Aprovechando la cadena humana por el derecho a decidir que se celebró este domingo, impulsada por GURE ESKU DAGO, voy a exponer de forma más larga de lo habitual (ver Escocia: viaje a la independencia en la Europa del siglo XXI) el sistema conceptual por el que se relaciona la capacidad de decisión, más en concreto, la capacidad para decidir tener un Estado propio con la emancipación, y por tanto, la relación entre soberanía y democracia.

La idea de nación, como unidad política autogobernada, siempre se ha relacionado con las ideas de democracia y emancipación, al menos desde la democracia ateniense donde el demos, o la ciudadanía, tenía derecho a debatir y oponerse en su asamblea soberana a la alteración de cualquier ley con la que no estuviera de acuerdo. El pueblo, como objeto social, se convierte en nación cuando expresa la voluntad de actuar y ser reconocido como unidad política, unidad que se torna democrática cuando las personas gobernadas tienen también capacidad y oportunidad de gobernar. La democracia sería así un sistema donde la nación se reproduce como demos mientras que la democratización sería un proceso específico de nacionalización.

Igual que el nacionalismo es una práctica política que produce su propio objeto social: la nación. De la misma manera la democratización produce el suyo: el demos.

En cambio para la democratización es una condición necesaria, aunque no suficiente, que las personas que gobiernan lo hagan de acuerdo a las preferencias y demandas expresadas por aquellas que son gobernadas. Estas demandas, igual que el demos, no son algo dado o pre-político, han de ser creadas, articuladas y representadas. Ello implica que un demos, sea escocés, vasco o catalán requiera no solo de un territorio, una población y una serie de recursos, sino también de instituciones políticas diseñadas para asegurar la (re)producción y la representación de esas creencias, preferencias y demandas compartidas que hacen posible la existencia de una comunidad (unidad común).

La diferencia por tanto entre un demos y una nación es que la nación refiere a la voluntad histórica y socialmente producida de ser un sujeto político mientras que el demos indica la manera en que esa voluntad se reproduce, expresa y realiza. Esto significa que una nación puede transformarse en demos sólo dentro de un proceso de democratización. En cambio, como veremos ahora y desde una perspectiva relacional, no puede haber democratización propia sin Estado propio.

En esta feroz ofensiva capitalista con la que se ha inaugurado el siglo XXI, los casos de Escocia, Cataluña y Euskal Herria pero también de Alemania, Noruega, Inglaterra, etcétera demuestran persistentemente que la democratización es un tipo de nacionalismo (una forma de crear nación) y no la cristalización del civismo universal y cosmopolita del liberalismo. Las naciones sin Estado muestran además que la democratización puede ser entendida como un modo singular de (re)producir comunidad, diferencia y particularidad mediante el mayor grado de inclusión e igualdad posible. Es por ello que los actuales movimientos independentistas de Escocia, Cataluña y Euskal Herria son parte de procesos de emancipación democrática.

En los casos mencionados entre las causas fundamentales de la expansión del movimiento independentista se encuentra, por un lado, el proceso fallido de asimilación por parte del Estado central de las naciones no estatales o minoritarias (escocesa, catalana, vasca) y, por otro lado, la incapacidad al mismo tiempo de dichos Estados para representar e integrar a las naciones minoritarias como partes constitutivas del Estado. La primera causa tiene su parte positiva, la no asimilación y por tanto la supervivencia de las naciones minoritarias, la segunda causa en cambio hace que dichas naciones sobrevivan pero no lo puedan hacer con los mismos recursos y oportunidades que las naciones estatales. Por eso llega un momento en el que da igual qué competencias se obtengan por parte del Estado ya que la unidad política que no está representada como Estado, es decir, aquella que no se gobierna como Estado está obligada a vivir siempre subordinada a aquella que sí está representada como Estado.

La representación es a los objetos sociales (naciones, comunidades, colectividades) lo que el quark es a la física de partículas. Sin un vínculo representacional entre el estado y el pueblo no hay democracia porque no puede haber una transferencia de soberanía por parte del pueblo al Estado y, por tanto, tampoco posibilidad de reproducir los sujetos políticos no representados en dicho Estado. Si el Estado, núcleo reproductor de toda unidad política moderna no representa a dicha unidad (o unidades) entonces, o bien el Estado se convierte en un Estado democráticamente fallido o bien la unidad política no representada, aquella que no gobierna en el Estado ni como Estado, termina construyendo su propio Estado. Esto último es lo que está sucediendo tanto en Reino Unido como en España, e independientemente del resultado de los referendos, las unidades políticas que no se sienten representadas están adentradas en un proceso de emancipación para conseguir una democracia propia, un proceso que sabemos cómo ha empezado, pero no sabemos cómo ni cuándo terminará.

Solo por medio de políticas e instituciones controladas por el pueblo se puede reproducir una unidad política como demos.

Pero no puede haber demos fuera de un proceso de democratización y no hay democratización propia sin Estado propio.

Para que se dé un proceso de democratización las instituciones estatales han de ser capaces de producir y redistribuir el capital económico, cultural y simbólico por medio del cual se representa y reproduce un demos. Para tener, pongamos, un demos vasco hace falta una democracia vasca pero para ello es necesario tener instituciones estatales con capacidad de intervenir en las relaciones interpersonales de la sociedad y en los recursos que dicha sociedad produce, para lo cual es imprescindible que estas instituciones estatales sean también capaces de representar las demandas de dicha población integrándolas en la gobernación del país. Si y solo si se consigue esta interrelación dinámica entre estado y pueblo se puede reproducir efectivamente una sociedad o una nación como demos (ibíd, pag. 6)

Pero como decíamos, para que se dé un proceso de democratización es necesario que las desigualdades categóricas (basadas en género, orientación sexual, etnia, religión, etc.) sean tenidas en cuenta en las políticas públicas garantizando así un acceso más igualitario por parte de la población a los recursos y oportunidades. Esto significa que para que haya una democratización catalana o vasca, la sociedad catalana y vasca, respectivamente, debe tener instituciones estatales bajo su control y con capacidad política para implantar no sólo un sistema educativo y sanitario propio (adecuado a las demandas de la población) sino también un régimen de bienestar, industrial, financiero, productivo, etcétera propios. Son estos regímenes los que ponen las condiciones y mecanismos necesarios para que pueda haber una integración e igualdad socio-económica y por tanto la posibilidad material y objetiva de un demos, de una democracia. Es esto lo que explica, por otro lado, el hecho de que a pesar de la postura no intervencionista de Westminster, en Escocia se haya consolidado un movimiento secesionista: porque son las estructuras socio-económicas y no solo socio-políticas las que sostienen en última instancia un proceso de democratización distinto, es decir, la construcción de una democracia escocesa como diferente de la inglesa en el sentido más material y menos ideal de democracia.

La distinción política articulada hoy como identidad nacional (ser inglesa, escocesa, vasca) es una transfiguración simbólica de diferencias objetivas; objetivas en el sentido de que son diferencias construidas socialmente pero más o menos institucionalizadas (objetivadas), desde el lenguaje y la música hasta las pensiones, el nivel y el sistema educativo y sanitario, el poder adquisitivo da cada hogar, el tipo de sindicalismo, de empresariado, de servicios sociales, etc. El proceso de integración Europea no deja lugar a dudas de que el Estado sigue siendo el complejo institucional-territorial más efectivo no solo a la hora de determinar dichas diferencias objetivas, sino también a la hora de reproducir éstas como distinciones políticas (no solo en ‘soy escocesa no inglesa", sino en ‘este producto es vasco, ni francés ni español"). En principio cualquier diferencia puede servir para producir distinción política o identidad nacional.

Lo importante no es qué diferencias serán seleccionadas para producir esa distinción, sino el hecho de poder reproducir estas diferencias de forma objetivada, para que la evidencia subjetiva de la existencia de un pueblo o una nación pueda ser experimentada y reproducida como políticamente objetiva, es decir, como realidad representada, reconocida, institucionalizada y funcional.

Cuando un Estado no es capaz de integrar las demandas de su(s) pueblo(s) o nación(es) en la gobernación del Estado, ese Estado ya no pertenece a dicho(s) pueblo(s) y se convierte en Estado ajeno, extranjero.

Lo que subyace al concepto de independencia o Estado propio, es precisamente la capacidad para decidir los mecanismos de institucionalización, representación, estandarización, producción y distribución de recursos y oportunidades que permiten que una sociedad sea articulada (exista) y pueda sobrevivir (reproducirse).

Se demanda la capacidad para decidir sobre aquello que permite a un pueblo ser sujeto político, aquello que permite transformarse a una nación en una democracia, ni subvencionada ni subordinada, simplemente diferenciada.

6/06/2014

http://www.naiz.info/eu/blogs/temati-ka/posts/camino-hacia-la-emancipacion

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