El acto de homenaje a Wilebaldo Solano del jueves 19 de octubre con motivo de su noventa aniversario reunió alrededor de 180 personas. Presentó Bernard Castany, e intervinieron, el historiador Pelai Pagès, Raimon Obiols, Toni Doménech (director de la revista Sinpermiso), y el catedrático y senador socialista Isidre Molas. Por la Fundació Andreu Nin lo hice yo mismo, y ésta es la trascripción..

En nombre de la Fundació Andreu Nin quisiera –en primer lugar- agradecer una vez más la atención del Ateneo barcelonés, también a los invitados y claro está, a vosotros, amigos y amigas presentes en este homenaje a Wilebaldo Solano que también lo es –no faltaría más- a la compañera Mª Teresa Carbonell, y por supuesto a todos los hombres y mujeres que hicieron posible el POUM, un partido pequeño (6 mil, 60.000 durante la revolución) cuya historia suscita un interés muy superior al de otros partidos mayores de entonces y de después. Un partido pequeño lleno de gente interesante, con muchas historias y muchos, muchos libros.
Al hablar de Wilebaldo Solano lo hacemos de cerca de ochenta años de lucha ininterrumpida, recalco lo de inin-te-rru-mpi-da porque, entre otras cosas, es bastante probable que sin el esfuerzo de Wilebaldo y de Mª Teresa, la Fundación Andreu Nin no habría superado el enorme bache, el terrible desaliento que comportó la restauración conservadora que siguió la descomposición de la URSS y del “socialismo real”. Cuando se abrió una época en la que por decirlo con palabras de Daniel Bensaïd ya no se trataba de soñar con ningún “paraíso” (la Biblia ya nos enseña que los únicos paraísos son los perdidos), sino de evitar el infierno. Un infierno que ya no es solamente el de la amenaza nuclear. Es el que se manifiesta en el no-futuro ecológico, en los crecientes desastres humanitarios provocados por los amos del mundo que producen las guerras y el expolio de los países mayoritarios. Que se respira en la destrucción de la esperanza de los pobres y los oprimidos. Que se huele en frases como aquella de “no hay alternativa” de la señora Thatcher, posiblemente la expresión más soterradamente fascista dicha desde el Mein Kamf.
Permitidme que en esta intervención me ahorre otra evocación sobre Wilebaldo al que conozco desde septiembre de 1968 y con el que a lo largo de los años he mantenido una relación más o menos continuada y en la que se proyecta parte de un conflicto generacional. La de los hijos que admiran a los padres (y para lo fueron en no poca medida poumistas como Juan Andrade, Mª Teresa García Banús, “Quique” Rodríguez o Francecs del Cabo), pero que al mismo tiempo tratan de buscar su propio camino, de acometer sus propios juicios críticos y perpetrar sus propios errores. De todos ellos hablo en mi último libro, donde encontrareis mi visión generacional de Wilebaldo.
A mi parecer, una expresión palpable de la devastadora derrota sufrida por las ideas o ideologías emancipadoras es la que establece que dichas ideas (la heredadas de la ilustración y de la tradición socialista), son ya anacrónicas –o arqueológicas- ante el avance arrollador de una “modernidad” que aparecía deslumbrante en los ochenta-noventa. Sin embargo, cada vez está más claro que sus preceptos dominantes, aquellos que dictan las reglas del juego del poder más allá de las bellas palabras o los gestos “compasivos”, son tan rotundamente fundamentalistas como las que se expresan en Wall Street,. Vivimos bajo el imperio de ese maridaje “neocons” entre el capitalismo sin reglas, sin compromisos, y las peores tradiciones religiosas. Tradiciones de la que el islamismo es únicamente la expresión más desesperada.
Esto explica que el escaso valor que ha llegado ha tener en el templo del mercado conceptos como pensamiento crítico, lucha social, igualdad, fraternidad, solidaridad, socialismo, comunismo, anarquismo, antifascismo, internacionalismo, revolución, transformación social, democracia obrera, etc. Si nos fijamos, no son otras las palabras que llenan las páginas de La Batalla, los libros de Nin, Maurín, las evocadas en el Homenatge a Catalunya, en amigos como Benjamín Péret o Ignazio Silone. Las que animan los artículos de Katia Landau, de Carlota Durany o la odisea de Mitka Etchebèhére. Palabras que bullen en militancias obreras tan calladas y tan potentes como las de Pere Bonet y Daniel Rebull, en la pasión de un Albert Massó o en la obsesión didáctica de un Ramón Fernández Jurado. Las que dan expresión a una larga y apasionada labor de debate y aportación teórica que se extiende hasta obras recientes como El POUM en la historia, de Wilebaldo Solano.
Palabras que se habían querido archivar como expresiones de la izquierda “boba” o irredenta como diría el penúltimo Vargas Llosa. Y que son las que se sienten ahora como parte de una “memoria histórica” que nos conmueve y cuyo programa mínimo es enterrar nuestros muertos de las cunetas y la tapas de los cementerios. Palabras que hoy tienen una traducción viva cuando se habla de derechos sociales, de solidaridad activa, de emigrantes, de hambre en el mundo. Palabras para los movimientos, una conjunción opuesta a la ley del más fuerte, que no creen en el Dios Mercado. Palabras para los que no la tienen, incluyendo los que no tienen ni tan siquiera nombre. Palabras en defensa de la tierra y de los que la hacen plenamente humana. Palabras que no entran en el negocio. POUM es compendio de palabras como estas. Son la de unas siglas que se encuentran entre la claves del siglo XX, una letras profundamente insertas en una tradición revolucionaria compartida con divergencias y convergencias con el anarcosindicalismo, con la base social de lo que se llamó “caballerismo”, con los comunistas de antes de los procesos, y por el POUM.
El POUM...Seguramente no existe en la historia del movimiento obrero otro partido con tantos problemas de definición. He tenido la última prueba con un periodista de la redacción andaluza de El País que parecía interesado y relativamente enterado del tema, y que me preguntaba por los Retratos poumistas. Os aseguro que dediqué especial atención a explicar las diferencias entre Trotsky y el POUM. Y sin embargo, la titulación insistía: Un libro presenta a personajes de la historia del trotskismo español. Yo creo que confusión etiquetadora proviene de la dificultad de los profanos y no tan profanos en distinguir entre el comunismo “oficial” y la oposición comunista liderada desde la segunda mitad de los años veinte por Trotsky.
Quizás es que es imposible una única definición. Podemos decir que el POUM fue el “otro PCE”. Un espejo de lo que éste hubiera sido sin la enfermedad estaliniana. Pero también fue una combinación pluralista de criterios diferentes unificados por un marxismo revolucionario y abierto. Su principal acervo fue el del Maurín de antes de la revolución. Pero si la idea de que la clase obrera tiene que liderar la revolución democrática para hacerla transcrecer al socialismo, más la crítica no solo del estalinismo, así como también la autocrítica del bolchevismo de 1921, el de Kronstadt y el que prohíbe partidos y fracciones, es trotskismo, el POUM también lo era. Lo era a pesar del Trotsky que lo juzgaba desde muy lejos. También fue “bujarinista” como Portela. Nacionalista catalán como Arquer y Rovira, y más calladamente, “rabassaire” como muchos de sus militantes que estuvieron entre los que municipalizaron las tierras...
Estamos hablando de un legado capital para entender hasta donde llegó la última revolución, cuales fueron sus grandezas y sus limitaciones. La demostración de que otro comunismo fue posible.
Es un legado que siguió sigue vivo a pesar de tantos y tantos pesares. Gracias a hombres y mujeres que superaron todos los estigmas y todas las crisis manteniendo el palpitar del POUM hasta el presente. Hombres y mujeres como Juan Andrade, Mª Teresa García, “Quique” Rodríguez, Pilar Santiago, Francecs del Cabo, Manuel Grossi, Emerita Arbonés, Vicenç Ballester, Teresa Rebull, Emma Roca, etcétera, etcétera...Y gracias, y muy especialmente a Wilebaldo Solano que ha tenido la fortuna y el coraje de seguir con su bandera con la misma ilusión juvenil que le llevó a ingresar en el Bloc de Maurín cuando todo, absolutamente todo, parecía posible.
Tenemos que creer que lo volverá hacer, aunque solo sea para que haya una tierra que heredar, y para que las grandes palabras tengan sus propio sentido.

(Visited 86 times, 1 visits today)