del nasserismo; no la nostalgia de un régimen militar, como algunos piensan, sino la nostalgia de las prestaciones sociales, los empleos, la reforma agraria, una democratización de la enseñanza, etc.. También una nostalgia de la dignidad nacional de Egipto, tal como fue encarnada por Nasser. Existe también una interpretación de derechas de la herencia nasserista, que insiste en la dimensión del “hombre fuerte” dictatorial. Pero pienso que muchos –si no la mayor parte– de quienes invocan a Nasser en apoyo a Sisi lo hacen por oportunismo. Resulta cómico ver de pronto a tantos colaboradores del régimen de Sadat/Mubarak invocando la personalidad de Nasser.

De todas formas, si se busca una conciencia política de masas de izquierda en Egipto, se cae en el nasserismo. En un futuro previsible es completamente ilusorio pensar que se pueda construir una corriente de masas que se refiera al marxismo o cualquier cosa de este tipo en Egipto. Si se quiere construir una corriente de izquierda en Egipto, hay que trabajar con la conciencia política progresista tal como se presenta actualmente.

En la actual etapa, nadie encarna mejor la nostalgia de izquierda nasserista que Hamdeen Sabbahi, lo que indica también que esta nostalgia no es la de un régimen militar, puesto que este último es 100% civil. Sin contar con que se va a enfrentar a un líder militar.

Como ya he dicho, actualmente el principal desafío de Sabbahi no es ganar las elecciones sino obtener un número significativo de votos para preparar el futuro, porque en mi opinión hay pocas dudas de que a un plazo Sisi va a ser un fracaso.

Sisi perpetúa el antiguo régimen. Intenta presentarse como un reformador o un renovador, pero en el fondo es un sucesor del régimen de Mubarak, sin contar que depende de la financiación de los sauditas y de los Emiratos, que no son exactamente fuentes y recursos de carácter revolucionario.

Sisi depende de sus petrodólares para financiar su gobierno, pero eso no bastará para resolver los principales problemas del país. Como quiera que el programa no es otro que la prolongación de la política económica que ha sido aplicada en Egipto durante las últimas décadas, fracasará en sacar al país del actual atolladero económico, en invertir el paro en crecimiento, o en resolver problemas fundamentales e importantes.

Cada gobierno que ha llegado al poder después de Mubarak ha fracasado: el CSFA ha fracasado lamentablemente. Al principio eran saludado con eslóganes como “Los militares y el pueblo son una misma mano” y otro del mismo tipo. Apenas unos meses más tarde se convertían en el blanco del rencor de las masas populares.

Después, Morsi suscitó la misma reacción. Su período de luna de miel fue muy breve, porque él mismo se disparó una bala en el pie, muy torpemente, dándose cien días para resolver los problemas. Fracasó miserablemente. Pero eso demuestra también que en el Egipto actual un dirigente tiene necesidad de obtener resultados rápidos y Sisi se va a enfrentar al mismo desafío.

Para salir de la disyuntiva entre antiguo régimen y fundamentalistas islámicos, tiene que emerger una tercera vía. En Egipto se dice: “La fulool wala Ikhwan, lessa el thawra fel midan” (ni restos del antiguo régimen ni Hermanos musulmanes, la revolución sigue todavía en la plaza), lo que es una excelente consigna.

Sabbahi ha representado esta aspiración desde la primera vuelta de las elecciones en 2012, porque quienes le votaron no querían ni a Morsi ni a Chafik.

En cierta manera, porque se opuso muy claramente a Morsi y apoyó el 30 de junio (sus partidarios estuvieron entre los principales impulsores de la movilización del 30 de junio y muchos de los miembros del equipo de Tamarod (Rebelión), actualmente dividido, se situaron en las filas de sus partidarios), Sabbahi está bien colocado para representar esta tercera vía contra Sisi.

No se trata evidentemente de darle un cheque en blanco, pero en mi opinión la izquierda en Egipto debería apoyarle, aunque sea de una manera crítica. Hay que comprender que es esencial para el futuro que un número significativo de personas vote contra Sisi y por una alternativa progresista. Un boicot a las elecciones no tendría el mismo resultado, y además sería atribuido a los Hermanos Musulmanes.

R.B. Voy a hacer de abogado del diablo. Cuando dices que la izquierda radical apoyó a Abul Fotuh cuando debería haber apoyado a Sabbahi, podría argumentarse que si de verdad se quiere formar una estructura que vaya a cambiar las cosas en Egipto habría que conciliar, de una manera u otra, la base electoral de los islamistas y la de los laicos y que esto requiere cultivar un pluralismo político y una diversidad en lugar de aspirar a un monocultivo nacional. La “guerra contra el terrorismo” es precisamente utilizada con eficacia para asustar con que cualquiera que sea diferente es un enemigo, y la nostalgia nasserista es desplegada con el mismo fin. En este contexto, ¿no se podría argumentar que Sabbahi es sólo otra manera de impedir el cambio? De acuerdo, tal vez podría cambiar la cara de la entidad que gobierna, hacer entrar a algunos de sus partidarios o tomar un poco más de poder para sí mismo. ¿Pero esta ilusión de un posible retorno al nasserismo no tendría como efecto constituir otro mecanismo de seguridad contra un cambio real?

G.A. No creo que se puedan ver las cosas así. Sabbahi es alguien que se ha peleado toda la vida con encarnizamiento contra los regímenes de Sadat y de Mubarak. Ha sido encarcelado varias veces por sus tomas de posición. Su oposición a Mubarak era mucho más radical que la de los Hermanos Musulmanes. Hasta enero de 2011 militó en varios grupos progresistas contra Mubarak, incluyendo el movimiento Kefaya. Sus antecedentes de larga duración traducen su compromiso tanto con las aspiraciones democráticas como con la nostalgia del nasserismo en tanto auténtico deseo de volver a implantar en Egipto medidas sociales progresistas que fueron completamente anuladas con la política de la Infitah de Sadat. Actualmente encarna las aspiraciones de la gran mayoría de quienes buscan una alternativa progresista.

R.B. ¿Esto no indica un deseo de volver atrás?

G.A. De hecho las componentes de esta mayoría quiere volver a una configuración social y nacional que debería ser considerada como bastante progresista. El propio Sabbahi no defiende el lado sombrío del nasserismo, es decir los aspectos dictatoriales, represivos, etc.. Sino que defiende todo lo demás. Es un ejercicio de equilibrio; yo diría que forma parte de la gran mayoría de la población egipcia que considera que la herencia positiva del nasserismo es más importante que el resto.

En este sentido, Sabbahi es visto por el antiguo régimen como una amenaza. Abul Fotuh es un peligro mucho menor para el orden social, porque después de todo formaba parte de los Hermanos Musulmanes, aunque de su ala liberal, y se inspiraba en el modelo del AKP turco. Para el antiguo régimen, esto constituye una amenaza mucho menor que alguien que dispone de una verdadera base en la clase trabajadora y entre la juventud y que representa las aspiraciones de la izquierda.

De hecho, el perfil de Sabbahi es una de las principales razones por las que Sisi es candidato a la Presidencia. Sisi es sobre todo un militar, un hombre de los servicios de información, como señaló Mohamed Hassanein Heikal [conocido periodista, antiguo redactor jefe del diario Al-Ahram]. Es un hombre del ejército, un hombre de los servicios de información con el tipo de mentalidad que puede esperarse encontrar en un personaje de esa posición en un país donde el ejército es la institución dominante. Sabe muy bien que los militares constituyen el verdadero poder en Egipto, y por esa razón la nueva Constitución que ellos han impuesto decreta que en los dos próximos mandatos el ejército designará a su propio comandante en jefe y a su Ministro de Defensa.

Esto puede hacer pensar que en aquel momento Sisi no estaba entusiasmado con la idea de convertirse en presidente. A fin de cuentas, si estaba seguro de convertirse en presidente, ¿por qué se iba a imponer semejantes restricciones? ¿Y por qué los militares no han repetido el episodio del CSFA tras el 3 de julio, sino que han puesto a personalidades civiles? Quieren evitar quemarse una vez más los dedos frente a disturbios sociales. Habría sido mucho más lógico para ellos tener un presidente civil débil para poder mantener intacta su imagen de salvadores en última instancia de Egipto.

El problema es que la única persona que ha declarado su candidatura hasta ahora es Sabbahi y que nadie aparte de Sisi tiene una popularidad comparable en el país. Supongo que la idea de que Sabbahi pudiera ser elegido ha puesto nerviosos a los sauditas y han presionado para que el mariscal Sisi se presente a las elecciones.

R.N. ¿Pero no sería un poco suicida para los militares tomar posición contra todo el mundo? A fin de cuentas, si no hay un intermediario que haga de fusible para absorber el choque, quedarán cara a cara el pueblo y el ejército, lo que expondrá a los militares.

G.A. Por completo, y éste es uno de los argumentos que utiliza Sabbahi en su campaña, que no quiere alienarse al ejército ni atacar de frente a Sisi. Estaría loco si lo hiciera, dada la popularidad de que goza actualmente este último.

La lógica de su argumentación es la siguiente: “Estoy en contra de que Sisi sea el presidente, porque esto sería perjudicial para él y para el ejército. Crearía una brecha entre el ejército y el pueblo”. Es una argumentación astuta. Algunos preferirían que se expresase de forma más directa, subrayando la necesidad de construir un Egipto moderno y democrático, con un “régimen civil”, una fórmula que era objeto de un amplio consenso desde enero 2011. Incluso los Hermanos se pronunciaban a favor de un “dawla madaniyya” (Estado civil), lo que significa, fundamentalmente, que no es gobernado ni por los religiosos ni por las instituciones militares.

Y se podría dirigir a los soldados y a los oficiales de rangos inferiores con una argumentación similar, diciéndoles: “Os habéis apuntado al ejército porque querías defender vuestro país. Esto es lo que tendría que hacer un ejército, y sería más importante para vuestro prestigio y vuestra dignidad que el ejército no se implicase en la política corriente”.

R.B. ¿Existe una división entre el Ministerio de Interior y los militares? Viendo las grandes emisiones de Yosri Foda, Lamis El Hadidi, etc., se muestran bastante críticos con el Ministerio y las detenciones. ¿O este juego de críticas recíprocas está destinado simplemente a dar una mejor imagen de los militares?

G.A. Desde luego. No hay una división. No concedo ningún crédito a esa tesis o a cualquier intento de comprender la historia egipcia a través del prisma de militares versus el Ministerio de Interior. Como regla general, estas interpretaciones tienen como objeto crear una imagen más favorable de los militares. Hay dos personajes que han conservado sus funciones desde el gobierno de Mosri hasta ahora, son Sisi y Mohamed Ibrahim Yussuf, el Ministro de Interior. Se trata de una continuidad porque ambos forman parte de un mismo régimen, del mismo “Estado profundo”.

El ejército tiene interés en que algún otro sea tenido por responsable de la represión de las luchas sociales. El ejército está muy contento de poder ocuparse de sus propios intereses sin dejarse coger en esta espinosa situación.

Pero nadie puede tener la menor ilusión en que la represión no está apoyada por Sisi. Todo el mundo sabe que es el “hombre fuerte” en la actual situación en Egipto. Es el verdadero presidente y el verdadero primer ministro. Pensar que el Ministerio de Interior puede hacer lo que hace sin la aprobación de Sisi es sencillamente absurdo, y no debería haber ninguna ilusión al respecto. Sisi puede intentar maniobras demagógicas dirigidas a la opinión pública, pronunciándose a favor de la liberación de algunos presos políticos, si piensa que eso puede ser útil. Pero esto forma parte de su campaña electoral. Una u otra figura del Ministerio de Interior podrá servir, hoy o mañana, de chivo expiatorio Este tipo de práctica política es habitual en todas partes. La gente no debería dejarse engañar.

R.N. ¿Y dónde se sitúa el aparato judicial en este contexto? Al final del régimen de Mubarak hubo una importante confrontación, pero ahora parece que los jueces han sido completamente integrados, lo que significa una vuelta a una situación que no deja mucho sitio a un pensamiento independiente.

G.A. El aparato judicial, al igual que el Ministerio de Interior, el ejército, etc., forma parte del conjunto de instituciones del “Estado profundo”. Pero al contrario de lo que ocurre en el Ministerio de Interior o entre los altos mandos del ejército, se pueden encontrar jueces –porque está en la naturaleza de la institución– que son más independientes o que desean ser vistos como espíritus más independientes, aunque pronto o tarde la jerarquía judicial los llamará al orden. El Estado profundo no está quebrado en Egipto. Todavía está muy presente.

Libia es el único país de la región donde el Estado profundo ha sido roto. Esto ha conducido a una situación de casi ausencia de Estado, es decir, ausencia de la primera cualidad de un Estado que reside en el monopolio legal de la violencia. De ahí la existencia de las milicias y de la inseguridad. Libia afronta el problema de tener que construir, partiendo de nada, un nuevo Estado, lo que no es una tarea fácil. En Túnez y en Egipto, por no hablar del Yemen o de otros países de la región, el Estado profundo sigue estando muy vivo.

R.N. ¿Hamdeen Sabbahi podría tener algún impacto sobre este Estado profundo?

G.A. No creo que sea útil entrar en el campo de la política-ficción, por dos razones. La primera es que lo importante en la campaña de Sabbahi es la construcción de una tercera corriente, independientemente de lo que pase después, tanto más porque es muy probable que Sisi sea elegido.

La segunda razón es que no se puede limitar la política-ficción a suposiciones sobre las particularidades de un individuo. Si se quiere especular, hay que tener en cuenta las condiciones en que Sabbahi llegaría al poder. Si es en el contexto de un levantamiento de masas y de una radicalización social, podría ir bastante lejos en la vía nasserista con su programa. Difícilmente puede ir más allá, pero eso ya sería bastante progresista. Podemos imaginar cambios en Egipto siguiendo el modelo de lo que han hecho Chaves y la izquierda latinoamericana. Todo depende del conjunto de las relaciones sociales y políticas.

R.N. Los partidarios de La vía del frente revolucionario/3 han anunciado una tercera vía. No se les ha oído mucho ni parece que hayan ganado muchos apoyos.

G.A. Es bueno que existan, pero han tenido que afrontar una situación muy difícil dada la polarización entre los Hermanos Musulmanes y el campo dirigido por el ejército. Su margen de maniobra era muy estrecho, razón por la cual han quedado desgraciadamente marginales en la situación egipcia.

Justamente ahí entra en escena Sabbahi. Algunos piensan que desde el 30 de junio está del lado de los militares. Pero se trata de un malentendido. Algunos días antes de la gran movilización, un periodista preguntó a Sabbahi: “¿No temes que el ejército, con quien estás aliado ahora contra Morsi, vuelva a tomar de nuevo el poder?”. Y ésta es su respuesta: “No, yo estoy convencido de que nuestro ejército no está interesado en hacer eso”. Era tomar sus deseos por realidades, un error de evaluación. Pero ha actuado en base a esos deseos.

Sabbahi ha cambiado de tono, y los jóvenes de su movimiento, conocido con el nombre de “Corriente Popular”, aún más. Estos jóvenes critican cada vez más al gobierno y los actuales acontecimientos, en particular la represión, así como la perspectiva de que los militares se afirmen en el poder.

Un joven que es el principal candidato de la Corriente Popular declaraba hace unos meses: “Si Sisi presenta su candidatura a la presidencia, estará dando la razón a quienes decían que el 3 de julio era un golpe militar. No es aceptable que se presente mientras mantenga su función militar, debería dimitir antes”. Sisi ha dimitido, pero bastante tarde, después de haber asegurado su control de la institución militar, mientras llevaba a cabo una larga campaña que de hecho era una campaña presidencial utilizando su posición oficial.

Recientemente Sabbahi se ha expresado muy abiertamente en la televisión, criticando al gobierno y sobre todo su política represiva. Ha declarado: “Todos estamos de acuerdo en combatir el terrorismo, pero estamos en contra de que se restrinjan las libertades fundamentales en nombre de la lucha contra el terrorismo”. También ha declarado: “Espero que los Hermanos Musulmanes cambien de actitud. Les llamo a sumarse al juego político. Y estoy en contra de tratar a quienes gritan slogans en manifestaciones de la misma manera que a terroristas implicados en acciones violentas”. En este sentido ha sido muy claro.

Por esta razón estimo que su campaña es crucial para romper la imagen (potencialmente dictatorial) orquestada en torno al general Sisi.

14/02/2014

http://alencontre.org/moyenorient/egypte/egypte-le-peuple-veut-mais-en-a-t-il-la-possibilite.html

Traducción: VIENTO SUR

NOTAS

1/ Las luchas de asalariados, organizados, entre otras en torno a la reivindicación de una generalización del salario mínimo, se han precipitado tras la huelga en el textil y han afectado a numerosos sectores. Ver el artículo de Jacques Chastaing publicado en esta web (redacción A l"encontre) el 27 de febrero de 2014.

2/ El gobierno de Azem Al-Beblaui “ha tomado la decisión”, el 24 de febrero de 2014, “en una reunión de urgencia”, de presentar su dimisión al presidente interino Adli Mansur. Ibrahim Mehleb, el nuevo Primer Ministro –Ministro de la Vivienda en el gobierno saliente– ha cambiado 12 carteras en el nuevo gabinete. Entre los salientes se encuentra Kamal Abu Aita, Ministro de Trabajo. El Ministro de Defensa, Abdel-Fattah al-Sisi, y el Ministro de Interior, Mohamed Ibrahim, han seguido en sus puestos. El investigador en economía Wael Gamal escribía a comienzos de marzo: “La formación [de un nuevo gabinete] parece reunir simplemente a personas aprobadas por los servicios de seguridad, que tengan alguna experiencia y que no provoquen problemas al régimen”. Sobre este gobierno, ver el artículo de Hany Hanna publicado en esta web (redacción A l"encontre) el 10 de marzo de 2014.

3/ Ver el artículo publicado en esta web (redacción A l"encontre) el 29 de febrero de 2014.

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