El historiador Benedict Anderson, recientemente fallecido, entendía la nación como una comunidad imaginada, en la que un sujeto conformado históricamente elige determinados elementos dentro de un repertorio objetivo de características para conformar una identidad. Esta identidad está sujeta al campo de lucha político, se construye y se reconstruye en relación con ese ámbito, avanza, se modifica o retrocede en función de los actores sociales, que crean una imagen de sí mismos como actores colectivos. Así, la identidad nacional puede integrarse con otras identidades, de clase, de género, de raza, conviviendo y enriqueciéndose a sí mismas en el terreno de la disputa política.

La Bretaña constituye el ejemplo de un sentimiento identitario muy fuerte, expresado a través de un repertorio simbólico potente y enraizado (folclore, bandera, cultura popular, historia propia), que, con todo, opera políticamente de forma muy minoritaria a través un movimiento nacionalista con escasa capacidad electoral y movilizadora, debido a precondiciones sociales muy delimitadas y a una estructura de oportunidades política muy cerrada (la propia configuración del Estado Francés tras la Revolución). Por lo tanto, una identidad cultural basada en elementos objetivos no se refleja necesariamente en identidad política, se necesita un proceso de subjetivación. Los significados que configuran esa identidad se adquieren en la acción, no meramente en la interpretación de elementos orgánico-historicistas, de forma que es el nacionalismo lo que genera la nación y no al revés. La nación es sobre todo una comunidad sociopolítica que puede tener una correspondencia o no con un Estado como superestructura jurírica.

La cuestión nacional en Galiza ocupa un papel estratégico de primer orden; al igual que en Catalunya y en Euskal Herria, atraviesa los procesos políticos y sociales. Existe un sujeto político, el pueblo gallego, que durante siglos fue sometido a diferentes formas de dominación socioeconómica, política y cultural. Galiza, una periferia dentro de la periferia que es el Estado español, fue despojada de recursos naturales, como fuentes de energía, y humanos, a través de la condena a la emigración. Las formas de resistencia fueron variadas y múltiples, pero de esas resistencias surgió una conciencia de identidad propia.

Esta identidad se activa políticamente para la defensa de unos derechos colectivos a través de expresiones diversas. La defensa de nuestro idioma, la defensa de nuestra naturaleza y nuestro paisaje, la defensa de nuestros recursos materiales, de nuestros derechos como trabajadores y trabajadoras, conformaron y conforman una conciencia de identidad, un sustrato reivindicativo, que encaja con el cuestionamento del régimen del 78: queremos democracia, queremos derechos, queremos ser los dueños de nuestras vidas. El pueblo gallego demostró múltiples veces que constituye un sujeto político, como por ejemplo, en las movilizaciones a favor del Estatuto, en las campañas en defensa del medio ambente, las movilizaciones de labradores, ganaderos y marineros, movilizaciones por el gallego, las manifestaciones de Nunca Más, etc. Estas luchas parten de una realidad socioeconómica diferenciada, lo que provoca la aparición de métodos de lucha específicos(por ejemplo, las tractoradas), pero también contribuyen a modelar esa propia realidad, construyendo identidad. Esta luchas cristalizan y conforman un sujeto, el pueblo gallego, compuesto por todas las que viven, trabajan y luchan en Galiza, la nación incesante de todos los días, que cómo sujeto político propio, tiene derecho a decidir su futuro. La defensa del derecho de autodeterminación es una cuestión de principios democráticos, no meramente táctica. Hay que dar voz a las mayorías sociales para que decidan sobre todo lo que les afecta, incluida su vinculación territorial. El pueblo gallego tiene derecho a abrir un proceso constituyente propio, definiendo su relación con las otras naciones que componen el Estado español. En el actual proceso de crisis de régimen, la descomposición de los consensos del 78 también en el campo territorial, puede abrir un escenario de oportunidades para una ruptura democrática que reconstruya la relación entre las naciones del Estado dando voz a los pueblos.

La lucha por la apertura de un proceso constituyente en Galiza es la lucha por el reconocimiento de las mayorías sociales gallegas como sujeto propio con pleno derecho a decidir su futuro, sus relaciones con otros pueblos de la Península y de Europa, a recuperar sus vidas en todos los terrenos, despojándose de la alienación inducida por las oligarquías españolas con la complicidad de las élites gallegas. Se trata de romper marcos, no de readaptarse, de apostar por la ruptura democrática en clave gallega, en colaboración con otras fuerzas rupturistas del Estado español. La reivindicación de un proceso constituyente gallego va vinculada a la demanda de empoderamiento de las de abajo, la república gallega del 99 %. Por lo tanto, las tareas de la izquierda radical en Galicia pasan por llenar de contenido democrático radical y social la reivindicación de soberanía, mientras que en el ámbito estatal, fuera de las naciones sin Estado, debería combatir sin tregua el chauvinismo de la nación opresora y defender sin ambigüedades el derecho a decidir de las oprimidas. El internacionalismo de las de abajo no puede tratar de manera equidistante a las naciones oprimidas y al Estado que les niega el derecho a decidir. Sin embargo, el proyecto de construir un nacionalismo español sobre bases progresistas, ligando la defensa de los derechos al reforzamiento de la soberanía estatal, enfrenta dos limitaciones muy claras. Por una parte, el fracaso histórico a la hora de construir una identidad nacional española legitimada ante el conjunto de la población que habita el Estado español y por otro, el vaciamiento de soberanía de los Estados frente a instancias supraestatales como la UE, el FMI o el BCE. Por contraste, la reivindicación de la autodeterminación contribuye a debilitar el bloque histórico de las clases dominantes, cohesionado ideológicamente en torno a la defensa de la unidad de la patria. En este contexto político, y por la propia configuración del bloque de poder dominante en el Estado español, la conquista del derecho de autodeterminación sólo puede conseguirse desde una ruptura desde abajo, generando procesos constituyentes que impidan una recomposición de régimen con una involución centralizadora.

La cuestión nacional atraviesa, por tanto, como proceso transversal que es, cualquier cuestionamiento del régimen del 78, permite abrir campos de disputa y actúa sobre procesos como las Mareas municipales o la candidatura de confluencia en Galiza, En Marea. Esta última fuerza colocó como eje de su discurso el derecho a decidir vinculado a la defensa de los derechos sociales y económicos. Si sumamos los votos de este espacio con los de Nós-Candidatura Galega (candidatura auspiciada por el BNG), con su carácter soberanista, obtendremos cerca de 500 000 de sufragios que apoyan a fuerzas que apuestan por un cambio de modelo territorial.

En este nuevo escenario, la vindicación de la identidad gallega no puede ser una reafirmación nostálgica, no mira cara a un pasado idealizado, sino hacia un futuro cargado de esperanzas, con la potencia democrática que tiene la capacidad de decidir a todos los niveles. Seamos actores de nuestro futuro.

Xaquín Pastoriza es historiador, militante de Anticapitalistas Galiza y miembro del Consejo Ciudadano de Podemos-Vigo

Este artículo se publicó originalmente en galego en Plaza.gal

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