Uno de los más poderosos movimientos comunistas del mundo fue diezmado en 1965-66, por medio de una represión feroz. Con la bendición de las potencias imperialistas.
Colonia holandesa ocupada durante la Segunda Guerra Mundial por los japoneses, Indonesia proclamó su independencia –como el Vietnam- con ocasión de la revolución de agosto de 1945. Como Vietnam también, esta independencia fue puesta en cuestión por el envío de un cuerpo expedicionario (inglés, en aquel caso) y por la voluntad de la antigua potencia colonial de reimponer su dominación. Pero, a diferencia de Vietnam, el movimiento nacional logró finalmente su objetivo en 1949.
El nuevo Estado indonesio es entonces heterogéneo. Alrededor de la figura emblemática de Sukarno, el Partido comunista (PKI) coexiste con el ejército. El régimen de la ley marcial instaurado en 1957 da a este último un poder creciente. Sobre cuestiones como la reforma agraria, las tensiones se hacen cada vez más agudas, hasta alcanzar un punto de ruptura en 1965. Ya en varias regiones, el PKI era declarado fuera de la ley por los militares, que detenían a sus dirigentes. Convencido de que el ejército iba a atacar al conjunto de su movimiento, el 30 de septiembre de 1965, un pequeño grupo de oficiales progresistas intenta decapitar al Estado Mayor. Fracasa. Los militares toman el control efectivo del estado y desencadenan una de las represiones más sangrientas de la historia contemporánea.
Cualquier sospechoso de ser miembro o simpatizante del PKI, de pertenecer a una de sus organizaciones de masas, es detenido. El ejército, grupos religiosos (musulmanes) anticomunistas y las milicias de los terratenientes perpetran numerosas masacres, que alcanzan también a los comunistas chinos. ¿Cuántas víctimas?. Solo en los campos de detención, más de 500.000 prisioneros habrían sido asesinados. Amnesty International señala, en 1977, que “para muchos observadores independientes, es probable que bastante más de un millón de personas hayan sido asesinadas de forma expeditiva durante ese período” /1.

Terror y dictadura

Los comunistas no son los únicos alcanzados. En marzo de 1966, Sukarno abdica en beneficio del general Suharto; varios de sus allegados son detenidos. El país vive 33 años bajo la dictadura militar. El cuerpo de oficiales superiores toma el control de sectores enteros de la economía. El ejército hace el vacío político a su alrededor: las poderosas organizaciones musulmanas que habían participado en la cura anticomunista son despolitizadas, encajonadas en la acción social. Los servicios de policía y de información son omnipresentes. Decenas de miles de detenidos deben sobrevivir en secreto, en condiciones inhumanas.
La contrarrevolución indonesia de 1965-66 provocó, en aquel momento, una verdadera onda de choque en los medios progresistas internacionales. El PKI aparecía como el más poderoso partido comunista del mundo capitalista, proclamando tres millones de miembros (y diez millones en sus organizaciones de masas). En el conflicto chino-soviético, se había situado del lado de Pekín, mostrándose así como una organización radical, sin ser propiamente hablando maoísta. Fue sin embargo aplastado sin poder oponer al ejército una resistencia organizada a escala nacional.
El golpe de estado de Pinochet de 1973 alimentó violentas polémicas entre la extrema izquierda revolucionaria y los partidos comunistas proMoscú que habían tomado Chile como modelo. Al haber sostenido Pekín hasta el final la política del PKI, la contrarrevolución indonesia opuso a organizaciones trotskistas y maoístas /2. Los debates de entonces muestran, en Occidente, un gran desconocimiento de Indonesia. Muy pocas cuestiones son abordadas y más vale no hacer de ellas modelos. Pero los debates se central alrededor de un asunto clave: el Estado.
Ironías de la historia, las Ediciones de Pekín publicaron, en 1965, el mismo año del desastre, textos muy optimistas escritos dos años antes por el principal dirigente del PKI: D.N.Aidit. Afirmaba en ellos que “actualmente, no existen fuerzas armadas enemigas en Indonesia, no hay más que las de la República indonesia” y presenta en ellos su teoría de los “dos lados antagonistas” del estado indonesio, según la cual el que representa los intereses del pueblo “se refuerza cada día”, frente al que representa la oposición al pueblo. Lamentablemente, las perspectivas de evolución progresiva de las relaciones de fuerzas en el seno del aparato de estado se hundieron brutalmente en el terror blanco.

Deber de memoria

Tales debates sobre el estado, alimentados por la experiencia desastrosa de Indonesia y de Chile de los años 1965-1975, están hoy pasados de moda, incluso son tratados de “vulgares”. Sin embargo no han perdido su pertinencia. Más vale no olvidar las lecciones, a tan alto precio pagadas, de las contrarrevoluciones.
Un deber de memoria es necesario hacia una generación militante entera diezmada por una represión de una rara violencia. Hay hoy organizaciones que luchan, en Indonesia, para que la verdad sobre la amplitud de las masacres y de las detenciones, sobre la suerte de los desaparecidos, sobre las responsabilidades sea al fin conocida. En vano. El estado indonesio no ha sido purgado de los torturadores y de los asesinos.
Esas organizaciones que no quieren aceptar el olvido merecen tanto más nuestra solidaridad por cuanto que el régimen militar del general Suharto se instaló con la bendición de los imperialismos occidentales. ¡No era el momento de discursos sobre los derechos humanos!. A ojos de Washington, el PKI debía ser borrado del mapa y una buena dictadura anticomunista valía mil veces más que un dirigente tan poco fiable como Sukarno, el que había presidido el nacimiento del Movimiento de los No Alineados en Bandung, en 1955. Por las mismas razones, Occidente apoyó la criminal invasión, por Indonesia, de Timor Este, antigua colonia portuguesa que accedía a la independencia: no había que correr el riesgo de un desarrollo “a la cubana” en el patio trasero asiático.
Las consideraciones estratégicas primaban entonces –como siguen primando. Había que completar el cordón sanitario aislando a las revoluciones chino-vietnamitas, desde Corea a Tailandia; guardar el control de las vías de paso marítimo entre el océano Indico y el Pacífico (¡la ruta del petróleo!); acceder a las amplias riquezas naturales del archipiélago indonesio; mantener en el lado imperialista el mayor país musulmán del mundo... Nos corresponde exigir que las complicidades occidentales en el baño de sangre indonesio sean conocidas y reconocidas.

Rouge, 29/09/2005

Traducción: Alberto Nadal

1/. « Indonésie », Informe de Amnesty International, 1977.
2/. Ver por ejemplo, de la IVe internacional, el folleto The Catastrophe in Indonesia, Merit Publisher, New York, 1966.
3/. D. N. Aidit, La Revolución indonesia y las tareas inmediatas del Partido comunista indonesio, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1965.

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