En las últimas semanas, el tiempo político se ha movido de una forma inédita. No solo porque hayan ocurrido muchas cosas muy rápido: lo cierto es que hemos vivido una situación que no nos imaginábamos vivir. El desconcierto y el desasosiego son dos formas de vivir las crisis muy presentes que, sin embargo, no son capaces de romper con lo que Mark Fisher llamó “lenta cancelación del futuro”. Todavía no somos capaces de asimilar la magnitud de la crisis que viene.

Esa situación de shock psicosocial, de falsa calma provocada por la conmoción de lo inédito, contrasta con la aceleración del tiempo de la política oficial. Es cierto que esta contradicción entre la ralentización del tiempo por abajo y aceleración por arriba es constitutiva a la dominación política capitalista. El parlamentarismo y todo el entramado representativo del capital no permiten la deliberación lenta, la asimilación de los hechos y el debate pausado. Trata de aprovechar las crisis para restaurar rápidamente el orden, convirtiendo en estructurales decisiones que solo deberían ser coyunturales.

La propuesta de unos nuevos pactos de la Moncloa responde a esa lógica. El debate político se ha desplazado: de la crisis sanitaria a las medidas de emergencia social, y de las medidas de emergencia social a la posibilidad de cerrar rápidamente la crisis del día después. Como bien han explicado Manuel Garí y Jaime Pastor, los pactos de la Moncloa supusieron el canto del cisne del empuje del movimiento obrero en la Transición. Sin embargo, la situación a día de hoy es muy diferente.

Hay una primera razón obvia. No existe un movimiento obrero al que frenar. Los aparatos sindicales que a día de hoy ejercen como representantes de los trabajadores poco tienen que ver con aquellos. Sin raíces sociales estables entre la clase trabajadora, ejerciendo fundamentalmente un papel funcionarial en el seno del Estado, representan a un sector minoritario de la clase obrera que mantiene una relación con unas condiciones de trabajo (seguro, estable) tendentes a desaparecer. La mayoría de la nueva clase obrera, a pesar de las incipientes luchas de los últimos años, sigue sin estar representada, conformando una masa numéricamente poderosa, pero desarticulada políticamente. Sin embargo, eso no significa que los sindicatos no se estén jugando su futuro: ¿Optarán por pegarsea las decisiones del Estado solo por mantenerse en la mesa de negociación? ¿Tratarán de recuperar un papel propio, impulsando una iniciativa social que coloque a la clase trabajadora en el papel protagonista? Porque el problema de fondo, si partimos de esta doble tendencia (sindicatos cada vez más minoritarios socialmente pero que conservan una influencia entre sectores determinados y una enorme masa obrera desarticulada y sin representación política) es que se solidifique en dos clases trabajadoras, completamente separadas e incluso enfrentadas entre sí. Una clase obrera integrada y otra clase obrera desintegrada: no cabe duda de que las élites utilizarán en todo lo posible esa división. Si los sindicatos, activa o pasivamente, no afrontan ese problema y buscan relacionar y movilizar al conjunto de la clase trabajadora para romper esa dualidad, verán su poder social todavía más reducido y se verán cada vez más atrapados en una política corporativa que reduce su margen de acción: es decir, en un falso conservadurismo que cree obtener beneficios en el corto plazo (sin que sean demasiado tangibles), pero que a largo plazo dinamita su propia potencia social. El hecho de que en un contexto como este está ausente del debate la cuestión de la huelga general para evitar una vuelta al trabajo prematura, indica los límites de las centrales sindicales a la hora de ser una variable independiente en la situación política.

La segunda cuestión tiene que ver con la sociedad que surgirá de esta crisis. Un informe del Deutsche Bank habla de que en España se podría llegar a alcanzar el 45% de paro, en medio de una crisis mundial sin precedentes, que obligará a todos los países a redefinir sus relaciones dentro del sistema-mundo. Sin entrar a las cifras concretas de desempleo, caídas del PIB, etc., lo cierto es que la situación puede volverse explosiva. Las propias bases sociales de la democracia liberal se verían socavadas por una situación completamente nueva. ¿España se convertirá en una mezcla de la República de Weimar y Argelia? ¿Qué escenarios surgirán de esa estructuración social?

Rasgos políticos de un tiempo incierto

Es difícil saberlo, pero quizás sea el momento de imaginarnos algunos rasgos que vienen, que pueden darse o no, pero que son posibles en múltiples combinaciones.

1. Crisis del sistema de partidos. La democracia liberal no se sostiene exclusivamente sobre el engaño, también sobre una serie de consensos materiales mínimos que permiten renovar periódicamente la legitimidad del sistema. Durante los últimos años, esos consensos se han ido erosionando, sin que haya surgido una alternativa o mecanismos institucionales diferentes a la representación. La desafección política podría combinarse con un dejar hacer a los partidos: una despolitización masiva de la sociedad surfeada por los representantes políticos de un régimen decrépito.

2. Retirada de la generación política que se han movilizado durante los últimos años. Si las jóvenes clases medias depauperadas y sin futuro fueron las grandes protagonistas de las movilizaciones de los últimos años, también lo han sido del intento de renovación de élites que se ha producido en los últimos años. Lo hemos visto a nivel político con la irrupción de nuevos partidos, en el periodismo con la aparición de nuevos medios y caras públicas y en diferentes esferas profesionales. Esta renovación sin duda ha sido parcial e incompleta y forma parte de un proceso hasta cierto punto inevitable, una vez el ciclo 15M no llegó a abrir un proceso de transformación sistémica y se optó desde su principal exponente político por la vía de la integración institucional. Sin embargo, todas estas aspiraciones podrían verse cortocircuitadas por la nueva crisis. ¿Recuperará esta generación parte de su radicalismo perdido? ¿Optarán por un conservadurismo desencantado, teñido de un progresismo individualista e inofensivo?

3. Un país sin izquierda política. ¡No sería la primera vez! La analogía de la Transición es obvia en este caso y la conclusión es evidente: en los grandes pactos sociales, siempre pierde la izquierda. Le ocurrió al PCE en la transición y le volverá a ocurrir a UP en estas circunstancias. En realidad, la creencia mágica de algunos intelectuales afines a UP de que en esta ocasión saldrá bien la maniobra solo podría justificarse con la idea de que Pablo Iglesias es más habilidoso que Carrillo. Es difícil saberlo. Carrillo también tuvo fama de genio táctico, papel alimentado por un sector de la prensa deseoso de jugar a ser Richelieu. Sin embargo, esta visión cortesana de la política choca con la magnitud de la crisis que viene. Podemos ha ligado su futuro al de Pedro Sánchez.

La otra opción que tendría UP ahora mismo sería prepararse para la eventualidad de una ruptura del pacto de gobierno en el medio plazo. O por lo menos, para que esa posibilidad no suponga su destrucción definitiva. Ya sea porque el PSOE cambia su política de alianzas o porque a UP no le quede otro remedio ante una aceleración de la crisis, esta es una posibilidad que podría desarrollarse: negarla y no prepararse para ella no va a hacer que desaparezca. Dicho esto, las condiciones se han vuelto extremadamente difíciles. Seamos realistas: no hay ni ambiente social para ello ni voluntad. El gobernismo ha calado también en la base social de la izquierda: la lógica del mal menor se refuerza temporalmente por el miedo a la derecha. La derrota de la izquierda alternativa y nuestra incapacidad para salir del ciclo anterior con una base social propia dispuesta a empujar en otra dirección es un factor que tampoco podemos obviar. La insatisfacción por lo presente no debe esconder condescendencia hacia nuestras propias debilidades.

4. Otro factor son los impulsos que pueden venir a nivel internacional. No deberíamos ser demasiado optimistas en ese sentido. Esta crisis sanitaria ha cortocircuitado fuertes procesos de lucha, por ejemplo, en Argelia o Chile. También coincide en el tiempo con la derrota en el seno de sus partidos de los proyectos neosocialdemócratas de izquierdas de Corbyn, tras sufracaso electoral, y Bernie Sanders tras su fracaso en el proceso de primarias para la convención del partido Demócrata y su ausencia de voluntad de levantar una candidatura autónoma del mismo, que habían supuesto una gran esperanza para todos los que, aun ubicándonos en el campo del anticapitalismo, los considerábamos una grieta importante en el orden neoliberal. Está por ver si estas experiencias dejan un poso duradero, pero desde luego, su papel de faro alternativo a corto plazo ha terminado.

5. Explosiones sociales y tiempos de ira. Es difícil de imaginar un tipo de irrupción política distinta, nueva, fuerte, descontrolada y sin horizonte predefinido. Sin embargo, es lo que hemos visto a lo largo del mundo durante los últimos tiempos. Estallidos sociales más cercano a las revueltas que a la movilización tranquila del 15M estarán implícitos en un escenario dominado por la despolitización, la anomia social y la desesperación. Serán legítimas, pero posiblemente no se darán en los parámetros que la izquierda ha (hemos) romantizado. Serán protagonizadas por nuevos sectores sociales y no se darán en los parámetros culturales en los que nos movemos habitualmente en la izquierda. Ante la ausencia de un proyecto alternativo de sociedad fuertemente implantado por abajo: ¿puede reaparecer la violencia como forma de expresión de los descontentos? Nos negamos a hacernos esas preguntas porque vivimos replegados en una parcela muy pequeña de la historia y de la vida social, pero quizás es el momento de volver a hacérnoslas. Y sin hacerse ilusiones y sin desilusionarse, tratar de introducir una subjetivización constructiva en toda la rabia que viene.

Propuestas para organizar la voluntad

La cuestión desde luego, es cómo pensamos la interacción activa y voluntariosa en un escenario atravesado por estos posibles rasgos. Sin querer dar soluciones mágicas, se me ocurren algunas cuestiones que quizás serían útiles:

1. Un agrupamiento de todas las fuerzas sociales y políticas opuestas desde la izquierda a los “nuevos pactos de la Moncloa”, con el objetivo de plantear un polo de oposición a un cierre en falso de la crisis social y política. Es un auténtico suicidio permitir que la derecha golpista sea la que lleve la voz cantante en este terreno; es completamente insuficiente limitarse a corregira un gobierno que está dispuesto a aprovechar la suspensión de la capacidad de respuesta social para imponer un ajuste y la austeridad y cancelar el debate sobre el futuro unificando por arriba y dividiendo por abajo. Desde los movimientos sociales se han lanzado una serie de propuestas tan urgentes como necesarias, pero hace falta una propuesta política que mantenga abierto un rumbo distinto. Buscar puntos en común y con la mano tendida a sectores que solo ven a día de hoy la vía del mal menor: abrir una nueva perspectiva a medio plazo será una labor extremadamente complicada, pero necesaria para evitar el mal mayor. Con UP anulado por su lealtad al proyecto de Pedro Sánchez, esta oposición a unos nuevos pactos de la Moncloa (a una idea de reconstrucción en clave de unidad nacional en la que los sacrificios recaigan sobre la clase trabajadora) deberá partir sobre la realidad de la configuración política del estado español. Es decir, de las fuerzas sociales que potencialmente pueden oponerse a esta dinámica de cierre por arriba: el reconocimiento de la necesidad de una gran articulación de un bloque de las clases populares en toda su diversidad, contra la austeridad y el neoliberalismo, pero también del reconocimiento de la voluntad de ejercer el derecho a decidir su futuro de los diferentes pueblos que componen hoy el Estado español. Una vía distinta a la de los “pactos de la Moncloa” social-liberales y del oportunismo de las derechas (si quiere existir en el aquí y ahora) tendrá unas formas confederales y republicanas: en plural.

2. La sanidad y los cuidados se han convertido en el nodo central de las políticas públicas. Además, en la sanidad encontramos un sector de la clase trabajadora capaz de jugar un rol aglutinador entre diferentes sectores sociales. A medida que la emergencia sanitaria remita, podría plantearse una gran jornada de movilización para blindar la sanidad pública y socializar los recursos de la privada, que comprometa al gobierno a aumentar la inversión pública, a permitir la participación de trabajadoras y usuarios en la toma de decisiones y que incluya a las residencias de mayores.

3. Refuerzo mancomunado de las redes de apoyo mutuo, como la PAH, los sindicatos alternativos, el movimiento feminista y ecologista. La atomización de todas estas redes y su tendencia al corporativismo son un freno que refuerza su ya debilitado estado. No se trata de una crítica, se trata de abrir un debate político en el movimiento. O se confederaliza todo el magma que existe por abajo y se tiende hacia una cierta coordinación estable y organizativa bajo un paraguas común, o la impotencia será enorme. Toca recuperar el viejo lema de los IWW: “One Big Unión”. Eso sí, este proceso no estará exento de tensiones y discusiones. En el periodo anterior se ensayaron formas abiertas de movilización que fueron más allá de la tradicional plataforma de siglas propia de la izquierda. La lucha por no volver al pre-15M y recoger lo mejor del ciclo anterior es una tarea fundamental para construir un futuro no cancelado. No será fácil, pero: ¿surgirá alguna tendencia hacia un salto de estas características?

4. Pensar nuevos repertorios de lucha. Los sindicatos de inquilinas han lanzado una huelga de alquileres. Esta lucha recupera una vieja tradición del movimiento obrero, pero hoy es profundamente visionaria. En un contexto de paro masivo y colapso de los ingresos, de empobrecimiento masivo y con una relación de fuerzas muy mala en lo laboral, tenemos que repensar formas de amenazar los nodos de la reproducción sistémica. La huelga de pagos aparece como una opción plausible: si no hay ingresos, no pagamos.

Estas notas solo pretenden ser una primera aproximación abierta al debate militante, que ojalá sean útiles para estimularlo. Ojalá consigamos reabrir una discusión táctica y estratégica para afrontar con alguna brújula un tiempo histórico que se augura complicado.

Brais Fernández es miembro de la redacción de viento sur y militante de Anticapitalistas

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