En la conmemoración de los 150 años de la publicación del Tomo I de El Capital, pienso que hay que evitar dos riesgos. Uno, que se convierta en un ritual escolástico, que seguro ahuyentará a potenciales lectores. El otro, que se fomente el instrumentalismo, es decir, preguntarse para qué me sirve y buscar el capítulo específico o la frase precisa que me resuelva un problema. O, en el extremo, para citarlo como principio de autoridad. El Capital hay que leerlo para comprender las claves, los fundamentos del capitalismo y su reproducción, hasta hoy día. Es imprescindible para conocer y reconocer los mecanismos de encubrimiento, o aparenciales, que naturalizan esa reproducción. No todo lo captamos en una primera lectura, y cada vez nos sorprende más. La genialidad de Marx se aprecia mejor cuando alcanzamos a conocer las circunstancias, a los personajes y teorías con los que debate, y así se puede disfrutar al máximo la aguda ironía con que presenta sus rupturas. Y mucho más, todavía, cuando hacemos investigación sobre las modalidades actuales de la reproducción capitalista en nuestra región.
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