En marzo de 2011, en Siria irrumpieron las movilizaciones de protesta contra el dictador Bachar al Asad. Este volcó todo el potencial del ejército contra el naciente movimiento revolucionario, aunque durante un tiempo parecía que este lograría derribar el régimen. Entonces intervino Vladímir Putin, permitiendo a Asad mantenerse en el poder con un tremendo coste de vidas humanas y asegurándose un punto de apoyo de Rusia en la región. En el siguiente texto, un colectivo de personas exiliadas sirias y sus camaradas explican cómo sus experiencias de la revolución siria puede ayudar a los esfuerzos por apoyar la resistencia a la invasión en Ucrania y al movimiento contra la guerra en Rusia.
Sabemos que puede resultar difícil posicionarse en tiempos como el presente. Entre la unanimidad ideológica de los grandes medios de comunicación y las voces que reproducen sin escrúpulos la propaganda del Kremlin, puede ser complicado saber a quién escuchar. Entre una OTAN con las manos sucias y un régimen criminal ruso, ya no sabemos a quién combatir, ni a quién apoyar. Como partícipes de la revolución siria y simpatizantes de la misma, queremos defender una tercera opción, ofreciendo un punto de vista basado en las lecciones de más de diez años de revuelta y guerra en Siria.
Queremos dejar claro desde el comienzo que hoy todavía defendemos la revuelta en Siria en la medida en que fue popular, democrática y emancipadora, especialmente los comités de coordinación y los consejos locales de la revolución. Mientras que mucha gente ha olvidado todo esto, sostenemos que ni las atrocidades y la propaganda de Bachar al Asad ni las de los yihadistas pueden silenciar esta voz.
En lo que sigue no pretendemos comparar lo ocurrido en Siria con lo que sucede en Ucrania. Si estas dos guerras comenzaron con una revolución y si uno de los agresores es el mismo, las situaciones son muy distintas. Más bien, partiendo de lo que hemos aprendido de la revolución en Siria y de la guerra subsiguiente, esperamos ofrecer algunos puntos de partida para ayudar a quienes se basan en sinceros principios emancipatorios a la hora de tomar posición.
Más que a los expertos en geopolítica, deberíamos escuchar las voces de quienes vivieron la revolución en 2014 y la guerra subsiguiente; debemos escuchar a quienes han sufrido bajo el régimen de Putin en Rusia y otras partes durante una veintena de años. Os invitamos a hacer caso de las voces de personas y organizaciones que defienden los principios de la democracia directa, el feminismo y el igualitarismo en este contexto. La comprensión de su posicionamiento en Ucrania y de sus peticiones al exterior os ayudará a perfilar vuestra propia opinión informada.
La adopción de este enfoque en Siria habría favorecido ‒y tal vez apoyado‒ los experimentos de autoorganización, impresionantes y prometedores, que florecieron por todo el país. Es más, escuchar las voces procedentes de Ucrania nos recuerda que todas esas tensiones comenzaron con la revuelta de Maidán. Por muy imperfecta o impura que fuera, no cometamos el error de reducir la revuelta popular ucraniana a un conflicto de intereses entre grandes potencias, como hicieron algunos intencionadamente para sembrar dudas sobre la revolución siria.
Claro que es bueno comprender los intereses económicos, diplomáticos y militares de las grandes potencias, pero contentarse con un marco geopolítico abstracto de la situación puede proporcionarnos una comprensión abstracta e inconexa de lo que sucede sobre el terreno. Esta manera de analizar las cosas suele dejar de lado a los y las protagonistas corrientes del conflicto, a quienes se parecen a nosotras, con quienes podemos identificarnos. Sobre todo, no olvidemos que lo que ocurrirá es que la gente sufrirá a causa de las decisiones de los gobernantes que ven el mundo como un tablero de ajedrez, como una reserva de recursos que hay que saquear. Así es como ven el mundo los opresores. Este enfoque no deben adoptarlo nunca los pueblos, que han de centrarse en construir puentes entre ellos, en hallar intereses comunes.
Esto no significa que debamos dejar de lado la estrategia, sino que hemos de definir una estrategia en nuestros propios términos, en una escala en que podamos actuar a nuestra manera y no debatir sobre si movilizar divisiones acorazadas o cortar importaciones de gas. Véanse nuestras propuestas concretas al final de este artículo.
Seamos claros: aunque no fuera ideal, la recepción de refugiados y refugiadas sirias en Europa fue a menudo más cálida que la ofrecida a la gente refugiada del África subsahariana, por ejemplo. Imágenes de emigrantes de piel negra a quienes se impidió cruzar la frontera entre Ucrania y Polonia y comentarios de la prensa del régimen saludando la llegada de gente refugiada ucraniana de alta calidad en vez de bárbaros sirios dan fe de un racismo europeo cada vez más desinhibido. Defendemos la bienvenida incondicional de las personas ucranianas que huyen de los horrores de la guerra, pero rechazamos la jerarquía entre personas refugiadas.
Si ‒como ocurrió en Siria‒ pretenden adoptar un punto de vista humanista y progresista, la mayoría de estos medios suelen limitarse a victimizar y despolitizar a las personas ucranianas sobre el terreno o en el exilio. No podrán más que hablar de casos individuales, de gente que huye, del miedo a las bombas, etcétera. Esto impide que su público vea a la gente ucraniana como seres políticos plenamente capacitados para expresar opiniones o análisis políticos con respecto a la situación que impera en su propio país. Es más, dichos medios suelen promover una posición crudamente prooccidental sin matices, sin profundidad histórica y sin analizar los intereses que mueven a los gobiernos occidentales, presentados como defensores del bien, la libertad y una democracia liberal idealizada.
Aunque no invaden directamente Ucrania, no seamos ingenuos con respecto a la OTAN y los países occidentales. Hemos de negarnos a presentarlos como defensores del mundo libre. Recordad que Occidente ha edificado su poder sobre el colonialismo, el imperialismo, la opresión y el saqueo de las riquezas de cientos de pueblos de todo el mundo, y sigue haciéndolo hoy en día.
Por hablar tan solo del siglo XXI, no olvidamos los desastres causados por las invasiones de Irak y Afganistán. Más recientemente, durante las revoluciones árabes de 2011, en vez de respaldar las corrientes democráticas y progresistas, lo que más preocupaba a Occidente era la defensa de su dominación y sus intereses económicos. Al mismo tiempo, sigue vendiendo armas y manteniendo relaciones privilegiadas con dictaduras árabes y monarquías del Golfo. Con su intervención en Libia, Francia añadió la vergonzosa mentira de una guerra por motivos económicos disfrazada de esfuerzo por apoyar la lucha por la democracia.
Además de esta acción internacional, la situación dentro de estos países sigue deteriorándose a medida que el autoritarismo, la vigilancia, la desigualdad y sobre todo el racismo siguen intensificándose.
Hoy, si entendemos que el régimen de Putin representa una amenaza mayor para la autodeterminación de los pueblos, no es porque los países occidentales de repente se hayan vuelto majos, sino porque las potencias occidentales ya no cuentan con tantos medios para mantener su dominación y su hegemonía. Y no confiamos del todo en esta hipótesis, porque si los países occidentales derrotan a Putin, esto contribuirá a darles más poder.
Por consiguiente, aconsejamos al pueblo ucraniano que no cuente con la comunidad internacional o las Naciones Unidas, que al igual que en Siria, destacan por su hipocresía y suelen engañar a la gente para que crea en quimeras.
Campismo es la palabra que empleamos para nombrar una doctrina de otra época. Durante la guerra fría, la gente que se adhería a este dogma sostenía que lo más importante era apoyar a la URSS a toda costa frente a los Estados capitalistas e imperialistas. Esta doctrina persiste hoy en la parte de la izquierda radical que apoya a la Rusia de Putin al invadir Ucrania o en todo caso relativiza la guerra en curso. Tal como hicieron en Siria, utilizan el pretexto de que los regímenes ruso o sirio encarnan la lucha contra el imperialismo occidental y atlantista [es decir, favorable a la OTAN]. Desgraciadamente, este antiimperialismo maniqueo, que es puramente abstracto, se niega a considerar imperialista a cualquier actor que no sea Occidente.
Sin embargo, es preciso reconocer lo que llevan haciendo los regímenes ruso, chino e incluso iraní desde hace años. Han ido extendiendo su dominación política y económica en determinadas regiones, negando a las poblaciones locales su derecho a autodeterminarse. Que los campistas utilicen el término que les plazca para describir esto, si imperialismo no les parece idóneo, pero nosotros no aceptaremos nunca cualquier excusa que pretenda justificar la violencia y dominación ejercida sobre poblaciones en nombre de la precisión pseudoteórica.
Peor aún, esta postura empuja a la izquierda a hacerse eco de la propaganda de estos regímenes hasta el punto de negar la existencia de atrocidades perfectamente documentadas. Hablan de un golpe de Estado cuando describen la revuelta de Maidán o niegan los crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso en Siria. Esta izquierda ha ido tan lejos como para negar que el régimen de Asad ha utilizado gas sarín basándose en la desconfianza (a menudo justificada) con respecto a los medios de comunicación dominantes.
Se trata de una actitud despreciable e irresponsable, teniendo en cuenta que la proliferación de teorías de la conspiración nunca favorece posiciones emancipatorias, sino más bien a la extrema derecha y el racismo. En el caso de la guerra en Ucrania, esos antiimperialistas imbéciles, por mucho que algunos de los cuales se declaren antifascistas, son aliados circunstanciales de gran parte de la extrema derecha.
En Siria, inflamada por fantasías supremacistas y sueños de una cruzada contra el islam, la extrema derecha ya defendió a Putin y al régimen sirio por sus supuestas acciones contra el yihadismo, sin entender en ningún momento la responsabilidad que tuvo el régimen de Asad en el ascenso de los yihadistas en Siria.
En Ucrania, la identidad del atacante la conoce todo el mundo. Si la ofensiva de Putin es en cierto modo una respuesta a las opresiones de la OTAN, antes que nada es la continuación de una ofensiva imperialista y contrarrevolucionaria. Después de invadir Crimea, después de haber contribuido a aplastar las revueltas en Siria (2015-2022), Bielorrusia (2020) y Kazajistán (2022), Putin ya no tolera estos vientos de protesta ‒simbolizados por el derrocamiento del presidente prorruso en la revuelta de Maidán‒ en los países de su zona de influencia. Desea aplastar toda aspiración emancipatoria susceptible de debilitar su poder.
Al igual que en Siria, no cabe duda de quién es directamente responsable de la guerra. El régimen sirio de Bachar al Asad, al ordenar a la policía que disparara a la gente que se manifestaba, la encarcelara y la torturara, desde los primeros días de la protesta, decidió unilateralmente emprender una guerra contra la población. Nos gustaría que quienes defienden la libertad y la igualdad se opusieran unánimemente a esos dictadores que declaran la guerra a su propio pueblo. Nos habría gustado que este hubiera sido el caso con respecto a Siria.
Si comprendemos y nos unimos al llamamiento a poder fin a la guerra, insistimos en que debemos hacerlo sin ninguna ambigüedad con respecto a la identidad del agresor. Ni en Ucrania ni en Siria ni en cualquier otro lugar del mundo se puede condenar a la gente común por utilizar armas para defender sus propias vidas y las de sus familias.
Más en general, aconsejamos a quienes no saben qué es una dictadura (pese a que los países occidentales están volviéndose cada vez más abiertamente autoritarios) o cómo se siente la gente cuando está siendo bombardeada, que se abstengan de decir a la población ucraniana ‒como ya hicieron algunos a la de Siria y Hong Kong‒ que no pida ayuda a Occidente o no aspire a una democracia liberal o representativa como sistema político mínimo.
Muchas de estas personas ya conocen muy bien las imperfecciones de estos sistemas políticos, pero su prioridad no es adoptar una posición política irreprochable, sino sobrevivir al bombardeo del día siguiente o no acabar en un país en que una palabra descuidada puede llevarte a la cárcel durante veinte años. Insistir en esta clase de discurso purista demuestra una propensión a imponer el análisis teórico propio a un contexto que no es el propio. Esto refleja una desconexión real del terreno concreto y una especie de privilegio muy occidental.
En vez de ello, escuchemos las palabras de camaradas de Ucrania que, haciéndose eco de Mijaíl Bakunin, afirman que “creemos firmemente que la república más imperfecta es mil veces mejor que la monarquía más ilustrada”.
Estamos familiarizados con el mecanismo con el que un gobernante designa una grave amenaza para espantar a potenciales seguidores de la oposición. Esto incluye la retórica sobre el terrorismo islamista que blandió Bachar al Asad desde los primeros días de la revolución en Siria; del mismo modo, hoy Putin y sus aliados esgrimen el nazismo y el ultranacionalismo para justificar su invasión de Ucrania.
Si por un lado reconocemos que esta propaganda es una exageración deliberada y que no debemos legitimarla sin más, por otro lado nuestra experiencia en Siria nos aconseja no subestimar las corrientes reaccionarias dentro de los movimientos populares.
En Ucrania, los nacionalistas, incluidos los fascistas, desempeñaron un papel importante en las protestas de Maidán y la guerra subsiguiente contra Rusia. Es más, como el Batallón Azov, aprovecharon esa experiencia y pasaron a formar parte legítima del ejército regular ucraniano. Sin embargo, esto no significa que la mayoría de la sociedad ucraniana sea ultranacionalista o fascista. La extrema derecha no obtuvo más que el 4 % de los votos en las últimas elecciones; el presidente ucraniano, judío y rusoparlante, fue elegido con el 73 %.
En la revuelta siria, los yihadistas eran al principio un movimiento marginal, pero adquirieron cada vez más importancia, en parte gracias a apoyos externos, lo que les permitió imponerse militarmente en detrimento del movimiento civil y de los sectores más progresistas. La extrema derecha es una amenaza para la extensión de las democracias y las revoluciones sociales en todas partes; es el caso en Francia actualmente, de eso no cabe duda. En este país, esa misma extrema derecha trató de imponerse durante el movimiento de los chalecos amarillos. Si fue derrotada entonces, fue gracias a la presencia de posturas igualitarias y la firmeza de los y las activistas antiautoritarias y antifascistas, no a la palabrería de los comentaristas.
Defender la resistencia popular (tanto en Ucrania como en Rusia) contra la invasión rusa no implica ninguna ingenuidad con respecto al régimen político que surgió de la revuelta de Maidán. No puede decirse que la caída de Yanúkovich supusiera una extensión real de la democracia directa o el desarrollo de la sociedad igualitaria que deseamos para Siria, Rusia, Francia y para cualquier región del mundo. Utilizando una expresión que conocemos muy bien, hay activistas de Ucrania que califican el final de Maidán de revolución robada. Además de otorgar un espacio importante a los ultranacionalistas, el régimen ucraniano fue restablecido por oligarcas y otros sectores preocupados por defender sus propios intereses económicos y políticos y por implantar un modelo capitalista y neoliberal de desigualdad. Del mismo modo, aunque nuestro conocimiento al respecto sigue siendo limitado, nos resulta difícil creer que el régimen ucraniano no tenga ninguna responsabilidad en la exacerbación de las tensiones con las regiones separatistas de Donbás.
En Siria, los sectores revolucionarios implicados sobre el terreno tienen todo el derecho del mundo a criticar ferozmente las decisiones de la oposición política radicada en Estambul. Lamentamos su decisión de no tener en cuenta las reivindicaciones legítimas de minorías como la población kurda.
Un régimen neoliberal y elementos fascistoides son ingredientes que podemos hallar en todas las democracias occidentales. Aunque no debemos subestimar a estos sectores contrarios a la emancipación, esto no es una razón para no llamar a la resistencia popular frente a una invasión. Al contrario, como nos gustaría que hubieran hecho otros durante la revolución siria, os animamos a apoyar a las corrientes autoorganizadas más progresistas en las filas de la defensa.
Al igual que las revoluciones árabes, los chalecos amarillos y Maidán han demostrado que las revueltas del siglo XXI no serán ideológicamente puras. Aunque entendemos que es más cómodo y atractivo identificarse con fuerzas poderosas (y victoriosas), no debemos traicionar nuestros principios fundamentales. Invitamos a la izquierda radical a quitarse sus viejas gafas conceptuales y a confrontar sus posiciones teóricas con la realidad. Estas posiciones deben ajustarse de acuerdo con la realidad, no a la inversa.
Estas son las razones por las que en Ucrania llamamos a la gente a dar prioridad a iniciativas que surgen de la base: iniciativas de autodefensa y autoorganización como las que proliferan actualmente. Podemos descubrir que a menudo la gente que se autoorganiza llega a defender de hecho concepciones radicales de democracia y justicia social aunque no se considere a sí misma de izquierda o progresista.
Asimismo, como han dicho muchas activistas rusas, creemos que una revuelta popular en Rusia podría ayudar a poner fin a la guerra, como ya sucedió en 1905 y 1917. Cuando vemos el alcance de la represión en Rusia desde que comenzó la guerra ‒más de 10.000 manifestantes en prisión, censura de los medios, bloqueo de las redes sociales y tal vez pronto el de internet‒, es imposible no esperar que una revolución pudiera provocar la caída del régimen. Esto pondría coto finalmente, de una vez por todas, a los crímenes de Putin en Rusia, Ucrania, Siria y otros lugares.
Este también es el caso de Siria, donde a raíz de la internacionalización del conflicto, lejos de estar resentidos con los pueblos de Irán, Rusia o Líbano, las revueltas de estos pueblos podían hacernos creer de nuevo en la posibilidad de que cayera Bachar al Asad. Del mismo modo, nos gustartía ver revueltas y extensiones radicales de la democracia, la justicia y la igualdad de EE UU, Francia y todos los demás países que basan su poder en la opresión de otros pueblos o de una parte de su propia población.
Aunque nos oponemos radicalmente a todos los imperialismos y todas las formas modernas de fascismo, pensamos que no podemos limitarnos a la mera pose antiimperialista o antifascista. Por mucho que sirvan para explicar muchos contextos, también comportan el riesgo de limitar la lucha revolucionaria a una visión negativa, reduciéndola de la reactividad, a la resistencia permanente sin dar un paso adelante. Creemos que es esencial formular una propuesta positiva y constructiva como es el internacionalismo. Esto implica relacionar las revueltas y luchas por la igualdad en todo el mundo.
Además de la OTAN y Putin existe una tercera opción: el internacionalismo desde abajo. Hoy, un internacionalismo revolucionario ha de llamar a la gente de todas partes a defender la resistencia popular en Ucrania, del mismo modo que debería llamarle a apoyar los consejos locales sirios, los comités de resistencia en Sudán, las asambleas territoriales en Chile, las rotondas de los chalecos amarillos y la intifada palestina.
Por supuesto, vivimos bajo la sombra del internacionalismo proletario ‒apoyado por Estados, partidos, sindicatos y organizaciones de masas‒ que fue capaz de influir en conflictos internacionales como el de España en 1936 y, más tarde, de Vietnam y Palestina en las décadas de 1960 y 1970.
Hoy, en todo el mundo ‒desde Siria hasta Francia, desde Ucrania hasta EE UU‒ carecemos de fuerzas emanicipatorias masivas dotadas de bases materiales sustanciales. Mientras esperamos que emerjan, y parece que está ocurriendo en Chile, de nuevas organizaciones revolucionarias basadas e iniciativas locales autoorganizadas, defendemos un internacionalismo que apoye las revueltas populares y acoja a todas las personas exiliadas. Con este esfuerzo también preparamos el terreno para un retorno efectivo del internacionalismo, que esperamos que un día constituya de nuevo una vía alternativa diferente de los modelos de las democracias capitalistas occidentales y del autoritarismo capitalista, sea ruso o chino.
Esta concepción de lo que hacemos, en Siria, sin duda habría ayudado a la revolución a mantener un color democrático e igualitario. Quién sabe, incluso podría haber contribuido a que lográramos la victoria. Por tanto, somos internacionalistas no solo en virtud de un principio ético, sino también en función de la estrategia revolucionaria. Por tanto, defendemos la necesidad de crear vínculos y alianzas entre las fuerzas autoorganizadas que luchan por la emancipación de todo el mundo sin distinción.
Esto es lo que llamamos internacionalismo desde abajo, el internacionalismo de los pueblos.
- Expresar el pleno apoyo a la resistencia popular ucraniana frente a la invasión rusa.
- Priorizar el apoyo a los grupos autoorganizados que defienden posiciones emancipatorias en Ucrania mediante donaciones y ayuda humanitaria y dar a conocer sus demandas.
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- Apoyar las fueras progresistas y contrarias al régimen en Rusia y dar a conocer sus posiciones.
- Acoger a personas exiliadas de Ucrania y organizar actos e infraestructuras para que se escuchen sus voces.
- Combatir todo discurso favorable a Putin, especialmente en la izquierda. La guerra en Ucrania ofrece una oportunidad crucial para poner fin definitivamente al campismo y a la masculinidad tóxica.
- Combatir ideológicamente los discursos favorables a la OTAN.
- Rechazar el apoyo a quienes defienden, en Ucrania y otros lugares, políticas ultranacionalistas, xenófobas y racistas.
- Crítica permanente y desconfianza con respecto a las acciones de la OTAN en Ucrania y otros lugares.
- Mantener la presión sobre los gobiernos mediante manifestaciones, acción directa, pancartas, foros, peticiones y otros medios con el fin de impulsar las demandas de las fuerzas autoorganizadas sobre el terreno.
Lamentablemente, esto no es mucho, pero es todo lo que podemos ofrecer, pues ni aquí ni en parte alguna existe una fuerza autónoma que luche por la igualdad y la emancipación capaz de prestar apoyo económico, político o militar.
Esperamos sinceramente que estas posiciones prevalezcan, y si esto ocurre, nos sentiremos muy felices, pero nunca olvidaremos que este no fue ni mucho menos el caso en Siria, y que esto le salió caro.
07/03/2022
Traducción: viento sur