Todas las centrales nucleares de Alemania serán cerradas de aquí a 2022. Los siete reactores más antiguos habían sido parados tras la catástrofe de Fukushima. Otro reactor, víctima de frecuentes averías, había sufrido ya la misma suerte con anterioridad. Las otras nueve instalaciones serán detenidas progresivamente, tres de ellas -las más recientes- continuarán funcionando sin embargo hasta el fin del período. Calificada de irreversible, la decisión ha sido tomada por el gobierno al término de difíciles debates internos: el pequeño partido liberal y una parte del CDU/CSU se oponían a ella. Sin embargo, a fin de cuentas, Angela Merkel ha impuesto su línea, sobre la base de un informe pedido a expertos como consecuencia de Fukushima.

Alemania se pone así a la cabeza del grupo de países europeos que han decidido renunciar completamente a la energía atómica, y que comprende además a Suecia, Suiza, Bélgica e Italia (en estos dos últimos casos, sin embargo, el asunto no está aún zanjado).

La decisión del gobierno de Bonn representa una derrota para el lobby patronal pronuclear, en cuyo seno se encuentran empresas tan influyentes como Thysen Krupp, BASF, BAyer, Daimler-Benz o el Deutsche Bank.

El movimiento antinuclear logra así una victoria, fruto de su tenacidad. Luchando sin tregua desde los años 70 del siglo pasado, ha sacado recientemente aún a más de 160.000 personas a las calles del país. Los activistas no apoyan sin embargo la decisión de las autoridades cuya aplicación encuentran demasiado lenta. Según Greenpeace, por ejemplo, los 17 reactores con que cuenta Alemania podrían estar todos cerrados en 2015, sin que el país tuviera necesidad de importar electricidad (como prevé el gobierno), si fuera adoptado un plan audaz de despliegue de las energías renovables y de subida de la eficiencia energética.

Pero hay más que una cuestión de ritmos: en efecto, si la decisión de salir de lo nuclear es positiva, el plan de Merkel no deja por ello de ser algo a combatir, pues se inscribe plenamente en una lógica productivista en cuyo seno es imposible renunciar a la vez al átomo y a las energías fósiles. Sin embargo, ese es el desafío global al que hoy tenemos que enfrentarnos.

Las centrales nucleares alemanas aseguran el 22% de la producción de electricidad del país, y las renovables el 18%. Para compensar el abandono del átomo sin poner en cuestión el aumento anual de la demanda de electricidad (aproximadamente, un 2%), Angela Merkel apuesta no solo por la energía eólica, la fotovoltaica y la geotermica, sino también por la construcción de centrales de gas, de carbón y de lignito así como por importaciones por un 20% de las necesidades: electricidad hidráulica proveniente de los países nórdicos, biomasa de Europa del Este, solar termodinámica proveniente de la red Desertec que será implantada en Africa del Norte…

Serán necesarios importantes trabajos para adaptar la red local de distribución y habrá que tender 4.000 km de líneas de alta tensión para llevar la corriente producida por los parques eólicos en el Mar del Norte hasta el sur del país. De aquí a a 2020, la parte de las renovables en la producción de electricidad debería pasar al 35%. El aislamiento de los edificios continuará y será impulsado. Pero la canciller no excluye clara y categóricamente la compra a Francia de corriente proveniente de centrales nucleares: "sigue habiendo en Europa flujos de corriente que van y vienen", ha declarado.

El gobierno afirma que su plan de salida de lo nuclear es compatible con el hecho de reducir las emisiones de gas con efecto invernadero un 40% de aquí a 2020 (en relación a 1990). Esta afirmación hay sin embargo que cogerla con pinzas. En 2010, las emisiones alemanas han aumentado un 4,8% en relación al año precedente. Según el estudio "Energy Revolution" realizado hace algunos años por especialistas en termodinámica de la universidad de Stuttgart, salir a la vez de lo nuclear y de los combustibles fósiles de aquí a 2050 no es posible más que si las necesidades finales en energía disminuyen entre un 40 y un 50% según los sectores.

No es este camino el que plantea Merkel: al contrario, alineada con el diktat del crecimiento capitalista, su plan está basado en una extensión continua de la producción y, por tanto, de las necesidades energéticas.

En la opinión pública, es sobre todo el impacto sobre los costes de la electricidad lo que moviliza la atención. Es objeto de estimaciones discordantes: 1 a 2 millardos de euros por año según unos, 3 millardos según otros. Bonn debería invertir no menos de 56 millardos en nueve años para adaptar y desarrollar la red de transporte de la corriente. Merkel repite sin cesar que "los consumidores no pagarán más caro", pero nadie se engaña: el gobierno y las empresas eléctricas se pondrán de acuerdo para transferir la subida de los precios a los consumidores finales. Según la Agencia Alemana para la Energía (Dena), el precio del kilowatio aumentaría un 20% de aquí a 2020. La Federación Patronal de la Industria (BDI) cita una cifra aún más elevada: el 30%.

Una cosa es segura: la patronal está claramente decidida a no pagar la factura. Los cuatro grandes grupos que controlan la producción eléctrica contemplan incluso ir a los tribunales contra la decisión del gobierno. Éste, para calmarles, podría renunciar a cobrar el impuesto sobre el combustible nuclear que proporciona al estado 2,3 millardos de euros por año. Con el objetivo de engatusar a las empresas eléctricas, el gobierno les había ya dispensado de entregar su contribución (300 millones) al fondo para el desarrollo de las energías alternativas.

Hay ciertamente un medio para cerrar las centrales más rápidamente de lo decidido por el equipo de Angela Merkel y reduciendo aún más las emisiones de gas con efecto invernadero pero, para ello, deben cumplirse varias condiciones: 1ª) una reducción importante de las necesidades en electricidad; 2º) una nacionalización por expropiación del sector de la energía, bajo control democrático; 3º) una planificación de la transición energética independientemente de los costes; 4º) la supresión de las producciones inútiles y nocivas, con reconversión de los trabajadores.

Va de sí que estas medidas no entran en consideración para el gobierno, cuya política neoliberal agresiva apunta, al contrario, a impulsar el sector verde del capitalismo alemán: la industria fotovoltaica, que pelea por la dirección mundial en este mercado; y el sector automóvil, que recibirá un millón de euros suplementario para poner a punto nuevas baterías.

No es ya la hora de demandar un debate público, o una consulta popular sobre lo nuclear: hay que decidir inmediatamente cerrar esas centrales de desgracia, y detenerlas lo más rápidamente posible, garantizando el empleo y el salario de los trabajadores en ellas empleados.

Contrariamente a lo que intenta y a lo que seguirá intentando de hacernos creer con los "stress tests", un Fukushima en Doel o en Tihange está claramente en el orden de las posibilidades. La decisión alemana de salir de lo nuclear es un impulso para redoblar en todas partes esfuerzo en el combate contra esta tecnología de aprendices de brujo, pero hay que hacerlo en el marco de una alternativa de conjunto a la política energética capitalista que deriva del carácter profundamente productivista de este modo de producción. Solo una alternativa de tipo ecosocialista puede permitir salir a la vez del átomo y de los fósiles, y hacerlo de forma justa socialmente.

3/06/2011

http://www.lcr-lagauche.be/

Traducción: Alberto Nadal para VIENTO SUR.

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