[En homenaje a Lotfi Chawqui, fallecido el 20 de noviembre, publicamos un texto escrito por sus camaradas del NPA y un capítulo de su libro Défis marocains. Mouvements sociaux contre capitalisme prédateur que acababa de publicarse en la Editorial Syllepse].

Lotfi llegó en 1987, con 20 años, a Grenoble (Francia) con su amiga Fadela para iniciar su primer año en Ciencias Políticas. Una pareja libre que se había formado en el liceo Descartes en Rabat, desafiando todas las normas familiares, curiosa, alegre, comprometida y despreocupada. Un dúo poderoso: él brillante y seductor y ella dinámica y exigente.

Entusiasmo en las luchas

Lotfi se convirtió rápidamente en un pilar del grupo de jóvenes revolucionarios activos en todas las luchas, sindicales, políticas e internacionalistas. Excelente orador y ya muy culto, animaba a menudo las fiestas estudiantiles. Los campamentos de jóvenes de la IV Internacional le permitieron ser conocido y apreciado mucho más allá de la esfera de su ciudad.

En Grenoble se encontraba presente en todas las batallas. Sabía dar con el movimiento adecuado para cada momento de lucha. Tenía el internacionalismo marcado a fuego en el corazón, pero militaba en todas las campañas con el mismo entusiasmo.

Posteriormente, volvió a Marruecos por unos años, donde animó el movimiento de los/as diplomados/as en paro y participó en la creación de Attac-Marruecos.

De vuelta a Grenoble, se reincorporó a la LCR donde compartió el mismo entusiasmo tanto en las luchas de aquel momento, especialmente en las movilizaciones de los y las jóvenes, como en la campaña por las elecciones europeas de la LCR en 1999 o por el NO al referéndum sobre el tratado europeo.

En la LCR y luego en el NPA, siempre adoptó una actitud ni seguidista ni sectaria. Pensaba que no había un modelo predefinido. “Tener convicciones en lugar de certezas”, decía; y entre sus convicciones, estaba la independencia frente a las instituciones y el vínculo carnal con las luchas sociales para así abrir brechas en el sistema de dominación y darnos conciencia de nuestra fuerza. Aunque el pasado puede y debe inspirar, decía que "en la política, debemos crear lo que aún no existe".

Al inicio de los años 2000, activo en el movimiento antiglobalización, Lotfi contribuyó en gran medida a la construcción de la movilización contra las intervenciones imperialistas en Afganistán e Iraq y a la estructuración a nivel nacional de una intervención colectiva sobre las cuestiones internacionales, compartiendo generosamente sus contactos, su experiencia siempre concreta, sus reflexiones y sus escritos sobre Marruecos.

Sentía curiosidad por todo, lo quería todo. En cada una de las campañas militantes se lanzaba con una lucidez y un entusiasmo contagiosos. Y por supuesto, apoyaba a sus camaradas marroquís en todas sus luchas, las primaveras árabes, el Movimiento 20 de Febrero…

Capacidad de análisis, simplicidad y pedagogía

Estaba en todas partes, pero estaba muy lejos de estar disperso. Tenía una capacidad de análisis de las situaciones que sabía resumir con sencillez y pedagogía. Creía firmemente en la emancipación de nuestra clase. Bajo ciertas condiciones: la perspectiva del socialismo, la ruptura con el aparato del Estado y la estrategia de auto-organización de las masas. Estas tres condiciones tenían que mantenerse unidas para que la transformación revolucionaria tuviera lugar.

Lotfi nos hizo comprender igualmente lo que significaba ser extranjero en el país de la declaración de los DDHH. El miedo agarrado a las tripas en las manifestaciones o durante el paso de fronteras en autobús cuando íbamos a manifestarnos. No olvidaremos nunca, durante una concentración delante del CRA (Centro de Retención Administrativa) de Lyon, la mirada de odio y una frase dirigida a Lotfi: “Te he visto y me acordaré de tu cara”. Porque vivió todo eso y mucho más, comprendió con naturalidad y sostuvo las revueltas de la juventud en las banlieues (barriadas populares) desprovistas de todo, salvo de policía.

Creía visceralmente que unos movimientos sociales fuertes y auto-organizados harían irrupción en el mundo, incluso si no sabemos a qué ritmo, ya que la mundialización capitalista se vuelve cada vez más feroz. Analizaba con precisión los puntos en común y las divergencias de las diferentes luchas, desde la Nuit debout a los Gilets jaunes en Francia, de las distintas primaveras árabes, pasando por movimientos de resistencia como el del 20 de Febrero hasta el Hirak en el Rif y la lucha de Imider en Marruecos.

Internacionalista convencido y pedagogo, Lotfi nos hizo comprender la realidad marroquí. Investigador asociado del CETRI (Centre Tricontinental, Bélgica), dio conferencias en Francia y Europa y nos deja una cincuentena de artículos y comunicados, así como dos libros: Abraham Serfaty, itinéraires politiques d’un militant révolutionnaire y Défis marocains. Mouvements sociaux contre capitalisme prédateur.

Lotfi amaba alegremente la vida y todo lo que ésta atesoraba, los y las compañeras, los/as niños/as, el vino, la fiesta. ¡Cuántas veces ha encadenado varias fiestas una misma noche!

Y amaba con locura a sus hijos/as Taori, Camil, Maya y Matis. Y Valérie, a la que ya queríamos antes de conocerla, tanto nos habló de ella con ternura y admiración, y que lo apoyó en sus últimos meses.

Lotfi, tu ternura, tu generosidad, tu libertad de pensamiento nos van a faltar cruelmente en este momento sombrío e incierto donde las nuevas perspectivas apenas consiguen arrojar algo de luz sobre el futuro…

Pero seguiremos, qué otra cosa podríamos hacer, con tu sonrisa y tus ideas en nuestros corazones y nuestras cabezas.

Como dicen tus amigos marroquís: ¡Que la tierra te sea leve, Lotfi!

Sus camaradas.

Traducción del francés por Farah C. a partir de textos de L’Anticapitaliste y de Rosaline.

https://lanticapitaliste.org/actualite/vie-interne/lotfi-chawqui-notre-camarade-notre-ami-est-decede-ce-vendredi-20-novembre

 

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Desafíos marroquíes. Movimientos sociales contra el capitalismo depredador (Introducción)

¿Constituye Marruecos un caso aparte, una excepción histórica en comparación con otros países de la región? Explican la estabilidad social y política del reino varios factores: la transición democrática iniciada hace dos décadas, la especificidad de una monarquía con enjundia histórica y continuidad temporal, su arraigo cultural y religioso, las políticas de desarrollo y, por fin, una capacidad notable de adaptarse a las restricciones y mutaciones tanto de su sociedad como del escenario internacional. El poder es muy capaz de desactivar los factores que determinan las crisis, de manera que las condiciones de una protesta amplia y mayoritaria, dirigida contra el sistema y sus opacidades, tropieza con las políticas, constantemente renovadas, de segmentación, fagocitación o contención de la movilización social y democrática.

En este libro me gustaría explorar la hipótesis contraria: Marruecos de ningún modo está a salvo de una oleada revolucionaria tan amplia y radical como la del Movimiento 20 de Febrero, nacido en 2011 en la estela de los procesos contestatarios que sacudieron entonces toda la región norteafricana.

Con una población de más de 35 millones de habitantes, urbana en más de un 60 %, Marruecos es el país con más desigualdades de África del Norte, y figura en el puesto 123 en la escala de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, por debajo de Argelia, Libia o Irak. Las desigualdades sociales son múltiples y transversales, y se combinan con desequilibrios territoriales que llevan a diferenciar un Marruecos útil —los grandes espacios urbanos del litoral— de un Marruecos inútil abocado a la marginación. El fracaso de este modelo de desarrollo, reconocido incluso desde las altas esferas, se debe al impasse de un capitalismo patrimonial rentista impulsado por una triple lógica de amiguismo, depredación y extraversión. Dicho impasse viene dado por la creciente y muy palpable contradicción entre, por un lado, la concentración política y económica del poder y de las riquezas, a la que se suma el canibalismo económico en los procesos de producción y distribución; y, por otro, los derechos y necesidades elementales de las mayorías populares.

Más específicamente, este modelo de desarrollo cristaliza el alineamiento de las condiciones de vida y trabajo más precarias, y consolida la marginación estructural de capas de población y regiones enteras, consideradas supernumerarias al respecto de las actuales exigencias de la acumulación. Todo ello se traduce en un paro masivo, en la precariedad de quienes consiguen un empleo, en la generalización de las lógicas de supervivencia y en la destrucción de los exiguos logros sociales.

Se combinan con todo lo anterior una serie de elementos fundacionales para el análisis de la nueva cuestión social emergente, a saber, los efectos de la crisis climática, la explotación desenfrenada de los recursos naturales, el agotamiento de los suelos, la generalización del estrés hídrico, la reestructuración de los espacios urbanos y, por último, la privatización, mercantilización e incluso desaparición a marchas forzadas de los servicios públicos.

Esta cuestión social emergente retoma y reactiva las opresiones consolidadas a lo largo del tiempo, en particular la consustancial al orden patriarcal y aquellas que se han nutrido del largo historial de marginación de las poblaciones autóctonas amazigh[1] o de las capas más desfavorecidas de población rural. Estos cambios, no obstante, se producen en el seno de un corpus social donde se difuminan, especialmente entre los más jóvenes, la conciencia implícita o explícita de que existen derechos fundamentales legítimos —como el derecho a una vida digna— y de que la corrupción y la arbitrariedad son rechazables. No solo en las clases medias supuestamente educadas, sino entre los jóvenes de clases populares, donde deberían tener más cabida las aspiraciones a la libertad y la justicia social.

(…)

La incapacidad de autorreforma de la monarquía no refleja únicamente los vínculos existentes entre, por un lado, el despotismo y la economía patrimonial rentista y, por otro, la subordinación a los intereses de la globalización capitalista, sino que marca el agotamiento de la capacidad de reajuste y de savoir faire histórico del makhzen en la gestión de las disidencias[2]. El poder ha sabido en el pasado combinar coerción y favoritismo en la esfera inmediata de la representación política, lo que ha permitido establecer un fundamento muy específico: la disociación orgánica entre la cuestión social y la cuestión democrática. La cuestión social, en efecto, se ha visto despolitizada y sometida a procesos de segmentación de las demandas sociales, quedando relegada a la periferia del debate público. Además, ha sido tratada como un problema de seguridad o ha terminado siendo objeto de políticas clientelistas. La cuestión política, por otro lado, se identifica con el terreno definido por la monarquía como espacio en que perfilar —en virtud de las correlaciones de fuerzas y dispositivos hegemónicos existentes—el endurecimiento o relajación de las reglas del juego institucional. Las demandas de democratización se canalizaron desde la reforma o el cambio constitucional, terreno en el que el poder podía ejercer su poder de ajuste, modulando el grado y las formas de una liberalización autoritaria y abriendo nuevos terrenos para el amiguismo, alargando plazos para beneficio propio y jugando con los distintos registros de legitimación. Sobre estos esquemas consolidados históricamente se cristaliza una dialéctica cerrada y canalizada entre el poder y quienes se le oponen.

La situación actual está marcada por un proceso doble: la emergencia pública de la cuestión social, que motiva la puesta en marcha de nuevos procesos políticos para la construcción de un nuevo tipo de oposición social que haga reaccionar al poder. Este será entonces juzgado no por su aparente grado de democratización y su discurso cara a la galería, sino por su capacidad de responder a los desafíos sociales y, también, por el rechazo cuantitativo y cualitativo a las instituciones representativas y a quienes ponen en pie la fachada democrática. La crisis social, así pues, se combina con la crisis política, en lugar de evolucionar paralelamente como dos esferas distintas.

(…)

La monarquía no puede ya negar la posibilidad de convertirse en objetivo político de las protestas sociales. Ha tocado ya a su fin la era en que el trono podía apoyarse en la oposición política y sindical, dotada esta de una legitimidad histórica y social, para canalizar las dialécticas sociales. No existe ya una oposición de Su Majestad relativamente creíble, ya sean los partidos de izquierda o, más recientemente, islamistas. No puede tampoco la monarquía apoyarse ya en el reciclaje de los partidos administrativos para apuntalar la fachada democrática.

La reforma constitucional adaptada en el fragor de las contestaciones de 2011 parece en retrospectiva un lavado de cara por parte de los fundamentos del régimen y el preludio de una política sistemática con miras a restablecer la autoridad del Estado y a acentuar la contrarreforma liberal. En este contexto, es necesario tomar la medida a las dinámicas sociales que han emergido estos últimos años. Los diversos movimientos sociales presentan características generales comunes que permiten especular sobre un nuevo ciclo de luchas sociales. Su diversidad es reflejo del carácter global de la crisis social pero también de la extensión geográfica de las movilizaciones y de la multiplicidad de las necesidades y aspiraciones.

Los movimientos sociales son, en cierta manera, reflejo instintivo a la lógica intensiva y extensiva de los mecanismos de mercantilización y desposesión. Las condiciones de vida y de trabajo se convierten, en sus distintas facetas concretas, en potenciales puntos de anclaje y cristalización de los conflictos sociales. En el marco de este proceso, que no pasa por alto ningún territorio, las fuerzas sociales se redefinen en enfrentamientos específicos contra las distintas caras de la austeridad, la precariedad, la marginación social y la desposesión del escaso acervo de derechos. El espacio de las movilizaciones se recompone de distintas maneras a partir de una territorialización de la acción reivindicativa en los barrios populares, el espacio público, los márgenes y periferias, y las comunidades de proximidad, apoyándose en elementos de identificación social y cultural.

Los movimientos sociales allanan el camino a una política de la calle y del espacio que gire en torno a las necesidades cotidianas, e inauguran asimismo formas de acción pacífica y prolongada en el tiempo, eludiendo las codificaciones implícitas o explícitas que rigen las protestas y echando así por tierra las estrategias de canalización y de diálogo social institucionalizado. Estos movimientos son prueba de la capacidad de resistencia ante las políticas represivas aplicadas y se apoyan en formas inéditas de movilización de las bases con distintos grados de autoorganización. Se articulan con ello un relato social que vincula los aspectos específicos de la movilización con la demanda más general de la libertad, dignidad y justicia social. Los movimientos sociales buscan, por lo demás, producir y recabar apoyos populares sin encerrarse en dinámicas de categoría social, locales o corporativistas.

Sin pasar por alto las carencias, límites, contradicciones y dificultades que encuentran los movimientos sociales en su intento por cambiar la correlación de fuerzas o por iniciar procesos de confluencia popular, las resistencias actuales han generado los ingredientes necesarios para una contrahegemonía y para un nuevo sentido común. Los movimientos, además, acumulan experiencias diversas y de forma subrepticia repolitizan colectivamente a la juventud preocupándose por cuestiones relacionadas con la vida cotidiana. A la vez, se cuestionan las formas de organización delegadas, jerarquizadas y opacas que han caracterizado el espacio de protesta convencional, nacido del ciclo histórico precedente y de la acción institucionalizada. Estas dinámicas, en su configuración general, relacionan la cuestión democrática con las urgencias sociales y refuerzan la combinación de crisis política y social. Se trata del caldo de cultivo necesario para abrir una brecha decisiva y desencadenar una crisis global en el sistema de dominación.

Los procesos que están desarrollándose actualmente en Sudán y Argelia demuestran, más allá de lo incierto de sus resultados, que la ola contrarrevolucionaria consolidada en 2013 no pone fin a la inestabilidad estructural, social y política de la región, y que los procesos puestos en marcha en 2011 son de larga duración, más allá de los flujos y reflujos que puedan atravesar. Los poderes que consiguieron coyunturalmente canalizar las primeras olas no son inmunes a la agitación social, pues las causas socioeconómicas y políticas que generan esta siguen estando muy arraigadas e incluso se han fortalecido. La situación general de Marruecos, independientemente de sus especificidades, no trasciende este marco.

Las dinámicas sociales actuales plantean todo un desafío a las fuerzas que demandan proyectos de emancipación. Las cuestiones sociales que subyacen en el antagonismo político no pueden reducirse a un obtuso análisis de clase sobre las relaciones de explotación. Deben tener en cuenta el movimiento colectivo de reproducción del capital a escala de la sociedad y su articulación con las opresiones históricas, ya sea contra la población rural, la mujer o los amazigh, y en consonancia también con la importancia creciente de la cuestión ecológica en el sentido más amplio del término. Este movimiento colectivo, además, reconfigura los espacios de lucha y las posibles formas de impugnación, cuestionando también las estrategias tradicionales de la oposición democrática. Las transformaciones sociales generalizadas implican una lectura más pormenorizada de las contradicciones y las fuerzas sociales con intereses objetivos en un cambio radical. Es necesario repensar el contenido mismo de la revolución democrática, sus apuestas y sus fuerzas impulsoras, con vistas a (re)definir los ejes de una política hegemónica y la construcción de un bloque social mayoritario. Esto tendría un impacto directo sobre la manera en que reflexionamos acerca de la alternativa política y sus relaciones posibles con los movimientos sociales. En estas y muchas otras cuestiones, las corrientes activistas de la izquierda combativa, ya sean reformistas o radicales, siguen apegadas a tradiciones históricas e ideológicas que no pueden ya reflejar la complejidad de los desafíos y los cambios que ante nuestros ojos están produciéndose en lo que atañe a las condiciones generales de lucha y la politización. Como si las radicalizaciones políticas actuales y futuras fueran a adoptar de manera natural —a través de la perseverancia, la pedagogía, la lucha ideológica y el activismo— las referencias y pautas de construcción de una izquierda nacida en otro período histórico, sin necesidad de refundación y reconstrucción, más allá de ajustes marginales en las mecánicas establecidas.

No obstante, la dinámica social de hoy cuestiona de manera fundamental las categorías clásicas de la lucha política, y las considera simplemente un terreno superestructural dominado por organizaciones y los partidos. El desafío es volver a reflexionar sobre las ideas —dominantes desde hace largo tiempo— que en última instancia contribuyen a la continua marginación de la izquierda o incluso su escora hacia la institucionalización, aun cuando la cuestión social que le es orgánica vuelve a ocupar el espacio político. De esta manera, podremos bosquejar formas de superar la profunda brecha entre el multifacético despertar social y la ausencia de cristalización política.

(…)

Este libro no pretende abarcar ni desarrollar exhaustivamente los diversos asuntos que trata. Son muchos los aspectos importantes que apenas se tocan, como la política exterior, el lastre del imperialismo o la cuestión del Sáhara, por decir algunos ejemplos. Merece la pena desarrollar estos temas en detalle, labor que quizá me plantee abordar en el futuro. El objetivo principal de este libro es, por un lado, presentar las dinámicas sociales y políticas de los movimientos en el contexto de un análisis general del capitalismo y del régimen político marroquíes, con sus contradicciones y crisis; y, por otro, refutar la tesis de la excepcionalidad histórica, en virtud de la cual sería imposible superar el sistema actual. Por fin, este libro quiere también analizar las deficiencias y debilidades de la izquierda combativa y abrir así un necesario debate. Habrá logrado su objetivo si ayuda, aun modestamente, a fomentar la idea de que es necesario reflexionar, desarrollar ideas y actuar colectivamente.

Quiero dedicarlo, ante todo, a las personas anónimas que se han convertido en militantes imprescindibles de los movimientos sociales del Rif, de Yerada y de Imider, a quienes han coordinado el movimiento de los profesores y profesoras eventuales, y a todas las pequeñas y grandes resistencias de este Marruecos que está despertando, y cuyos ciudadanos no han renunciado, ni en la calle ni tras las rejas, a su dignidad de hombres y mujeres libres. ¡Mamfakinch!

Traducido del francés por Miguel Marqués

Notas

[1] El término amazigh significa “hombre libre”. Su uso es reivindicado frente a otros nombres, tales como bereber, impuestos por las diferentes colonizaciones o las élites.

[2] Makhzen es un sustantivo derivado del verbo khazana (en árabe marroquí, esconder o preservar), y está presente en el español magacín, llegado a través del francés magasin. La palabra adquirió más adelante el sentido de tesoro. La casa (dar) del makhzen, donde se depositaba el tesoro, estaba bajo control del poder central y financiaba al ejército y la burocracia.

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