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A partir de la década de los noventa del siglo XX, las finalizaciones de los conflictos armados internos a nivel mundial atienden con esmero las cuestiones relativas a la verdad. Actualmente no es posible el cierre de un conflicto y la reconciliación de los países sin un trabajo profundo sobre memoria histórica. Esto nos ratifica que, posiblemente, el siglo XXI será la centuria de la verdad, la memoria, la justicia y las víctimas. Tal vez, por ello, Eric Hobsbawm, en su Historia del Siglo XX, nos recuerda que el número de muertes registradas por acción del hombre durante ese siglo fue de 187 millones, “lo que equivale a más del 10 por 100 de la población total del mundo en 1900”. Recuperarnos de este horror exige una catarsis gradual de toda la humanidad para prestarle la voz a tanto sufrimiento. La idea teológica del “Juicio Final” contiene la necesidad compartida de esta labor de reparación, al plantear un escenario de encuentro en el que las historias y las culpas de todos quedarán expuestas. Por ello es previsible que veamos múltiples ejemplos de comisiones de la verdad en los años venideros.

Las comisiones de la verdad son, de alguna manera, parte de ese largo trabajo de duelo y reconocimiento de la barbarie que ha acompañado la historia occidental. La cultura europea ha cabalgado sobre la injusticia, las guerras, la desigualdad y la violencia. La conciencia de esta fatalidad la expresa el filósofo Walter Benjamin cuando afirma: “No hay documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de barbarie. Y como él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el cual ha pasado desde el uno al otro”.

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