Si Rajoy ha liquidado un ministerio entero como el de Cultura, que pasa a formar parte de Educación, otros tampoco se andan con remilgos. Uno de los gastos públicos porcentualmente más sacrificados en los presupuestos de todas las instituciones vascas en la crisis -ya gobierne PSE, PNV, Bildu o PP- está siendo el de Cultura. A modo de ejemplo, los presupuestos de Cultura del Gobierno se han reducido un 12%, y ya son solo un 2,5% de los Presupuestos globales del Gobierno. Otro ejemplo, Bildu reduce los del Departamento en Gipuzkoa un 19% para 2012.

Todas parten de la idea de que la cultura es un gasto y no una inversión. Ciertamente hay algunas áreas que son gastos, necesarios, sea en programación o fungibles sea en mantenimiento institucional y que, en caso de crisis, pueden reducirse. Igualmente hay algunas inversiones caras, de muy largo plazo, sobre todo, en edificios y equipamientos, que pueden o bien reconsiderarse, por tratarse de partidas voraces en épocas de recursos escasos, o bien volver a periodizarse para que pesen menos en el año en curso. Sea por su propia concepción de la cultura como un gasto para épocas doradas o para prestigio institucional, sea porque saben que la opinión pública aceptará reducciones en épocas de crisis, todas las instituciones han ido en la misma dirección, ya sean gobernadas por nacionalistas, derecha, centro o izquierda. Algo no va bien en criterios.

No asumen como criterio operativo que todo lo que tiene que ver con formación, empresas culturales, producciones, subvenciones a grupos culturales activos y a instituciones de base, son inversiones evidentes en nueva cultura que, de no realizarse, pueden significar, simple y llanamente, su desaparición definitiva y la pérdida de tejido creativo y productivo cultural, lo que para una cultura minoritaria es simplemente destructivo.

Por una parte, las instituciones no están distinguiendo entre los distintos tipos de gasto-inversión pública, y para ahorrar lo hacen a costa del eslabón más débil y fragmentado -micropymes, creadores, entidades pequeñas sin ánimo de lucro- mientras que para sus propios proyectos, o para las instituciones potentes, señeras y consolidadas, que son estructuras lobby con peso negociador -desde Euskaltzaindia a EITB pasando por EI, OSE o la BOS-, se reducen presupuestos solo con sumo cuidado.

En el caso de la Comunidad Autónoma de Euskadi, los procesos de institucionalización en los 80 y 90 fueron tan excesivos que convirtieron a las propias administraciones autonómica, territorial y local y a las instituciones culturales fiables en las protagonistas de la cultura. Absorbían la inmensa mayoría de los presupuestos en perjuicio de creadores, productoras y cultura social viva, tenidas como no fiables, y para las que quedaba un porcentaje escaso. Aunque la anterior administración autónoma mejoró algo la situación, no la resolvió, ni mucho menos.
Por otra parte, las imposiciones de los departamentos de Hacienda a los distintos departamentos de las instituciones abundan en la misma dirección. Es sabido que solo quieren que les cuadren las cuentas; y en lugar de un fino bisturí manejado con criterio, las Haciendas actúan como hachas dentadas que dejan las políticas departamentales descolocadas. Se convierten en el poder por excelencia. Deciden, de hecho, sobre lo que no saben, siguiendo el Principio de Peter de seguir siendo competente cuando ya se ha llegado al nivel de la incompetencia.

El resultado añadido de ambas premisas es que se hace lo contrario de lo que se debe. Son las ayudas culturales más constructivas, generadoras y repartidas las que más decaen en todas las instituciones. Aquellas que no tendrían que reducirse en ningún caso sino al contrario.
Así, en el caso del Gobierno vasco que es el especializado en ayudas a pequeñas empresas privadas (edición, música, teatro, audiovisual…), la partida decae de 4,19 millones en 2011 a 2,95 millones en 2012 (una dentellada del 29% sobre unas dotaciones escasas), al igual que a "otros servicios" (Euskadiko Soinuak, Dantza Zirkuitoa, Sarea..) que pasa de 2,4 a 1,4 millones de un año para otro. (Presupuestos por secciones de 2011 y proyecto 2012). ¿Qué pensaríamos si el Departamento de Industria le cortara el grifo de las ayudas a las pymes en aras a reducir el déficit, mientras erosiona el sistema productivo? Eso es maltrato a la cultura vasca. En el caso del Gobierno vasco va además con dos absurdos añadidos.

Un primer absurdo. Se reducen mucho las ayudas y, en cambio, se crea una iniciativa directamente política: el Año Internacional de las Culturas, de la Paz y de la Libertad que, de todos modos, parece contener una Bienal de Arte, Naturaleza, Creación y Pensamiento en Urdaibai. Conmemoraría los bombardeos de 1937, y se externalizaría a una fundación el ágil reparto de fondos, por valor de nada menos que 6 millones de euros. Lo razonable es que si van en parte para la cultura deberían haberse quedado en el sistema normal de ayudas a su promoción, en lugar de servir a la capitalización política de la idea de la paz, curiosamente, para un lehendakari que estuvo ausente cuando tuvo la oportunidad de liderar la Conferencia de Aiete.
El otro absurdo: los Bonos Cultura. Medida popular, simpática y populista allí donde las haya, con un destino equivalente al de una tonelada de caramelos en la puerta de un colegio. Agotados al momento. Es razonable en épocas expansivas (el bautizo), y poco razonable cuando, simultáneamente, se recortan (el duelo) las ayudas a creación y producción, es decir a la oferta propia.

Es una medida de impacto muy limitado y temporal, centrada en la demanda y que no se corresponde a una época de crisis, aunque vaya por sus terceras navidades. Pero dada su naturaleza (para la demanda) y su carácter (ayuda plana, no progresiva) solo favorece, por un lado, a las rentas medias-altas (más consumidoras de cultura de por sí y que no necesitan mucho aliciente) y, por otro, a los contentos 364 establecimientos adheridos de distribución y venta (libreros, vendedores de discos, cines y espectáculos) que también quieren vivir.
Pero no ayuda a la oferta propia, contrariamente a lo que dicen los Presupuestos para el 2012, que los justifican en "mantener la producción" y el "empleo cultural". De hecho, sobre todo, subvenciona a la oferta transnacional, internacional y española en libros, cds, dvds, películas (que absorben probablemente un 90% del gasto vasco doméstico en cultura en el conjunto de esos epígrafes). Solo en la limitada demanda de conciertos o espectáculos puede llegar a revertir un 30%-50% a artistas autóctonos del espectáculo. O sea, financiamos públicamente, y con alegría navideña, la oferta foránea con 772.500 euros, mientras a la propia le regateamos las ayudas, dificultando así que sea competitiva. Me sorprende que el mundo de la cultura no monte en cólera ante este despropósito.
Para que no todo sean malas noticias para la cultura, el Gobierno va en la buena dirección en proyectos como Harrobia (Otxarkoaga), ZAWP (Zorrotzaurre) y Astra (Gernika), iniciativas más constructivas y baratas que la que se cernía sobre el Urdaibai.

Ya se sabe también que los tiempos de crisis suelen ser tiempos de retroceso tanto democrático como de gobernanza si, por resignación, la sociedad civil lo permite. No se puede interpretar de otra manera que el Contrato Ciudadano por las Culturas y que ha significado una pérdida de tiempo y energía -casi tres años de elaboración tendente solo a reelaborar el Plan Vasco de Cultura (II) que ya estaba aprobado y votado en febrero 2009 por el Consejo Vasco de la Cultura- no haya sido votado. Solo ha sido "validado" por el nuevo Consejo Vasco de Cultura, sin que tenga más valor que el de ser un mero programa del Gobierno. Un retroceso enorme en codecisión respecto al pasado. No es de extrañar la decepción de no pocos miembros del Consejo. Un capital humano, democrático y relacional despilfarrado. Es lo que suele pasar cuando se imponen gobiernos contra el país real: desbarran.

Ramón Zallo es Catedrático de la UPV-EHU

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