Resumen Latinoamericano

La caída de Kabul en manos de los talibanes el 15 de agosto de 2021 es una gran derrota política e ideológica para el imperio estadounidense. Los helicópteros abarrotados que transportaban al personal de la Embajada de Estados Unidos al aeropuerto de Kabul recordaban sorprendentemente a las escenas de Saigón -la actual Ciudad de Ho Chi Minh- en abril de 1975. La velocidad con la que las fuerzas talibanes irrumpieron en el país fue asombrosa; su perspicacia estratégica, notable. Una ofensiva de una semana de duración terminó triunfalmente en Kabul. El ejército afgano de 300.000 hombres se desmoronó. Muchos se negaron a luchar. De hecho, miles de ellos se pasaron a los talibanes, que inmediatamente exigieron la rendición incondicional del gobierno títere.

El presidente Ashraf Ghani, favorito de los medios de comunicación estadounidenses, huyó del país y se refugió en Omán. La bandera del resucitado Emirato ondea ahora sobre su palacio presidencial. En algunos aspectos, la analogía más cercana no es Saigón, sino el Sudán del siglo XIX, cuando las fuerzas del Mahdi irrumpieron en Jartum y martirizaron al general Gordon. William Morris celebró la victoria del Mahdi como un revés para el Imperio Británico. Sin embargo, mientras los insurgentes sudaneses mataron a toda una guarnición, Kabul cambió de manos sin apenas derramamiento de sangre. Los talibanes ni siquiera intentaron tomar la embajada de Estados Unidos, y mucho menos atacar al personal estadounidense.

El vigésimo aniversario de la Guerra contra el Terrorismo se saldó, pues, con la previsible y pronosticada derrota de Estados Unidos, la OTAN y los que se subieron al carro. Independientemente de lo que se considere de las políticas de los talibanes -he sido un crítico severo durante muchos años- no se puede negar su logro. En un periodo en el que Estados Unidos ha destrozado un país árabe tras otro, no ha surgido ninguna resistencia que pudiera desafiar a los ocupantes. Esta derrota puede ser un punto de inflexión. Por eso los políticos europeos se quejan. Apoyaron incondicionalmente a Estados Unidos en Afganistán y también se han visto humillados; la que más, Gran Bretaña.

A Biden no le quedó más remedio. Estados Unidos había anunciado que se retiraría de Afganistán en septiembre de 2021 sin cumplir ninguno de sus objetivos liberadores: libertad y democracia, igualdad de derechos para las mujeres y destrucción de los talibanes. Aunque esté invicto militarmente, las lágrimas que derraman los amargados liberales confirman el alcance más profundo de su pérdida. La mayoría de ellos -Frederick Kagan en el NYT, Gideon Rachman en el Financial Times- creen que debería haberse retrasado la retirada para mantener a raya a los talibanes. Pero Biden no hizo más que ratificar el proceso de paz iniciado por Trump, con el respaldo del Pentágono, tras el acuerdo en febrero de 2020 en presencia de EE UU, los talibanes, India, China y Pakistán. Los dirigentes de la seguridad estadounidense sabían que la invasión había fracasado: los talibanes no podían ser sometidos por mucho tiempo que se quedaran. La idea de que la precipitada retirada de Biden ha fortalecido de alguna manera a los militantes talibanes es una tontería.

El hecho es que durante veinte años, Estados Unidos no ha conseguido construir nada que pudiera redimir su misión. La brillantemente iluminada Zona Verde [el búnker creado en torno a Kabul] siempre estuvo rodeada de una oscuridad que los habitantes de la zona podían comprender. En uno de los países más pobres del mundo, se gastaban miles de millones al año para la climatización de los barracones que albergaban a los soldados y oficiales estadounidenses, mientras que los alimentos y la ropa llegaban regularmente por avión desde las bases de Qatar, Arabia Saudí y Kuwait. No es de extrañar que en la periferia de Kabul creciera un enorme barrio de chabolas, en el que los pobres se juntaban para buscar comida en los cubos de basura. Los bajos salarios pagados a los servicios de seguridad afganos no pudieron convencerlos de luchar contra sus compatriotas. El ejército, formado a lo largo de dos décadas, fue infiltrado desde el principio por partidarios de los talibanes, que recibían formación gratuita en el uso de equipos militares modernos y actuaban como espías para la resistencia afgana.

Esta ha sido la mísera realidad de la intervención humanitaria. Aunque, hay que reconocerlo, el país ha sido testigo de un enorme aumento de las exportaciones. Durante los años de los talibanes, la producción de opio estaba estrictamente controlada. Tras la invasión de Estados Unidos aumentó de forma espectacular, y ahora representa el 90% del mercado mundial de la heroína, lo que hace que uno se pregunte si este prolongado conflicto debería considerarse, al menos parcialmente, como una nueva guerra del opio. Los beneficios han sido de billonarios y se han repartido entre los sectores afganos que sirvieron a la ocupación. Los oficiales occidentales fueron generosamente remunerados para permitir el comercio. Uno de cada diez jóvenes afganos es ahora adicto al opio. Las cifras de las fuerzas de la OTAN no están disponibles.

En cuanto a la situación de las mujeres, no cambió mucho. Fuera de la Zona Verde, infestada de ONG, apenas ha habido progreso social. Una de las principales feministas del país en el exilio señaló que las mujeres afganas tenían tres enemigos: la ocupación occidental, los talibanes y la Alianza del Norte. Con la salida de Estados Unidos, dijo, tendrán dos. (En el momento de redactar este artículo, esta afirmación puede ser modificada diciendo que solo tendrán uno, ya que los avances de los talibanes en el norte acabaron con facciones clave de la Alianza antes de la toma de Kabul).

A pesar de las reiteradas peticiones de periodistas y activistas, no se han publicado cifras fiables sobre la industria del trabajo sexual que creció al servicio de los ejércitos de ocupación. Tampoco existen estadísticas creíbles sobre violaciones, aunque los soldados estadounidenses recurrieron con frecuencia a la violencia sexual contra las personas sospechosas de terrorismo, violaron a civiles afganos y dieron luz verde a abusos de menores por parte de las milicias aliadas. Durante la guerra civil yugoslava, la prostitución se multiplicó y la región se convirtió en un centro de tráfico sexual. La participación de la ONU en este rentable negocio está documentada. En Afganistán, los detalles completos aún no han salido a la luz.

Más de 775.000 soldados estadounidenses han combatido en Afganistán desde 2001. De ellos, 2.448 murieron, junto con casi 4.000 trabajadores estadounidenses. Aproximadamente 20.589 resultaron heridos en combate, según el Departamento de Defensa. Las cifras de bajas afganas son difíciles de calcular, ya que las muertes del enemigo, que incluyen a civiles, no se cuentan. Carl Conetta, del Project on Defense Alternatives, estimó que al menos entre 4.200 y 4.500 civiles murieron a mediados de enero de 2002 como consecuencia de la invasión estadounidense, tanto directamente, como víctimas de la campaña de bombardeos aéreos, como indirectamente en la crisis humanitaria que se produjo. En 2021, Associated Press informaba de que 47.245 civiles habían perecido a causa de la ocupación. Los activistas afganos de los derechos civiles dieron una cifra más, insistiendo en que 100.000 afganos (muchos de ellos no combatientes) habían muerto, y unas trescientas mil había sido heridas.

En 2019, el Washington Post publicó un informe interno de 2.000 páginas encargado por el gobierno federal estadounidense para anatomizar los fracasos de su guerra más larga: "Los papeles de Afganistán". Se basaba en una serie de entrevistas a generales estadounidenses (retirados y en activo), asesores políticos, diplomáticos, cooperantes, etc. La evaluación global era condenatoria. El general Douglas Lute, el zar de la guerra afgana bajo el mandato de Bush y Obama, confesó que "carecíamos de una comprensión fundamental de Afganistán: no sabíamos lo que estábamos haciendo... No teníamos la menor noción de lo que estábamos emprendiendo... Si el pueblo estadounidense conociera la magnitud de esta disfunción". Otro testigo, Jeffrey Eggers, fuerza especial de la marina, retirado y miembro del personal de la Casa Blanca con Bush y Obama, destacó el enorme despilfarro de recursos: "¿Qué hemos conseguido con este esfuerzo de 1 billón de dólares? ¿Valió la pena [gastar] un billón de dólares? ... Después de la muerte de Osama bin Laden, dije que Osama probablemente se estaba riendo en su tumba marítima considerando lo mucho que hemos gastado en Afganistán". Y yo añadiría: 'Y aún así, perdimos'.

¿Quién era el enemigo? ¿Los talibanes, Pakistán, todos los afganos? Un soldado estadounidense con muchos años de servicio estaba convencido de que al menos un tercio de la policía afgana era adicta a las drogas y otra parte considerable era partidaria de los talibanes. Esto supuso un gran problema para los soldados estadounidenses, como declaró en 2017 un jefe de las Fuerzas Especiales no identificado: “Pensaban que iba a ir a verles con un mapa para mostrarles dónde viven los buenos y los malos... Hicieron falta varias conversaciones para que entendieran que no tenía esa información en mis manos. Al principio, sólo preguntaban: ¿Pero quiénes son los malos, dónde están?".

Donald Rumsfeld expresó el mismo sentimiento en 2003. Escribió: "No sé quiénes son los malos en Afganistán o en Irak. Leo toda la información, y parece que sabemos mucho, pero de hecho, cuando la analizas, te das cuenta de que no tenemos nada que sea procesable. Somos lamentablemente deficientes en inteligencia humana". La incapacidad de distinguir entre un amigo y un enemigo es un problema grave, no sólo a nivel Schmitteano, sino a nivel práctico. Si no puedes distinguir entre aliados y adversarios después de un ataque con un artefacto explosivo improvisado en un mercado de una ciudad abarrotada, respondes arremetiendo contra todos, y creas más enemigos en el proceso".

El coronel Christopher Kolenda, asesor de tres generales en activo, señaló otro problema de la misión estadounidense. La corrupción fue rampante desde el principio, dijo; el gobierno de Karzai estaba "autoorganizado en una cleptocracia". Esto socavó la estrategia posterior a 2002 de construir un Estado que pudiera durar más que la ocupación. “La corrupción menor es como el cáncer de piel, hay formas de tratarla y probablemente te cures. La corrupción dentro de los ministerios, a un nivel más alto, es como el cáncer de colon; es peor, pero si lo detectas a tiempo, probablemente te cures. Sin embargo, la cleptocracia es como un cáncer en el cerebro; es mortal". Por supuesto, el Estado pakistaní -donde la cleptocracia está incrustada en todos los niveles- ha sobrevivido durante décadas. Pero las cosas no fueron tan fáciles en Afganistán, donde los esfuerzos de construcción de la nación fueron dirigidos por un ejército de ocupación y el gobierno central tenía escaso apoyo popular.

¿Qué hay de las falsas noticias de que los talibanes habían sido derrotados para no volver jamás? Un alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional reflexionó sobre las mentiras difundidas por sus colegas: 'Fueron sus explicaciones. Por ejemplo, ¿los ataques [de los talibanes] están empeorando? "Eso es porque hay más objetivos contra los que disparar, así que más ataques son un falso indicador de inestabilidad". Luego, tres meses después, ¿los ataques siguen empeorando? "Es porque los talibanes se están desesperando, así que en realidad es un indicador de que estamos ganando"... Y siguió as por dos razones, para que todos los implicados quedaran bien, y para que pareciera que las tropas y los recursos estaban teniendo el tipo de efecto por el que su retirada provocaría el deterioro del país".

Todo esto era un secreto a voces en las cancillerías y ministerios de defensa de la Europa de la OTAN. En octubre de 2014, el secretario de Defensa británico, Michael Fallon, admitió que "se cometieron errores militares, errores de los políticos de la época y esto se remonta a 10, 13 años atrás... No vamos a volver a enviar tropas de combate a Afganistán, bajo ninguna circunstancia". Cuatro años después, la primera ministra Theresa May volvió a desplegar tropas británicas en Afganistán, duplicando sus combatientes "para ayudar a afrontar la frágil situación de seguridad". Ahora los medios de comunicación del Reino Unido se hacen eco del Ministerio de Asuntos Exteriores y critican a Biden por haber dado el paso equivocado en el momento equivocado, y el jefe de las fuerzas armadas británicas, Sir Nick Carter, sugiere que podría ser necesaria una nueva invasión. Los diputados conservadores, los nostálgicos coloniales, los periodistas de pacotilla y los seguidores de Blair se alinean para pedir una presencia británica permanente en el Estado devastado por la guerra.

Lo sorprendente es que ni el general Carter ni sus relevos parecen haber reconocido la magnitud de la crisis a la que se enfrenta la maquinaria bélica estadounidense, tal y como se recoge en "The Afghanistan Papers". Mientras que los planificadores militares estadounidenses han despertado lentamente a la realidad, sus homólogos británicos siguen aferrándose a una imagen fantasiosa de Afganistán. Algunos sostienen que la retirada pondrá en peligro la seguridad de Europa, al reagruparse Al Qaeda bajo el nuevo Emirato Islámico. Pero estas previsiones no son sinceras. Estados Unidos y el Reino Unido han pasado años armando y ayudando a Al Qaeda en Siria, como hicieron en Bosnia y en Libia. Semejante alarmismo sólo puede funcionar en un pantano de ignorancia. Para el público británico, al menos, no parece haber calado. La historia a veces expresa verdades urgentes en un país a través de una vívida demostración de los hechos o una exposición de las élites. Es probable que la actual retirada sea uno de esos momentos. Los británicos, ya hostiles a la guerra contra el terrorismo, podrían endurecer su oposición a futuras conquistas militares.

¿Qué nos depara el futuro? Replicando el modelo desarrollado para Irak y Siria, Estados Unidos ha anunciado la creación de una unidad militar especial permanente, con 2.500 efectivos, que estará estacionada en una base kuwaití, lista para volar a Afganistán y bombardear, matar y mutilar si fuera necesario. Mientras tanto, una delegación de alto nivel de los talibanes visitó China el pasado mes de julio, prometiendo que su país no volvería a ser utilizado como plataforma de lanzamiento de ataques contra otros Estados. Se mantuvieron conversaciones cordiales con el Ministro de Asuntos Exteriores chino, en las que, al parecer, se abordaron los vínculos comerciales y económicos. La cumbre recordó encuentros similares entre muyahidines afganos y líderes occidentales durante la década de 1980: los primeros aparecían con sus trajes wahabíes y sus cortes de barba reglamentarios con el espectacular telón de fondo de la Casa Blanca o del número 10 de Downing Street. Pero ahora, con la OTAN en retirada, los actores clave son China, Rusia, Irán y Pakistán (que sin duda ha proporcionado ayuda estratégica a los talibanes, y para quien esto es un enorme triunfo político-militar). Ninguno de ellos quiere una nueva guerra civil, en contraste polar con Estados Unidos y sus aliados tras la retirada soviética. Las estrechas relaciones de China con Teherán y Moscú podrían permitirle trabajar para asegurar una frágil paz para los ciudadanos de este traumatizado país, con la ayuda de la continua influencia rusa en el norte.

Se ha hecho mucho hincapié en la edad media de Afganistán: 18 años, en una población de 40 millones. Por sí solo, esto no significa nada. Pero existe la esperanza de que los jóvenes afganos luchen por una vida mejor después de los cuarenta años de conflicto. Para las mujeres afganas la lucha no ha terminado en absoluto, aunque sólo quede un enemigo. En Gran Bretaña y en otros lugares, todos los que quieren seguir luchando deben cambiar su enfoque hacia los refugiados que pronto llamarán a la puerta de la OTAN. Como mínimo, el refugio es lo que Occidente les debe: una pequeña reparación por una guerra innecesaria.

16/8/2021

https://newleftreview.org/sidecar/posts/debacle-in-afghanistan

Traducción: viento sur

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