“La china es la única de las grandes civilizaciones que aún permanece viva y ello obedece a una causa fundamental, su aislamiento del exterior, una característica que fue quebrada de forma irreversible por su última 'dinastía', la que representa el Partido Comunista de China”. En la introducción de su nuevo libro, La metamorfosis del comunismo en China (Kalandraka Editora), Xulio Ríos delimita el campo del ensayo a “una historia del PCCh 1921-2021”.

A diferencia de títulos anteriores en los que se centró en aspectos muy focalizados de la realidad china, como China, ¿superpotencia del siglo XXI?, de 1997; A China por dentro, 1998; Mercado y control político en China, 2007; China pide paso, 2012; China moderna, 2016, o La China de Xi Jinping, el director del Observatorio de la Política China y Asesor de Casa Asia se ha embarcado en esta ocasión en la ambiciosa tarea de elaborar una historia del PCCh, desde su nacimiento en 1921 hasta la actualidad.

Dado el protagonismo y el papel omnipresente del PCCh en todos los aspectos de la vida de la sociedad china desde que llegara al poder en 1949 con la revolución de Mao Zedong, una historia del PCCh supone de hecho analizar mucho más que la evolución de ese partido, que nació en la clandestinidad con unas decenas de militantes para llegar a tener hoy 95 millones de afiliados.

Xulio Ríos nos hace en realidad un recorrido guiado de un siglo por el impresionante proceso de transformación y modernización que experimentó China desde 1921, tras siglos de decadencia, hasta convertirse en la potencia mundial que es actualmente. Hace solo 30 años, cuando se derrumbaba el Muro de Berlín, explosionaba la URSS y, con ella, las burocracias socialistas de Europa del Este, era impensable para EE UU, el gran triunfador del Nuevo Orden Mundial, que la pobre y atrasada China pudiese convertirse en tres décadas en su gran competidora “en el corazón de la globalización capitalista”, al decir de Pierre Rousset.

Xulio Ríos nos recuerda en qué contexto mundial nació el PCCh: cuatro años después del triunfo de la Revolución Rusa, y tres años después del fin de la I Guerra Mundial, y lo hizo con una clara reivindicación del marxismo leninismo y un marcado sentimiento nacionalista y antimperialista. La Internacional Comunista, creada por Lenin en 1919, apostó decididamente desde el primer momento por ayudar a los revolucionarios chinos a organizarse y celebrar su primer congreso en julio de 1921 en Shanghai, y fue durante los primeros años de vida del PCCh un referente fundamental.

El PCCh nació el mismo año que el PC español. Lenin instaba entonces a los comunistas de todo el mundo a participar activamente en los movimientos revolucionarios de sus respectivos países. En 1922 el PCCh se integraba en la III Internacional. Tras la muerte de Lenin en 1924 la III Internacional mantuvo políticas contradictorias sobre China y el PCCh, llegando en los años 30 a priorizar el apoyo al gobierno del anticomunista y ultranacionalista Chiang Kai-Shek para enfrentar al invasor japonés, exigiendo al PCCh y al Ejército Rojo apoyarlo. La guerra civil china quedó así en suspenso durante la alianza de carácter estrictamente militar entre fuerzas tan antagónicas, plasmada en el llamado Programa de Diez Puntos.

Durante la cruenta guerra con Japón las fuerzas militares del PCCh asumieron un papel cada vez más protagónico, y al finalizar la misma y también la II Guerra Mundial, los comunistas chinos, libres ya de la tutela de la Internacional, celebraron fortalecidos su VII Congreso. Habían pasado 17 años del anterior, y, como nos recuerda el autor, “los efectivos del Partido ascendían a 1.200.000 miembros; las zonas liberadas sumaban 19, con casi 100 millones de personas bajo su administración”. El ideario de Mao Zedong salió claramente fortalecido, pero volvía nuevamente a primer plano la lucha interna en China.

Fricciones entre Mao y Stalin

Mientras EE UU apoyaba abiertamente al Ejército de Chiang Kai-Shek para desalojar a los comunistas de las zonas que estos controlaban, Stalin, temeroso de una confrontación nuclear con EEUU, reclamaba al PCCh que disolviera sus tropas y se integrara... en el gobierno anticomunista. Mao y el PCCh desoyeron esa política, aumentaron la expansión militar del Ejército Rojo sobre el territorio dando especial importancia al cerco del campo a la ciudad, al tiempo que ampliaban sus alianzas con otras fuerzas políticas hasta aislar y terminar derrotando tanto militar como políticamente al régimen de Chiang Kai-Shek.

Una Conferencia Consultiva llevó finalmente en 1949 a Mao a la presidencia de China y a la proclamación de la República Popular de China en la plaza de Tiannamen ante cientos de miles de personas. El nuevo Estado pasaba a ser controlado por el PCCh. Tras un siglo de invasiones de potencias extranjeras y guerras civiles China comenzaba una nueva andadura.

Un año después, en 1950, la nueva China lograba expulsar de su territorio al millón de efectivos que conservaba el Kuomintang , aunque este continuó clandestinamente actuando, con una campaña de sabotajes y asesinatos de líderes comunistas que duró al menos un año más.

Pero mientras la China de Mao comenzaba rápidamente a implementar la reforma agraria para quitar poder a los terratenientes y alimentar a sus cientos de millones de habitantes pobres, otro frente bélico se abría en su frontera, el de la guerra de Corea. A pesar del tratado de amistad y colaboración firmado al llegar al poder por Mao con Stalin, este no acudió en ayuda de China cuando EE UU desplegó fuerzas en la frontera chino-coreana, por temor a que un choque con EEUU derivara en una tercera guerra mundial. “No obstante”, nos dice Xulio Ríos, “la irrupción de más de 300.000 soldados del Ejército Rojo, entre los cuales figuraba el propio primogénito de Mao (Mao Anying) los obligó a retroceder hasta el sur del paralelo 38”. “El armisticio se firmó en 1953 y en Beijing celebraban el fin de la invulnerabilidad de Estados Unidos”. El hijo de Mao murió en la guerra de Corea.

Una vez acalladas las armas, la revolución china puso en marcha su primer Plan Quinquenal (1951-1955), que puso como prioridades la agricultura, la cooperativización rural, para pasar luego a la colectivización; el transporte, el comercio, la industria pesada, comenzando así un proceso de profunda transformación del país. En ese primer periodo, cuando EEUU había incautado los bienes de China en su territorio e impuesto un férreo bloqueo a ese país, sí fue vital el apoyo de Moscú. La URSS facilitó préstamos, maquinaria pesada, formación y albergó miles de estudiantes chinos en sus universidades para preparar ingenieros, agrónomos y trabajadores especializados. La reforma educativa, la alfabetización masiva, se convirtió en una tarea primordial.

“La elaboración de la primera Constitución de la República Popular China se consumó en 1954 y definió el régimen político del país: 'un Estado de democracia popular dirigido por la clase obrera y basado en la alianza obrero-campesina', y el centralismo democrático fue erigido en principio de funcionamiento de las asambleas populares”. Xulio Ríos nos recuerda que desde el primer momento el nuevo sistema chino, a pesar de hacer una defensa acérrima de la planificación estatal, “se complementaba con la tolerancia de 'cierto mercado libre controlado por el Estado y mantenido dentro de determinados límites' ”.

Mao se mostró inicialmente abierto ante quienes criticaban al nuevo régimen y abogaba para que se adoptara incluso un espíritu de rectificación en muchos casos de protestas populares, pero a medida que avanzaba la década del 50 esa postura fue cambiando drásticamente. En 1957 ya se catalogó a 550.000 personas como derechistas. “De 'contradicción en el seno del pueblo' se pasó en cuestión de semanas a la contradicción de partidarios de la revolución y sus enemigos, generándose un enorme abuso”.

El libro continúa el hilo cronológico de la historia china, nos habla de El Gran Salto Adelante, de las comunas populares, de las movilizaciones de decenas de millones de personas para cumplir los ambiciosos planes en la industria, la agricultura. Nos habla también sobre las diferencias internas que fueron surgiendo; de la tensión creciente en las relaciones entre China y la URSS en la época de Jruschov, cuyo revisionismo criticó abiertamente Mao. El PCCh defendía su propio modelo de socialismo y llegó a acusar al nuevo líder soviético de pretender restaurar el capitalismo en la URSS.

Xulio Ríos se detiene en la Revolución Cultural impulsada por Mao en los años 60 tras el fracaso de El Gran Salto Adelante, una campaña que fue radicalizándose y haciéndose cada vez más violenta.

En el IX Congreso del PCCh de 1969 se pudo constatar que “de entre los miembros titulares y suplentes del VIII Comité Central el 52,7% habían sido acusados de 'renegados', de 'agentes secretos', de 'elementos antipartido', o de 'mantener relaciones ilícitas con el extranjero' ”.

El denguismo se impone tras la muerte de Mao

La segunda parte del libro se centra en el Denguismo, de Hua Guofeng a Zhao Ziyang. Tras la muerte de Mao en 1976 y tras una década de Revolución Cultural, de caos, desmanes y problemas en la producción, Hua Guofeng fue nombrado para presidir el PCCh en el XI Congreso de 1977.

Un año después nacía oficialmente el denguismo, la corriente rupturista impulsada por Deng Xiaoping, que rechazaba la postura de Hua Guofeng de dar por bueno todo lo actuado por Mao, y pretendía abrir un nuevo ciclo, tanto en lo económico como en lo político y lo cultural. Buscaba un Estado más descentralizado, abandonaba la consigna de “tomar la lucha de clases como el eslabón clave”; apostaba por la apertura internacional y daba gran importancia a la ciencia y la educación.

Deng fue ganando posiciones, sus tesis fueron debatidas durante dos años por 4.000 cuadros del partido; en 1981 Hua fue sustituido al frente del partido por Hu Yaobang y Deng pasó a presidir la poderosa Comisión Militar Central, rehabilitándose a numerosos cuadros destituidos durante la Revolución Cultural. Si el culto a la personalidad fue una característica de la era de el Gran Timonel, durante el denguismo, en cambio, se institucionalizó el liderazgo colectivo y el sistema de jubilaciones y sucesiones en la cúpula partidaria.

Por otro lado, el denguismo rompió con un principio fundamental del maoísmo, el igualitarismo, pasando a defender la idea de que en la etapa inicial del socialismo era normal que unas personas se enriquecieran más que otras, lo que daría con el tiempo lugar a las desigualdades sociales y al surgimiento de ricos, y muy ricos, y pobres, muy pobres, acabando así con un elemento fundamental del ideario original del PCCh.

El autor detalla los grandes cambios que se produjeron a partir de ese momento en el sistema productivo, en el que se abandonó el sistema comunal para implantar la gestión familiar de la producción agrícola, manteniendo el Estado la propiedad de las tierras y siendo la colectividad la que coordinaba el uso de maquinaria,  “asegurando, en forma unificada, la prestación de las cinco garantías (alimento, ropa, combustible, asistencia médica y servicios funerarios)”.

El autor nos sumerge en el complejo pero fascinante mundo de cambios habidos en China -únicos en el mundo- en el sistema productivo, en la introducción de capital y avanzada tecnología del exterior, en la relación del Estado con las empresas, en la acelerada industrialización del país, los reclamos sociales de liberalización, en la importancia de los debates y luchas internas del PCCh entre sus distintas corrientes y en los cambios que se iban produciendo en la sociedad.

A Hu Yaobang le sucedió en la cúspide del PCCh Zhao Yiyang y este terminó siendo a su vez  destituido por el partido, acusado de dividirlo mientras Jian Zemin tomaba el relevo en 1989 como secretario general. Con él llegaba la tercera generación de dirigentes y se convertía en una solución de compromiso entre las distintas facciones internas enfrentadas. Deng Xiaoping formalizó a su vez su retiro, satisfecho, dijo, de que “el país nunca volverá al viejo camino de aislarse del resto del mundo”. Se mostraba convencido de que el camino de reforma y  apertura en ningún caso supondría caer en un modelo de signo occidentalizador.

El PCCh confirmó su rechazo al pluralismo político de signo occidental, reivindicando el pluralismo chino, “es decir”, nos explica Xulio Ríos en su libro, “enalteciendo el sistema de consulta política y cooperación multipartidista bajo la dirección del PCCh que representa la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, en la que convergen los 'ocho partidos democráticos' y personalidades independientes”.

A pesar de sus diferencias el maoísmo y el denguismo coexisten, se solapan, como se solapan constantemente aspectos esenciales de un Estado socialista con otros de carácter capitalista, lo que el PCCh justifica como característica del período aún primario de una sociedad socialista, período que puede durar incluso décadas.

En el plano de la reunificación territorial China logró el retorno de Hong Kong y Macao, aplicando en esos territorios el principio de un país, dos sistemas, un principio con el cual los dirigentes chinos pretendían también resolver el caso de Taiwán, un conflicto aún enquistado.

El libro nos habla sobre los debates acerca de las empresas estatales, de la propiedad social, del ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), con el cual dio un paso de gigante en su integración en la economía mundial. Nos habla también de la aparición de movimientos seudorreligiosos como Falun Gong o de la recuperación del confucionismo.

“Un modelo híbrido, socialista-capitalista, de transición

Jiang Zemin, continuista de las posturas de Deng Xiaoping, fue relevado en la secretaría general en 2002 por Hu Jintao, con quien llegó una cierta recuperación de estabilidad interna en el PCCh. Con Hu Jintao se produjo una gran revisión doctrinal, y el partido pasó a reivindicar que no solo era el representante de la vanguardia de la clase obrera sino también del conjunto del pueblo y la nación china.

Fue durante su mandato cuando China llegó a situarse como la segunda potencia económica mundial en términos de PIB, dejando de ser solo el primer taller del mundo para conformarse como una potencia puntera, aunque el acelerado proceso de industrialización haya supuesto graves problemas medioambientales de los cuales se tomó conciencia tardíamente.

En la tercera y última parte del libro se trata la llegada al poder de Xi Jinping durante el XVIII Congreso del PCCh, en 2012, que da gran importancia a los factores tecnológicos y medioambientales y al reencuentro entre modernización y tradición, abandonando la idea del maoísmo de que cultura tradicional era sinónimo de antigua sociedad.

El PCCh reconoció a Xi Jinping generador de un pensamiento propio, comparable al de Mao, un calificativo que no se llegó a otorgar ni siquiera a Deng Xiaoping. El xiísmo se presenta como el gran proyecto que pretende culminar la modernización de China en dos grandes etapas, 2020-2035 y 2035-2050, con cambios importantes tanto en el plano económico, como en la recentralización del Estado y el control orgánico de sus instituciones, en mayores regulaciones en el ámbito laboral y social, en la lucha contra la corrupción, y un larguísimo etcétera.

Xulio Ríos destaca también en su libro el cambio histórico que supuso para la mujer china la revolución de 1949, cuando Mao dijo aquello de que “la mujer sostiene la mitad del cielo” y ya en 1950 reconoció la igualdad entre hombres y mujeres, acabó con los matrimonios amañados  o la tradición de vendar los pies, garantizando también la incorporación de la mujer al empleo. Sin embargo, a pesar de los grandes avances experimentados en la igualdad de género nos dice el autor, “la presencia de la mujer en ámbitos destacables tiene aún mucho camino por recorrer”.

El libro nos adentra en los numerosos temas sobre el modelo económico, político y social motivo de fuertes debates en el seno del PCCh y también explica que el partido rechaza la idea de Occidente de una validez universal de los derechos humanos. Para el comunismo chino existe una excepcionalidad en los valores asiáticos que no se tienen en cuenta en esa concepción occidental. En cualquier caso es un tema que no figura en la agenda de los grandes desafíos que se plantea el PCCh para un futuro cercano.

Xulio Ríos resalta el pragmatismo y eclecticismo ideológico del PCCh, la hibridez socialista-capitalista de su modelo económico y productivo, que hace que los comunistas chinos “son marxistas, leninistas, maoístas, denguistas, pero también confucianos y legistas, y en todo ello no ven contradicción, sino complementariedad. Ese totum revolutum, fuente de mil y un problemas para nosotros, es expresión del ying y el yang, de la unidad de los contrarios”.

Roberto Montoya, periodista y escritor, es miembro del Consejo Asesor de viento sur

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