Nunca podremos establecer la fecha exacta -si es que hubo una- de la fundación de la primera LCR.[1] Lo que sí sabemos es que la decisión de constituirla coincidió en el tiempo y se entrelazó con las movilizaciones contra el consejo de guerra de Burgos y con el balance inmediato de las mismas. Contaba Miguel Romero, entrevistado en primavera de 2013: “el impacto de la lucha por la amnistía y los consejos es tan grande que nadie sabe a ciencia cierta cuándo se fundó la Liga, o sea, no tiene fecha” (Equipo Cartografías de Culturas Radicales, 2014, p. 53). Pero se crea justo entonces, y ello no es casual. No se puede afirmar que la LCR sea hija de Burgos, pero sí que Burgos fue el precipitante de su venida al mundo.

Antes de Burgos: introspección y sectarismo. La amnistía, “balido de los reformistas”

En efecto, las luchas masivas de aquel diciembre de 1970 supusieron la sacudida definitiva que sacó al colectivo de jóvenes integrantes del grupo Comunismo del letargo introspectivo en el que se hallaban desde el verano de 1969, cuando, después de su separación -por expulsión o ruptura- de las Organizaciones Frente (FLP/FOC/ESBA) y del final de éstas, se habían sumido en un encierro teoricista de efectos no precisamente beneficiosos: “Al principio no adoptaron ningún nombre y acordaron que su tarea fundamental era dotarse de unas bases teóricas comunistas, que debían elaborarse en un proceso de discusión interna. Esto implicó el práctico abandono de la intervención, así como la pérdida de buena parte de los simpatizantes y contactos acumulados en la época de activismo dentro de las Organizaciones Frente” (Caussa, 2014, p. 21). Esta pérdida vino a sumarse a la que ya se había producido en el mismo momento de la ruptura. Décadas más tarde, Miguel Romero sería despiadado al respecto: “una parte muy significativa de los dirigentes de la organización [en este caso, del FLP de Madrid] decidieron poner en segundo plano el activismo militante, que era lo que mejor sabían hacer y el cemento real de la organización, y pasar a un período de hibernación en busca de lo que llamaron una ‘delimitación teórica’, expresión tan misteriosa como pedante [...]”. En consecuencia, “nos ponemos a leer muy desesperados, y de una manera muy desordenada, para poder hacer la célebre delimitación ideológica”. (Respectivamente, Romero, 2008, p. 320, y Equipo Cartografías de Culturas Radicales, 2014, p. 48)

La máxima expresión escrita del encierro teoricista sería, sin duda, el número 0/1 de la revista Comunismo, aparecido en abril de 1970; sus densísimas 87 páginas las ocupaba un solo texto, titulado “Marxismo leninismo y oportunismo (aproximación a la construcción del partido comunista en España)”. Éste, sin ser determinante para la futura LCR, sí revistió cierto carácter fundacional y refleja la cultura política del grupo en aquellos momentos, con elementos que caracterizarían a la organización durante toda su trayectoria -internacionalismo, antiestalinismo, necesidad de un partido revolucionario regido por la democracia interna-, pero también con el doctrinarismo y el marcado sectarismo que fueron comunes a todos los grupos de izquierda revolucionaria en sus inicios. Particularmente, en lo tocante al movimiento obrero, el texto diagnosticaba que el giro represivo iniciado por la dictadura a fines de 1966 había comportado el “hundimiento” de la política de acción abierta y semilegal del PCE, fracaso aparejado a “la bancarrota de las CC OO”. En consonancia con ello, expresaba un rotundo rechazo a cualquier tipo de acción por cauces legales y a la participación en las Comisiones Obreras; se trataba, por el contrario, de construir “organizaciones permanentes distintas del partido [revolucionario, todavía por crear] y dependientes de hecho del mismo, correas de transmisión de su política y de las experiencias de lucha obrera en las fábricas, capaces de impulsar movimientos de masa desde éstas”. El texto remachaba: “los comunistas no vamos a luchar por la ‘libertad sindical’ ni por la ‘conquista de un sindicato de clase, unitario y democrático’, entelequia que no existe ni puede existir en parte alguna del mundo y menos en España” (s.a., 1970, abril).

Éstos y no otros serían los criterios con los que aproximadamente medio año después, con el consejo de Burgos ya en el horizonte aunque todavía sin fecha fijada, el grupo Comunismo abordaría la “Jornada nacional por la amnistía”, promovida para el 3 de noviembre por el PCE y convocada formalmente por la Reunión General de las Comisiones Obreras celebrada a fines de julio. Jornada y reunión que, según el grupo, “intentan ocultar a la clase obrera que CC OO son un cadáver desde hace casi tres años”. La convocatoria, se afirmaba, no era sino un intento de un PCE en crisis para recuperar las posiciones perdidas en el movimiento estudiantil y el obrero y relanzar las Comisiones Obreras; también para interesar a la clase obrera en la democracia burguesa -objetivo declarado del PCE para cuando terminase la dictadura- mediante una combinación de reivindicaciones económicas y “la letanía de libertades democráticas que el PCE tiene preparada (entre ellas la amnistía)”. En definitiva, “la consigna de la Amnistía no es más que el balido de los reformistas a los pies de la burguesía”. Se despreciaban, pues, las potencialidades de la campaña, a la cual se oponían propuestas que, en el mejor de los casos, cabría calificar de genéricas: “La represión se combate volviendo la correlación de fuerzas favorable al proletariado, tomando la iniciativa en la lucha de clases, preparando desde ahora la insurrección armada y la dictadura proletaria”; a ello se añadía la orientación de “organizar a los obreros de vanguardia en Secciones obreras rojas, permanentes y clandestinas”, impulsando luchas “fuera de los cauces legales”, con piquetes de huelga y autodefensa, “represión” de “chivatos” y “esquiroles” y empleo de la “violencia revolucionaria” frente a la “violencia burguesa” (s.a., 1970, octubre).

Esta orientación ultraizquierdista y sectaria en el terreno del movimiento obrero y en el de la lucha antirrepresiva fue cuestionada por la Ligue Communiste (LC) francesa y la IV Internacional, con las que el grupo Comunismo ya tenía firmes lazos y que, a distancia, mostraban una visión más ajustada de la realidad. Pasada ya la Jornada del 3 de noviembre, Lucía González y Jaime Pastor -exiliados en París desde enero de 1969, vinculados al grupo y al mismo tiempo militantes de la LC y miembros de la Commission Espagne de la misma- manifestaban sus diferencias con Comunismo a propósito de la oposición frontal a aquella convocatoria y, por extensión, de su actitud hacia las Comisiones Obreras: reprochaban al grupo un “análisis excesivamente simple de la crisis de las CC OO y de las corrientes reformistas” y subrayaban la importancia de las reivindicaciones antirrepresivas y de la “potenciación de organismos de frente único con otras corrientes”. Y precisamente, añadían, las Comisiones eran “un organismo de frente único entre las dos organizaciones o corrientes más importantes a escala nacional: el PC y el sindicalismo católico (ORT, principalmente)”; dada su capacidad movilizadora, apuntaban, cabía plantearse un trabajo unitario defendiendo en el marco del mismo las posiciones propias. Particularmente sobre la Jornada, señalaban que las movilizaciones obreras acaecidas, “si bien no han sido de una extensión extraordinaria han reflejado la politización de un sector importante de la clase obrera”, que había “realizado acciones diversas en torno a consignas antirrepresivas y por la libertad sindical”. Desde su punto de vista, “la posición correcta de los revolucionarios” debería haber sido la “participación en las movilizaciones de la jornada, así como en la lucha por la [liberación] de los presos políticos y contra los juicios”; sólo a partir de ello cabía “denunciar las insuficiencias de la lucha antirrepresiva si no va ligada a la denuncia de la justicia burguesa y a la adopción de medidas concretas en las fábricas (piquetes de huelga, etc.)”. Asimismo, hubiera sido preciso “proponer estructuras unitarias temporales de vanguardia a militantes de otras corrientes en función de los temas reivindicativos señalados y no en base a una vaga ‘preparación de la revolución socialista’” (María y Gerardo, 1970, noviembre-diciembre). A pesar de que más adelante el grupo Comunismo reconocería su error sobre el 3 de noviembre y contemplaría un “trabajo de fracción en aquellas comisiones con influencia de masa” (s.a., 1971, enero), la orientación general de autoexclusión de las Comisiones Obreras se mantendría una vez fundada la LCR y no se rectificaría hasta mediados de 1972.

Cambio de rumbo: “el activismo se rebeló contra el teoricismo”, con el impulso decisivo de Burgos

Por lo demás, el extremo teoricismo del grupo no había impedido la continuidad, aunque fuera muy débil, de cierto trabajo de intervención. Ello resultó clave para su supervivencia. Martí Caussa ha señalado que, si bien la “reclusión teoricista estuvo a punto de significar la desaparición del grupo Comunismo”, éste, a lo largo del mismo año 1970, “fue rescatado gracias a la sensibilidad de sus militantes”, cuyos “lazos con el movimiento real permitieron un cambio de rumbo […]. El activismo se rebeló contra el teoricismo que lo esterilizaba y provocó un cambio de todas las prioridades y todas las tareas” (Caussa, 2011, p.52, y 2014, p. 23). Si para ello resultaron relevantes experiencias concretas e intensas como la participación en las duras luchas de AEG-Telefunken (Terrassa, marzo-mayo de 1970) o Harry Walker (Barcelona, diciembre de 1970-febrero de 1971), el impulso decisivo de aquel cambio lo proporcionaron las masivas movilizaciones contra el consejo de guerra de Burgos.

Con dichas movilizaciones ya en marcha, durante la segunda mitad de diciembre Comunismo reconocería que el consejo de guerra operaba “como cristalizador de todas las luchas obreras y estudiantiles anteriormente dispersas” y contribuía a su extensión, en el contexto de “un combate directamente político”; también certificaba el seguimiento conseguido por la convocatoria del 3 de noviembre, aunque interpretaba que se debía a la “combinación de la lucha por las reivindicaciones concretas de cada sector […] y de la lucha contra la amenaza de muerte para seis de los encartados en Burgos” y no a la consigna de amnistía. Ésta seguía siendo criticada porque significaba “reclamar un acto de perdón a la actual Dictadura de Franco” y se le contraponía la exigencia pura y simple de la libertad de los presos políticos. Otro elemento de diferenciación respecto al PCE eran las formas de acción: frente a su defensa de las acciones exclusivamente “pacíficas”, se reiteraba la necesidad del enfrentamiento violento con las fuerzas policiales. El detallado relato que Comunismo ofrecía de los hechos acaecidos durante las semanas precedentes refleja que el grupo tenía buen conocimiento de ellos y presencia en las acciones, por lo menos en Barcelona, Euskal Herria y Madrid: movilizaciones estudiantiles ya en ascenso durante noviembre; paros obreros y universitarios y manifestaciones en Barcelona el 30 de aquel mismo mes; el 3 de diciembre, día del inicio del consejo de guerra, explosión huelguística y de manifestaciones en Gipuzkoa y Bizkaia; el mismo día, paros y manifestaciones en el área de Barcelona, que continuarían con “acciones comando”, algunas de ellas “extremadamente violentas, como la manifestación de la calle Tuset”;[2] también en Madrid, con un menor nivel de movilización general que el 3 noviembre, habían “proliferado las manifestaciones fantasma y comandos demostrativos contra Bancos y otros establecimientos de carácter marcadamente antipopular”. A modo de balance, Comunismo concluía -y ello representaba una novedad para el grupo- que “ha sido una reivindicación democrática […] lo que ha operado una centralización súbita de las mil iniciativas dispersas”, si bien seguía poniendo el acento en que “lo realmente nuevo […] ha sido el paso de sectores enteros de las masas al enfrentamiento masivo con la policía armada y la guardia civil”. El mismo ánimo satisfecho mostraba el balance de la propia intervención del grupo, que también reflejaba qué modalidades de acción priorizaba en aquellos momentos: “En todas las acciones hemos buscado la unidad de acción con los demás militantes de vanguardia y hemos emprendido la lucha de modo decidido. Nuestra participación en estas acciones de masa no nos ha impedido la organización de algunas manifestaciones y comandos demostrativos que se han desarrollado con un notable grado de organización, no entregando ningún militante a la policía” (s.a., 1970, diciembre).

Estaba todavía por llegar la segunda oleada de movilizaciones, a fines de diciembre, a raíz de la sentencia -conocida el 28- que imponía nueve condenas a muerte a seis de los procesados. La presión interior e internacional tuvo como consecuencia la inmediata conmutación de las mismas, acordada por el Gobierno el 30. El antifranquismo había logrado una incuestionable victoria, tras la cual nada volvería a ser igual. Así lo valoró el grupo Comunismo, que en enero de 1971 analizaba que el régimen no había previsto “la reacción de importantes sectores de vanguardia del proletariado, de las masas estudiantiles […] y, en algún punto (Guipúzcoa), de poblaciones enteras, movilizándose tras unas reivindicaciones directamente políticas, extendiendo las formas de lucha en la calle y llegando, en ocasiones, al enfrentamiento violento […]”; tampoco “la amplitud de la reacción internacional”, con movilizaciones obreras y populares que habían “forzado a la burguesía [de distintos países europeos]” a intervenir. De este modo, “la respuesta de las masas a escala nacional e internacional ha hecho retroceder a la dictadura franquista. Ésta, por primera vez en su historia, no puede presentar este paso atrás como una concesión ‘graciosa’”. Resulta indicativo de un cambio de percepción no insignificante -aunque tal vez inconsciente- que se valorara así una conmutación de penas de muerte por parte de la dictadura, teniendo en cuenta lo que muy poco antes se expresaba sobre la amnistía. Además, para Comunismo, tal retroceso significaba “una nueva agravación de la crisis política de la burguesía, la sitúa en una encrucijada en la que ningún camino conduce a buen puerto. Cualquier medida [sea represiva o de apertura] desemboca en una mayor agudización de todas las contradicciones, precipitando más tarde o más temprano, nuevos estallidos de luchas”. En suma: “Algo ha cambiado: hemos entrado en una nueva fase de auge de las luchas, que situarán una y otra vez al capitalismo español ante el mismo dilema” (s.a., 1971, enero).

La noción de que en España no sólo se registraba una crisis del régimen político sino también de la dominación capitalista constituía una de las varias expresiones de la culminación -precisamente con Burgos- de las experiencias realizadas por las corrientes situadas a la izquierda del PCE durante el cuatrienio 1967-1970, un período caracterizado por una compleja combinación de intensificación represiva, luchas duras y radicalizaciones que vino a sugerir el fracaso de la orientación previamente sostenida por el PCE y fundamentar las expectativas de aquellas corrientes. Como señaló Hartmut Heine en un texto que resiste admirablemente el paso del tiempo: “todo ello refuerza en amplias capas de la juventud obrera y estudiantil la convicción de que en España existen ya las condiciones objetivas para una revolución socialista o, al menos, para la primera fase de la misma, la ‘democrático-popular’”; de ahí, añadía, que entre 1967 y 1971 cristalizara la mayoría de organizaciones de izquierda revolucionaria (Heine, 1986, pp. 152-153).

Entre ellas, la ya incipiente LCR sería de las que considerarían que no habría solución de continuidad entre el derrocamiento de la dictadura y la lucha por el socialismo. Esta concepción se condensaba en el texto de Ernest Mandel publicado en enero de 1971 en Quatrième Internationale bajo el título “Le crépuscule du franquisme” (Mandel, 1971). Con el trasfondo de Burgos, Mandel analizaba que, debido a la debilidad del capitalismo español, “mientras dure la combatividad creciente de las masas, la burguesía española sólo tiene perspectivas realistas de supervivencia en el marco de una dictadura”. En coherencia con ello, “la dictadura franquista no puede metamorfosearse en democracia burguesa ‘bajo la presión de las masas’. Debe ser derrocada por una acción directa revolucionaria de las masas” que “pondrá al orden del día [...] la creación de una democracia socialista de los consejos”. Este balance de Burgos postulaba, pues, la actualidad de la perspectiva revolucionaria, un elemento que no se había explicitado en los análisis de Comunismo y que a partir de aquel momento y durante los tres o cuatro años siguientes informaría poderosamente la visión de la organización que estaba naciendo en aquellos mismos momentos: la LCR.

“El paso está dado”… y la mirada puesta en un nuevo Burgos y más allá

Efectivamente, el mismo boletín de enero de 1971 que contenía los análisis de Comunismo sobre Burgos citados anteriormente muestra que el colectivo se hallaba ya en avanzado proceso de transformación en LCR. Si bien en algunos pasajes se habla todavía del “grupo”, el documento incluye un borrador de “estatutos de la Liga Comunista Revolucionaria”, el nombre de la futura publicación, Combate, y un esbozo de los contenidos de sus primeros números, así como una serie de propuestas para una campaña de implantación y reforzamiento de la nueva organización (s.a., 1971, enero). Y es que, como evocaba Miguel Romero, con Burgos “la hibernación terminó, aquellos debates insoportables sobre el sexo de diversos ángeles althusseristas o trotskistas fueron olvidados”; la masiva lucha “nos hace saltar por los aires toda esta historia que habíamos montado: ‘Bueno, ya está bien; vamos a dejarnos de rollos y vamos a volver hacer lo que nos gusta, lo que queremos, que es además lo que sabemos hacer’. Y de ahí nace, con esta ruptura de esta etapa hiperteoricista e hiperideologizada, la Liga, que nace ya como un proyecto vinculado al mundo de la Liga francesa, y por tanto a Mandel y compañía”. (Respectivamente, Romero, 2008, pp. 320-321, y Equipo Cartografías de Culturas Radicales, 2014, p. 49). En efecto, la constitución de la LCR fue inmediata. En marzo de 1971, el primer número de Combate proclamaba, sin mayores precisiones, la existencia de la organización. Ésta extraía de su propia experiencia de las movilizaciones por Burgos las perspectivas de futuro: “Nuestro grupo, nacido de una de las fases de crisis más agudas de la izquierda revolucionaria en España, se ha debatido durante todo un período dentro de las limitaciones teóricas y políticas del contexto nacional. Así es como hemos llegado a las luchas contra los Consejos de Guerra, con una serie de retrasos políticos y organizativos que se plasmaban en limitaciones para asumir las tareas inmediatas a escala de Estado que planteaba el movimiento de masa por la liberación de Izco y sus compañeros”. Ahora se trataba de superar dichas limitaciones: “Para nosotros el paso está dado, el grupo Comunismo indeciso, teoricista, y replegado sobre sí mismo, queda atrás para dejar paso a una organización leninista, instrumento de la intervención de los marxistas revolucionarios tras su propia bandera política […]”, aunque prudentemente la LCR se calificaba a sí misma de “mediación político-organizativa” para la construcción del deseado partido revolucionario (Buró Político de la LCR, 1971, marzo).

Burgos no solamente había sido el catalizador de la constitución de la LCR; también iba a marcar el horizonte de sus primeros años de existencia y acción. La perspectiva de “un nuevo Burgos” -no sólo repetido, sino ampliado- estaría muy presente en la mirada estratégica de la organización, como futura expresión de los avances de la “maduración de una situación prerrevolucionaria”, proceso éste que no se consideraba completado todavía, pero sí abierto por las movilizaciones de diciembre de 1970. Si éstas, según se analizaba dos años después, habían comportado un “salto cualitativo” y habían dado lugar a “un cambio en la correlación de fuerzas entre las clases sociales”, ahora se preveía que “la dinámica que apuntan los combates actuales, con su tendencia a la politización y la generalización, va a signifcar el desarrollo de huelgas políticas de masa más importantes que el pasado Burgos […]. Es a través de la experiencia en estos combates como la clase obrera y las masas podrán adquirir la capacidad para organizar una Huelga General Revolucionaria, es decir una huelga política de masas con carácter insurreccional capaz de derrocar a la dictadura”; en clave de revolución permanente, ello debería abrir la puerta a la lucha directa por el socialismo (II Congreso de la LCR, 1972, diciembre). (La modulación estratégica que progresivamente llevaría a la organización a centrar sus esfuerzos en la lucha por la ruptura de raíz con la dictadura en oposición a la reforma del régimen llegaría más adelante, sobre todo a partir de 1974, pero ello ya queda fuera del objeto del presente trabajo.)

26/12/2020

Ricard Martínez i Muntada es historiador del Centre d’Estudis sobre Dictadures i Democràcies de la Universitat Autònoma de Barcelona (CEDID-UAB). Fue militante de la LCR desde 1984 hasta el final.

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Referencias documentales y bibliográficas

 

II Congreso de la LCR (1972, diciembre) “Resolución sobre intervención en el Movimiento Obrero organizado” y “Resolución sobre la construcción de la LCR como Sección de la IV en el Estado español”. Comunismo, 5, pp. 11-28 y 29-40. Archivo Digital de la LCR (ADLCR), 1.24, http://cdn.vientosur.info/Capitulo%201%20PDFs/Doc.%201.24.pdf, y 1.26, http://cdn.vientosur.info/Capitulo%201%20PDFs/Doc.%201.26.pdf.

Buró Político de la LCR (1971, marzo) “¡¡Viva la Liga Comunista Revolucionaria!!”. Combate, 1, pp. 3-9. ADLCR, 1.4, http://cdn.vientosur.info/Capitulo%201%20PDFs/Doc.%201.4.pdf.

Caussa, M. (2011) “La LCR y la izquierda radical (1966-1975)”. viento sur, 115, pp. 49-55. http://cdn.vientosur.info/VScompletos/VS115_Caussa_LCR.pdf.

Caussa, M. (2014) “Los orígenes de la LCR, 1969-1973”. En M. Caussa y R. Martínez i Muntada (eds.) Historia de la Liga Comunista Revolucionaria (1970-1991). Madrid: La Oveja Roja. https://www.historialcr.info/IMG/pdf/Historia-de-la-LCR-libro.pdf.

Equipo Cartografías de Culturas Radicales (coord.) (2014) Memoria de combate. (Auto)biografía oral de Miguel Romero, “Moro”. Madrid: Ediciones Contratiempo. https://postmetropolis.com/download/350/.

Heine, H. (1986) “La contribución de la ‘nueva izquierda’ al resurgir de la democracia española, 1957-1976”. En Josep Fontana (ed.) España bajo el franquismo. Barcelona: Crítica.

Mandel, E. (1971) “Le crépuscule du franquisme”. Quatrième Internationale, 47; traducción castellana (2006): “El crepúsculo del franquismo”. viento sur, 84, pp. 84-93. http://cdn.vientosur.info/VScompletos/vientosur84-elcrepusculodelfranquismo-ErnestMandel.pdf.

María [L. González] y Gerardo [J. Pastor] (1970, noviembre-diciembre) [sin fecha, pero inequívocamente datable] “La Jornada del 3 de noviembre y la intervención de los revolucionarios”. Boletín, 8, pp. 1-3. Dipòsit Digital de Documents de la UAB (DDD-UAB), http://ddd.uab.cat/pub/ppc/boletinLCR/boletinLCR_a1970n8.pdf.

Romero, M. (2008) “Mayo del 68 desde lejos: un ensayo impaciente”. En M. Garí, J. Pastor y M. Romero (eds.) 1968. El mundo pudo cambiar de base. Madrid: Libros de La Catarata.

s.a. (1970, abril) “Marxismo leninismo y oportunismo (aproximación a la construcción del partido comunista en España)”. Comunismo, 0/1. ADLCR,  1.1, http://cdn.vientosur.info/Capitulo%201%20PDFs/Doc.%201.1.pdf.

s.a. (1970, octubre) “Declaración sobre la ‘Jornada nacional por la amnistía’”. Comunismo, s.n. DDD-UAB, https://ddd.uab.cat/pub/ppc/comunismo/comunismo_a1970m10.pdf.

s.a. (1970, diciembre) “El consejo de guerra en Burgos y la lucha de masas contra la represión”. Comunismo, s.n. DDD-UAB, https://ddd.uab.cat/pub/ppc/comunismo/comunismo_a1970m12.pdf.

s.a. (1971, enero) [sin fecha, pero inequívocamente datable]  “Proyecto de Táctica-Plan”. Boletín, 9. DDD-UAB, http://ddd.uab.cat/pub/ppc/boletinLCR/boletinLCR_a1971n9.pdf.

Notas

[1] Empleo el término “primera LCR” para subrayar que el proceso de formación de la organización continuaría hasta la fusión con ETA VI Asamblea, en diciembre de 1973.

[2] La manifestación de Tuset (5 de diciembre) fue una sonada acción del grupo Comunismo, con destrozo de escaparates y vehículos en un lugar de ocio de la burguesía ilustrada local y, en particular, de la llamada gauche divine.

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