Con la llegada de tres navíos de la VI Flota norteamericana a las costas libanesas, el asesinato en Damasco del coordinador militar de Hezbolá, Imad Moughnie, el pasado 13 de febrero, y el llamamiento a la salida de los naturales saudíes y kuwaitíes, los riesgos de una nueva guerra entre la resistencia libanesa e Israel han aumentado estas dos últimas semanas.

Americanos e israelíes dudan aún en lanzar una nueva guerra contra el Líbano. En primer lugar porque Israel no se ha recuperado aún de su derrota militar contra el Hezbolá islamo-nacionalista del verano de 2006 y que este último parece haberse reorganizado y rearmado en el Líbano sur, disponiendo de un arsenal de misiles de medio y largo alcance que colocan a las principales ciudades israelíes bajo el fuego directo de la resistencia. En segundo lugar, porque existe la amenaza de desencadenamiento de una tercera Intifada palestina que pudiera incluir, según los servicios de información israelíes, a los palestinos de los territorios de 1948, es decir que residen en el seno mismo del territorio israelí. Finalmente, porque es fuerte la probabilidad de que el propio Hamás, en Gaza, se haya dotado de misiles del tipo Grad, que pueden golpear con dureza el sur de Israel. En definitiva, es la amenaza de una multitud de frentes abiertos, tanto en el Norte como en el Sur, y una correlación de fuerzas militar más o menos reequilibrada lo que, por primera vez en la historia, hace verdaderamente dudar al estado mayor israelí sobre la posibilidad de ataques aéreos y de una invasión terrestre del Líbano.

División.

Desde septiembre de 2004 y la adopción, por el Consejo de Seguridad de la ONU, de la resolución 1559 que pedía a la vez la retirada de las tropas sirias del Líbano y el desarme de Hezbolá, la situación no ha dejado de degradarse. Hasta entonces, la estrategia israelo-americana era doble. Por un lado, se trataba de permitir a Israel intervenir militarmente para golpear y eliminar a Hezbolá en el Líbano sur, y crear una línea de demarcación al norte del río Litani: tal era el objetivo de la guerra de 2006, que se saldó para Israel con un fracaso total, habiendo sido derrotadas sus tropas de tierra por Hezbolá. De otra parte, tenía por objetivo favorecer un proceso gradual de guerra civil en el Líbano entre, por un lado, la oposición nacional libanesa y, del otro, la mayoría parlamentaria pro-occidental llamada del 14 de marzo. Esta estrategia sigue estando al orden del día. Desde 2004, los atentados de todo tipo, así como los enfrentamientos continuos y regulares entre los partidarios de la oposición antiamericana y los del 14 de marzo, no han dejado de ampliarse.

En lo esencial, la oposición nacional libanesa está constituida por Hezbolá y Amal (chiítas), la Corriente Patriótica Libre del general Michel Aoun –una de las formaciones más implantadas en la comunidad cristiana maronita-, pequeñas formaciones cristianas y sunitas –como el Frente de acción islámica (sunita) en Trípoli (norte del país) o la Corriente de los Maradas, en la ciudad cristiana de Zghorta (no lejos de Trípoli)- y, en fin, de una multitud de formaciones laicas, nacionalistas, de izquierda, baasistas o nasseristas –como el Movimiento del Pueblo, del antiguo diputado Najah Wakim, o la Organización popular nasseriana, de Oussama Saad, muy implantada en Saida (Líbano sur).

Por su parte, el Partido Comunista Libanés (PCL) apoya a la oposición en sus reivindicaciones nacionalistas, incluso si critica la ausencia de programa social y de salida del confesionalismo político. El cemento común de la oposición sigue siendo el rechazo del plan americano del Gran Medio Oriente y la defensa de las armas de la resistencia libanesa de Hezbolá en el Líbano sur. La legitimidad de la resistencia en esta zona proviene del hecho de que Israel mantiene allí la ocupación de dos territorios: las granjas de Chebaa y las colinas de Kfar Chouba. En fin, Israel sigue manteniendo prisioneros libaneses. El carácter transconfesional de la oposición, que reagrupa a la mayoría de los musulmanes chiítas y una amplia parte de los cristianos desde febrero de 2006, y la firma de un documento de acuerdo entre Hezbolá y el PCL, así como su diversidad política, (corrientes islámicas, nacionalistas, seculares, de izquierda), le aseguran una real representatividad en el país, y limitan, de hecho, las veleidades americanas de guerra civil y de aislamiento de Hezbolá.

Resistencia histórica.

Por su parte, el 14 de marzo pro-occidental, fuertemente apoyado por Francia y los Estados Unidos, está compuesto por la Corriente del futuro (musulmanes sunitas), dirigida por Saad Hariri, hijo del antiguo Primer ministro asesinado en febrero de 2005, Rafic Hariri, del Partido Socialista Progresista de Walid Jumblat (drusos), y de los dos grandes partidos de la derecha cristiana, las Falanges libanesas y las Fuerzas libanesas. El 14 de marzo, que tiene en sus manos las riendas del gobierno gracias al primer ministro, Fouad Siniora, se declara antisirio y favorable a una doble intervención americana y francesa en el Líbano, así como a la creación de un tribunal internacional para juzgar el asesinato de Rafic Hariri, de autor desconocido hasta hoy, pero cuya responsabilidad hacen recaer sobre Siria.

El Líbano hace pues el papel de caja de resonancia regional, entre los partidarios de la presencia americana (Jordania, Arabia Saudita, Egipto), y los que le son, al contrario, opuestos (Siria, Irán y las organizaciones nacionalistas seculares o islamo-nacionalistas de la región, más particularmente en Palestina y en el Líbano). Pero el Líbano no es solo una simple caja de resonancia: históricamente, es allí donde se modificaron, en parte, las correlaciones de fuerzas geopolíticas. De 1982 a 1990, las resistencias conjugadas del Frente de la Resistencia nacional libanesa (FRNL, del que el PCL constituía la fuerza principal), de Amal y de Hezbolá, obligarían a las salidas sucesivas de las tropas israelíes de Beirut, así como de las fuerzas francesas y americanas del Líbano.

De 1990 a 2000, Hezbolá, único movimiento autorizado por Siria para llevar armas, llevará a cabo la resistencia contra Israel en el Líbano sur ocupado, lo que llevará al gran acontecimiento histórico que fue la retirada unilateral de las tropas israelíes de esa zona, en mayo de 2000. De 2000 a 2006, Hezbolá, partido originalmente inspirado por la revolución iraní de 1979, pero que ha renunciado poco a poco a la perspectiva de creación de un estado islámico en el Líbano, obtendrá otras victorias de amplitud, como el intercambio de más de 400 presos palestinos y libaneses, entre ellos numerosos militantes del PCL, contra los cuerpos de soldados israelíes y, finalmente, en 2006, la derrota en tierra de las tropas israelíes, tras 33 días de guerra. En la perspectiva de un Gran Medio Oriente y de un plan de partición de los estados árabes, tal como fue teorizada por los neoconservadores americanos tras el 11 de septiembre, la existencia de una resistencia libanesa amplia y continua desde hace más de 20 años, que tiene en su activo victorias significativas, es una verdadera espina en el pie del orden imperial.

Muchos se extrañarán del carácter confesional de la historia política libanesa. El confesionalismo político, oficialmente institucionalizado durante el mandato colonial francés, de 1920 a 1943, permitió a las diferentes fuerzas mundiales y regionales tomar apoyo en el Líbano levantando una comunidad contra otras. Compuesto de 18 comunidades religiosas, el país hace así función de eslabón débil del Medio Oriente. En 1860, las tropas de Napoleón III desembarcaron en el Líbano, oficialmente para proteger a la comunidad cristiana maronita en guerra contra los drusos. En 1958, los Estados Unidos apoyaron a las fuerzas cristianas maronitas del presidente Camille Chamoun contra los sunitas, mayoritariamente partidarios del presidente nacionalista egipcio Gamal Abdel Nasser. De 1975 a 1982, Israel apoyará a las Falanges libanesas, maronitas cristianas, contra el bloque constituido por los palestinos y las fuerzas nacionalistas y de izquierda, de mayoría musulmana y drusa.

Desde 2004, los americanos y los franceses se apoyan esencialmente en la mayoría de los musulmanes sunnitas, contra los chiítas, reflejando las tensiones regionales entre Arabia Saudita, sunita, e Irán, chiíta. Institucionalizando el comunitarismo político, que fuerza por ejemplo a los libaneses a determinarse en función de sus confesiones y obliga a las instituciones a respetar un estricto reparto entre cristianos, chiítas y sunnitas (el presidente de la República debe ser maronita cristiano, el Primer ministro sunita y el presidente del Parlamento, chiíta), las autoridades coloniales francesas sacralizaron un sistema capaz, desde más de hace 60 años, de provocar guerras civiles político-comunitarias de forma repetida.

Presiones americanas.

Como en 1976, en la primera guerra civil que opuso al Movimiento nacional libanés y sus aliados palestinos de la OLP a la derecha cristiana maronita, el Líbano se vuelve a encontrar desgarrado sobre su identidad nacional, y sobre el hecho de saber si debe ser, como Israel, un enclave pro occidental en Medio Oriente o, al contrario, si debe considerarse como parte de una lucha de liberación a escala regional árabe. Así, las configuraciones confesionales han cambiado –en un país en el que la cuestión de la liberación nacional sigue estando problemáticamente imbricada con las configuraciones comunitarias-, la experiencia política y militar de la resistencia se ha profundizado, mientras que el liderazgo político antiimperialista no está ya asegurado por la izquierda, sino por un partido nacionalista de inspiración religiosa, Hezbolá.

Hoy, muchos temen un conflicto civil entre sunitas y chiítas, estando divididos los cristianos entre la mayoría y la oposición. Unida a una intervención israelí, o a una nueva resolución de la ONU que permita a las tropas extranjeras de la FINUL hacer uso de la fuerza para desarmar a Hezbolá, una guerra civil permitiría cercar a la resistencia libanesa. De ahí la batalla institucional y seguritaria en curso en el Líbano: sin gobierno nacionalmente reconocido desde la dimisión de los ministros chiítas en diciembre de 2006, sin presidente de la República desde la salida de Emile Lahoud, el pasado 23 de noviembre, ya está entablada la batalla entre el 14 de marzo y la oposición por el control de las instituciones, pero también de las fuerzas armadas y de los servicios de seguridad. La oposición sospecha que el gobierno de Fouad Siniora y a los americanos quieren modificar la composición confesional y política del ejército, a fin de hacerle deslizarse a una posición contra Hezbolá.

La manifestación del 27 de enero, en las barriadas del sur de Beirut, contra el alza de los precios y los cortes de electricidad, durante la cual los soldados abatieron a nueve jóvenes chiítas, constituía un signo claro de las divisiones del ejército libanés, incluso si numerosos oficiales permanecen cercanos a la resistencia y la oposición. Presidencia, ejército, gobierno, fuerzas de seguridad: el conjunto de estos asuntos no parece poder ser arreglado en los próximos meses, siendo tan fuertes las presiones de la administración americana sobre sus aliados libaneses y regionales.

Rouge n° 2244, 20/03/2008
Traducción: Alberto Nadal

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