El riesgo de que se use armamento nuclear en Ucrania es bajo, pero va en aumento. Es sumamente preocupante, pero también deberíamos evitar la clase de alarmismo que es contraproducente tanto para el internacionalismo consecuente como para la consecución de un mundo libre de armas nucleares.

¿Qué riesgo existe de que Rusia lance una bomba nuclear sobre Ucrania? Comentaristas que apoyan una mayor confrontación con Rusia suelen calificar de baja la probabilidad, tan baja que de hecho no debería preocuparnos en absoluto. Otros, incluidos algunos analistas de izquierda, sostienen que la amenaza es terriblemente elevada, lo suficiente para que condicione la lucha de Ucrania contra el ocupante imperial.

Ambas perspectivas son en parte correctas, pero también en parte erróneas. Existe un riesgo muy real de que se utilicen armas nucleares en Ucrania, hasta tal punto que Daryl Kimball, director ejecutivo de la Asociación de Control de Armas, ha afirmado que la situación “es en décadas uno de los episodios, por no decir el más grave, en que podrían llegar a utilizarse armas nucleares”. Al mismo tiempo, la mayoría de expertos todavía consideran que la probabilidad es baja. ¿No es esto una contradicción?

En realidad, no. Las posibilidades de un uso nuclear pueden ser reducidas, pero inquietantemente elevadas si se comparan con las últimas décadas de calma relativa. Podemos concluir que la detonación es improbable en estos momentos, y al mismo tiempo estar sumamente preocupadas ante las terribles consecuencias de una escalada. O lo que es lo mismo, podemos estar extremadamente inquietos ante los acontecimientos recientes y al mismo tiempo reconocer que una crisis nuclear todavía se halla a varios pasos importantes de distancia. No hay necesidad de caer en la lógica binaria del negacionismo y el alarmismo.

En lo que sigue presento el esbozo de un cuadro ‒el bueno, el malo y el feo‒ del riesgo nuclear en este momento. Aunque es imposible atribuir una probabilidad numérica a algo tan complejo, la imagen que aparece es la de un riesgo bajo, pero creciente. No obstante, es importante reconocer las limitaciones e incertidumbres de este cuadro, y la templanza analítica será clave para desarrollar una política de desarme efectiva en los próximos años.

El bueno
La buena noticia es que la mayoría de expertos coinciden en que el riesgo de nuclearización de la guerra en Ucrania todavía es bajo. El tabú que rodea las armas nucleares en la guerra se ha mantenido durante más de 75 años, a pesar de varios episodios de crisis grave.

Si desdeñara el tabú, Vladímir Putin se enfrentaría a un estallido de indignación de una amplitud que superaría de lejos la condena general (aunque apenas universal) de su invasión de Ucrania. Correría el riesgo de convertir la neutralidad de gobiernos del Sur global ‒que suelen apoyar el desarme nuclear‒ en una oposición declarada a la guerra. También pondría en peligro el respaldo de China, que defiende una política contraria al primer uso desde su primera prueba nuclear en 1964. Internamente, la entrada en escena de armas nucleares haría que la guerra pareciera aun menos defendible y probablemente inflaría las filas del movimiento antiguerra ruso.

También es muy improbable que Putin ordene lanzar un arma nuclear sin ninguna advertencia previa. EE UU cuenta sin duda con fuentes de información en el Estado ruso y probablemente se enteraría de posibles despliegues nucleares antes de que comenzaran. (EE UU también dispone de satélites espía capaces de detectar indicios de preparación para el uso de armas nucleares.) Justo antes de la invasión, el gobierno de Biden desclasificó información secreta para dar a conocer públicamente los planes de Rusia. Si EE UU considera que Rusia está sopesando seriamente la opción nuclear, lo anunciaría a los cuatro vientos para presionar sobre Putin a fin de que renunciara. Afortunadamente, por lo visto no hay pruebas de que Rusia esté avanzando efectivamente en esta dirección.

En este sentido, el despliegue nuclear vendría precedido probablemente de toda una serie de operaciones de escalada antes de llegar a un punto crítico. Aunque la escalada nunca es buena, cada paso adelante es una señal para los bandos enfrentados (y para el público mundial) de que los riesgos aumentan y, por tanto, de que es necesario buscar salidas. En otras palabras: ascender por la vía de la escalada no es inevitable. Cada peldaño ofrece una oportunidad para que prevalezcan las mentes frías (aunque está claro que mucho depende de nuestra capacidad para exigir una desescalada). Es importante permanecer vigilantes, pero hoy por hoy no deberíamos pulsar el botón del pánico.

También es bueno que el gobierno de Biden se haya mostrado sumamente prudente ante las tensiones entre (1) el apoyo a la causa ucraniana y (2) el riesgo nuclear de confrontación con Rusia. El gobierno estadounidense se resistió a la demanda de declarar una zona de exclusión aérea, se negó a enviar tropas a Ucrania y no ha respondido a las amenazas nucleares de Putin con las suyas propias, sabia decisión que por lo visto ha enfurecido a unos pocos Dr. Strangeloves anónimos en el aparato militar y en los servicios de inteligencia. Parafraseando a Franklin Delano Roosevelt, Joe Biden debería estar contento de aque esa gente le odie. Un conflicto potencialmente nuclear no es un buen momento para el postureo prepotente.

El malo
La mala noticia es que mientras el riesgo general es bajo, parece que va en aumento. Los avances ucranianos han dado pie a medidas cada vez más desesperadas por parte de Putin. Dos de estas medidas, la movilización y la anexión, tienen implicaciones particularmente preocupantes en relación con la amenaza nuclear.

La orden de movilización parcial demuestra que la guerra evoluciona en detrimento de Rusia. Por un lado, es sin duda una buena señal. El éxito en el campo de batalla es uno de los pocos factores capaces de empujar a Rusia a negociar una resolución del conflicto. Por otro lado, expertos nucleares coinciden en general en que los reveses militares rusos potenciarán las posibilidades de que Putin se incline por la opción nuclear.

Si la posición de Rusia en Ucrania se torna desesperada, por ejemplo, Putin puede concluir que las armas nucleares son el único medio para invertir la situación en el campo de batalla. Podría comenzar lanzando lo que se denomina una salva de demostración sobre una zona relativamente despoblada para dar fe de su voluntad de ir más lejos. O bien, ante una serie de golpes duros y rápidos del ejército ucraniano, podría lanzar una bomba atómica táctica para detener su avance. Cualquiera de estas dos opciones sería una catástrofe.

La anexión por parte de Rusia de cuatro regiones ucranianas ‒de las que no controla ninguna en su totalidad‒ es también una señal de su desespero. La semana pasada, Putin se basó en referendos ilegales para robar partes de Ucrania e incorporarlos formalmente a la Federación Rusa. Ante los fracasos militares, sus iniciativas pueden estar encaminadas a crear la apariencia de una victoria arrancada de las garras de la derrota, de modo que tal vez pueda, en su caso, poner fin a la guerra en condiciones aceptables para sus bases en el interior.

El aumento del riesgo nuclear se debe al hecho de que, como parte de Rusia, los territorios robados podrían defenderse con esa clase de armas. El expresidente ruso Dmitry Medvédev, que últimamente se ha erigido en perro de presa favorable al ataque nuclear al servicio del gobierno de Putin, explicitó esta hipótesis en septiembre. Sus comentarios habrían sido menos inquietantes si el propio Putin no hubiera manifestado repetidamente su determinación de defender la integridad territorial de Rusia con “todos los armamentos de que disponemos”, en el notorio discurso en que anunció la movilización.

Que quede claro que esta no es la doctrina política oficial rusa, que todavía establece que el país solo utilizará las armas nucleares si se halla ante una amenaza existencial para el Estado (no su territorio). Dicho esto, cabe preguntarse si Putin enturbia las aguas intencionadamente cuando flaquea el esfuerzo de guerra.

Imaginemos que las fuerzas ucranianas intentan (cargadas de razón) recuperar algunas de las regiones, o todas, que se ha anexionado Rusia y que finalmente emprenden la ofensiva colocando a las tropas rusas en una posición aparentemente desesperada. ¿Consideraría Putin que esto supondría una amenaza a la integridad territorial de Rusia? Podría, y lo más inquietante es que ya se ha construido un pretexto para utilizar armas nucleares. Esto no significa que lo hará, pero no tranquiliza que el pasado febrero dijera que EE UU había creado un precedente cuando bombardeó Hiroshima y Nagasaki en 1945.

El feo
A mí me parece que la expresión riesgo bajo, pero creciente está bien fundada empíricamente. Sin embargo, es importante reconocer que hay un montón de cosas que desconocemos con respecto a la posibilidad de una guerra nuclear en Ucrania. Está muy bien evaluar los elementos conocidos que incrementan o reducen el nivel de riesgo, pero también existen las incógnitas conocidas que nos obligan a ser humildes. Mencionaré dos de ellas.

En primer lugar, la teoría de la disuasión nuclear es en parte especulativa. Lo cierto es que no sabemos nada de los numerosos factores que pueden empujar a un Estado o un individuo a utilizar armamento nuclear en una guerra. Esto no significa que la teoría de la disuasión no sea válida, pero un conflicto en el mundo real no tiene nada que ver con el mundo antiséptico de los experimentos del pensamiento académico. Asimismo, un proceso contemporáneo no será nunca del todo análogo a un acontecimiento histórico. Cuidado con tratar de encajar el presente cuadrado en el círculo del pasado: solo la crisis de los misiles de Cuba es la crisis de los misiles de Cuba.

Las próximas décadas asistirán al aumento de las amenazas nucleares. Las fuerzas se modernizan, los arsenales crecen y las grandes potencias compiten entre ellas. Es probable que Ucrania no sea más que el primero de una serie de conflictos potencialmente nucleares.

Con razón este nuevo mundo feliz ha de preocuparnos, incluso asustarnos. No cabe duda de que el miedo es una respuesta más lógica que la negación de la existencia del riesgo. Pero construir un futuro alternativo exige que nos armemos de valor de cara a los próximos años. Sucumbir al terror alarmista no es una buena receta para la acción: es una receta para la parálisis política. Es mejor evaluar los riesgos nucleares con la mente clara. La verdadera objetividad es imposible, pero necesitamos una imagen razonablemente fiel de la situación actual para trazar el camino hacia un internacionalismo consecuente y un mundo libre de armas nucleares. Porque después de todo, no se trata de interpretar el mundo, sino de cambiarlo.

07/10/2022

Jacobin

Traducción: viento sur

John Carl Baker es responsable de programa del Ploughshares Fund. Los puntos de vista expresados son los suyos. El artículo de Baker se ha publicado en el Bulletin of the Atomic Scientists, New Republic, Defense One y otras publicaciones.

 

 

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