Durante meses, el sargento Hassan abu Ali no pensaba en las órdenes que le daban, sólo actuaba. “Mi misión era cazar manifestantes“, dice con voz queda envuelto en sus raídas ropas para atenuar el frío lacerante que se cierne sobre el colegio abandonado ocupado por refugiados en una aldea libanesa de Wadi Khaled, situada a cinco kilómetros de la frontera con Siria. “Cada día salía de la base con ropa civil y, como otros muchos militares, nos infiltrábamos en las manifestaciones. Cuando identificábamos a los más activos sacábamos porras eléctricas y aplicábamos descargas. Dos, tres, cuatro en unos segundos. Pam, pam, pam. Caían desmayados, entraban los uniformados y se los llevaban”.

La primera manifestación en la que actuó tuvo lugar en Homs el 21 de marzo, apenas seis días después del inicio de la insurrección social. “Yo estaba convencido de que había extremistas infiltrados, aunque no veía armas entre los manifestantes. Un día, vino mi hermano, también militar, y me mostró en su teléfono vídeos de las masacres cometidas en Daraa. Tuvimos una discusión: él decía que estábamos matando a civiles desarmados, yo que eran fanáticos islamistas”.

Pero desde aquel día, Abu Ali comenzó a prestar mucha más atención a los acontecimientos. “Lo empecé a ver con mis propios ojos, más allá del discurso oficial. Sólo veía gente gritando y cantando consignas, y al Ejército enviando al mismo número de soldados que manifestantes había. Sólo unos disparaban. Si la gente nos hubiera disparado, al menos habríamos tenido alguna víctima”.

Desde que abrió los ojos, el sargento Hassan era carne de deserción, y su único destino, el Ejército Libre de Siria, la formación de desertores que está plantando cara al régimen de Damasco en las calles en lo que parece una reedición de los acontecimientos en Libia, pero generando una guerra civil que puede adquirir proporciones regionales.
Periodismo Humano ha encontrado a cinco de sus miembros en la frontera libanesa, donde esperan su turno para regresar al país o desde donde realizan incursiones puntuales para debilitar a las fuerzas sirias en lo que parece el principio de una guerra de guerrillas con pocas armas, menos munición pero un potencial y una convicción de la que podrían carecer las fuerzas de Damasco. Con la única condición de preservar su anonimato para evitar represalias contra sus familias -los nombres son pseudónimos- los desertores acceden a explicar su papel en la represión, cómo el régimen justifica el aplastamiento de las protestas populares y los bombardeos contra barrios civiles y por qué abandonaron sus filas, así como su actual aunque precaria organización militar.

El teniente primero Mahmud abu Hassan, de 25 años, fue durante cinco un orgulloso oficial del Ejército. Se educó en la Academia Militar de Homs, lo más selecto de Siria, y servía en Damasco hasta la que revolución social le mostró la cara más brutal del régimen al que servía. “Tuve suerte, porque no me tocó participar en la represión porque estaba en plena formación en la Academia. Pero durante unas vacaciones a mi ciudad natal, lo que vi me hizo abandonar el Ejército”.

En su pueblo, situado en la provincia de Homs, las manifestaciones habían atraído a las fuerzas represoras del régimen. “Saqueaban casas abandonadas, tiendas, robaban sin más. Entraron en una casa en busca de un disidente, y al no encontrarlo dispararon a su mujer y a su hermana en las piernas para que dieran su paradero. Una semana después, observé cómo atacaban la mezquita, donde se habían concentrado los manifestantes en busca de protección. Dispararon contra el minarete, y cuando entraron los shabiha [milicias alauíes del régimen de Damasco] profanaron el Corán“. Cuando se le requieren más detalles, Mahmud enrojece súbitamente. Intenta evitar el tema, hasta que lo condensa en una frase que parece liberarle de un gran peso. “Se orinaron encima”.
“Disparaban con tanques pese a que ni una sola bala salió de la ciudad”, puntualiza Mahmud con el índice en alto. “Pueden engañar a los soldados, pero no a los oficiales. Nos hablan de Bandar al Sultan [príncipe saudí], nos enseñan documentos que pretenden demostrar que la UE, Arabia Saudí, Israel y EEUU organizan las marchas… Cuando terminan, solemos bromear entre nosotros. ‘Tened cuidado, no vayáis a matar a alguien de Marte‘ “.

A su lado, el sargento Abu Ali asiente con convicción. “En todos estos meses no vi una sola arma entre los manifestantes”, rememora con la mirada perdida. Al sargento lo desplazaron siguiendo el mapa de la insurreción y la represión. De Homs pasó a Rastán, de Rastán a Telbise, de allí a Jisr al Shoghour, finalmente a Hama. Su misión pasó a ser disparar a los manifestantes, solo que afirma que descuidó su puntería para evitar pesos extra en su conciencia. “Los miembros de la Inteligencia disparaban a mujeres delante mía”, se lamenta apurando un cigarrillo tras otro y mesando su corta barba.
A finales de julio, en los primeros días de Ramadan -mes sagrado del Islam- a Abu Ali le tocó participar en el asalto de Hama. “Nos llevaban en autobuses, y luego esos mismos autobuses regresaban a base cargados de detenidos. Nosotros nos quedábamos en medio de la ciudad protegidos por cuatro fusiles. Nos quedábamos temblando: si fuese verdad que los civiles estaban armados, nos habrían masacrado“.

El malestar ante la represión de civiles terminó calando entre los uniformados, sobre todo entre los de mayor grado. El sistema del régimen para evitar que tomasen conciencia era disipar dudas con ejecuciones sumarias. “La orden era disparar en cuanto escuchásemos allahu akhbar [Dios es el más grande, consigna empleada en las manifestaciones para resaltar su carácter pacífico]. En abril o mayo, un soldado kurdo llamado Hamam Denief se negó a disparar delante mía. Un oficial de mayor graduación le descerrajó un tiro delante de todos. A nosotros nos advirtieron que no dijésemos nada; a los que no lo presenciaron le dijeron que había sido un francotirador infiltrado entre los manifestantes“.

Las ejecuciones sumarias de los militares que se niegan a participar en la represión es una denuncia recurrente. El capitán Abu Fares, de 47 años, lo sabía bien cuando desertó, el 3 de mayo, tras 29 años en la Inteligencia Militar. Toda una vida a las órdenes del temido generalAssef Shawkat, cuñado del dictador Bashar Assad, y al servicio de la máquina represora del régimen. Hasta que vio algo que consideraba demasiado, explica sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y un vaso humeante de té en las manos.

“Disparos indiscriminados, civiles que caían abatidos… Estaba en la escuela de oficiales de Homs cuando se produjo una manifestación. Me enviaron al frente de mi patrulla. Allí sólo había gente que pedía reformas, pero las órdenes eran disparar. Y se disparaba de forma indiscriminada. Yo me negué a disparar, pero al ser un oficial nadie me dijo nada. De allí fuimos desplazados a Badiya, luego a Baba Amr [ambos barrios de Homs], pero se comenzó a notar que yo no apretaba el gatillo”. Durante un mes y medio consiguió pasar desapercibido, pero el castigo no tardaría en llegar: fue desplazado a Daraa, primer foco de insurreción y uno de los más fieros. “Vi la ocasión de escapar y la tomé”. Afirma que él fue el segundo oficial que desertó tras Walid al Qashami, miembro de la Guardia Presidencial, y antes que el coronel Hussein Harmoush, el primero que declaró la creación del Ejército de los Oficiales Libresdesde Turquía. Se trata de la primera organización de desertores, que tuvo poco tiempo de actuación: Harmoush fue detenido en extrañas circunstancias y extraditado a Damasco, desde ofreció una poco creíble confesión en la televisión pública de sus actividades “insurgentes”. Los activistas le dan hoy por ejecutado.

Del Ejército de Oficiales Libres no se tardó en pasar al Ejército Libre de Siria, comandado desde el exilio turco por el coronel Riad al Assad -nada que ver con la familia del presidente- que clama tener a unos 10.000 uniformados a sus órdenes en todo el país. Abu Fares afirma que sólo en Líbano hay unos 200, esperando al volver al país, colaborando en la entrada de armas y protagonizando acciones puntuales como en el caso del sargento Abu Ali, que ya ha participado en dos acciones armadas contra el Ejército sirio desde la frontera libanesa, 330 kilómetros sin apenas demarcación.

“Cada vez es más difícil porque el Ejército sirio está minando la frontera, pero nuestro plan por el momento es emprender una guerra de guerrillas. No tenemos armamento para otra cosa”, explica Abu Fares mostrando una de sus más preciadas armas, un decodificador de comunicaciones con el que, asegura, puede interceptar la radio militar siria y prevenir algunas de sus operaciones. Desde la ventana de la vivienda donde ha refugiado a su familia, en completa oscuridad por falta de suministro eléctrico, cinco niñas se concentran frente a una rústica chimenea de leña. Al otro lado de la ventaña se ve nítidamente Al Oweishat, la primera localidad siria tras la frontera.

Los entrevistados, salvo el capitán Abu Fares, organizaron su deserción con los Comités de Coordinación. Primero evacuaron a sus familias, sabiendo lo que les podía pasar cuando trascendiera que habían abandonado las filas del régimen. Abu Fares no cayó en ello: dos de sus hermanos pagaron el precio de su deserción, fueron arrestados y aún hoy siguen desaparecidos. El castigo por desertar incluye “el saqueo de nuestras viviendas y el arresto y la tortura de nuestros familiares”.

Después abandonaron el país ilegalmente, cruzando los confusos bordes de las montañas que separan el Líbano de Siria, esperando la ocasión para regresar. “Ahora que se ha montado una estructura en el interior del país sólo pienso en volver”, dice Abu Hassan: “No deserté para sentarme con las mujeres”. “Los desertores están regresando”, confirma Abu Fares, antes de puntualizar que “hace dos días enviamos a otros 18 hombres”. “Si vuelves dentro de una semana no nos encontrarás aquí“, dicen entre risas el teniente primero y el sargento ante sus dos soldados rasos.

El Ejército Libre de Siria ha optado, explica Abu Fares, por limitarse a una guerra de guerrillas con la única pretensión de “defender a los civiles, desestabilizar aún más al régimen y promover las deserciones”. Actúan en grupos pequeños, no más de 10 personas, se limitan a emboscadas de militares y, desde el exterior, a conseguir armas y munición con las que alimentar sus exiguas fuerzas. Porque se llevaron el equipamiento que portaban -fusiles de asalto, lanzagranadas- pero no es suficiente para enfrentarse a un Ejército con aviación y artillería pesada y, lo que es más grave, se quedan fácilmente sin munición.
Entre quienes regresaron recientemente se encuentra el capitán Abu Ali, durante cierto tiempo uno de los oficiales de mayor rango entre los desertores sirios del Líbano. En conversación telefónica -afirma estar en Homs, en uno de los peores días de la represión- el capitán de 32 años, con 12 de servicio a sus espaldas en la Inteligencia Militar, amplía las tácticas militares de la milicia de desertores. “Tenemos todo tipo de armas ligeras pero escasez de munición, así que la prioridad es conseguir munición mediante las fronteras y comprárselas al Ejército sirio”, asegura.

Abu Fares y Abu Hassan coinciden en que la situación de los reclutas sirios es tan miserable que los menos convencidos suelen vender su munición a los desertores en los checkpoints. “Cada operación es diferente, pero por lo general hacemos misiones cortas, de entre 15 y 30 minutos de duración. Nos cuesta mantener el fuego, aunque alguna vez hemos combatido durante seis horas”. A la falta de munición se suma la ausencia de bases permanentes, ya que su presencia es siempre itinerante salvo en el caso de Jabal Zawiyah, una franja del norte respaldada por Turquía, único garante internacional del Ejército Libre, pero eso no ha impedido que la milicia de desertores se convierta en un contendiente de talla.

Afirman tener 22 batallones en 13 provincias sirias y en los últimos dos meses han protagonizado acciones en Deir al Zor, Rastán (donde en una sola operación afirmaron haber destruido 17 vehículos militares), Abu Kamal, Hama, Homs, Daraa o Idlib, entre otras ciudades. Se atribuyen la muerte de centenares de soldados sirios y estuvieron presentes en el barrio de Baba Amr, en Homs, durante la sangrienta ofensiva de la semana pasada: se retiraron “de forma táctica para evitar más muertes civiles”, afirma Abu Fares.
“Nunca operamos por nosotros mismos, seguimos una estructura jerárquica que imparte órdenes desde Turquía”, dice Abu Ali, quien no reconoce más que dos heridos en sus filas -”tenemos la moral muy alta, los otros tienen miedo”, aduce- y pide a la comunidad internacional una “zona de exclusión aérea y armamento” para “derrocar un régimen antidemocrático”.

Sobre la posibilidad de una guerra civil -un hecho, desde el momento en que dos bandos armados se enfrentan en Siria- Abu Ali y Abu Fares excluyen tan dramática posibilidad. “En ocho meses los civiles no han empleado la violencia ni la van a emplear. Sólo los militares de uno y otro bando estamos armados”, dice Abu Ali. “Además en el Ejército Libre de Siria [eminentemente suní, como el propio Ejército y la propia Siria] hay honorables drusos, alauíes, cristianos… cualquier hombre honrado considera su deber enrolarse en nuestras filas”.

Si bien las cifras de 10.000 militantes parecen poco realistas, el potencial de esta milicia en el contexto local es grande. “Ya hay 100.000 casos de reclutas llamados a filas que no se han presentado porque no quieren participar en la represión”, afirma Abu Fares. Un civil de Homs contactado por Periodismo Humano aseguraba que en su barrio los varones sólo esperaban una llamada del Ejército Libre de Siria para engrosar sus filas. “Hemos rebicido muchas peticiones pero no tenemos armas para todos. Conservamos sus nombres y los movilizaremos cuando podamos”, dice Abu Ali. “Muchos soldados regulares están esperando su momento de desertar, y lo harán cuando la comunidad internacional se pronuncie contra Assad”.
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