A lo largo del siglo XIX, en las sociedades industriales del Norte surgen significativos debates públicos en torno a la construcción de un nuevo orden social desligado de la propiedad y del control autoritario. A partir de 1870, este clima de ruptura se traslada al Río de la Plata a través de las corrientes inmigratorias de ultramar, en especial, por aquellas voces libertarias del movimiento obrero, sin el grado de impacto cultural que alcanza en Europa y que tiene por epicentros a Francia e Inglaterra.

El pensamiento anarquista, puesto en juego en esta época, encierra una tentativa de subvertir el orden instituido por medio de una identidad construida en virtud de un anticlericalismo, con el objetivo de producir una más amplia secularización de la vida social y bajo los supuestos de un evolucionismo positivista/1.

Lo novedoso en este discurso es la impugnación tanto de la esfera pública, en su cuestionamiento al Estado, a los partidos políticos y a la Iglesia, como de la privada, en su deseo de quebrantar la moral sexual y el modelo familiar imperante. Si bien este carácter denunciativo en torno a la esfera íntima se presenta en otras corrientes librepensadoras —tales como la socialista y el liberalismo radical— es con el ideario libertario que alcanza una profundidad singular al levantar un velo sobre el privilegio viril en los usos cotidianos y sexuales. Sus enfoques siempre están encuadrados dentro de la heteronorma como condición fundante de la sexualidad humana y, por consiguiente, dentro de la estructura familiar, siendo ésta el único espacio de expresión y desarrollo del mundo afectivo e íntimo de las personas.

Así comienza el anarquismo del Río de la Plata a permear las agendas de las vanguardias políticas y sindicales, durante las tres primeras décadas del siglo XX, con determinados temas en torno a la sexualidad y a la vida amorosa, abarcando desde las regulaciones afectivas hasta los comportamientos sexuales.

La familia patriarcal y jurídica, la consagración religiosa y civil de la unión conyugal, el doble patrón de la moralidad sexual, la castidad, el sometimiento de las mujeres, son algunos de los tantos puntos de su crítica permanente. En su lugar sostienen que “...la igualdad natural de ambos sexos y la libertad de las partes llevará a tratar de mantener el cariño del otro por lo que la mejor garantía de durabilidad es la propia voluntad/2.”

Dado que auguran una reforma social, solamente las pasiones sin ningún tipo de frenos, provocarán las condiciones necesarias para el compromiso total y, en este punto, el matrimonio burgués representa una traba. Éste es visto como la legalización de la sumisión de la mujer por el hombre. En este sentido, proponen un nuevo patrón familiar, basado en el amor libre o la unión libre. Si bien este modo vincular representa un núcleo duro de las premisas libertarias, no obstante, sus propagadores no tienen una visión uniforme al respecto, la misma conlleva una acentuada variedad de matices relacionadas con la fidelidad y la durabilidad de la relación.

En una declaración de principios de la Federación Libertaria de los Socialistas Anarquistas, de 1895, se sintetizan varios de sus presupuestos: “Considerando que la mentira matrimonial -siendo una forma de contrato mercantil que legitima la unión sin amor y, por el hecho de ser legal, obstaculiza la unión formada por los solos vínculos del amor- no desaparecerá sino con la igualdad completa de intereses entre ambos sexos, con la abolición de la desigualdad de clases y de la ficción jurídica; restituyendo el amor libre de impedimentos y prejuicios, la soberanía exclusiva en la unión sexual, la cual purificada y asentada sobre la indisoluble base de los afectos surgirá la familia del porvenir/3."

Ahora bien, es en el campo de la regulación de los nacimientos y en el tamaño de sus unidades domésticas, donde se abren líneas de debate en torno a “...las técnicas contraceptivas, abortos, abandonos de niños e infanticidio dentro del mundo médico y, en especial, entre aquellos vinculados a instituciones oficiales/4. A menudo la discusión sobre los modos de controlar la natalidad -bajo el supuesto de que cualquier intento de limitación de la maternidad es considerado antinatural y, por lo tanto, inmoral- incita a fuertes desacuerdos entre los diferentes grupos, coexistiendo posturas antagónicas y ambivalentes. Por ejemplo, en Buenos Aires se asiste a un aumento en la “...difusión de diferentes técnicas contraceptivas como un recalentamiento del debate científico, filosófico y político en torno a ellas. Las modalidades son variadas y van desde antiguos hábitos fisiológicos (prolongación del amamantamiento) hasta el uso del condón, diafragmas, productos químicos, esterilizaciones temporarias o permanentes. Los preservativos constituyen la segunda técnica más empleada, fundamentalmente por los sectores medios/5.

La modernización de mano de la prédica médica

Quienes sostienen propuestas malthusianas, enfatizan la necesidad de “la renovación de un discurso esencialmente médico, profiláctico e higienista/6.Las líneas rectoras del pensamiento finisecular se asientan en las ciencias sociales -de cuño positivista- y médicas; son ellas las que se proponen resolver los graves conflictos sociales que emergen en el nuevo escenario urbano (aglomeraciones, pobreza, hacinamiento, enfermedad) y al que se integra la búsqueda del bienestar físico y moral de los sujetos. Entre las propuestas teóricas, las más valoradas será el higienismo social que observa los impactos del medio social sobre la salud, entendida ésta como una relación directa entre pobreza y enfermedad. Representa un intenso movimiento de especialistas interdisciplinarios destinado a “...obtener la atención de sus propios colegas, dirigir la reforma institucional del aparato público y sancionar leyes que contengan los preceptos de la higiene/7. En suma: promueve mejores usos y una reforma moral de las clases subalternas para enseñar nuevas formas de comportamiento por el bienestar de las generaciones futuras.

En cuanto a las vanguardias librepensadoras harán uso de estos recursos, comprometiéndose a que su prédica sea impregnada científicamente para modificar desde la acción, “los grandes males de la humanidad”. Se abre, entonces, la posibilidad de abordar desde un análisis laico, las imbricadas cuestiones del placer sexual y sus derivados. Pero, en su fructífera producción no aparecen suficientes referencias al recurso abortivo. Tampoco surge una discusión abierta y explícita sobre el mismo, y si se presenta lo hará, en la mayoría de los casos, a partir de un discurso de censura. Merece un párrafo aparte el pensamiento del médico anarquista Juan Lazarte/8. A lo largo de su vastísima producción surge una búsqueda de respuestas a un conflicto social pero, también, esa preocupación encierra ciertos prejuicios propios de ese clima de época. Este pionero anarquista plantea que el aborto inducido existió en todas las sociedades humanas. Ahora bien, abortar no significa lo mismo para una clase social que para otra. Según él, en la burguesía resulta una práctica voluntaria y más que generalizadas: en esta circunstancia el aborto es condenable. A diferencia de la de los sectores populares, que son arrastrados a llevarlo a cabo no tanto por propia voluntad, sino por el hecho de estar condicionadas por su pertenencia de clase. Ya sea por causas económicas, insalubridad en el trabajo, deterioro físico, o por multiplicidad de embarazos y partos prematuros, ellas recurren al aborto o abortan naturalmente. Bajo esta situación, no deciden sino que son obligadas por el imperativo social. Para Lazarte “para esta clase de galeotes, el embarazo es una cadena más brutal que la prisión. Las que son casadas (y con el concepto que tiene el macho de su voluntad soberana) necesitan prestarse a los deseos del marido. Está demostrado que el obrerismo predispone a la muerte durante el embarazo por favorecer los abortos y los partos prematuros/9. En tanto que los voluntarios se corresponden con mejores condiciones económicas.

El rol idealizado de maternidad

A partir de estas líneas argumentativas, se abren algunas presunciones. Por un lado, no existe aún terreno fértil para entender la condición femenina por fuera de la maternidad obligatoria. Por el otro, emerge una lucha de sentido entre la maternidad tradicional (sin limitación) y la nueva maternidad (con limitación) y es en ese campo, y no en otro, donde se concentra la mirada innovadora y rupturista. Cabe pensar, entonces, que elegir libremente el número de hijos se ejercita sólo con el uso de métodos contraceptivos. De este modo, para Lazarte “La limitación de los nacimientos es el fruto de la evolución social. La aceptación del deber de la maternidad consciente es un descubrimiento notable y como un hecho social indiscutido. La mujer tendrá el hijo cuando quiera y los que desea. Existe pues un derecho a ser madre. Muchos hijos provienen de lo animal/10. Mientras sostiene que “La humanidad es un hombre, una mujer y un niño. No existe el matrimonio sin hijos/11.

Pero no siempre este enunciado punitivo sobre el aborto voluntario es propagado por los varones. Por ejemplo, en el periódico comunista anárquico La voz de la mujer, emprendido por el impulso de Virginia Bolten en 1896, el aborto se mencionada como “...algo que las monjas y las mujeres burguesas llevan a cabo y como evidencia de su hipocresía. No hay certezas de si es el acto mismo el que debe ser deplorado, o solamente la gente que lo realiza. Las redactoras adoptan la posición convencional anarquista acerca de su ilegitimidad, rechazándolo como un prejuicio social irracional y expresando sus simpatías por sus víctimas/12. Entre tanto, Teresa Claramunt -figura de culto del anarquismo catalán y con un pródigo predicamento en las filas rioplatenses- cuestiona dicho procedimiento:”… en las mujeres recae la responsabilidad de estos hechos como resultado de ... la degradación de sentimientos a que han llegado las mismas. (...)Hay casadas que al notar los primeros síntomas del embarazo maldicen no a la sociedad sino al fruto de sus entrañas y toman brebajes para arrojarlo prematuramente o se entregan en manos de comadronas poco escrupulosas que con instrumentos punzantes, destrozan el embrión de un ser humano. (...) Muchas sólo aguardan su alumbramiento para abandonar de inmediato al fruto de sus entrañas en cualquier matadero de la infancia o darlo al cuidado de gente extraña que lo atienda por poco precio/13.

En el caso específico de aquellas anarquistas cuyos compañeros son militantes o adherentes a la causa, se refuerza el rol idealizado de maternidad por su presencia activa y de sustento dentro de la estructura familiar. Las razones son evidentes: la familia anarquista casi siempre se mantiene al margen de la ley. No sucede lo mismo con la socialista, cuyos integrantes comprometidos son reconocidos como opositores al sistema democrático liberal pero no como enemigos acérrimos. En cambio, un activista libertario vive observado, perseguido y condenado por el orden establecido: es desalojado de los conventillos y de los lugares laborales, pasa largos períodos en prisión, en la clandestinidad o deportado. Eso provoca que las obligaciones mayores y menores en torno al mantenimiento material y emocional de los vástagos y de la unidad doméstica recaigan en ellas. Si en vez de ser acompañantes son también activista, la situación se complejiza porque alteran su “noble” función: ser pieza fundamental de la unidad de las relaciones parentales. En realidad, su ofensiva está en direccionar sus críticas básicamente, al sistema capitalista como único orden de opresión existente, en tanto definen la dominación sexual hacia las mujeres no como un sistema de representación simbólica y material sino como modos y efectos de los comportamientos egoístas de los varones. Es engañoso creer entonces que ellas podrían avanzar más allá de sus limitaciones históricas, por más que presenten cuestionamientos osados e innovadores para nuestra realidad/14.

A diferencia de los grupos librepensadores, la literatura médica especializada de la época es la única fuente disponible hasta el momento que visibiliza el aborto y permite un acercamiento a los conflictos presentados por aquellas que concurren de urgencia a los hospitales y maternidades públicas. Ante el desconocimiento y la imposibilidad de acceder a métodos contraconceptivos artificiales, las técnicas más difundidas para la regulación reproductiva en el mundo obrero, en esta etapa del capitalismo industrial, son la abstinencia, el coitus interruptus y el aborto voluntario y éste termina siendo un método recurrente de aquellas que trabajan en las fábricas o que disponen de alguna responsabilidad salarial en el aporte a la subsistencia familiar/15.

De este modo, el aborto voluntario podría ser un recurso quizás más quenaturalen los grandes centros urbanos del Río de la Plata, justamente por ser también los circuitos más fértiles de la prostitución organizada hasta finales de 1930. Además, junto con la propagación de las enfermedades venéreas, la trata de blancas, las técnicas contraceptivas representan cuestiones convocantes, tanto de los higienistas sociales, de la intelectualidad anarquista como de las feministas blancas e ilustradas. Éstas últimas incorporarán estos asuntos en sus discursos, atendiendo las líneas de argumentación que se encuentran en médicos e higienistas/16. No obstante, no emergen desde estos campos voces notorias que transmitan claridad y oxígeno al problema del aborto voluntario. Ya fuere por una razón, o por otra, dicha práctica es silenciada u omitida de los registros políticos a diferencia de lo que hace el discurso médico. Se presumen varias razones. La naturaleza de la maternidad y la pureza moral constituyen bienes incunables y representaciones emblemáticas del ser femenino. La madre es la principal proveedora de afectividad y la que aquieta los excesos y los vicios que aparecen al interior de su familia, estructura vivida como una esperanza de cambio por ser la célula originaria de la sociedad y la nación. De allí, el “rol pretoriano” reservado a ellas. Por lo tanto, toda costumbre percibida como inusual no sólo representa una amenaza permanente al mundo íntimo y privado sino que además atenta contra la evolución y el progreso, ideales fundantes de la humanidad en esta época. Tampoco las mujeres hacen escuchar sus voces de reclamo porque aún la sexualidad (y sus imbricados recovecos) continúa relegada al plano de lo privado como un tema sombrío a la discusión pública al no haber un movimiento de mujeres y feministas que accionen en lo público. No resulta extraño, entonces, que, con tonos de prédica pedagógica, se presentan las llamadas cartillas higiénicas, que promueven una serie de sugerencias novedosas para modernizar desde la ciencia a ese lugar tradicional, en virtud de una concepción más racional del cuidado y crianza de los niños.

En el horizonte mental de la época va surgiendo la construcción de un fuerte ideal de maternidad, que considera que a las mujeres no les basta con su capacidad biológica para la procreación sino, también, que se las debe preparar humanamente. Por ello, “el discurso médico acentúa la necesidad de crear una conciencia de aprender la profesión de madre en pos de la salvación de la sociedad, la nación y la raza/17.

Es evidente que tanta insistencia por parte de los médicos encierra una gran preocupación: la imposición de la categoría mujer como equivalente de madre nos devela que el recurso abortivo es sumamente recurrente y que ellas violentan y desobedecen las férreas exigencias de ese ideal hegemónico. “La misma enunciación de las vanguardias librepensadoras, al estar teñida por los principios científicos, omite y desconoce las resistencias frente a la reproducción biológica como mandato obligatorio/18.

Es verdad que para sostener un debate que supere el estado de sigilo en el que se encuentra el aborto voluntario en aquellos inicios del siglo XX, se requiere de herramientas conceptuales. Todavía son momentos áridos para configuraciones argumentativas que permitan visibilizar el aborto voluntario como un libre ejercicio para decidir soberanamente sobre los cuerpos. Posteriormente, ese será el desafío que sostendrán los movimientos de desobediencia sexual y política en cuanto a clases, géneros y segregaciones étnico-raciales en la Argentina actual. Siendo así, nuestras ancentras anarquistas dormirán tranquilas.

30/09/2016

Mabel Bellucci es activista feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en el Instituto de Investigación Gino Germani (IIGG)-UBA, de la Cátedra Libre de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito en la Facultad de Ciencias Sociales-UBA. Autora Historia de una desobediencia. Aborto y Feminismo. Capital Intelectual. 2014

Notas:

1/ Barrancos, Dora, “Anarquismo y sexualidad” en Diego Armus (compilador) Mundo urbano y cultura popular. Estudios de Historia Social Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1990. p. 17.

2/ Recalde, Héctor, “Sexo y amor en la propaganda anarquista”, Buenos Aires, Todo es Historia, nº 355,1997.p. 29.

3/ S/R. La Libre Iniciativa, n° 2, Rosario, 1895. p. 2.

4/ Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la natalidad y el debate médico, 1890-1940”, en Mirta Sábato (ed.) Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina, Biblos-Universidad de Mar del Plata,1996. p. 1

5/ Ibídem, p. 9.

6/ Barrancos, Dora, op. cit, p. 19.

7/ Ibídem., p. 114.

8/ Nacido en Rosario, en 1891. Fue biólogo, médico sanitarista, sociólogo, profesor universitario, ensayista. Su libro El control de los nacimientos tuvo una amplia difusión en España durante la II República, en 1931.

9/ Lazarte, Juan, “Los límites del nacimiento. Contribución al estudio de los problemas sexuales”, Rosario, Cuaderno de Cultura Argo ,1934. p. 8 y 9.

10/ Lazarte, Juan., op. cit., p. 13.

11/ Lazarte, Juan, Revolución sexual, Buenos Aires, Nervio, 1932. p. 6

12/ Molyneux, Maxine, “Ni Dios, ni Patrón, ni Marido. Feminismo anarquista en la Argentina del siglo XIX”, presentación a La voz de la mujer. Periódico comunista-anárquico 1896-1897, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997. p. 28.

13/ Claramunt, Teresa, La mujer. Consideraciones generales sobre su estado ante las prerrogativas del hombre, Barcelona, A. Zuccarelli, S/R. p. 8

14/ Bellucci, Mabel ,"Anarquismo, sexualidad y emancipación femenina. Argentina alrededor del 900",n° 109,Venezuela, Nueva Sociedad, 1990. p 56.

15/ Mc Laren, A., “El trabajo de la mujer y la regulación del tamaño de la familia: la cuestión del aborto en el siglo XX”, en Mary Nash (ed.) Presencia y protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer, Barcelona, Ed. del Serbal, 1984. p. 115.

16/ Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1994. p. 123.

17/ Nari, Marcela, op. cit., p. 4.

18/ Bellucci, Mabel, op.cit. p.45.

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