Mientras seguimos (sobre)viviendo bajo una crisis sistémica que dura una década, convertida ya en una rutina que nos impide ver la escalada imparable de la deuda global en medio de una transición geopolítica cada vez más inestable y conflictiva y de una (Des)Unión Europea, la crisis política española vuelve al primer plano. Ahora tiene su epicentro en la Comunidad de Madrid con la reciente dimisión de la falsamente masterizada y mafiosamente redescubierta como una cleptómana del montón,Cristina Cifuentes. Una renuncia que sin embargo, gracias a Ciudadanos, no se va a resolver echando del gobierno autónomo al PP, que ha llegado a una de las más altas cotas de corrupción y juego sucio.

Aun así, la crisis continúa. En efecto, podía pensarse que el régimen, debido al agotamiento del ciclo abierto por el 15M y al techo al que había llegado Podemos, junto a la intensa campaña de recuperación económica desplegada desde el gobierno con el paso atrás del independentismo catalán el pasado 27 de octubre, habría conseguido neutralizar tanto el malestar social mediante una austeridad blanda, como la fractura nacional-territorial recurriendo a la aplicación del artículo 155 y a la judicialización del conflicto. Según ese relato, solo nos encontraríamos ante una crisis de representación política y de gobernabilidad, pero sin alternativa desde la izquierda y con un Ciudadanos (C"s) dispuesto a tomar el relevo de la vieja derecha.

Grietas sin cerrar

Con todo, hay razones para no caer en la resignación frente a ese pronóstico: por un lado, la tan cacareada recuperación económica está provocando el retorno del sentimiento de agravio comparativo en sectores populares. Sectores que vienen percibiendo cómo sus sacrificios necesarios (recortes sociales, precarización creciente, salarios de miseria…) no han frenado las desigualdades sociales sino todo lo contrario, y además siguen saliendo a la luz pública nuevos escándalos de corrupción. La movilización de pensionistas a escala estatal ha sido sin duda la expresión más manifiesta de ese malestar, pero no olvidemos que la Huelga feminista del pasado 8 de marzo también tuvo una dimensión política y puso en el centro del debate la crisis de los cuidados, al tiempo que continúa denunciando una justicia patriarcal que, como acabamos de comprobar con la indignante sentencia contra los violadores de San Fermín, no cree a las mujeres. A todo esto se suman las huelgas que en los últimos tiempos se extienden en sectores muy precarizados y afectan a grandes empresas transnacionales. Luchas que logran incluso alcanzar una dinámica internacional como la ocurre ahora en Amazon.

Por otro lado, la victoria del bloque independentista el pasado 21 de diciembre en las elecciones convocadas por el gobierno central fue una verdadera derrota del bloque del artículo 155 y de la cúpula del poder judicial, humillada además por un tribunal regional alemán. Una vez más se ha demostrado la consistencia del arraigo social del independentismo y del soberanismo en Catalunya, apoyada además en el boomerang en que se está convirtiendo la escalada represiva y, con ella, la imposible recuperación de legitimidad del Estado autonómico en Catalunya.

Por tanto, el inevitable declive de la vieja derecha mafiosa, los límites de la recuperación económica y la fractura nacional-territorial siguen profundizándose y a ellas se une la que afecta al ejercicio de libertades y derechos fundamentales. El brutal salto que se está dando del Estado de derecho hacia el Estado penal, no sólo contra el independentismo catalán sino, también, frente a la libertad de expresión, la creación artística y el derecho de manifestación, a través la de extensión abusiva de delitos como el de terrorismo (gracias, eso sí, a la reforma del Código Penal de 2015, pactada entre PP y PSOE), rebelión, odio o blasfemia (sin olvidar la continua criminalización de personas sin papeles y de piquetes de huelga), está empezando a provocar un rechazo que, a pesar de ser minoritario todavía, puede ir creciendo en los próximos tiempos; a condición de que fuerzas políticas como Podemos y organizaciones sociales y sindicatos, junto a las gentes del mundo del Derecho y de la Cultura, contribuyan a dar una respuesta a la altura de esas amenazas.

Con todo, no olvidemos que la deriva autoritaria de este gobierno cuenta con el consenso de Felipe VI, la cúpula del poder judicial, C"s y el PSOE, así como con la beligerancia mediática que practica el juego sucio de la postverdad contra cualquier tipo de disidencia. Frente a ese poderoso bloque, sólo el escándalo internacional provocado por algunas de las sentencias adoptadas, unido al de la persistencia del PP en negarse a condenar el franquismo (con cuatro de sus ministros jaleando a la Legión al grito de “Soy el novio de la muerte”) parece estar haciéndole mella en su tan buscada buena imagen de la Marca España en beneficio de unas empresas transnacionales apátridas.

Un macronismo, versión españolista. ¿Y Podemos?

Nos hallamos de nuevo en un momento político en el que, por un lado, las grietas del régimen continúan abiertas y, por otro, existe el riesgo real de que un populismo neoliberal a lo Macron, apoyado en este caso en un nacionalismo español anticatalanista pero sin el pasado franquista y corrupto del PP, logre cerrar la crisis política. Para ello C"s, que cuenta ya con el apoyo de los grandes poderes económicos, especialmente los del sector financiero 1/, necesita salir bien parado de las próximas elecciones autonómicas y locales, salvo que se adelanten las elecciones generales. Ese es el objetivo de la anunciada operación de conquista de la alcaldía de Barcelona con un personaje tan representativo del transformismo de la vieja izquierda como Manuel Valls frente a Colau y al independentismo. De lograr un salto en su anclaje institucional, quedarían pocas dudas para el recorrido exitoso de esta nueva derecha hasta la Moncloa y para la descomposición de la vieja derecha, abandonada desde hace tiempo incluso por Aznar y la FAES.

Paradójicamente, el ascenso electoral que las encuestas dan a C"s contrasta con un sondeo reciente del GESOP que informaba que entre febrero de 2017 y marzo de este año el apoyo a la celebración de un referéndum en Catalunya ha pasado en la sociedad española de un 39,7% a un 46,9% (un 78,7% en Catalunya) mientras un 64,5% “cree que debe apaciguarse la tensión mediante el diálogo”. Unos datos que parecen desmentir el aumento entre la opinión pública de un nacionalismo español que seguiría masivamente el grito “¡A por ellos!” contra el independentismo y sus cada vez más incontables cómplices, incluidos los promocionados para defender a España en Eurovisión… En esa misma encuesta un 78,7% de residentes en Catalunya está de acuerdo en celebrar una nueva consulta y un 72,9% está a favor de modificar la Constitución española 2/.

Así pues, nos hallamos ante un régimen que sufre paranoia persecutoria, con tendencia a la erdoganización creciente en todos los planos, ya sea con el PP o/y C"s, y sin que aparezca en el horizonte una alternativa de gobierno frente a ambos. El PSOE continúa bloqueado por sus servidumbres de la (sin)razón de Estado, mientras la dirección de Podemos parece volver a un discurso que se sitúa ya sin ambigüedades en el terreno de la mera regeneración política. Triste prueba de esto último es el eslogan que preside la campaña de primarias que protagoniza Iñigo Errejón en la Comunidad de Madrid: “devolver el orden y la seguridad”. ¿De verdad creen los dirigentes de Podemos que con un eslogan como ése van a volver a generar ilusión en los millones de personas que creyeron que con gente procedente del 15M iba a llegar el Cambio? ¿Qué orden y seguridad quieren “devolver”? ¿Los de una Transición que ahora mitifican olvidándose de la cantidad de concesiones de las principales fuerzas de la oposición antifranquistas que, como escribió en su momento Rafael Sánchez Ferlosio, fueron en realidad claudicaciones? ¿Los de la década de los 80, con Felipe González que le convirtieron en partidario de la OTAN, pionero del neoliberalismo y practicante del terrorismo de Estado? ¿Los de un idealizado Estado de bienestar que nunca llegó a desarrollarse ni a igualar la media europea de gasto social antes incluso del estallido de la crisis de 2008? En fin, sería bueno saberlo para no dejarse llevar a engaño y ver si en realidad lo que busca el nuevo pacto Iglesias-Errejón es simplemente continuar esperando a Godot; o sea, a un PSOE que fuera tímidamente neokeynesiano, defensor de las libertades y la plurinacionalidad. Una hipótesis que nunca volverá, como hemos visto con el fracaso de la operación Pedro Sánchez.

Ese pacto interno al que se ha llegado en Podemos-Comunidad de Madrid (forzado tras el lamentable espectáculo conspirativo) ha venido precipitado además por una convocatoria a toda prisa de unas primarias con el sistema menos proporcional posible y con un acuerdo previo de lista sin ningún documento político que lo sustente. Un acuerdo que, además, pretende dejar en la subalternidad más absoluta a otras sensibilidades políticas, organizadas o no, y a muchas y muchos activistas sociales que podrían estar dispuestos a participar en el futuro en la construcción de una candidatura de Unidad Popular. Por eso sobran razones a Podemos En Movimiento para haber rechazado participar en ese proceso de primarias, como explica Raúl Camargo 3/, ya que esto habría significado legitimar una dinámica que entra en contradicción abierta con ese espíritu del 15M del que, si bien cada vez con menos frecuencia, se reclaman dirigentes de Podemos. Confiemos en que más adelante pueda abrirse un nuevo proceso de confluencia -que, sin prepotencias, Podemos también esté dispuesto a promover- y en él puedan estar quienes hoy se sienten fuera de esta partida con las cartas marcadas.

De la superación de estos errores, de la apuesta por un discurso y un programa que permitan recuperar la ilusión en el Cambio, frente al recambio en marcha desde arriba al que estamos asistiendo, depende que se vuelva a ganar credibilidad como alternativa de gobierno y evitar la subalternidad frente a un PSOE que está muy lejos del único referente posible que aparece hoy en Europa frente al suicidio socialdemócrata, el del laborismo que representan Jeremy Corbyn y Momentum.

Con todo, los tiempos actuales no deberían ser los de concentrarse en la carrera electoral sino los de contribuir a un nuevo ciclo de protestas y de convergencia de las luchas, como estamos viendo en Francia frente al presunto outsider Macron. Por eso, en este panorama no viene mal, ya que estamos en un año de conmemoración del cincuentenario del 68, recordar una reflexión de Michael Löwy a propósito de la obra de Enzo Traverso La melancolía de izquierdas. El conocido pensador marxista e incansable activista concluía su artículo sugiriendo que “es hora de descubrir esa melancolía rebelde que se diferencia tanto de la resignación como de la ‘compasión" por las víctimas” 4/. Pues bien, en estos tiempos, esto es lo que hace falta frente a la deriva paranoica de este régimen y, sobre todo, de un gobierno que, con su relato sobre la violencia, le lleva incluso a calificar como tal la pitada al himno oficial en la final de la Copa del… Rey.

Ni resignación ni falso humanitarismo, sino rebeldía e indignación, ésas deberían ser las palabras que, uniendo lo mejor del espíritu del 68 con el del 15M, nos debería llevar a volver a las plazas y a las calles con mayores razones si cabe que en unos Acontecimientos emblemáticos que forman parte de nuestra memoria colectiva.

Poniendo todo nuestro esfuerzo en la reactivación de la protesta colectiva y en el protagonismo de los nuevos sujetos emergentes desde su propia autoorganización quizás podamos ir reconstruyendo un bloque social y político alternativo del que Unidos Podemos podría ser su principal exponente ante las instituciones. Un bloque plural que deberá recuperar también la voluntad destituyente que irrumpió en el ciclo ascendente del 15M. Y que hoy debería hacerlo desde la centralidad de la movilización social y la deliberación colectiva frente a la tendencia a la cooptación institucional y a la primacía de los métodos plebiscitarios sufrida en los últimos tiempos en la mayor parte de las formaciones presentes en los ayuntamientos del cambio.

Un bloque que no debería tener ningún temor a asumir como bandera la defensa de la plurinacionalidad y el fin de la represión que se está cebando especialmente en quienes representan o, simplemente, forman parte de una amplia mayoría social que en Catalunya sigue reclamando el derecho a decidir su futuro. Porque de su derecho también depende el nuestro, el de un horizonte republicano que aspire a democratizar radicalmente todas las esferas de nuestras vidas. Sólo en ese marco de profundización democrática será posible ir sentando las bases de un proyecto de convivencia y respeto, bajo formas federales, confederales, entre nuestros distintos pueblos.

27/04/2018

Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur.

Notas:

1/ Marc Font, “Els lobbies" polítics i economics que donen suport a Ciutadans”, Critic, 15/04/2018. Accesible en www.elcritic.cat/reportatges/els-lobbies-politics-i-economics-que-donen-suport-a-ciutadans-21902

2/ “Encuesta: Crece en España el apoyo a un referéndum en Catalunya”, Júlia Regué, El Periódico, 22/04/2018.

3/ Raúl Camargo, “¿Y ahora qué? El futuro de la unidad popular”, 24/04/2018, publico.es . Accesible en http://www.vientosur.info/spip.php?/article13728

4/ Michael Löwy, “Melancolía de izquierda”, viento sur, 24/05/2017. Accesible en http://www.vientosur.info/spip.php?/article2631

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