En los sesenta, el incipiente valencianismo de inspiración fusteriana convirtió el lema "hacer país" ("fer país") en un auténtico ariete contra el pasado, en un eslogan capaz de movilizar importantes sectores de la sociedad a favor de un nuevo proyecto histórico para los valencianos. Se trataba de construir un nuevo país frente a la Valencia franquista, aplastada bajo el peso de un regionalismo políticamente estéril aunque muy rentable para las clases dirigentes. El proyecto venía avalado por el empuje de un neovalencianisme diferente del que había existido en 1936, "jubilado o en descrédito" según proclamó en 1966 Joan Fuster en un papel del exilio, y contaba con la complicidad de la mayoría del bloque antifranquista. Algunos prohombres del régimen olieron muy pronto el peligro y se pusieron en guardia contra el nacionalismo democrático. En definitiva, estos, como las clases dirigentes a que aludíamos, eran responsables, según señalaba Luis Vicente Aracil el mismo 1966 en un artículo escrito con motivo del primer centenario de Las Provincias, de la cristalización de un "valencianismo" vagamente regional , sucursalment centrípeto y intoxicado por una rústica "méfiance anticatalane". Un "valencianismo", hay que precisar, impulsado por una clase responsable tanto del deficiente desarrollo económico del país como de una "inmovilización histórica formidable", pero, a la vez con una influencia enorme, duradera en el tiempo.

Joan Francesc Mira subrayó la voluntad de protagonismo de aquel neovalencianisme respecto de experiencias históricas anteriores como la republicana. Era un hecho que el franquismo empezaba a resollar y que un día u otro acabaría desapareciendo dejando un vacío que necesariamente debían ocupar unas nuevas generaciones. El escritor se refiere a una juventud con conciencia nacional en la medida en que representaba legítimamente la libertad, la verdad, el país y el pueblo, la justicia, la modernidad y la razón. La idea de "hacer país" significaba, básicamente -recuerda- poner las bases de lo que debería ser una sociedad nacionalmente "normal", esto es, con cuadros intelectuales, historia, economía, apoyo entre las minorías más activas de ciudades y pueblos, educación, lealtad lingüística, música o pintura, con el esquema de un sistema de nombres y símbolos que visibilizará el proyecto. Un valencianismo, por otra parte, adscrito de lleno a un proyecto de modernización del país alternativo al modelo nacional español, que la mayoría de verdaderos demócratas identificaban con el atraso más atroz.

La Transición, con sus episodios confusos y de violencia blavera extrema, apenas permitió la construcción de un régimen autonómico políticamente muy limitado e inicialmente administrado por el PSPV-PSOE desde el miedo, el pragmatismo y la subsidiariedad política. Los gobiernos socialistas, aceptando el marco político impuesto por la derecha regionalista y neofranquista, sin voluntad de forzar una auténtica transformación social más allá de la que afectaba a las infraestructuras, se traicionaron a sí mismos al tiempo que cedían a esa derecha asilvestrada la legitimidad absoluta en términos ideológicos sobre el diseño presente y futuro del país.

La entrada en 1991 en el Ayuntamiento de Valencia de Rita Barberá coaligada con el anticatalanismo más feroz representado por el inefable Vicente González Lizondo/1, supuso la paralización absoluta de los progresos de la capital del país hacia un modelo de ciudad moderna que habría podido vertebrar todo el territorio. Cuatro años más tarde el PP llegaba también a la Generalidad de la mano de Eduardo Zaplana, el artífice principal de la actual ruina económica del país, el principal teórico y beneficiario de un neoregionalismo suicida que han seguido fanáticamente personajes tanto mediocres como Francisco Camps o Alberto Fabra.

Ahora mismo, ya no hay país, ni siquiera una televisión pública desde donde contar una ficción cualquiera de territorio feliz que trabaja unido mientras escucha los acordes de Limno/2. Sólo hay desolación económica, institucional, la perspectiva de un futuro muy negro a pesar de los esfuerzos para desmentirlo que se hacen desde los aparatos de propaganda del Partido Popular. Ya no se trata, pues, de "hacer país" sino de reconstruir el país que no fue, que sólo pudo ser pensado por unas decenas de valencianos extraordinarios, por una intelligentsia única en todo el siglo XX que encabezó, al final de la dictadura, una auténtica revolución tranquila tal y como recalcó el sociólogo Toni Mollà.

Las encuestas anuncian un cambio de ciclo político. Por primera vez en muchos años se vislumbra la posibilidad de un desalojo del PP de la Generalitat. El relevo institucional vendrá de la mano -si acaso se produce- de una hipotética coalición de partidos de izquierdas. El caso es que no será suficiente con ganar unas elecciones al PP, nombrar unos consejeros nuevos o poner en marcha varias iniciativas públicas en medio de un panorama colectivo de desesperanza. No será suficiente porque la Generalitat y el país están arruinados, porque la autonomía moribunda que tenemos depende ahora de un Estado con vocación recentralizadora. No hay que olvidar tampoco que después de décadas de neorégimen político, de oscurantismo ideológico, buena parte de la sociedad se ha situado en los ámbitos del pensamiento reaccionario justamente en unos tiempos de crisis brutal y miseria. No era difícil que esto pasara porque nuestra ha sido desde hace mucho tiempo una sociedad iletrada, acrítica, capaz de dar la espalda a las propias tragedias colectivas o dejarse llevar por fanatismos como el del anticatalanismo más enloquecido.

Que nadie se engañe. El PP y sus aliados tratará de avivar el fuego del conflicto valenciano al día siguiente de abandonar el Palacio (de la Generalitat), al tiempo que se pondrá a construir el relato de un tiempo dorado de prosperidad bajo la égida de sus dirigentes. No tienen más armas que éstas, la de la confrontación y la de la propaganda mitómana, y las usarán con toda la contundencia, como han hecho siempre, de manera desleal y oportunista.

Al nuevo gobierno de la Generalitat le hará falta, pues, mucha valentía, solidez ideológica, talento político, credibilidad. Necesitará no sólo de las organizaciones políticas y de lo que queda de una raquítica sociedad civil, sino también de los ciudadanos mejor preparados. El reto no consiste sólo en gobernar un país a la deriva. La cuestión esencial es que hay que reconstruir un país: sus instituciones, su tejido económico, su credibilidad exterior, su vertebración territorial y cohesión social interna, su plenitud cultural y lingüística en un marco de relaciones normales con el resto de territorios con quien comparte intereses claros e inequívocos que no pueden ser permanentemente saboteados por un grupo de fanáticos o por una derecha de un españolismo furibundo. Construir, he aquí el reto y la tragedia.

15/01/2015

http://opinions.laveupv.com/francesc-viadel/blog/4817/pais-valencia-construir-reconstruir

Notas:

1/ http://es.wikipedia.org/wiki/Vicente_González_Lizondo

2/ El actual himno de la "Comunidad" Valenciana (cuya primera estrofa es "Para ofrendar nuevas glorias a España...")

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